Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 20 de junio de 2021

Canciones fragmentadas

 


Aprendizaje

Nació en pleno verano. Juani, hija de unos padres trabajadores y sufridos, se crio entre hortalizas y animales.
La casa era humilde, pero en ella sobraba el amor y a Juani la acunaron en ese ambiente.
Esos recuerdos sellaron su vida, corrieron como ríos y le dieron la fuerza que necesitó para ignorar las voces que murmuran cuando llega una desconocida al lugar.
Pasar por la vereda y sentir los ojos de las chusmas en la espalda y el murmullo del viento con las risas de las criticonas.
Los días en la ciudad y los inviernos, a veces, le hacían extrañar a sus padres, pero su tesón le dio la fuerza necesaria para vencer la tristeza.
Nuevos amigos, una carrera que le da de comer, la ciudad que la va acogiendo y hace que llorar sea algo del pasado. (Adela)


A fuego lento

A ella le encantaba celebrar. "¿A quién no?", se preguntaba.
Había terminado de hornear los clásicos budines de vainilla y, sobre el fuego, había colocado una ollita de cobre con el chocolate negro. Lo derretía a fuego lento, bien despacito mientras las nietas jugaban envueltas en el aroma exquisito. Revoltosas afuera, se acercaban de puntas de pie a la cocina con alguna excusa, buscando las caricias de la abuela. Ella sí que sabía mimarlas.
¿Cómo olvidar esos momentos de la vida, que a la distancia le parecen llenos de magia?
Atrapar mariposas era uno de sus planes preferidos. “¡Se escapan, se cuelan por la red, no van a poder!”, les decía ella, mirándolas por la ventana de la cocina. Y sí, tenía razón, se escapaban. Por alguna razón, las chispitas de colores se escapaban.
Cuando se cansaban de correr, las pequeñas se sentaban en ronda, debajo de la inmensa parra cargada de hojas de un intenso verde: refugio privado y fresco en la calurosa tarde de diciembre; territorio secreto donde podían circular sus historias inventadas.
Dejaban de jugar justo a la hora del baño y luego se vestían con ropa nueva, preparada para la ocasión: soleros confeccionados por sus mamás con telas frescas y puntillas de algodón.
“¡Apúrense niñas! ¡Van a venir todos y ustedes todavía no están listas!”, les decía entonces la abuela, dejando traslucir la emoción y, al mismo tiempo, un sentimiento de melancolía por las inevitables ausencias.
Con pequeños gestos y mucho amor, la abuela había convertido cada encuentro en una celebración. Había forjado la unión en ellos, y a cada uno, de una u otra forma, los había marcado a fuego. Como a ella le gustaba, con ternura y delicadeza. Así, a fuego lento. (Analía)


Curiosidad sin límites

Esa grieta en la medianera me tenía muy intrigada, inquieta. Una y otra vez me preguntaba lo mismo: ¿Qué habría más allá de esto tan conocido para mí? ¿Qué habría después de mi pequeño espacio, tan aburrido y solitario? ¿A qué se deberían esos ruidos que se escuchaban, palabras que llegaban?
Una mañana, la curiosidad me derrotó. Con timidez me asomé por la hendija hacia el patio de la vecina. Crecí con sigilo, me deslicé poco a poco y pude mirar sin que nadie lo notara. Me gustó, comencé a derrochar vida y logré que la señora me diera de beber. El agua fresca me permitió abrazar el tronco cercano.
Mis brazos crecieron, conocieron y exploraron otro mundo ¡tan distinto al anterior! Todo el terreno a mi disposición y, más que nada, respondí al cariño que me brindaron. Mil veces me regó. Mi sueño de andar sin más límites que los que me marcaba el terreno se hizo realidad. Debo reconocer que muy a menudo pequé de confianzuda, me dejé llevar por los bríos primaverales. El castigo fue una recia podada que me marcó el camino a recorrer.
Viví donde quise, a pesar de que mi antigua dueña siempre estuvo celosa. Su modo de demostrarlo fue arrancando mis raíces antiguas. No me importó demasiado; mi nueva amiga ya se había encargado de enraizarme con esmero y dedicación.
Cada amanecer trae el desafío de extenderme para cobijar a diez mil luciérnagas que, por las noches, alumbran el sendero de los solitarios que caminan en la oscuridad. (Alcira Elena)


Bajamar

El reloj marca las 20, o las 21. No se distingue bien; el atardecer está tal cual lo soñó una vez. Sólo que en esa oportunidad la sombra viene del norte.
Paloma piensa en lo sabia que es la mente, que algunas veces se adelanta inconscientemente a los acontecimientos. Ahora se tumba a la izquierda de Erick preguntándole: —¿puedo sentarme a tu lado?
Él la mira y niega con un gesto. Ella se pone de pie y permanece en la vereda de la plaza, mientras el adolescente continúa llorando sobre la alfombra de hojas secas.
“A veces la vida es injusta”, susurra Paloma sin estar segura si se lo dice a él o a ella misma. Es su frase preferida, y puede leerse en la orilla de varias hojas de sus cuadernos escolares.
Hace ya varias horas que volvieron del puerto. La tarde de hoy quedará eternizada en la memoria de los dos. El humo de la chimenea del buque que lleva a Cristal para siempre a otro país ayudó a disimular las primeras lágrimas; las siguientes no necesitaron disimulo.
Queda esperar que la vida haga su trabajo y que el dólar suba o no, para que el destino decida una visita.
Como la marea que parece que sube mientras baja, Paloma siente su corazón contrariado. No sabe si está triste por la partida de su amiga o feliz porque, ahora, Erick está libre. (Fabiana)


Amelie

Un llamado anónimo alerta que, en el 211 de la Avenida Suipacha, se escuchan ruidos y un gran alboroto.
El forense, con mucha cautela, destapa el cuerpo. Dubitativo, observa la habitación; los colores estridentes y el fuerte olor a legía le estremecen los sentidos.
El champán sobre la mesa con dos copas a medio servir, suponen que en la casa hubo más personas. Camina muy lento alrededor del fallecido. Apaga el radio para no distraerse. De su bolso azul, saca el luminol y rocía de manera uniforme sobre las paredes. Con cuidado presiona el interruptor y automáticamente las luces desaparecen.
Como estrellas en la noche, rastros de sangre se detectan por todo el lugar. “Pero ¿qué es lo que sucedió?”, se pregunta Pedro totalmente desorientado.
–Dejemos el cuerpo aquí, hasta que llegue el sargento –le sugiere a su compañera que mira hacia un punto fijo. En la mesita ratona, las velas aún están encendidas.
–Parece una sesión de macumba –comenta ella horrorizada.
Con la llegada del sargento y el comandante al edificio, el caso se vuelve más intenso. Traen órdenes estrictas de resolverlo de inmediato.
Afuera, los medios se agolpan sobre la acera sin respetar el cordón policial; el gentío curioso murmura acaloradamente. Es la hija del intendente, una joven artista plástica de renombre en la ciudad. 
Las horas pasan. Sus heridas y el desorden en la escena, manifiestan que hubo una loca noche de alcohol y descontrol. (Silvia)


Salió el sol


Soñaba dormida y despierta. Te pensaba y te sentía en la panza de mi hija Carolina.
Esperé que asomaras al mundo.
Día de invierno, 27 de junio. Espléndido sol… frío afuera y tibieza de espera en ese vientre voluminoso.
Tejiste un hilo de sueños con la dulce promesa de tu venida.
Cuando llegaste, la emoción desbordó todo límite: luz de primavera, calor de verano en ese día destemplado de invierno.
Fuiste sol tibio de otoño, pimpollo fragante meciéndose en el aire de tu cuna.
Tu diminuta persona hizo vibrar las fibras de mi vida, música que acompañó mis sueños.
Y como dice la canción que “cada vez que nace un niño sale el sol”, el astro brotó como pimpollo naciente, perfumado, meciéndose en brazos de tu mamá.
Mediodía, el brillo de esa luz se opacaba ante el resplandor de tu existencia en aquella habitación otoñal.
“Después de todas las tormentas sale el sol”, continúa el autor. Tormentas de nervios, espera, ansiedad, expectativa. Ellas pasaron para verlo asomar representado en la personita radiante que se abría camino a una nueva vida.
Francisco, primer nieto, me diste el título más honorable que se puede poseer: “ABUELA”. (Alicia G.)


Herencia inesperada

El lugar era imponente, la casona aún conservaba restos de un antiguo esplendor a pesar de su estado ruinoso; pero esos vestigios de un lujo casi obsceno no estaban exentos de un aire tenebroso, como si la vieja mansión albergara espíritus siniestros que se negaran a abandonarla.
Me acerqué a la puerta, un poco intimidado. Cuando la toqué se abrió lentamente. Quienes la dejaron abierta sabían de mi llegada pero me molestó que no me esperaran. "Un poco de consideración no hubiese estado mal", pensé. Aunque me habían advertido que se irían al pueblo al atardecer; la casa tenía mala fama y no querían que la noche los alcanzara en el lugar.
Me había llegado una herencia con reputación de embrujada y, si bien mis abogados me habían aconsejado ponerla a la venta cuanto antes, no pude resistir la curiosidad acerca de esos antepasados desconocidos que me la habían legado.
No conocí a mis padres, murieron en un accidente cuando yo era un bebé. Nunca supe por qué yo no estaba con ellos en ese momento. Me habían dejado con la hermana de mi padre quien se hizo cargo de mí hasta su muerte. Me trató con cariño, pero siempre tuve la impresión de que me retaceaba información cuando me hablaba de mi familia. Además, nunca vivimos mucho tiempo en el mismo sitio. Si bien el trabajo era la excusa, parecía que estuviéramos huyendo de algo.
La sala era enorme, una polvorienta araña de cristal colgaba del techo, sus caireles tenían forma de media luna y pendía de un rosetón que simulaba el sol. Una escalera de película llevaba al primer piso donde había quince habitaciones y siete baños. En otra época las habían ocupado importantes visitantes, ahora estaban cerradas; excepto una, la que habían preparado para mí.
Después de una reconfortante ducha, salí en bata hasta la cocina donde los caseros me habían dejado una cena fría. Recorrí la enorme mansión comiendo unos sándwiches. Ya estaba oscuro, pero por suerte la electricidad todavía funcionaba. Probé varias puertas, la única que se abrió era la de una biblioteca, cuajada de libros. Las paredes estaban cubiertas de ellos del piso al techo, excepto una en la que había un gran cuadro. Me acerqué para observarlo. Era una colorida pintura de lunares de varios tamaños. En ese lugar desentonaba como una mosca en la leche.
Busqué un libro para entretenerme. Había uno sobre una mesa que me llamó la atención, parecía muy antiguo; las tapas de cuero tenían letras doradas que se veían deslucidas por el tiempo, resultó ser una genealogía familiar. Lo llevé conmigo a la habitación.
El libro registraba rigurosamente la familia desde sus orígenes. Comenzaba en el siglo XVII, con un tal Vasili Radu, un noble de origen rumano. El árbol genealógico era muy frondoso con una larga lista de descendientes. Busqué las últimas páginas y encontré el nombre de mi madre y -oh, sorpresa- el mío también. Sentí al mundo moverse en ese momento. Mi dedo recorrió esos nombres que me revelaban mi pasado, mis raíces.
También había unas notas; al parecer, hubo algunos antepasados que creían en el ocultismo y esas cosas, pero lo más tenebroso era que mi bisabuelo había creado un grupo secreto que adoraba a Satán y eran extremistas, lo que eso significara. Su hijo, mi abuelo, heredó su locura y pretendía casar a su propia hija con Satán. Mi madre huyó con mi padre y siempre vivieron ocultándose. Después del accidente en el que murieron, mi tía me cuidó para que mi abuelo no me encontrara.
El viejo murió en un manicomio y sus abogados se encargaron de buscar al heredero perdido, o sea yo.
Pensándolo bien, hubiese preferido seguir en mi bendita ignorancia acerca de mi parentela. Con razón la casa parecía emanar un aire lúgubre. ¡Quién sabe las cosas que ocurrieron en ella! Antes de que mi imaginación empezara a jugarme malas pasadas, decidí pasar el resto de la noche en un hotel.
Más adelante vendí la mansión. Creo que la demolieron para construir un spa de lujo. Jamás volví al lugar y con el dinero de la venta, puse una cadena de heladerías. (Alicia M.)


Mi pasión

Eras mi sueño y todos lo sabían. Sí, mi pasión. Te extrañaré.
No es una persona de lo que estoy hablando, sino mi pasatiempo favorito, lo que más amo… Bueno, lo cuento: la danza. Los motivos por los que la amo tanto no los sé, pero lo disfruto. Me hace sentir bien, olvidar mis problemas, escapar de la realidad.
“Tengo que seguir, llegaré muy lejos”, repetía en mi mente y lo creía. Aunque, al día de hoy ya no lo creo; lo que pasó me destruyó. 
Para poder continuar debo aprender a vivir sin lo que más quiero. Como sea, pero debo hacerlo.
Pasó a mis 16, hace tan solo un año atroz. Había llegado a una competencia muy importante de danza y tenía que hacer un movimiento muy difícil junto a mi compañero. “Todo irá bien”, me dijo, “Te confío esta competencia, te deseo suerte”.
Como lo explico… todavía me duele contarlo. Hacer ese truco tuvo un precio muy caro para mí: no poder hacer danza nunca más. Bailar era lo único que anhelaba en la vida, lo más esencial de todo, no importaba lo demás.
Después de mi accidente, solo pensaba: “no sos nada sin la danza, tu existencia no vale nada”. Igualmente, mi familia y amigos intentaron levantarme el ánimo, me hicieron creer que no todo estaba perdido para siempre.
Ahora me siento mejor, sé que las cosas mejorarán y me encontraré a mí misma en el camino ya que decidí que esto no me definirá. (Julieta)

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