Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 26 de septiembre de 2021

Tautogramas

 

Un cuento con P

Pedro Pablo parecía perturbado. Particularmente perseguido. ¿Pronosticaba problemas?
—¿Podré participar? —preguntó previsor.
—¡Pará, Pedro! —protestó Pamela Paula Pérez Pascal, productora principal.
—¿Por? —preguntó Pedro.
—¡Por pelmazo! —pronunció Pamela.
—¿Por pelmazo? —pensó.
—¡Por prepotente, por pegajoso! —puntualizó.
—¡Prepotente! —protestó Pedro —Pero… ¡Perdón! —pronunció penoso.
Precipitado, pidió plebiscito. Propuso probar. Proclamó parcialidad. Predicó presunción. Predijo pérdidas. Perturbado, planteó persecución. Perseveró.
Pedro Pablo Pereyra Ponce preocupadísimo, pálido, proclamó perdón.
—Pretencioso… Patético —pensó Pamela.
Precavida, Pamela Paula Pérez Pascal, presionada, poco predispuesta, perdonó.
Productora prejuiciosa perdonó porque pudo poner pausa. Probablemente, porque Pedro parecía predestinado.
Premioso, poco profesional, perezoso, problemático, Pedro Pablo Pereyra Ponce preparadísimo, pronto podrá protagonizar.
(Analía)


Escena escarlata

—Esculapio, ¿escondiste el espejo?
—¿El espejo esmerilado, Elena?
—Estaba en estuche especial.
—¿Estuche? ¿Enloqueciste?
—Engañada estoy. Enfurezco…
—Escorpión envenenado…
—Escopeta empuñaré.
—¿Escopeta? Escuchá… esperá…
—Explicación exijo. Entregá el espejo.
—Escondí en escribanía.
—Espeluznante empresa. ¡Espantooo!
—Enferma. Egoísta. Efervescente. Exagerada.
—Embustero. Enrevesado. Escondedor.
Enloquecen en escena. Exhaustivos. Enmudecen. Extenuantes. Expiran.
(Alicia G.)


Misterio

Milagros Macarena Magallanes Martínez –modelo madrileña- murió mientras manejaba moto minúscula.
Mecánico manoseó manubrio, mencionó macabro misterio.
Madrastra malhumorada murmuró: “mamarracho, mensajero miope, malévolo. Mutis”.
(Adela)


Divorcio de divorcio

Después de desayunar doradas delicias, desde Dubái, Daniela dobló dolencias de días de drogas.
Desde Dublín, durante décadas Darío dudó docenas de despertares. Días de desesperación, domingos deprimentes, diciembres desesperados. Desazón, desidia, desinterés, dignidad decaída… disimular dolor de divorcio.
Dos destinos desunidos desde días de delirio. Deseos de danzar, debatir… Decidir definitivamente días de divinas diabluras, dulcificarse durmiendo de dos.
(Fabiana)


Señales

Señoras, señores, sesentones, setentones: somos soñadores. ¡Salud!
Sigamos sonriendo, soñando suaves soles. Saxos salvajes. Submarinos silentes, salados. Soliloquios sorpresivos. Sueños sin sangre. Sabores súper sabrosos. Saltamontes septembrinos. Sirenas soberbias, sigilosas, señalan sillones similares. Siseantes, solitarias serpientes sin suerte. Susurros servidos sobre santuarios seguros. Santos sagrados siempre superiores. Sedientos, salvajes saurios silenciosos, saludables. Semillas selváticas sepultadas sobre senderos simétricos. Somnolencia, sueños sublimes sin sufrimientos. Secuencias soñadoras, suntuosas, sonrientes. Sobrenaturales séquitos sensatos.
Sumemos servicios. ¡¡Sigamos soñando!!
(Alcira Elena)


Cachorros

Carolina Calderón, cabreada con Calixto Cuevas, criticaba cada comportamiento.
—Cretino, cretino.
Calixto cedía con cobardía. Carolina conminaba con cerrar criadero cachorros Calixto
Celina Cantero calmaba corajes:
—Cede cabreo, Carolina, Calixto cambiará callejero con cachorro calidad.
(Alicia M.)



miércoles, 22 de septiembre de 2021

Texto colaborativo: técnica de improvisación oral


Lobo, ¿estás?

La lluvia es torrencial en la montaña. Habíamos alquilado una cabaña para pasar el fin de semana allí. Nos habían dicho que tenía calefacción y, en realidad, está rota. Por las ventanas se filtra viento, casi no tenemos abrigos. ¿Qué vamos a hacer?, ¿cómo lo resolveremos? ¡Nos vamos a morir de frío!
Miro a mis hijos y veo que están acurrucados en un sillón. No tenemos teléfono y las rutas están cortadas por la nieve. Hago una revisión de los víveres. Encuentro suficientes elementos para preparar una sopa; el caldo caliente ayudará a sobrellevar el fío. También noto una chimenea en una habitación y compruebo que esté funcional; no hay demasiada leña, sí algunas sillas un poco viejas. Decido usarlas como combustible. Si quien nos alquiló la cabaña protesta, la calefacción rota será mi respuesta.
Los chicos se reconfortan con la sopa. Administrando la poca leña que tenemos, más los muebles que usamos para el fuego, podemos paliar un poco la situación. De todos modos, nos reunimos alrededor de la chimenea con cobijas que traemos de las camas para dormir ahí, en el único punto de calor de toda la cabaña. Así pasamos la noche: tormenta afuera y un poco de tibieza en la sala.
Pasada la medianoche, oímos ruidos extraños en el exterior. Luego, unos rasguños en una de las ventanas. La persiana está cerrada, así que eso nos da un poco de tranquilidad; sin embargo, los golpes ahora se sienten en la puerta y cada vez más fuertes. Los chicos gritan: —¡Mamá, ¿no vas a salir?, ¿no vas a hacer nada?!
Alguien o algo intenta abrir la puerta. Corro a poner el pasador, solo habíamos cerrado con llave porque es un lugar tranquilo en la montaña. La fuerza que hacen para ingresar es tal que pensamos: esto no es humano. ¿Quién o qué estará atropellando la puerta?
Para evitar que entren, corremos un aparador frente a la puerta y… ¡los dueños nos van a matar! Entre las sillas que quemamos, el aparador que queda rengo al salírsele una pata en la corrida, la porcelana que está arriba (unas tazas bellísimas), unas copas… porque, yo no les conté, pero es una cabaña ¡de lujo! Habíamos pagado muchísimo por ella. Hay pinturas, porcelanas, cristalería y todo en ese mueble. Pero es tanta la desesperación, que al correrlo caen al piso las copas… ¡la porcelana! Entre el ruido adentro, el ruido afuera y la lluvia que no para, los chicos asustados empiezan a gritar: —“¿¡Qué hacemos, qué hacemos!?
Entonces pregunto: —¿Quién es?
Nada.
—Contesten, ¿quién es?... 
Nada.
Vuelven a golpear la ventana, la puerta, la otra ventana.
Los chicos lloran y gritan más fuerte. No sabemos cómo atajar la situación. De pronto, sentimos gruñidos del lado de atrás de la cabaña. Parece provenir de un animal salvaje. Uno de mis hijos se asoma por la ventana del piso de arriba y advierte: —¡Mamá, mamá, creo que es una especie de lobo!
—¡Oh, qué fantástico!, ¡un lobo! —exclama el otro chico—, podemos amaestrarlo y que sea nuestro amigo.
Subo para 
comprobar lo que dice.
—No, hijo, no. Este animal parece estar sediento de sangre humana —le respondo—. Ustedes quédense aquí, en este cuarto, yo bajaré a buscar un arma o algo que sirva para ahuyentarlo, para que no nos moleste más.
Bajo cuidadosamente la escalera. Me acerco a la cocina y agarro un cuchillo. Este animal no podrá enfrentársele a mis hijos ni podrá atacarnos si yo me envalentono. Camino despacio con dirección a la puerta. Observo por la mirilla. El lobo parece estar alejándose hacia el bosque como si acechara a otra presa. Mi curiosidad me lleva a abrir la puerta con precaución. ¿A dónde irá? Ya no importa, algo despierta en mí las ganas de ir tras él. Me pongo el abrigo y me adentro en el bosque para seguirlo.
Mientras yo corro peligro, mi esposo se esconde en el rellano de la escalera. Si bien es un señor muy elegante y muy amable, es muy cobarde. Un oficinista pusilánime que no se atreve a nada. Yo solita tengo que enfrentarme al mal tiempo, a los problemas con la calefacción, con los animales. Trato de pensar qué hacer con el lobo. ¿Debo ir tras él o volver con mis hijos que quedaron desamparados?, porque con este hombre no se puede contar para nada, no es capaz ni de hacerles un caldo. Quedo pensando por un momento; decido dejar que el lobo siga su rumbo y voy a ver a mis cachorros, ya que soy la única que los puede proteger. Regreso sobre mis pasos. Lo que encuentro en la cabaña me decide a pedir el divorcio: mi esposo llorando, mis hijos consolándolo y 
tratando de calmarlo, porque este hombre está histérico. En este momento dispongo que cuando volvamos a la ciudad, lo llevaré a un psiquiatra y que se arregle. Yo me quedaré con mis hijos.
Agradezco al lobo que me haya hecho recapacitar y pensar en mi matrimonio, que me haya abierto los ojos.
Hasta hace unos instantes tenía la esperanza de que, al volver sobre mis pasos, iba a encontrar al pusilánime con el arma que tiene en el baúl del auto. Imaginé que intentaría pegarle un tiro al lobo y, aunque más no sea, comeríamos carnecita asada. Pero no, él es vegetariano. O sea que un tecito de eucalipto vamos a cenar, con algunas hierbitas que encontremos por allí. Teníamos unos tomates que, entre los llantos y los nervios, se los comió todos y encima le echa la culpa a la ansiedad. Los chicos quieren los maníes que habíamos traído y que también se comió el padre. Así que, no sé, me encuentro en la disyuntiva de cargar los chicos al auto y seguir al lobo (y que el resto del fin de semana mi esposo lo pase solo tomando su tecito de eucalipto y comiendo lo que quiera), o dejar escapar al animal.
No, no mataré al lobo, ¡de ninguna manera! Lo acabo de decidir. Comeré algún asadito o choripán que me puedan vender al pie de la montaña, un vinito caliente para acompañar el frío y un chocolate con churros o alguna cosa para los chicos.
Cobarde, llorón, inútil… no, no, ¡basta! BASTA. Seguiré como pueda, no seré ni la primera ni la última en continuar sola con los chicos. Y estaré eternamente agradecida al lobo. A mi casita le pondré un cartel afuera que diga “El cubil” en su homenaje. El pusilánime tendrá que pasarme la mantención, más mi trabajo, no tendremos lujos pero hambre no pasaremos; ni esta noche con el tecito, ni nunca. Las mujeres tenemos agallas suficientes.
Confieso que yo no quería salir, esta excursión no me gustaba porque la intuición femenina me decía que algo nos iba a pasar; además, no es la primera vez que nos pasan cosas. Eso de salir con un hombre que no toma decisiones y con dos criaturas no es lo mío. Admito que cada vez estoy más renegada, prefiero quedarme en casita, cómoda y no estar peleando con las cosas, no complicarme. 
No les conté, pero cuando dudé en ir tras el lobo me dije que para qué, si en una de esas el lobo se enamora de mí me lo tengo que llevar a mi casa; otro pusilánime más no, con uno es suficiente.
Encima tuve que hacer sopita, que a mí la sopa no me gusta, y la calefacción a leña tampoco porque el olor me hace mal, aunque no tuve más remedio. Ahora estoy pensando que tendríamos que haber contratado un seguro porque a la cabaña la habíamos alquilado, y si uno no la deja en las condiciones que estaba -como cada vez que se alquila algo-, tendremos que pagar… y las cosas no están saliendo muy bien. De todas maneras, como hace tiempo tomé la decisión de preocuparme poco por lo que le pase a los demás para que me pase menos a mí también, reflexiono: “cuando vuelva a casa me separo, hago los trámites para que me pase algo de dinero, y si no quiere no me preocupa. Con todas las anécdotas que tengo de las veces que salimos de vacaciones (y esta última creo que será la frutillita del postre) me hago escritora, me vuelvo rica y mantengo a los chicos. El pusilánime que siga llorando, que siga comiendo su sopita, que siga con su tecito, y si tiene ganas de seguir siendo vegetariano, allá él; es más, le recomendaría que además se haga vegano para ser más sano”. 

 (Analía, Alicia M., Alicia G., Amparo, Alcira Elena, Fabiana, Adela)




domingo, 19 de septiembre de 2021

Erotismo, humor y pasión


Un domingo familiar

Abrió la ventana y el fresco aire mañanero inundó el recinto. El sol prometía un espléndido día primaveral. Se dirigió a la cocina y lavó las tazas del desayuno. A través de la ventana lo vio hachando leña para el asado dominguero. Se recreó con la vista del torso desnudo.
Mientras preparaba el comedor para los invitados, recordó cuando recién ocuparon la casa, con muebles usados, una vajilla sencilla. Ahora, la enorme mesa resplandecía con el colorido mantel, los platos blancos, las copas con bordes dorados.
Fue nuevamente a la cocina, lavó las verduras para la ensalada. Mientras la cortaba y colocaba en coquetos boles, él entró. Sin palabras se le acercó por la espalda y rodeó su cintura con sus brazos. Sus labios depositaron leves besos en el cuello femenino arrancando un profundo suspiro.
Ella se volvió hacia él y acarició su rostro acercándolo a sus labios, rozándolos con aleteos de mariposa. Él profundizó el contacto y sus lenguas empezaron un juego asaz conocido, un idioma secreto que impulsó la pasión.
Sin soltarse y casi sin darse cuenta entraron en el dormitorio y se dejaron caer en la cama. Las manos guerrearon con las ropas y, victoriosas, las arrojaron al suelo. Las caricias se intensificaron en un camino mil veces recorrido y, sin embargo, siempre nuevo. A punto de sumergirse en ese voluptuoso océano, apenas escucharon las risas que venían de la puerta principal y los pasitos apresurados al grito de: 
—¡Abuelitos, ya llegamos! (Alicia M.)


Media hora antes de volver a verte

Anochecer en el aeropuerto. Dos meses sin vernos. Mientras espero tu regreso, saboreo un helado de granizado, tu preferido. Y te imagino, y te deseo, y me anticipo a tu presencia. Con cada cucharadita, un nuevo recuerdo vuelve a mis sentidos:
Tu cabello, siempre limpio, perfumado; mis dedos jugando con su sedosidad y mi olfato inundándose de tu aroma varonil.
Tus ojos, oscuros, profundos; mi imagen se refleja en tu iris y nuestros universos fundiéndose. ¡Cómo no recordarlos si hemos llegado hasta lo más profundo con sólo mirarnos!
El calor de tus labios recorriendo mi cuerpo. El calor de los míos, recorriendo el tuyo. Mi pecho sintiendo tus caricias, tus besos…
Una cucharada de helado semi derretido cae al piso y me sonrojo, como si el resto de las personas pudiera adivinar mis pensamientos.
Tu cuello, tu punto débil. Mi cuello, mis oídos… tu respiración agitándose…
Tus brazos fuertes, donde quiero descansar por el resto de mi vida. Mis brazos frágiles, esperando ser rodeados por tu cuerpo y su calor.
Mis dedos, enredando a los tuyos. Tus dedos rozando mi dermis. Mi corazón acelerándose, mi respiración acompasando la tuya.
Besos, caricias, miradas… gotas derretidas se desplazan por mis manos. Llevo un dedo a mi boca para mitigar el enchastre. Mientras lo lamo lentamente, mis oídos escuchan una voz familiar que dice: AMOR Y HELADO, EL MEJOR RECIBIMIENTO. Le das un mordisco al granizado, tus labios rozan mis falanges, mi cuello y toda mi boca.
Hay un charco cremoso a medio consumir en el suelo, tu cuerpo y el mío deseándose en un mar de pegote y helado, lágrimas de felicidad en los ojos y nuestros corazones palpitando velozmente.
(Fabiana)


Matemáticas

Durante mi adolescencia fui expulsada de varias escuelas de nivel secundario. Los motivos fueron bastante parecidos: “conducta inapropiada”, “comportamiento obsceno” y varios más por el estilo.
Tengo veintipico de años. Por presión familiar y a regañadientes comencé a cursar en un colegio nocturno. Bastante deprimente y poco atractivo el entorno. El edificio muy deteriorado y mis compañeros con serios problemas de conducta.
Cuando lo conocí, mi vida se convirtió en una explosión de imágenes, todos mis sentidos enloquecieron, mi imaginación se desbocó.
Enrique García Rubianes es el profesor más sexy que existe en el mundo. Su materia la más detestable: matemáticas.
Jamás falto a sus clases. Me siento en el primer banco para admirarlo en toda su magnífica humanidad. Hoy luce pantalones de jeans gastados, camisa ajustada con tres botones desabrochados. La indumentaria insinúa sus músculos que lucen como si los hubiese tallado un orfebre.
Ojos negros de mirada profunda, cejas tupidas, nariz recta, mentón con hoyuelo, sienes plateadas de experiencias vividas. Una barba recortada enmarca su rostro gitano. El perfume de hombre envía descargas eléctricas a mis alborotadas hormonas.
Anuncia que hablará de números primos. Números, números… “¿el sesenta y nueve es primo?”
Nos imagino tumbados sobre un toallón rojo pasión en el caribe. La playa mucho menos ardiente que yo. El sol se oculta entre las nubes, el atardecer trae promesas reprimidas dispuestas a concretarse. Nuestras bocas de labios voluptuosos sedientos de amor, sus manos recorren mi cuerpo con ansias. Mi número favorito…
─¡¡Señorita Bermúdez, abra los ojos, deje de lamer la lapicera y conteste mi pregunta!!...
(Alcira Elena)


¡Qué noche, Teresa!

Lucy, hace tanto tiempo que no charlamos. No puedo esperar a verte. Necesito contarte mi última conquista.
Conocí un hombre. Me hizo erizar hasta el ombligo.
Alto, elegantísimo. Olía exquisito. Bien aseado. Un sobretodo gris acompañaba los pantalones claros de lanilla.
Fue en el colectivo rumbo al trabajo como todas las mañanas. Lo vi de pie, tomado del pasamano.
Estaba allí frente a mi asiento. Sus ojos me miraron y los míos apuntaron no a los suyos, sino al sobretodo.
¡Qué difícil explicártelo por email! Cómo te lo digo… mirá, era una prominencia importante que provocaba una elevación en su abrigo.
Sentí curiosidad e ilusión. Un calor suave fue aumentando de intensidad y se convirtió en llamaradas que invadieron mi rostro y se extendieron más allá de mi pecho.
Lo mejor vino al día siguiente. Cuando subí al cole, él estaba sentado y sólo quedaba un lugar a su lado. Me acomodé allí. Una frenada inesperada hizo que esa dureza que ocultaba su sobretodo, tocara mi pierna. Empecé a temblar y un sudor frío se apoderó de mí.
No te rías, Lucy. Imagino estarás diciendo: Tere, Tere, siempre soñando, pero nunca concretás como me dijiste en tu última carta.
Claro, vos casada y con hijos. Yo sola a los cuarenta y cinco años y, para colmo de males, virgen. Sííí. Yo, Teresa Pascal, aún VIRGEN.
¿Que no concreto? Vos sos testigo de mis frustraciones. ¿Te olvidás de mi primer novio? Sí, “Raulito”. Me usó para salir, divertirnos. Lo pasaba bomba con él, pero un día me dijo que era gay. Solo quería lucirse conmigo ante amigos y familia, para que no sospecharan. Tremendo pelotudo. No asumir su sexualidad. Ni que viviéramos en época de las cavernas.
¿Y después? ¡Peor! Me casé. Estuviste en mi boda. ¿No recordás lo que pasó luego?
Un fraude. No tenía nada de nada. Dinero no, lo otro… era un porotito, o un garbancito. Nunca pasó lo que tenía que pasar. Matrimonio anulado.
A partir de allí mis días pasaron sin penas ni glorias. Jamás conocí nada de lo que vos disfrutás. Solamente una tarde que me sentía bastante deprimida, fui a pasear al jardín botánico y me quedé parada frente a la estatua del David de Michel Ángelo. Todo desnudo, con GRANDES ATRIBUTOS. Quedé petrificada. ¡Estuve casi una hora! El cuidador vino a preguntarme si me sentía bien. Por poco me retiran los guardias, porque no me quería ir. Es todo lo que vi en mi vida. Pero era de mármol, nada en carne y hueso.
Por eso, cuando aquel hombre me invitó a salir, creí que había llegado mi hora de conocer algo sustancioso.
Fuimos a su departamento. Cenamos y luego me dijo: —Mirá, tengo que comentarte algo fundamental. Ya somos grandes…
¡Claro!, pensé, nada de vueltas. Este va derecho al grano. ¡Al fin!
—Dale, decime.
—Sabés, tengo un arma muy grande y…
—¡Uf! Empecé a empaparme. ¡Qué machazo! Me lo anuncia así, de una. Después de haber sentido su dureza en el cole, podía imaginar su tamaño.
—Ahora te la voy a mostrar para que no te asustes —y anunció a continuación—, vamos al dormitorio.
Y allí empezó a bajarse los pantalones.
A esta altura, yo veía nublado y el calor deshacía mis ropas.
Quedó en calzoncillos con su armamento al aire.
Era un arma importante, pero no la que yo creía. Era de metal, las que hacen ¡PUM! ¡PUM!
Me comunicó que siempre hacía el amor con ella colgada de su cintura y bien cargada, para estar a salvo ante cualquier imprevisto.
Caí desmayada. Cuando desperté me encontré sola y todavía VIRGEN.
(Alicia G.)


Encendidos

Veinte grados, la temperatura ideal para una fiesta privada al aire libre. Si alguno de los presentes hubiera querido entablar una conversación, habría sido inútil por el volumen de la música. Ninguno de los invitados quería hablar y menos si de fondo sonaba el tema de Cyndi Lauper, Girls just wanna have fun.
Cora llevaba un vestido de seda negro con un escote profundo en la espalda, sandalias bajas y el cabello suelto. Resumían la simpleza de una mujer que no necesitaba nada más. Destilaba sensualidad cuando el vestido corto de seda se adhería a su cuerpo y descubría la perfección. Para Gonzalo, ella era un fuego. Así, a cara lavada y descontracturada. Habían bailado en grupo toda la noche, pero ellos dos parecían imantados. Sus cuerpos y sus miradas se buscaban todo el tiempo e inevitablemente.
Cora y Gonzalo coincidieron en un pasillo y él aprovechó la oportunidad para abordarla. Sin decir una palabra, la tomó por la cintura y se pegó a su cuerpo. El contacto aceleró las palpitaciones de ambos.
Tranquila —le susurró al oído. Y mirándola a los ojos, la acercó un poco más hacia sí. Ella pudo sentirlo completamente y se ruborizó, pero no dijo nada. Él apoyó suavemente los labios en el borde del cuello de la mujer y comenzó a saborear cada milímetro de su piel. Acarició la parte de la espalda expuesta por el escote y provocó en ella un temblor casi imperceptible, suficiente como para revelar su excitación. Cora apoyó las manos en los hombros de él y ascendió hasta enterrar los dedos en su cabello negro. Los labios de Gonzalo, desbordados y lujuriosos se encontraron con los de ella para fundirse en un beso eterno.
Desde el primer momento había podido interpretar cada gesto, cada mirada de Gonzalo, aunque no habían tenido la oportunidad de estar a solas. Ahora, Cora sentía que algo explotaba en su interior.  Renunció a la intención primaria de traducir y procesar cada estímulo. Se dejó arrastrar y perdió la noción del tiempo y el espacio.
Las sensaciones embriagadoras los arrojaron a la marea de placer, donde no había lugar para el pudor. Cora desabrochó unos botones e introdujo las manos en la camisa de Gonzalo para acariciar y besar su torso. Él decodificó el mensaje y deslizó ambas manos suavemente por su espalda, bordeando el escote y rozando la piel con la yema de los dedos hasta detenerse en la parte baja. Devorándola con los besos, tiró delicadamente hacia arriba la tela del vestido para colocar las manos entre la piel y la ropa interior. Mientras él avanzaba, ella intuitivamente comenzó a bajarle el cierre del pantalón.
Extasiados, descubrieron sus cuerpos para amarse con locura y estallaron de placer. El fuego generado por ellos mismos los envolvió. Encendidos los dos, incendiaron todo a su alrededor.
(Analía)


Amor en azul

Le gustaban las sábanas de colores oscuros, pero todas las que tenían eran con fondo claro y florcitas o dibujitos. Cuando fueron a vivir a otra ciudad, su sueño se cumplió.
Estaba paseando y mirando vidrieras. En un local de una firma extranjera, una vidriera con cajas exponía un juego de sábanas con fondo azul y guardas rojas y negras. Sin pensarlo, las compró. No se lamentó por el costo. Pensó: “Lo bueno cuesta caro, mas los gustos hay que dárselos en vida”.
Las guardó para estrenarlas el día de su aniversario de casada. Era una tradición que mantenía desde siempre.
Llegó la fecha esperada. Renovaron los votos matrimoniales -como siempre-, fueron a cenar -como siempre- y al volver a la casa…
Les dejo a ustedes, amigos lectores, la respuesta. Sí, pasó lo que imaginan. Aunque para festejar no hacen falta los aniversarios, esos días uno se esmera un poco más.
A la mañana siguiente, se despertaron. Se besaron, como cada día, y su copiloto le preguntó: “¿Te sentís bien?”. Lo miró. Antes de responder pensó: “¿Qué me pregunta?, anoche estuvo bárbaro, pero tampoco la pavada” y le dijo: “Sí”.
Él explicó: “Estás cianótica”. “Vos también”, le dijo ella. Las carcajadas despertaron a los que dormían en los otros dormitorios. Los amantes tenían las caras y el cuerpo con hermosas rayas azules producidas por el antojo de una soñadora que no pensó que la ropa, antes de usarla, había que lavarla.
Pasó el tiempo, las sábanas están gastaditas y aún conservan la mala costumbre de desteñir. Ahora las usan los cuatro patas de la familia, cuando se suben a la cama.
(Adela)


Cena de trabajo

Sentada en mi sofá, observaba las pequeñas gotas de lluvia caer con paciencia. No había elegido la mejor noche para invitar a cenar a Pablo. Mi intención era tratar de convencerlo de que me ascendiera.
Ya estaba oscureciendo y comencé a dudar de su llegada. Por lo general, no me ponía nerviosa por las reuniones acerca del trabajo, si se le puede llamar así, pero últimamente me sentía extraña al encontrarnos en la cafetería o en el pasillo del edificio. Él me resultaba misterioso, como si no deseara que las personas leyeran su pensamiento; sin embargo, yo podía leer que su esposa no ocupaba un lugar importante en su mente.
Me levanté del sofá, lo ordené un poco y fui hasta el baño a retocar mi vestido hasta las rodillas y mi maquillaje. Estaba ansiosa, pero no dejaría que fuera obvio.
El timbre sonó y mi corazón se aceleró. Por las dudas, observé mi reflejo una vez más, y corrí hasta la puerta. Me detuve frente a ella un instante e hice la pregunta usual: —¿Quién es?
Se hizo una pausa y su voz apareció en el vacío.
—¿Pensás dejarme en la helada, solo?
Su tono parecía seductor, aunque quizás fuese solo mis ganas de que así fuera. Abrí la puerta y me encontré con su firme presencia. Tenía un abrigo elegante. Lo dejé pasar en silencio y él se dio media vuelta.
—Linda lluvia ¿no? Como para descorchar un vino cerca del hogar.
—Si tan solo tuviera un hogar...
—El hogar es donde uno está cómodo —comentó dejando el abrigo en el perchero.
Comenzó a rondar alrededor de la mesa donde yo tenía preparado un humilde despliegue y luego pidió permiso para sentarse. Tragué saliva y repetí sus pasos.
—Qué ocupada estuviste, parece que no estás tan concentrada en tus archivos —comentó con una sonrisa sarcástica.
—Esto también cuenta como importante —le dije tratando de mantenerme seria, y advertí—Voy a servir la comida.
Tomé las pastas que había cocinado con cuidado, mientras seguía esforzando mi indudable atracción. El retomó la conversación sin importancia.
—Tuve que avisarle a mi esposa que hoy me iba a la casa de Juan a discutir negocios, si hubiera sido honesto no hubiera sido agradable —agachó la cabeza con seriedad.
—Se pueden malinterpretar las cosas —respondí. Coloqué la fuente sobre el mantel, enredé mi tenedor en los fideos y empecé a servirle.
—Qué rica se ve la cena, ¡te luciste!
Estiré mi pie y empecé a acariciarle sus piernas con suavidad. Su expresión cambió notablemente.
—No deberíamos —susurró sorprendido, mientras yo me levantaba y tomaba su rostro para besarlo efusivamente. Me aferró de las caderas con intensidad, empujándome con su cuerpo al sillón donde una vez reflexioné, y posicionándome para unificarnos. Descolocaba cada centímetro de mi ser con su tacto impecable. Con precisión rasgó un delicado tramo de dulzura en lo que solía ser mi cuerpo, que ya no era mío, era su posesión. Aunque fuera vergonzoso decirlo, volqué toda mi confianza en su obra. Lienzando cada rincón, cada extremo, con sumo cuidado liberaba humedad de mis partes íntimas. Parecía que los dos habíamos perdido la cordura y estábamos entregados al momento. Era curioso cómo con tanta sabiduría movía mis piernas a su ritmo, y mis muslos quedaban desprendidos a su merced. La vorágine de deseo había nublado su conciencia, porque ahora yo no dejaba de escuchar sonidos viriles que también me transportaban a mí.
Cuando todo terminó, me miró a los ojos y dijo: —Debo irme ya.
(Amparo)


domingo, 12 de septiembre de 2021

Epígrafe

 
Bañada de luna

Cada tanto, la vida 
arroja lunas a mis pies.
Autor anónimo

La luna… la luna… la luna… Siempre la luna presente en mi vida.
Allí está, asomada a la ventana, acompañando mi melancolía y la soledad de mis días.
“Guardá el aire fresco de la luna en una bolsita de tul, y colocala debajo de la almohada”, me dijeron. “Su frescura pasará entre la fina tela y acompañará tus sueños con dulces historias: de enamorados, de duendes traviesos, de noches mágicas…”
Hoy, noche fría. Se mete por mis huesos y mi alma. Ambos necesitan calor.
La luna brilla en todo su esplendor en esta fase nueva. Siento su tibieza, su compañía. Viene bañada de aguas cálidas, huele a rocío. Acude a mi encuentro con misterioso encanto y su luz corona mi noche.
Miro hacia el cielo: luna de plata, espejo silencioso…, busco lo posible, lo imposible.
Estiro mis brazos. Tomo un trozo de su serena transparencia y lo coloco en el “porta tul” que preparé. Me atrevo también con un rayo resplandeciente que ubico a mis pies, para que permanezcan tibios toda la noche.
Hoy, serás testigo y cómplice de mis sueños. (Alicia G.)


La cazadora

Cada tanto, la vida 
arroja lunas a mis pies.
Autor anónimo

Me gusta cazar. No se asusten, me gusta cazar frases. Tengo un don para eso. Escucho a alguien y tomo parte de lo que dijo porque me corrió frío por la espalda o porque me despertó una carcajada.
No lo hago a propósito. No salgo de casa con ese objetivo, mas siempre vuelvo con alguna.
Ayer salí a caminar con unas amigas. Confieso que no me gusta caminar, pero desperdiciar una invitación de alguien querido es pecado.
El día invernal estaba despistado, creyó que era primavera y nos regaló un sol y una temperatura dignos de la mejor temporada golondrinesca.
Una señora, un poco más grande que yo, vestía una remera que en su espalda tenía escrito: Cada tanto la vida arroja lunas a mis pies. Me olvidé de mis amigas y empecé a divagar. ¿La vida arroja lunas? ¿Si las arroja, caen a mis pies? ¿Eso ocurre cada tanto o siempre?
Escuché que una de las chicas decía: “Sonamos, empezó la caza”. Volví al paseo, pero como puedo hacer más de una cosa a la vez, mientras hablaba con mis compañeras de caminata pensaba que yo no necesito que la vida me arroje lunas. Yo solita vuelo a las lunas cuando quiero para evitar que las pobres se lastimen si las arrojan. (Adela)


Princesa de la noche

Cada tanto, la vida 
arroja lunas a mis pies.
Autor anónimo

Ella, arrogante, continúa su andar indiferente a suspiros y deseos terráqueos.
Siguió al planeta y quedó prendada de su belleza virgen, fresca, perfecta. Sin humanos que, tristemente, después llegaron para afearlo, corromperlo, descuidarlo.
Los enamorados la hacen su cómplice. Los animales aúllan a su paso, henchidos de nostalgia porque no pueden alcanzarla.
Regente de las mareas. Las aguas de ríos y océanos danzan con su reflejo de plata. Brillante, lejana. Las hechiceras del bosque cantan, saltan y festejan en su honor, mientras las pócimas pasan de mano en mano.
Cuando va a cenar con las nubes, amigas y confidentes, es refugio de malhechores. El sol -rey de reyes- huye entre las sombras de su princesa, tan caprichosa como inaccesible.
Nueve lunas esperan las madres. ¿Cuántas pasaron desde la última vez que te vi? ¿Cuántas más para que volvamos a vernos? Recuerdo tu abrazo cálido, cariñoso, contenedor. Momento ideal para permanecer en ellos y ver pasar todas las lunas. Tus palabras dulces, ojos oscuros de mirada inocente y amorosa. Tu convicción de que en otra vida todo fue posible para nosotros.
Aquella vez fue el reencuentro de dos almas viejas que se reconocieron y besaron cuando nuestras miradas se cruzaron en silencio.
Las lunas siguen llegando y yo espero… siempre esperaré. (Alcira Elena)


La última luna

Cada tanto, la vida 
arroja lunas a mis pies. 
 Autor anónimo

Las medias de seda delineaban las piernas largas de Berta. Los tacos de charol, la chaqueta y la mini de lurex le aportaban brillo esa noche. Lo necesitaba. Anestesiada por el efecto de lo que había tomado, elevó la vista y entre los intersticios de las edificaciones la descubrió. Cada luna llena le recordaba el paso del tiempo y lo poco que a ella le quedaba. No podía dejar de admirarla. Sus ojos se llenaron de lágrimas y un dolor fuerte en el pecho la obligó a detenerse. Apoyó sus manos delicadas en la pared descascarada, y comprendió que era la última. (Analía)


Origen distante

Quién sabe dónde quedan 
mis próximos soles.
Autor anónimo

El espacio infinito es la ruta para un nuevo hogar. Ahora somos realmente libres para elegir el rumbo de nuestras vidas.
Somos un pueblo asaz religioso. Dicen nuestros textos sagrados que los dioses crearon un planeta para nuestra raza. Nos salvaron del caos y nos ubicaron en este mundo ideal. A través de la historia, nuestros ancestros levantaron una gran civilización. Hubo pocas guerras por rivalidades o territorios; somos una etnia pacífica y negociadora.
Últimamente, tensiones sociales han enturbiado la armonía que nos ha caracterizado. Siempre hubo grupos disidentes, minoritarios, pero no alteraban las creencias del pueblo. Cuestionaban la validez de ciertos preceptos sobre nuestro origen. Basados en leyendas milenarias, transmitidas en forma oral como cuentos para niños, sostenían que este no era nuestro mundo originario. Según ellos, veníamos de un planeta lejano, en otra galaxia, que había sido impactado por un cuerpo celeste causando el fin de la vida. Un grupo de habitantes, que habían logrado un gran adelanto tecnológico y alertados sobre la inminente catástrofe, pudo construir una nave en la que escaparon de su hogar. Vagaron cientos de años en el espacio hasta que sus descendientes lograron llegar a este lugar.
Esa versión es ferozmente combatida por la Iglesia que la declaró herética. La mayoría de la población no daba crédito a estos predicadores hasta que los astrónomos hicieron un descubrimiento inquietante. A través de radiotelescopios recibieron una señal proveniente del espacio exterior, pero no de cualquier parte sino de las coordenadas mencionadas en las antiguas leyendas. Esto originó una gran agitación social, volvieron los cuestionamientos que la Iglesia se encargó de reprimir en forma por demás severa. Los herejes fueron perseguidos y encarcelados, obligados a reconocer su herejía para recobrar la libertad y salvar sus vidas.
Unos pocos decidieron que lo mejor era exiliarse, huir y buscar la procedencia de la intrigante señal. Mi abuelo y su familia estaban entre ellos. Varias naves partieron y, aunque fueron perseguidas, pudieron alcanzar el espacio profundo sin bajas. Las naves fueron nuestro hogar durante muchísimo tiempo. Mi abuelo primero y mi padre después fueron los comandantes de esta nave-ciudad que no hemos abandonado desde la partida. Muchos quisieron dejar de deambular por el espacio y afincarse en algunos de los planetas que conocimos, pero el mandato era llegar al antiguo hogar y demostrar la veracidad de las creencias que nos habían costado el exilio. La deserción era castigada severamente. Habíamos huido a causa de la intolerancia, sin embargo, esta viajaba con nosotros e imponía su cerrazón a cualquier contradicción.
Mi padre era ya anciano y yo ocupaba su lugar cuando arribamos a nuestro destino. Era un hermoso planeta; el agua ocupaba la mayor parte de su superficie y se respiraba un oxígeno mucho más rico que en el antiguo hogar. Pero sus habitantes fueron una sorpresa. Su aspecto era muy distinto del nuestro: sus cuerpos eran blandos, carentes de armaduras óseas; sus caras, chatas y sus dientes, pequeños. Las cabezas carecían de crestas y estaban cubiertas por filamentos. En este mundo prevalecían los mamíferos.
Si bien su civilización no era tan avanzada como la nuestra, estos seres eran particularmente agresivos entre ellos y desarrollaron mortíferos armamentos; a tal punto que debían mantener un precario equilibrio para no destruirse a sí mismos y al planeta. Aún sí, guerreaban entre ellos por cualquier motivo: recursos, territorio, religión...
No podíamos presentarnos ante ellos sin causar una conmoción mundial, pero sí estudiarlos. Descubrimos que su historia narraba la llegada de un meteorito unos sesenta y cinco millones de años atrás, que extinguió lo que ellos denominaban dinosaurios y cuyos restos estudiaban. Esos animales los fascinaban de una manera particular; al punto de ocupar una buena parte de su cultura. Pero desconocían por completo que algunos de esos que ellos llamaban “lagartos terribles” habían desarrollado una avanzada civilización.
Comprendimos que ese hogar primigenio ya no nos pertenecía, no teníamos lugar en él y deberíamos buscar nuestro propio lugar. (Alicia M.)


Reflexión


Cada tanto, la vida 
arroja lunas a mis pies. 
 Autor anónimo

Ellas me motivan para seguir luchando por lo que deseo y no parar hasta conseguirlo.
Las luces de la ciudad me invitan a reflexionar sobre todas las decisiones que he tomado, sobre las veces que me he equivocado pensando que, por fin, sería productivo; o sobre el hecho de elegir a las personas equivocadas, de no poder dormir a tiempo.
Todo lo que pienso parece ponerme más nerviosa, así que tomo un libro que me recomendaron y empiezo por el primer capítulo. Inicia con un epígrafe: “La luna es mi acompañante cuando necesito inspiración...”
Mis amigos también me han ayudado a transitar momentos en los que me nublaba por saber, descubrir el sentido de mi vida. (Amparo)


Amolaluna

Cada tanto, la vida 
arroja lunas a mis pies.
Autor anónimo

Amo los atardeceres. Ese momento del día donde la noche se asoma despacito, como abriendo un pesado portón de hierro.
Algunas veces siento que, en ese momento, la luna es como la llave de la cerradura, que permite la apertura. Al igual que su compañero, el sol, siempre está presente. A veces visible, otras no. A veces brillante y redonda, otras tímida y casi imperceptible. Tiene un perfil más bajo que el astro rey, pero no es menos importante, al menos para nuestro planeta.
En muchas oportunidades, salgo de una corridita al patio porque alguien dijo: "¡Vení!, ¡mirá que hermosa luna!". Y entro rápido a buscar el telescopio y la cámara de fotos para inmortalizar su imagen.
Hay noches que camino junto al mar, con el sonido de las olas al romper y su imagen iluminando el firmamento, como únicos compañeros. Es entonces cuando me enamoro de ella y sueño que soy un astronauta que viajo al encuentro de mi amada. (Fabiana)


domingo, 5 de septiembre de 2021

Coplas


¡Fiesta!, por Alicia G

Se reúnen animales
a saltar en la laguna,
Llegan de varios sectores
comiéndose una aceituna.

La hermosa rana Juanita
con un moño en la cabeza,
salta, salta, y sonríe
haciendo una gran proeza.

Brincando en solo una pata
se acerca el sapo Pepón,
con camisa verde oscura
y colorido pompón.

Son mucho más de cincuenta,
reunidos con alegría.
Comen, ríen, cantan, bailan.
¡Esto es todo algarabía!

Después de tanto bullicio,
prometen con ilusión,
pronto volver a encontrarse
y viajar en un avión.


Copleando, por Adela

Un bicho nos encerró
en las casas nos quedamos,
mas llegaron las vacunas
y podemos liberarnos.

Igual, con la precaución
no debemos descuidarnos.
La cosa va para largo,
este bicho es desgraciado.

Ya vendrán tiempos mejores
y podremos encontrarnos,
darnos besos con abrazos
y tal vez hasta juntarnos.


Mil intentos, por Alcira Elena

Rimas, rimas y más rimas,
mil intentos; son momentos,
es el modo de avanzar:
versos, métrica, sonetos.

Delineados bien los ojos
mágicamente embrujados,
brillantes, de rasgos nobles,
mucho fuego, y azorados.

Y las estrellas titilan,
algunas voces acallan,
los grillos dejan su canto
y las lechuzas batallan.


Ellos sufren, por Analía

Tormentosa y desafiante
adolescencia bravía,
si pudiera contenerte
mi paciencia bastaría.

¿Y si a tus miedos esquivas
sin pensarte postergado?
¿o atrapado en el encierro
urticante y silenciado?

Podrás vencer las contiendas
y así engañar al destino.
Podrás desplegar tus alas
para abandonar al niño.


Coplas sinceras, por Alicia M.

Palabritas combinadas
en versitos octosílabos,
con asonancias en dos,
escribiré con desgano.

Copla, coplita coplera
que provocas mi sufrir.
Versos arduos si los hay,
pero al fin los escribí.


Gualicho pa'calentar, por Fabiana

Tarde fría en la ciudad,
más fría está la heladera
buena idea la de Sole:
¡llamar a la curandera!

Con sus miles de yuyitos
habrá buen calor de hogar
o con tecitos amargos
o con hojas de nogal.