Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

sábado, 6 de agosto de 2022

El viejo Gregorio


Todo pueblo tiene su personaje-leyenda y el de Bajo Hondo era Gregorio. En una mini localidad como la nuestra, todos nos conocíamos y el que era un poco peculiar, sobresalía como un faro en la oscuridad.
Era alto y delgado, erguido a pesar de sus ochenta años. Protegía su calvicie con una boina de la que asomaba un cabello canoso, otrora rubio. Sus ojos claros conservaban una vista privilegiada, su puntería era impecable.
Siempre servicial, era muy habilidoso en arreglos hogareños. Le gustaba estar con los niños. Era muy frecuente verlo rodeado de chiquillos, les contaba historias, les enseñaba a trenzar cueros.
Trabajó toda su vida en tareas agrícolas; recaló en Bajo Hondo junto con su esposa Luisa. Solo tuvieron un hijo que ahora vive en Punta Alta y quiso llevarlo consigo cuando su padre enviudó. Pero él se negó a abandonar el hogar, colmado de recuerdos, donde había sido feliz.
El viejo Gregorio, como lo llamaban los adultos, solía recorrer el campo a caballo. Un matungo viejo y manso que se dejaba acariciar por los chicos y aceptaba gustoso las golosinas que ellos le daban.
Le gustaba cazar, solía traer vizcachas, perdices, liebres. Preparaba verdaderos manjares. Una vez me hizo probar cola de iguana, antes de decirme lo que era. Yo tenía nueve años y le pregunté por qué comía esas cosas. Era una forma de recordar su niñez. Me contó que se había criado en el campo en una época en que el supermercado estaba muy lejos y había que arreglarse con lo que se consiguiera. Su padre les había enseñado a él y sus hermanos que “todo bicho que camina va a parar al asador”.
Se contaba en el pueblo que había sido muy buen mozo de joven y que no había chica que se le resistiera. Pero no pudo con Luisa; él decía que había ido por lana y había salido trasquilado. En suma, ella lo llevó al altar.
Tuvo tres nietos; Luciano, el menor, según decían, era el más parecido a él cuando era joven. De hecho, tenía la misma fama de seductor que su abuelo. Fue mi profesor de matemática en primer año. En el pueblo les llamaba la atención que un ingeniero civil se dedicara a la docencia, sobre todo en Bajo Hondo.
Ante los comentarios de los vecinos, el viejo Gregorio respondía socarronamente sobre la reciente vocación de maestro de su nieto. Él sabía que la razón detrás de ese afán educativo era la nueva profesora de Ciencias Biológicas.
Ana era una joven muy bonita, alta, morena, un cabello liso y oscuro que llegaba hasta su cintura, sonrisa fácil y fuerte carácter. Luciano y ella se conocían desde pequeños ya que eran vecinos del barrio. Cuando él llegó de La Plata con su título bajo el brazo y la arrogancia de quien se sabe atractivo para las mujeres, reparó en que aquella chiquilla de rodillas sucias con la que se trepaba a los árboles cuando eran niños, se había convertido en una hermosa mujer.
Todas sus estrategias de seductor se estrellaron ante la indiferencia de Ana que lo trataba como un amigo más. Él lo tomó como un desafío. Y en el proceso terminó dando clases en Bajo Hondo por el solo hecho de poder viajar con ella desde Punta alta.
Siempre pasaban a saludar al abuelo, y este los miraba irse con una sonrisa pícara de viejo sabedor del final de esa historia; después de todo, veía repetirse la suya y murmuraba socarrón: “Todo bicho que camina…”.

Alicia M.