Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 29 de agosto de 2021

Información solapada


Decidida y soñadora

Camina por aquellas calles que tanto recorrió en otras épocas de su vida; cuando dio sus primeros pasos, durante la niñez y la adolescencia.
No se siente una persona mayor, aunque hace ya tres años que cumplió los veinte.
Llega a la casa, la de su infancia. El frente permanece igual, un poco deslucida la pintura por el paso del tiempo.
Entra sabiendo que a partir de ese momento es su vivienda. Pero ya no están aquellos seres amorosos que acunaron sus sueños y guiaron su andar.
Da unos pasos en el interior, titubeando, como cuando era pequeña y se estaba iniciando en avanzar hacia el nuevo camino de la vida.
Le parece escuchar aún, el eco de las voces de sus padres llamándola: “Ely, Ely… ¿dónde estás chiquita?”
Ya nadie la llama así. Ahora, sin diminutivo, simplemente Eleonora. Algunas veces, su novio le susurra al oído aquellas tiernas palabras, mientras que -con un pincel- le mancha la nariz con un toque de óleo. De esta manera la hace sonreír y evita que las nostalgias de los recuerdos se hagan presente.
Han pasado tres meses desde que se instaló en el lugar. A veces la soledad la atrapa en un pasillo oscuro, pero entonces escucha las melodías que tanto bien le hacen a su alma. Claro, el entusiasmo hace que se exceda en el volumen, entonces los vecinos golpean su puerta para pedir que lo baje.
¡Cómo le molestan aquellas actitudes! y más cuando son de personas que viven a pasos de su casa.
Ella necesita las canciones. Necesita cantar en todas partes, no solamente en su casa. Necesita oír su voz en calles, plazas… Las recorre tarareando música, mientras busca ese trabajo que no llega.
Canta sola y también en grupo. Canta para acallar las tristezas pasadas y la actual: encontrar una ocupación estable.
Su novio le alegra las tardes. Él es más despreocupado y la alienta con sus palabras:
—Mi amor, sos fuerte y tenaz como un lobo. Hacés honor a tu apellido.
Allí lo siente llegar. La acompañará a la entrevista que tiene en unas horas.
Inician el camino, cantando y conversando. Él, con sus pinturas y papeles pues cada vez que la espera, aprovecha para preparar bocetos.
Recorren algunas cuadras cuando, de pronto, un grito hace que dirijan su atención hacia la vereda de enfrente.
Una mujer grita y defiende su bolso. Un hombre encapuchado, apuntándola con una pistola, tironea con fuerza para sacárselo.
—Te callás o disparo —vocifera y, sin esperar más, le tira a quema ropa, toma el bolso y sale disparando en la moto conducida por su cómplice. La gente se amontona, la policía llega, la ambulancia…
Eleonora apenas puede sostenerse en pie. Él, su novio, alcanza a sostenerla mientras repite en su oído: “Ely… Ely… chiquita… mi amor…”. (Alicia G.)


Solicitud de amistad “on line”

Noche de invierno en Punta Alta. Un café y un trocito de queso acompañan a María mientras revisa sus redes sociales. Encuentra algo que le llama la atención y es la excusa para llamar a su amiga por teléfono:
—Hola Pao. ¿Cómo estás? ¿Qué haces? Yo estoy mirando el Facebook. Hay una solicitud de amistad de RATON ROJAIJU. Vos sos amiga en común. ¿Quién es?
—¿Ratón Rojaiju? El único Rojaiju que se me ocurre es Arnaldo André, ¡siempre le dice eso a Susana Giménez! No sé quién puede ser, tengo más de mil amigos en face. Stalkeá su perfil y chusmeame. Yo no puedo entrar ahora, estoy cocinando.
—La foto de perfil no se ve bien, es un hombre con bufanda, lentes y gorra. Es de noche, está en el Centro Cívico de Punta Alta con Carmen Barbieri.
—¿Eh? ¿La "vedette"?
—Sí, hay más fotos de ella. También de Ranni, Rolón, Brandoni, Betiana Blum, todas en el teatro de acá.
—¡Puntaltense el Ratón!, ¡tirame más datos!
—No veo bien la cara, usa anteojos, a veces tiene barba, cambia su fisonomía. Es un tipo grande, medio siglo… y hasta un diez por ciento más que medio siglo.
—Y, sí… si le gustan esos actores, muy niño no es ja, ja, ja.
—¿Fotos de familia?
—No sé, se ve una señora mayor, pero siempre comentarios feos. Una dice “que alguien le avise que ya soy mayor de edad”, otra “me gusta la música… ¿y qué?”
—¿La pelea por face? ¡Actor reprimido! Ja, ja, ja.
—Fotos de comida… ¡Hoy, como todos los viernes, come ese pescadito preparado con arroz en bocaditos que te gusta a vos!
—¡Aprendé los nombres de la comida! ¡Así no puedo llevarte a pasear por el mundo!
—El Ratón también tiene fotos de distintos lugares turísticos. Pero son fotos de la web, debe ser su sueño. No hay muchas fotos de él. La anterior del perfil es del Ratón de los dientes.
—¡El Ratón Pérez! Ja, ja, ja. ¡Ya sé quién es!, ¡muy creativo su nombre! Te doy veinticuatro horas para que adivines.
—No sé.
—¡Lo conoces!, qué raro que no lo reconociste. Trabaja en un lugar que nombraste y siempre habla de viajar.
—Confirmame que la señora de las fotos es la PP “progenitora pesada”.
—¡Ganaste el acertijo de hoy!
—Ja, ja, ja. Tendré que aprender los nombres de las comidas, y… ¡vamos a viajar con Rojaiju! (Fabiana)


Tormenta

“Naldo” o “Arni” le dicen en el barrio, hijo de don Arnaldo Pérez. Lleva sobre su espalda cinco décadas y media. El día de su último cumpleaños jugó al doble cinco. Sin suerte, por supuesto; no podría ser de otra manera.
Divorciado, padre de tres adolescentes. Endeudado, según sus cálculos, por el resto de su existencia. Obligado a habitar la casa materna, donde la vida se hace cada vez más ardua de sobrellevar por falta de comunicación e independencia económica.
Trabaja en atención al cliente en una entidad social. Allí los problemas abundan, las soluciones viajan en tortuga y él atiende con una apatía permanente.
En la oficina tiene un antiguo globo terráqueo que su antecesor olvidó sobre un mueble descascarado. Cada día lo hace girar y clava una chincheta al azar. Es su modo de viajar por el mundo, aún dentro de esas paredes descoloridas. Imagina ciudades luminosas, amaneceres brumosos, mares misteriosos, playas cálidas.
Lo invade una sensación de soledad, siente que su vida se arrastra lentamente a través de los nervios destrozados por las malas decisiones. “Si hubiese seguido mi vocación artística estaría viajando por el mundo en continuas y exitosas giras teatrales”, piensa… y sufre, añora lo que pudo ser.
Decide comprar comida asiática para imaginar que está representando funciones en Japón.
La cara de fastidio de su madre lo devuelve a la realidad. Se sientan frente a frente a saborear la comida con gusto a frustraciones viejas, rencillas nuevas. Saben que se necesitan para subsistir, los antiguos rencores los alejan cada día. Incapaces de expresar con palabra sus sentimientos, aunque los gestos son más que elocuentes. Pasado y presente fluyen como río inagotable que va a dar a un muro silencioso y difícil de derribar. El futuro promete una tragedia que se está incubando con la serenidad que precede a una tempestad. (Alcira Elena)


Un par de zapatillas

Me bautizaron con el nombre de una famosa bailarina y mi apellido se refiere a un animal que causa miedo con sus aullidos. Este no es un buen comienzo para una vida próspera porque bailando soy de madera y no sé aullar.
Cantar me encanta y lo hago, mas no me gusta hacerlo sola. El protagonismo no es lo mío.
Hasta el mes pasado viví con mi tía, pero debí mudarme a un monoambiente porque la tía se cansó de este mundo y se fue. Ahora comparto el desayuno con el diario y los clasificados para ver si consigo trabajo.
No sé si les dije, pero amo la música. La radio en casa no descansa y mis vecinos no son condescendientes con mi gusto por eso ni los saludo.
En el amor me va bien. Mi novio es artista, no vende sus obras, sin embargo es bueno en lo que hace. Nos encanta ir a un barcito a tomar café con tostados.
Ayer a la tarde fuimos. Nos sentamos en la mesa que está junto a la ventana que da a la calle y cuando hablábamos, entraron tres jóvenes con capucha y mochilas. Se acercaron al mostrador y hablaron con el chico de la caja.
Nos parecieron raros, pero como no nos gusta meternos en vidas ajenas no les prestamos atención. Seguimos charlando hasta que escuchamos un “¡Aaay!” y vimos que salían corriendo.
Del otro lado del mostrador sólo sobresalían un par de zapatillas. (Adela)


Una vida anodina

—Arnaldo, necesito esos documentos ahora.
La chillona voz de su jefa lo sacó de sus pensamientos. Acababa de llegar de almorzar y no se sentía muy bien. La señora Gutiérrez, directora de esa sucursal de la ANSES, siempre le provocaba ese efecto, el de arruinarle la digestión, y los sushis con los que se había encaprichado no ayudaban demasiado.
—Los dejé en su escritorio hace una hora, señora.
El tono de Arnaldo le hizo fruncir la nariz, aunque no dijo nada.
Él entró en su pequeña oficina y se sentó cansinamente. Hoy más que nunca sentía el peso de su edad. Ese día había llegado un pasante, un joven de unos veinticinco, muy simpático y entusiasta. Le recordó al que había sido en el pasado con esos años: apasionado, enérgico y con expectativas. Después de treinta años, se sentía viejo y cansado.
Siempre había sido un trabajador eficiente, cumplidor, pero los ascensos no llegaron. Más de una vez tuvo el impulso de renunciar, irse, conocer el mundo, pero no podía dejar atrás la responsabilidad por una madre postrada. En cambio, guardaba una carpeta con recortes de revistas de viajes, miraba las fotos de esos lugares exóticos que deseaba conocer "algún día" como se decía a sí mismo.
Terminó sus labores con desgano, en ese negro estado de ánimo en que se hallaba no podía concentrarse. Guardó expedientes en sus respectivos archiveros, vidas resumidas en papel. En unos años, él también sería un manojo de hojas y eso sintetizaría una existencia anodina y gris.
Llegó a su casa con las compras del día; su madre estaba mirando una novela por televisión y apenas registró su presencia. María Azucena Martínez Figueroa había sido una hermosa mujer, nacida en el seno de una familia adinerada, orgullosa de su prosapia. Malas inversiones motivaron que perdieran su fortuna y prestigio social. Casada con un joven ingeniero, Miguel Pérez, nunca se adaptó a su nueva condición. La prematura muerte de su marido y una enfermedad que la postró, la convirtieron en una mujer amargada e incorforme.
Arnaldo despidió a la acompañante de su madre y le preparó la cena. Apenas le dirigió la palabra, no quería discutir como todas las noches. Estaba harto de sus continuos reproches acerca de lo poco que había logrado en su vida.
Por suerte era viernes, al día siguiente disfrutaría de uno de sus pocos placeres: el teatro. Tenía guardada la entrada en su billetera. La había comprado con varias semanas de anticipación. Recordó cómo disfrutaban de las obras con Micaela. Tres años de novios que se diluyeron por la juventud de ambos por un lado, y por la mala actitud de su madre por otro.
La función había estado sensacional, realmente la había disfrutado, como estaba disfrutando la caminata nocturna de regreso. Sintió la brisa fresca en su piel, aspiró profundo y oyó el grito. Unos metros más adelante dos bultos forcejeaban, una mujer pedía ayuda mientras que un hombre la arrastraba tratando de arrebatarle la cartera. Arnaldo quedó clavado en su sitio, sin saber qué hacer. Al ver al delincuente correr hacia él, actuó por puro instinto: se hizo a un lado y con un pie trabó la huida. El individuo cayó, se le echó encima y lo inmovilizó. Atraídos por los gritos, varios vecinos salieron y lo ayudaron, alguno llamó a la policía que, por suerte, llegó rápido.
El resto fue puro vértigo, la declaración en la estación, la atención médica de la mujer a quien acompañó al hospital, los periodistas asediándolo con pedidos de entrevistas. Se había convertido en el héroe del día. Sus amigos y conocidos lo felicitaban por su valentía, hasta la señora Gutiérrez lo miraba con respeto. Pero otros ojos, llenos de admiración, persistían en su memoria. La mujer rescatada le había dejado su teléfono y, quién sabe, tal vez se abría una nueva promesa en su vida. (Alicia M.)



Un viernes de locos

—Hola, ¿hablo con la casa de Arnaldo Pérez?
—Sí, ¿quién habla?
—Hola, soy Rogelio, amigo de Arnaldo. Dígame, ¿cuándo lo puedo encontrar? Tengo un sobre para él con dos entradas para esta noche y no lo puedo localizar.
—Mi hijo no se encuentra en este momento… ¿Un sobre con entradas?
—Sí, para una obra de teatro a las veintiuna horas. Me preguntó si se las podía alcanzar… esta semana no pudo pasar a retirarlas. Estuve llamando a su teléfono celular pero no atiende.
—Ah, no te atiende porque está en el ministerio.
—Bueno, después del mediodía paso entonces. Muchas gracias, señora. Hasta luego.
Arnaldo llegó a la casa y María Luisa, su madre, no estaba.
Como el viernes pasado con su novia habían comido sushi -su comida preferida-, esta vez había reservado una mesa en un restaurante italiano para ir después del teatro. A ella le encantaba la pasta y él trataba de darle todos los gustos. Esa noche, le confiaría que tenía intenciones de hacer un viaje por el mundo con ella y que pensaba invertir todos sus ahorros en él.
Hubiera querido viajar hace cinco años, para celebrar las cinco décadas; pero, como siempre, lo había postergado (el viaje y un montón de otras cosas en su vida). Lo que no estaba dispuesto a perderse eran los estrenos de cada semana. Los viernes disfrutaba de la cartelera teatral porteña. Precavido, compraba el bono con descuento para asistir durante todo el año.
El teatro para él era un cable a tierra. Necesitaba un poco de aire. En el último tiempo su madre sólo le daba dolores de cabeza.
A las seis de la tarde decidió llamar a su amigo, porque se acercaba la hora del estreno y todavía no le había traído las entradas. Rogelio le explicó entonces que se las había dejado a su madre.
Arnaldo, indignado, tomó el teléfono y trató de localizar a María Luisa. Desafortunadamente, no se pudo comunicar. Llamó a sus amigas para ver si la habían visto y tampoco tuvo suerte. ¡Se había esfumado!
Las horas pasaban y su madre no regresaba. Arnaldo empezó a sospechar que le había sucedido algo. Molesto, le avisó a su novia que esa noche no irían al teatro y tampoco a cenar porque su madre no aparecía. No era la primera vez que le daba esos sustos.
Cuando estaba a punto de llamar a la policía, Arnaldo recibió la llamada de María Luisa. Eran las nueve en punto.
—¿Qué pasa que no venís? Te estoy esperando en la puerta del teatro. ¡Tengo las entradas!
(Analía)



Distraída y sin memoria

Caminando por las calles lluviosas de la ciudad, muy distraída y apurada, me encontré con mi hermana, la que es siete años mayor que yo. No me había percatado de que era ella hasta que levanté la cabeza y me quité los auriculares que, usualmente, llevo a todo volumen.
—¡Hola, Eleonora! —me dijo.
Parecía contenta de verme, pues no lo hacía desde mi mudanza, unos meses atrás.
—¡Hola, me alegra verte!
Me preguntó cómo me iba en mi nuevo departamento, yo le comenté que era agotador hacer las tareas de la casa sola, sin ayuda. Con frecuencia, mi novio me visitaba y acompañaba. Aunque estaba ocupado con el trabajo, haciendo las pinturas que le encargaban. Ella, con treinta años, compartía el sentimiento ya que había pasado por esa etapa.
Le pregunté si por fin habían aceptado darme un cargo pequeño en su oficina, pero me dijo que no y que lo sentía mucho, sabía cuánto lo necesitaba. Para consolarme, me prometió que haría lo posible para ayudarme a conseguir un empleo. Asentí.
Me despedí y me fui rápido porque estaba retrasada. Llegué corriendo y mojada por la lluvia, esperando mi regaño. El director me miró enojado y me llevó a un lugar apartado.
—Señorita Lobos, como director de este coro no puedo permitir que llegue tarde una vez más, ¡ya está avisada!
Su voz sonaba decepcionante. Me dirigí a la sala principal y me uní al ensayo con todos los demás.
Al salir, mi novio estaba esperándome en la puerta; había quedado que me pasaría a buscar. Lo abracé y caminamos hacia el auto mientras me contaba sobre las obras que estaba elaborando. Me maravillaba su trabajo y estilo de vida… yo era muy estructurada, pero todo se estaba desmoronando.
Cuando estábamos por subir al auto escuchamos un sonido muy fuerte, como de balas. Nos escondimos detrás del vehículo al darnos cuenta de que, en la vereda de enfrente, una mujer encapuchada le había disparado a un hombre. La criminal huyó. Me sentía confundida, mareada y desde allí, no recuerdo nada.
Me levanté en el hospital. ¿Qué había pasado?
(Julieta)


Sesión perdida


La irritante alarma vuelve a sonar por tercera vez consecutiva y yo extiendo mi brazo para apagarla. Observo la hora y me levanto de un salto exaltada: —¡LA SESIÓN!
Tomo el celular, entro al chat de mi psiquiatra y me excuso por mi ausencia. Después de cinco minutos me manda un audio:
—Qué tal, Eleonora. No tengo más turnos por el momento, entro de vacaciones en dos días; si te interesa retomar la terapia volveremos a hablar en dos meses.
Qué error, por quedarme divirtiendo con Alan hasta tarde perdí la última oportunidad de hablar de mis problemas. Mientras tanto, los vecinos martillan la pared quién sabe para qué. Le marco a Alan para contarle.
—Hola, amor, ¿cómo estás? —contesta del otro lado.
—Mal, perdí la sesión con Andrea por todo lo que hicimos anoche. Y los vecinos haciendo ruido como es usual, ¡no los tolero!
—Uuuh, bueno, eso pasa en la vida sin responsabilidades. Me tenés a mí para hacerte una limpieza de piedras energéticas, masajes linfáticos.
—Vos y tus delirios… ja, ja. Tengo que admitir que, a veces, me siento sola en este departamento sin tu compañía.
—En tu cumpleaños voy a estar ahí sin falta; lamentablemente en la tienda solo tenían el número dos, y no el tres, para tu torta.
—Vamos a fingir que cumplo veinte, ¿OK?
—Estoy mirando el canal del puerto, me ayuda a relajarme mientras pinto. Pero comencé a ver algo raro. Prendé la tele.
—Estoy ocupada, dejate de esas cosas.
—No, ponelo, es importante.
—Está bien, ahí voy —respondo resoplando.
Me dirijo hacia el control para sintonizarlo. Llego al canal tres y veo una pareja forcejeando en la orilla, con el clima nublado. El hombre aparente comienza a tomarla con fuerza antes de tirarla sobre la arena para golpearla.
—¡NO! Tenemos que llamar a la policía, parece estar agarrándola con violencia.
—No sé quién es quién, pero hay que llamar a la policía ¡definitivamente! (Amparo)





domingo, 22 de agosto de 2021

Abecegrama: segunda letra

 

Alicia M.

La abuela ecologista advirtió peligrosos efluvios ígneos. "Ah, piensa ejecutivamente".
—¡Ok! Eliminemos emergencias inmediatas (Añá). ¿Podremos operar aquel ardiente asentamiento atajando cualquier avalancha?
—Awada, expulsemos... ¡ay! azufre.
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Fabiana


Las abogadas acallan ideas de ofensas agigantadas.
Ahogados litigios ojean.
¡Ok el amor! Analfabeto, añil…
Solamente aparece aquella arbitrada escena: ¡ataque fugaz, eventos extraños eyaculan azotes!, ¡calma, abrazos!
¡Actualmente, odio!
Desean afecto agraciado…
Chau:
DIVORCIO
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Alcira Elena

Excentricidades

Casi abarcamos acequias. Además, hectáreas afanosamente agregadas, chacras diseminadas. Ejercitando ukeleles. Elaborando amables enunciados; añadidos como apresurados. Equilibrados asesoramientos. Ataviados juntos; zweit*, excéntricos. Pymes azoradas. (Alcira)

*zweit: de dos en dos
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Analía


Traidores

La abdicación ocurrió. Eduardo heredó afortunadamente. Igual, ahora piensan ajusticiarlo. Okier, el amigo, anticipó años tormentosos. Opositores, aquí armaron, astutos, otro subterfugio. Evaristo Awada, exultante, ayer izó bandera.
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Adela


La abuela acumula adivinanzas. Necesita afectos. Agradece chocolates. Bizquea ojos. ¿Okey?
Ilusa, imprudente, ansiosa añora continuar operando equilibrada.
Transmite esperanza. Utiliza nuestras aventuras. Owen exclama: ¡Ay, Azucena!
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Alicia G.


Carlitos iba acomodando adecuadamente aerosoles afrutados.
Agáchese, ¡oh!, dijo, ¡ojo! Ukelele platinado, impecable, encontró. Añejo, longo, opulento.
Aquel iría ostentando otoños. ¡Guau! ¡Avante! ¡Twist and shout!
Exaltado, oyó azorado.
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domingo, 15 de agosto de 2021

Fantásticos


Guitarra mal parida


Me habían regalado una guitarra. No sé para qué, si no sabía tocar. Es decir, tocar la tocaba, la acariciaba, la limpiaba con una franela, la sacaba del estuche, decía alguna expresión de halago hacia ella y la volvía a guardar.
Todo fue idea de Antonio, mi novio. Resulta que él es concertista de guitarra, y un día se apareció con una para mí.
—Qué linda sorpresa, ¿no? —había exclamado con una sonrisa de oreja a oreja y, estampándome un estruendoso beso, la depositó en mis manos.
Yo pensé que era una broma. En ese estuche que debía de ser el de él, seguramente me traía bombones, perfumes, libros. Pero no ¡ERA UNA GUITARRA!
Pobre Antonio, no se dio cuenta de mi decepción. Estaba tan entusiasmado que continuó: —Vos tenés facilidad para la música, ya que interpretás muy bien el piano… ahora aprendé guitarra y salimos juntos a dar conciertos.
Hasta un profesor me contrató. Tenía todo resuelto. ÉL, yo no.
Nuestro noviazgo se fue a pique. Solo quería tocar su guitarra y que yo aprendiera con la que, generosamente, me había regalado. Solo era hablar de guitarra, tocar guitarra, y dale que te dale con la guitarra. Ni momentos para besarnos teníamos.
—No perdamos tiempo —me decía—. Dale, dale, tenés que salir buena.
La verdad, yo era y soy muy buena, pero no precisamente para tocar guitarra.
Un día lo esperé en la puerta y le dije:
—¡Alto! Fuera de esta casa y de mi vida. Bastaaaa. No quiero oír más la palabra guitarra.
Pensé en devolverle el instrumento. Luego decidí que podría hacerme falta para guardar aritos, alguna carta secreta o simplemente como elemento decorativo en un rincón de la sala.
Les cuento, hace unos meses, ocurrió algo muy lindo. NOOO, no volví con Antonio. Si bien me ha llamado varias veces reclamándome la guitarra, yo le contesté siempre lo mismo: “Lo que se da no se quita”
Lo que pasó fue que volvimos a reunirnos con mi grupo de amigas. Fue en casa de Mónica. Había llegado al país después de vivir en el extranjero por cinco años.
Linda oportunidad para usar la guitarra, dije entusiasmada, dado que, en el grupo, una de ellas, Lili, sabía tocar.
Éramos siete, sin embargo parecíamos un torbellino adolescente donde las palabras se entrecruzaban en el aire, se superponían con risas, anécdotas personales y preguntas sin respuesta.
La guitarra se lució con tan buena intérprete. Cantamos y hasta bailamos algunas chacareras, zambas y un chamamé.
Comimos rico y brindamos con bebidas espirituosas para cerrar el encuentro.
Nos despedimos felices por las horas vividas y con la promesa de reunirnos una vez por semana.
Comencé a caminar por el centro de la ciudad, sonriendo al pensar en cada instante de ese mediodía.
De pronto sentí que no podía avanzar. Convencida de que era efecto de los abundantes platos degustados, el dulcísimo vinito y la pesada guitarra que se me hacía cada vez más molesta, intentaba esforzarme un poco más. El pie no respondía. Estaba atascado. Bajé la mirada y allí estaba el taco del zapato metido en una ranura de la vereda. Levanté mi pie, pero el muy cretino no respondía. Se quedaba allí, firme como rulo de estatua, diría mi abuela.
Me agaché, hice fuerza para sacarlo y sentí que me hablaba.
—Estás pesada con todo lo que comiste y encima con poco equilibrio, balanceándote como una hamaca. Yo no sigo —concluyó.
Lo levanté enojada. Miré hacia ambos lados para ver si venía alguien; ni un alma en la calle. El calor se hacía sentir cada vez más. Pensé que, si bien estaba con pesadez y algo alegre, loca no me consideraba. No, de ninguna manera iba a creer que ese pedazo de madera forrado en cuero me estaba hablando. Pero sí, ME HABLABA. Lo levanté y seguí sin zapato avanzando en punta de pie para compensar con el otro.
Con la vista hacia adelante y erguida, como si nada ocurriera, continué mi camino. Apenas di unos pasos cuando, nuevamente, escuché una voz.
—Frená un poco, te vas a ir de bruces contra el suelo —repetía una y otra vez una voz chillona y suave.
Arrojé el taco contra el cordón de la vereda y furiosa lo miré. Cuando iba a continuar, de nuevo la voz se hizo escuchar y un leve movimiento sacudió la guitarra. Del susto caí despatarrada en medio de la calle, arriba de la guitarra que quedó aplastada y con sus cuerdas vibrando.
Sé que es difícil que esto que les voy a contar ustedes lo crean, pero es totalmente real: De la boca de la guitarra… no, ya sé que no tiene boca. Se llama así el agujero ese grande que tiene en el medio… No se rían, no estoy ebria ni loca… de allí salió un ser diminuto. Se posó en mi hombro y me susurró al oído:
—Yo soy el duende Volante, el que ayuda al instante. Te advertí que no fueras tan de prisa, que frenaras un poco porque tu estado no era el mejor. Pero no me escuchaste, ni siquiera me viste. Pensaste que te hablaba el taco del zapato ¿A quién se le ocurre? A alguien que comió y tomó de más. En cambio, ahora estás dudando de mi presencia. ¿No crees en los duendes?
Yo reía y lloraba, tratando de desprenderme una cuerda que se había incrustado en mi trasero.
Se ofendió, salió volando como una luciérnaga y no lo ví más.
Mis amigas dicen que todo fue producto de mi imaginación, la fermentación del jugo de la uva, que con el calor… bla, bla, bla.
Yo sigo sosteniendo que es culpa de Antonio y su bendita guitarra que no le quise devolver. (Alicia G.)



El camafeo

Me llamaron Rosalina. Nací en un castillo en Omaña, en el reino de Castilla. Mi padre fue el duque de Omaña y mi madre, la duquesa de Setneilas.
A ella no la recuerdo porque falleció cuando yo era pequeña, pero de mi padre me quedaron las historias que me contaba antes de dormirme. Fue él quien me dio el camafeo que cuelga de mi cuello y me hizo vivir hechos curiosos.
Papá era el mejor relator de historias fantásticas. En ellas abundaban los duendes, las princesas, los villanos.
Hasta los diez años creí que existían esos seres, tal era el realismo que él ponía en los relatos.
Cuando papá falleció, debí arrendar el castillo e irme a vivir a un piso en la capital.
La nobleza pasó de moda y entre las enseñanzas de mi progenitor aprendí que las mujeres deben estudiar y trabajar para ser independientes.
Les hablé del camafeo y de hechos curiosos. Cuando me mudé, creí que iba a sentirme sola. Pasé de estar en un lugar muy amplio con mucho personal de servicio a compartir la nueva vivienda con una empleada que la asea.
Comencé a estudiar en la Universidad. Cuando preparaba los exámenes, el colgante que es de oro y se abre -contiene en una mitad la foto de mi mamá y en la otra, un mechón de mis primeros rulos-, se convertía en un objeto de cristal en el que se reflejaba mi madre, cobraba vida, sonreía con dulzura y lucía un vestido de fiesta traslúcido; luego se alejaba volando y el objeto volvía a ser de oro. Intenté provocar el milagro en otros momentos, pero no pude lograrlo.
Sé que ya soy adulta y no debo creer en cuentos maravillosos, pero lo que les relato no es un invento. Ustedes dirán que esta historia debería haber empezado con el Había una vez, pero estamos en el siglo XXI y una chica de sesenta años sabe que los cuentos maravillosos son sólo eso: cuentos.
(Adela)


La sucesión

Me encantan las flores, desde la humilde violeta hasta la regia rosa. Admiro a las personas capaces de crear paletas multicolores en sus jardines y no dejan de provocarme un dejo de envidia. Al contrario de las mujeres de mi familia soy incapaz de mantener vivo siquiera un yuyito en una maceta. Mi madre y mis tías, en cambio, tenían unos jardines espléndidos. Mis primos y yo disfrutábamos jugando en medio de mariposas, colibríes y todo tipo de insectos atraídos por su fragancia.
Había aprendido en la escuela que las abejas producían la miel a través del polen que extraían de las flores. Solía pasar horas observándolas, tratando de dilucidar cómo lo hacían. Con el tiempo lo fui aprendiendo e incluso visitaba a menudo los colmenares de mi tío Anselmo. Y me alarmé cuando leí que se trata de una especie en extinción debido a los pesticidas usados en la agricultura. Sentía verdadera fascinación por las abejas, sentimiento que cambió abruptamente hace cinco años.
Estaba terminando el tercer año en la secundaria cuando recibí una invitación de mi mejor amiga, Cintia, para que pasara el verano en su casa. Éramos muy unidas, compinches en el estudio y la travesura desde primero. Tuve que sudar bastante para conseguir el permiso, aprobar todas las materias de ese año y la que tenía previa.
Ella vivía en el campo, sus padres eran pequeños productores dedicados a la huerta. Hubieran sido las vacaciones perfectas si no hubiera descubierto lo que ahora me quita el sueño.
Había unos vecinos que fueron poderosos terratenientes. Sus ancestros podían rastrearse desde la época colonial. Con el tiempo y descendientes dilapidadores, el antiguo poder había quedado reducido a un modesto terreno donde se erigía la mansión familiar. En las escasas tierras tenían colmenares que producían una miel tan exquisita que era conocida incluso fuera del país.
El último miembro de la familia era una anciana, la única habitante de la mansión. Los pocos trabajadores vivían en pequeñas casas distribuidas en la propiedad.
Los padres de Cintia proveían de verduras frescas a la mansión. Un día los acompañamos cuando hicieron el reparto. Jamás olvidaré la impresión que me causó el caserón; de inmediato pensé en Manderley, el palacio de una novela de Daphne Du Maurier. La matriarca estaba en la puerta y Cintia y yo nos acercamos a saludarla.
Era una mujer de edad indefinida, su cabello renegrido estaba sometido a un ajustado rodete, tenía una hermosa sonrisa y su voz era la de una abuelita cuentacuentos. Y, sin embargo, algo en ella me generó escalofríos. Sus ojos eran muy oscuros, el iris ocupaba casi toda su mirada. ¡Y no tenían expresión! Se lo comenté a Cintia cuando volvíamos, pero ella se rió de mí.
Dos noches después de esa visita, me despertó un fuerte zumbido. Me asomé a la ventana y vi una monstruosa nube negra que se dirigía al campo vecino. Era un enorme enjambre, nunca había visto tantas abejas juntas y mucho menos de noche. Se lo comentaría a Cintia a la mañana, pero cuando me levanté al día siguiente, mi amiga no estaba y sus padres la estaban buscando. Vino la policía y junto con los vecinos rastrearon la zona sin resultados.
Yo no podía olvidar lo que había visto y decidí ir a la mansión. Suponía que alguno de los trabajadores me daría alguna explicación y, tal vez, sabrían algo de Cintia que no le hubieran dicho a la policía.
Cuando llegué a la casa no vi a nadie en los alrededores. Me dirigí al edificio y toqué la puerta, esta se abrió y, después de vacilar un poco, entré. Nada me había preparado para lo que descubrí. Todo el techo era una gigantesca colmena. Las abejas revoloteaban por todo el lugar. Recorrí varias habitaciones y en todas era lo mismo. Las colmenas ocupaban todo el espacio.
—Viniste —la voz de abuelita me sobresaltó— te esperaba. Sabía que tarde o temprano lo descubrirías todo. Mis abejas no se equivocan.
—¿Dónde está Cintia?
La mujer abrió una puerta y vi a mi amiga. Estaba tendida en el suelo, desfigurada.
—¿Qué le hizo?
—Mis abejas no la aceptaron, pobrecita. Creí que ella sería mi sucesora, pero me equivoqué.
—¿Su sucesora?
—Verás, cuando era niña, un enjambre me atacó. Tengo el veneno de las abejas en mi sangre, lo que me permitió comunicarme con ellas. Soy su reina.
Debió leer mi mirada porque sonrió:
—No estoy loca, todo lo que te digo es verdad. Ya soy una mujer mayor y busco alguien que ocupe mi lugar cuando llegue el momento. Creí que sería Cintia, sin embargo mis abejas eligieron a otra. A vos.
—Y dice que no está loca. Jamás me voy a prestar a su juego.
—No tenés opción, fuiste elegida. Ellas te buscarán cuando sea el momento y no creas que podrás huir. Ellas están en todos lados. Y no se te ocurra decir nada de esto, porque mis abejas se encargarán de tus seres queridos.
Salí corriendo. Nunca hablé con nadie sobre lo ocurrido. Cuando terminé mis estudios me fui a la ciudad. Vivo en un edificio sin plantas. A nadie le importa tener un jardín. Si no hay flores no hay abejas. Y aunque han pasado cinco años, todavía escucho su voz: "Ellas te buscarán". 
(Alicia M.)


Juegos de niña

Escuché ruidos extraños a las tres de la mañana. Me levanté de la cama y bajé las escaleras en puntas de pie.
¡Qué raro! La luz de la cocina encendida a esa hora —murmuré confundida. Al abrir la puerta, la nube de polvillo brillante y multicolor suspendida me envolvió. Me acerqué a la mesada e intenté quitar los restos de polvo de mis ojos con los dedos y pude ver sobre una de las hornallas, la olla gigante con un líquido verdoso fluorescente que todavía borbotaba. Abrí la ventana para que entre un poco de aire y encontré encima de la mesada, un puñado de hierbas secas, un pote con huesos, una bolsita con corteza de árbol, pétalos de flores en un plato y una docena de frasquitos de vidrio con tapas de corcho que contenían mejunjes y pócimas. Otra vez Selena jugando de noche, pensé. Y sí, los indicios confirmaban mi suposición.
Cada frasco tenía una etiqueta blanca escrita a mano. La pequeña se había tomado el trabajo de identificarlos, uno por uno. Pude reconocer la letra imprenta infantil y despareja de mi nena de diez años.
Minutos después, escuché risas, ladridos y maullidos. El barullo provenía del patio. Me asomé por la ventana y lo que pude ver desde allí me tomó por sorpresa. No sólo por lo que había hecho Selena esa noche, sino por lo que había aprendido en tan poco tiempo.
El panorama indicaba que las mascotas habían ingerido el brebaje preparado por la pequeña y éste había provocado el efecto esperado, porque el perro maullaba y la gata ladraba. Salí al patio y me acerqué a los animales mientras mi hija, desde arriba, reía a carcajadas y revoloteaba por el aire conduciendo su escoba con una destreza asombrosa. Se desplazaba de un lado al otro, dibujando círculos de distintos tamaños y atravesando los muros desde el patio hacia el interior de la casa y viceversa, una y otra vez. Volaba un poco más alto o al ras del suelo, patas para arriba o patas para abajo, pero en todos los casos, descostillándose de la risa.
¿Te desperté, mami? Uy, ¡perdón! —me dijo en una de las pasadas.
Entonces, sentí orgullo. Sí, esa es la palabra: orgullo. Y recordé mis primeras experiencias. El día que teñí de violeta las plantas del jardín de mi abuela o cuando, jugando con mis pociones, convertí a mi hermano en un mosquito tan pero tan chiquito, que mamá tenía miedo de que algún sapo se lo comiera. Y otros tantos recuerdos vinieron a mi mente. Me senté en el piso en un rincón del patio dispuesta a disfrutar en silencio del juego de mi niña. Ver su despliegue me colmó de felicidad.
La noche estrellada hubiese sido perfecta si no hubiera perdido el equilibrio. ¡Se lo dije una y mil veces! Frenar en seco el dispositivo volador es muy peligroso. Puede causar un desastre. Lo cierto es que Selena frenó de golpe la escoba y esta acción provocó su caída. Pobrecita, ¡qué golpe se pegó! Dolorida, cargada de bronca e impotencia, en ese momento no se quejó ni le salió una palabra. Me acerqué, tomé sus manos y para tranquilizarla le dije: —Juegos de niña, no pasa nada… pero si te duele mucho, voy a tener que llamar a emergencias médicas —y la abracé.
No es para tanto, mami —me dijo, y esbozó una sonrisa con los ojitos cargados de lágrimas. (Analía)


El portal mágico

El sol resplandecía sobre las playas que comenzaban a ser concurridas. Faltaban solo unos meses para finalizar el ciclo escolar de ese año. Antes de que iniciaran las vacaciones de verano, mi curso iba a ser parte de una excursión ideada por mi profesora de Biología. Dicha salida iba a ser hacia una isla muy conocida en mi ciudad, que se ubica a pocos kilómetros de la costa y cuenta con un volcán inactivo el cual íbamos a observar y estudiar.
Lo que más nos interesaba a mis compañeros y a mí, eran las maravillosas historias y leyendas sobre la isla. Estábamos convencidos de que algo misterioso nos iba a pasar. Mi profesora afirmaba que aquellas historias eran totalmente ficticias, creadas para causar emoción, pero nosotros no le prestamos atención.
Llegado el día nos dirigimos en barco hasta el lugar. El viaje fue muy corto, sin embargo, disfruté mucho de las vistas. Al desembarcar, nos esperaban dos guías para mostrarnos el camino y mantenernos juntos. Empezamos a caminar entre los árboles hasta que solo había rocas grandes.
Inesperadamente, vi a lo lejos una puerta formada por rocas; nadie pareció percatarse del hecho y siguieron el sendero. Pero yo, absorta en la curiosidad, me acerqué hasta ella y la crucé. Me di cuenta de que aquella no era una puerta común, sino ¡un portal!
Me llevó a un lugar extraordinario. Allí se encontraban un sinfín de plantas, arbustos, árboles y flores desconocidas. Miré hacia el cielo y había por lo menos diez globos aerostáticos, pero solo uno vacío… esperando por mí. Quería subirme. De repente entré en razón y pensé: “me puede pasar algo peligroso, mis compañeros deben estar buscándome, ¿qué tal si nunca puedo regresar? ¿Y si hay alguna criatura salvaje? ¿Y si me subo al globo y este cae?"
Comencé a sentir náuseas y entré en pánico.
Divisé la puerta y corrí hacia ella, pero no me llevó de regreso al bosque, sino que aparecí en mi habitación. Con todo el terror del mundo, me metí en la cama y me tapé con las sábanas para no salir nunca más.
Ahora me arrepiento de mi actitud y de no haber subido al globo, hubiera sido una experiencia sensacional. Todavía sigo cautivada por esa figura. Luego de mucho tiempo llegué a la conclusión de que, tal vez, me hubiera llevado a algún lugar en el que deseara estar inconscientemente.
Según mis amigos, yo no había estado allí ese día. ¿Habrá sido un sueño?
Igualmente, prefiero eso antes que explicar que un portal mágico me llevó a casa. (Julieta)


Los zapatos de Marga

Marga, la señora del mago, se niega a prestarme sus zapatos de lamé color turquesa. Amo esos zapatos desde siempre, cuando los lleva puestos no puedo prestar atención a otra cosa. Le pregunto dónde puedo comprar unos iguales y responde con evasivas. Hoy es la fiesta. Con la complicidad de mi hijo menor, que la entretiene jugando, se los robo y me los pongo.
No soy una persona con suerte. Para ayudarla, varios amuletos cuelgan de mi pulsera “pandora” que siempre llevo conmigo. Siempre menos hoy, que no combina con el color de mi atuendo. En ella conviven un cuerno rojo, una lechuza, San Expedito, una mano de Fátima, el Gauchito Gil, un trébol de cuatro hojas, un crucifijo, un hada, un ángel, la virgen del Carmen, Laura Vicuña, la difunta Correa y un gnomo. Tiene demasiados colores y hoy todo es turquesa.
Bajo apurada el cordón de la vereda para subirme al auto. El peso de mi cuerpo se apoya sobre mi pie derecho, la tira que sujeta el zapato zafa, mi tobillo gira y el tacón se abre íntegro. Desde el interior del calzado comienzan a salir unas plumas blancas. Acerco mi mirada y veo una paloma, un conejo, un pañuelo rojo gigante, una galera, una varita, un vaso, una capa, un mazo de naipes, fósforos, sogas, monedas, guantes blancos y una bombacha (limpia, por suerte). Cuento los objetos: uno, dos… ¡trece en total! ¡Igual que los elementos de mi pulsera!
¿Y ahora? Evidentemente todas tenemos una bruja, un hada o lo que sea dentro nuestro… ¿Qué hago? Mi idea de usar los zapatos y devolverlos sin que Marga lo note ya no puede ser: se me escapó el conejo, la paloma y la lechuza se volaron y se mojaron los guantes. No tengo idea de cómo conseguir otra lechuza (el resto tal vez pueda reemplazarlo, pero ¿dónde se compran las lechuzas?).
La fiesta está por terminar, sigo sentada en el cordón de la vereda. Lo único que se me ocurre es regalarle mi pulsera para resarcirme, pero no estoy dispuesta a perderla. La fiesta está perdida y el zapato también, es demasiado. ¡Mejor me escondo hasta encontrar una idea mejor, aunque tenga que pasar meses sin salir de casa!
(Fabiana)


Fantasías deliciosas

Estoy sentado bajo el toldo de mi bodegón favorito. Hace muchos años que vengo cada mañana a desayunar. Llueve a cántaros, creo que el cielo quiere lavar nuestros errores, no creo que le alcance el agua. Nadie en la calle. De pronto “siento” una mirada que me atrae, me lleva a levantar la vista y mirar hacia adelante. Y allí está él, ni tan cerca ni tan lejos, sólo nos separa la ancha avenida y una cortina de agua. Todo en él me trae recuerdos de mi infancia. Me mira con sus enormes ojos verdes brillantes, cual sandía bajo el rocío. Su cara angulosa color melón maduro es hermosa. Rasga una guitarra con manos del tono del café que bebía mi abuelo José. Sus dedos largos con uñas pistacho cremoso acarician las cuerdas que crean una melodía amorosa de cuentos que hace mucho no escriben. Mueve los labios rosa mosqueta; no escucho sus palabras, pero llegan sin problema a mi cabeza cana y casi pelada.
Habla de un mundo encantado con dulces árboles de luces, susurrantes campos de vainilla y azafrán. Calles de grajeas y mares de caramelo, silencios insondables en las cuevas de frutillas. Un sol de girasoles y estrellas de azúcar en un cielo de alelíes.
Recorre los planetas, de galaxia en galaxia. Busca a su amada. Un hada que un día montó sobre su dragón mágico y nunca más la vio. Las amigas le contaron que salió en busca de las cataratas de agua de aloe vera, para asegurarse la juventud eterna. Nadie sabe dónde está, en qué lugar del espacio puede encontrarla. Mientras tanto, él seguirá su búsqueda incansable.
—¡Abuelo, despierte! ¡Otra vez se quedó dormido sobre la mesa!
Miro al mozo y le descargo un vaso de agua en la cara.
“¡Malditos jóvenes creen que porque tengo noventa años tienen permitido llamarme ‘abuelo’! ¡¿A mí?! ¡Que soy soltero y orgulloso de mi castidad! (Alcira Elena)




miércoles, 11 de agosto de 2021

De espacios, ritmos y placeres


Como Pancha, disfruto con amor y paz mi liberación
(Silvia)


Mis vacaciones resumidas en los momentos vividos frente a Cifuentes.

Agua tormentosa, ruidosa, salto de dios en la tierra.

Corre con energía y se lleva mis pensamientos.

Terreno escarpado, escalera empinada, da mucho miedo…

El paisaje me invita a celebrar.

Mi espíritu se siente libre,

mi corazón encuentra calma.

Las emociones fluyen…

Soy feliz.

Paz.




El gozo más feliz de Pancha (Fabiana)


Café y amigos calmando frío; encuentros virtuales, caminatas y reflexiones.

Necesidad de pensar y hacer más lentas las horas.

Dormir sin prisa, saborear despacio, disfrutar la vida.

Escucharse, comprenderse, conocerse, amarse… con más tiempo.

Alegrar al otro, alegrarse con otro.

Proyectar futuro, inflar el ego.

Darse lugar, dar espacio.

Reír a carcajadas,

comer rico:

¡gozar!



Mis vacaciones: Paz, amor ¿y la liberación de Pancha? (Analía)


Tiempo de descanso para dormir un poco más y pasear

elegir un buen libro, mirar una película o escribir

ordenar esas cajas llenas de fotos y papeles

tejer una bufanda con el ovillo olvidado

saborear una rica torta de chocolate

celebrar bien fuerte la amistad

disfrutar de las caminatas

contigo siempre cerca

sin horarios

felices.




Felices gozamos con Pancha (Adela)


Relax. La aventura casi termina mal. Un susto en vacaciones.

Lectura en la siesta. Encuentro con personajes y lugares.

Festejo con amigas. Café, tostados, charlas, risas, recuerdos.

Frío y calor. Días que se alargan.

Las cataratas y la luna llena.

Paseo por el centro. Distracción.

El coche al lavadero.

Las plantas florecen.

Mi fuente.

Pancha.




Felices con Pancha, pudimos gozar más en estas vacaciones (Alicia G.)


Fría estación, pero colmada con calor de hijos y nietos.

Llegamos ansiosos de abrazos, de palabras cariñosas y festejo.

Nos reunimos con alegría, emocionados por el momento,

a pesar del barbijo y la distancia.

En el aire flotaron corazones felices.

Palabras, risas, cuentos y juegos.

Faltó el mate compartido,

pero hubo café.

También tortas.

Felicidad.



Pancha más feliz, goza (Alcira Elena)


Releí libros; uno de Sábato, no todos podemos escribir apropiadamente.

Me avergonzó mi atrevimiento de intentar emprender tamaña osadía.

Aunque según dicen que vale esa intención maravillosa.

Pongo empeño a pesar de las dificultades.

No siempre es tan sencillo conseguirlo.

A veces las palabras huyen.

Mi mente trabaja febril.

Los borradores abundan.

Letras enhebradas.

Liberación.








domingo, 8 de agosto de 2021

¿Cómo se hace?



Barrer la vereda

En primer lugar, es importante tener una vereda. Es la carta de presentación de su hogar o su negocio. Debe estar prolija e higiénica, como si fuese su rostro.
Para el barrido es imprescindible contar con la ayuda de una escoba, un barrehojas o una hoja gigante de palmera. Usted debe mecerlo, como si fueran las olas del mar. No olvide que para que el resultado sea exitoso, debe haber hojas, papeles o tierra, si no, el esfuerzo es en vano. Piense en su vida, en cómo está y cómo estaría sin orden y sin proyectos. Mueva, saque lo que le molesta.
Una vez realizado el trabajo, se debe juntar la basura y ponerla en una bolsa o caja, y dejarla en un lugar visible para que se la lleve el recolector (como si desechara también sus malos recuerdos). El juntado se realiza con una herramienta adecuada para ese fin; parece muy simple, pero sin la pala, el recogimiento de los desperdicios se dificulta enormemente. Es como cambiar la mugre de lugar, como reconocer lo que nos hace mal y no hacer nada para cambiar.
A fin de mantener buenas relaciones con sus vecinos y que la higiene permanezca, esta tarea se debe repetir a diario, o cada dos días, dependiendo la estación del año y el clima reinante. ¡Igual que un buen baño con la bañera llena de espuma! (Fabiana)


Escribir una nota

A menudo solemos escribir notas. Pero ¿qué es una nota? Una nota puede ser un texto, un apunte.
Para ello, debe hacerse de manera inconsciente al menos alguna de estas cinco preguntitas: ¿qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿por qué? Eso ayudará a organizar la información que desea dejar plasmada en el texto, y ya no digo papel porque también puede ser en cualquier dispositivo electrónico, llámese computadora, celular, iPad, y demás.
Comenzará con una actividad de coordinación motriz, momento en que se realiza el enlace entre el cerebro y la muñeca que articula las falanges para arrancar, y a partir de allí, tipear o escribir el título o referencia de la nota.
Con sincronía moverá dos dedos de cada mano y, si es muy diestro, con suerte cuatro de cada una en caso de hacerlo en la computadora, si no elegirá un instrumento que considere apropiado para la misión. Podrá ser una lapicera, lápiz, marcador y el color ¡vaya uno a saber! El que quiera. Colocará lo que eligió entre el pulgar y el dedo índice apoyándolo en su dedo mayor. Deberá ejercer la presión justa sobre la superficie del papel sosteniéndolo, en instantes la magia de la tinta o el grafito dibujarán los trazos que usted le indique.
Al finalizar la primera oración recuerde colocar punto y aparte. No olvide dejar sangría al comenzar la próxima, es ese espacio que obtiene al presionar la tecla de flechas a su izquierda. Descanse y tome aire cada diez o quince palabras, eso servirá para reorganizar las ideas. Una vez que termine, si es posible, relea y busque errores ortográficos. Si lo hace en algún dispositivo, despreocúpese; en seguida notará un subrayado irregular rojo si el sistema no reconoce la palabra, y podrá corroborar y arreglar. En cambio, si el subrayado es azul, el error consiste en espacios mal planteados; simple, los acomoda y ya está.
Ahora, amigo, agárrese. Si escribió a mano alzada y no tiene a su lado un compañero que lo lea, entonces rece porque lo haya hecho bien y el mensaje llegue de manera correcta a destino. (Silvia)


Tejer un pulóver

¡Hola, amigas! ¡Volví! Traigo nuevos tutoriales para que alegren sus días y agasajen a sus seres queridos.
Hoy voy a explicarles cómo tejer un pulóver.
Lo primero que tienen que pensar es a quién se lo van a regalar. Esto es fundamental para saber de qué talle lo van a hacer y de qué color. En cuestión de colores, cada uno tiene una preferencia.
Cuando han solucionado este primer paso, van a un negocio de venta de lana, eligen el color y compran unas agujas para hacer el elástico y otras para el resto de la prenda. Si no saben qué agujas corresponden, seguro que las vendedoras las van a orientar.
¿Ya están en casa? Empecemos.
Si el destinatario es un adulto de altura y peso estándar, con 128 puntos podemos empezar. Calculamos una cadera de 97 cm, una manga de 24, el largo de 63 y el ancho de espalda de 31 cm.
Y ahora ¡a tomar las agujas! Montar en una de ellas los 128 puntos y con las agujas más finitas comenzar a tejer los puntos base. (En el tutorial anterior ya aprendieron a hacerlo). Ahora empezamos a tejer el elástico: un punto derecho, uno revés; un derecho, un revés… Verán que queda ajustadito y prolijo. Con aproximadamente 10 cm ya estará listo.
Cambiamos a las agujas más anchas y seguimos con el punto para Jersey: una vuelta derecho, una vuelta revés. Les recuerdo que el punto revés va con la pancita para arriba y el punto por arriba de la aguja, y el derecho con el punto por debajo de la aguja.
Calculen cuántas vueltas deben hacer de acuerdo al tamaño de quien va a ser alojado por el pulóver.
Cuando estamos a la altura de las sisas debemos ir disminuyendo y, al llegar al cuello, podemos cerrarlo con otro elástico como el que hicimos al comenzar.
Para las mangas seguimos el mismo procedimiento. Les recuerdo que las disminuciones se hacen en vuelta derecha, se cierran seis puntos, se hace una vuelta y así sucesivamente.
Para unir las mangas con el cuerpo del tejido, es conveniente usar agujas de crochet.
Si les gustó el tutorial, me escriben y me lo dicen. Las espero la próxima semana con nuevas ideas para prepararnos para la primavera y recuerden, cuando acaricien a las agujas, que en cada mujer hay una Penélope esperando a su Ulises. (Adela)


Disfrutar de un paisaje

Esta es una acción de lo más simple y divina. Será suficiente con mirar, pero no cualquier cosa, no se disfruta de un paisaje todo el tiempo. Por eso, tendrás que encontrar un lugar muy hermoso en el que te sientas cómodo, y observar. Para poder disfrutarlo deberá ser únicamente de tu agrado.
Uno de aquellos lugares podría ser una zona llena de naturaleza, con un lago o cascada, césped, repleto de preciosas flores, arboles y montañas. Bastará con que te guste lo que veas.
Cuando sientas que has maravillado a tus ojos y estés plenamente satisfecho, en ese momento estarás disfrutando totalmente de un paisaje. (Julieta)


Injertar un gajo

Deberá usted tomar nota si pretende injertar un gajo.
En primer lugar, tendrá que contar con las herramientas adecuadas: una buena tijera de podar afilada y unos guantes lo suficientemente gruesos como para proteger sus manos, pero no demasiado porque con ellos deberá maniobrar el elemento afilado. Unas tiritas de tela para usar después. Ah, y un balde con agua.
Si está dispuesto a hacerlo, le sugiero observar con atención la planta. Sin apuro y en detalle. Porque no es fácil determinar cuál es el tallo indicado. El que sea apto para la operación. Sólo un ojo entrenado puede detectarlo a simple vista. Pero para eso, usted debería haber ejercitado el oficio por años. Si quiere tener éxito con el injerto, el tallo que se va a utilizar como gajo debe tener buen aspecto.
Con los guantes colocados, y la tijera cerca, usted debe sostenerlo. Aunque así lo parezca, no es una tarea sencilla. Debe tomarlo con firmeza con dos dedos de una mano, y con la otra, ejecutar un corte limpio usando la tijera afilada, siempre en sentido diagonal. Le recomiendo tener mucho cuidado con las espinas porque suelen ser traicioneras.
La precisión del corte le permitirá injertarlo de tal forma que no quede espacio libre, tan peligroso este último como un corte desafortunado. ¿Por qué se lo digo? Porque por allí puede entrar cualquier cosa que afecte a la salud de la planta.
Le aclaro que el injerto dependerá de esas dos cosas: del buen ojo y del buen corte. Pero no es todo.
Elegir el tallo receptor del gajo también conlleva una dificultad. No cualquiera acepta al extraño, debe ser un tallo amable dispuesto a someterse a la intromisión y, sobre todo, asumir que recaerá en él la responsabilidad. Por esto, realizar un buen corte en el receptor para adosar el gajo también requerirá de la destreza de quien realice la tarea. Pero si usted lo logra, sólo resta envolver ambos con las tiritas de tela preparadas para tal fin. Envolver esa unión con delicadeza (para que no sufran) y regar la planta enseguida darán por finalizada la tarea. (Analía)


Exprimir una naranja

Estamos en invierno, época de resfríos, gripes y demás yerbas y se hace necesario incrementar la ingesta de vitamina C. Para eso vamos a la verdulería y compramos cantidades ingentes de naranjas.
Lo primero que debemos tener en cuenta es elegirlas con cuidado. Las llamadas de ombligo, grandes y dulces, son muy buenas para comerlas; ahora bien, si lo que queremos es exprimirlas para obtener el zumo, es recomendable buscar el cajón que dice “para jugo”.
Una vez en casa, sacamos la fruta de la bolsa y la desinfectamos (el COVID no es chiste) y buscamos el exprimidor. Este adminículo culinario consiste en una base o receptáculo y una parte superior que encaja en dicha base, con una protuberancia aguda y acanalada rodeada de una especie de colador que permite que el zumo caiga en el receptáculo ad hoc.
Para exprimir una naranja con eficacia debemos cortarla por la mitad en forma transversal, sobre un plato para evitar que su jugo nos ensucie la mesa. Podemos utilizar un exprimidor eléctrico o a tracción a sangre. Con el primero, el procedimiento es sencillísimo: lo enchufamos y posamos suavemente sobre la protuberancia nuestra media naranja, con una leve presión el aparato se pondrá en marcha y obtendremos la bebida buscada.
En caso contrario, tomaremos firmemente la media naranja con nuestra mano hábil, la apoyaremos sobre prominencia y con fuerza la rotamos para despojarla de su jugo. Si usamos la izquierda, la rotación seguirá el movimiento de las manecillas del reloj; si usamos la opuesta, el giro será anti horario. De cualquier manera, el resultado es un delicioso zumo.
Las cáscaras podemos guardarlas para caramelizarlas o convertirlas en una exquisita mermelada. En cuanto al néctar obtenido, podemos beberlo en cualquier momento del día. Y un “tip” para tener en cuenta: con vodka, ron o tequila se transforma en deliciosos cocteles contra los que ni el más pertinaz virus se atreve. (Alicia M.)


Regar las plantas de la vereda

Primavera. Época ideal para que usted aprenda a regar las plantas, en especial a las que engalanan la vereda.
Primero, debe controlar el estado del hueco que le da arraigo: limpiarlo de malezas; esparcir fertilizante -es imprescindible que sea natural, nada de químicos que perjudican el medio ambiente-; dar vuelta la tierra para airearla, tiene que dejar el espacio suficiente para contener una buena cantidad de agua, como mínimo cinco centímetros hasta el borde.
Si en su jardín cuenta con una canilla baja, busque una manguera y adósela al grifo. Extiéndala hasta llegar a la base de la planta, abra el grifo y deje que el líquido fluya. Cuando se colme la capacidad del hoyo sin que se desborde -no derroche agua, existen personas en el mundo que mueren de sed-, cierre el pasaje de agua. Recoja la manguera con prolijidad y guárdela en un lugar sombreado para que no se reseque.
Si no tiene esa comodidad, busque dos baldes medianos; si son grandes su cintura pagará lamentables consecuencias.
Cargue hasta tres cuartos de la capacidad de los recipientes antes mencionados o se mojará el calzado cuando haga el vaivén propio de su caminar. Con un balde asido en cada mano para equilibrar y coordinar sus pasos con los brazos colgando a los costados del cuerpo, proceda a hacer tantos viajes hacia el árbol como sean necesarios hasta colmar el hoyo.
Al concluir su tarea, apile los baldes uno dentro de otro y guárdelos boca abajo para que no se ensucien.
Repita la operación cuando note que la tierra comienza a secarse.
No lo olvide: si le gustan las aves mantenga sus árboles saludables. Siempre podrá disfrutar de una sombra refrescante acompañado de una hermosa melodía. (Alcira Elena)


Escribir un cuento


Escribir un cuento “no es moco de pavo”, como dijo alguna vez Graciela Cabal.
Primero tenemos que decidir si es un cuento popular, de la tradición oral, folklórico, policial, de misterio, terror, fantástico y de hadas, realista, para niños y/o adultos. No es tan sencillo. Es como pensar en una caminata. Es diferente recorrer un sendero de flores y arbolado, que un camino al borde de un precipicio. Un sendero angosto con piedras y ramas, que otro llano y espacioso. Dar pequeños pasos en un recorrido corto, que andar kilómetros y kilómetros sin descansar.
Vamos a suponer que decidimos escribir un cuento maravilloso o de encantamiento, tan atractivo para los niños.
Primero tendremos en cuenta la taxonomía de este para familiarizarnos con conceptos fundamentales como título, categoría literaria, clase, ciclo, tipo (resumen genérico). Las distintas variantes (A o B), versión recreada o literaria, arquetipo, motivo….
Si queremos ahondar mejor, buscaremos los sistemas de clasificación como los de la escuela finlandesa. Guiarnos por los pasos de Propp, llamadas funciones. Y…
¡Ya se! ¡No entendieron nada! Bueno, luego les paso la bibliografía y, como dice el refrán: “piano piano se va lontano”.
Aquí van los pasos a seguir para escribir un cuento maravilloso y hacer alguna adaptación a nuestros días:

1.- Una situación inicial de carencia o problema. Ej.: hambre, princesas aburridas o caprichosas, príncipes molestos, etc.
Si lo traemos a la actualidad ¿es factible?, ¿les resuena? En este caso sería un cuento realista, no maravilloso.

2.- Convocatoria: El rey llama para resolver esa situación inicial. El héroe o heroína se hace presente.
Podemos hacerlo actual: el presidente de institución política, religiosa o deportiva pide ayuda para encontrar soluciones y seguidores que lo apoyen.

3.- Viaje de ida: El héroe realiza el camino para encontrar la solución. Por supuesto tiene que volver.
En la realidad, a veces los “héroes” creen tener la solución y quieren quedarse allí y no retornar a su estado anterior.

4.- Muestra de generosidad y/o astucia para ayudar y socorrer a otro u otros. 
Aquí se me está complicando: ¿podemos hallar alguno de estos atributos hoy en alguna persona que esgrima poder y arrogancia?

5.- Entrega de un objeto mágico: Por haber sido bueno y generoso, el héroe recibe un objeto fantástico que soluciona todos sus problemas.
Bueno, bueno, ya sé lo que se están preguntando: si yo fui y soy tan buena, amable, dadivosa, ¿dónde me entregan un objeto maravilloso?
Tranquilas. Yo también me lo pregunto. Recuerden que hablamos de cuentos. En la realidad, este paso no va.
¡No lloren, por favor! Si no, no puedo seguir.

6.- Combate: El héroe y el agresor se enfrentan. Por supuesto, el protagonista siempre vence.
¡Otra vez llorando! Paren, paren…

7.- Las pruebas: El héroe o heroína pasa difíciles pruebas que supera gracias a la ayuda del objeto mágico.
¡Quiero unooooo! También ustedes, ya lo sé.

8.- Viaje de vuelta: ¡Uf! Al fin después de tantas idas y vueltas el héroe VENCE.
¡HURRA! Y vuelve.

9.- Reconocimiento del héroe.
¡No lloren más! Alguien seguramente las premió o premiará.

10.- Final: Él o la protagonista logra su propósito: casarse, comer un postre, bailar, cantar, hacerse famosa/o, etc.

Como conclusión, les diría que después de estas instrucciones (no muy sencillas, pero tampoco imposibles), nos dediquemos a escribir un cuento maravilloso que nos transporte a soñar, y dejemos que sigan escribiendo la realidad aquellos que ya la contaron y siguen escribiéndola en la actualidad. (Alicia G.)