Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

lunes, 12 de septiembre de 2022

Las emociones de Irene

 

La tarde estaba hermosa. Algo distinto pasaba en el local donde trabajo: vinieron los chicos de un taller literario.
Me dijeron lo que iban a tomar, les saqué una foto y cuando volví al mostrador entró una pareja con un retoño gritón.
La paz que reinaba hasta ese momento, fue destruida por una garganta aulladora.
Calma, Irene, dejá la ansiedad de lado. ¡Ya se fueron! (Adela)



Soy Irene; trabajo en este local desde hace cuatro años. Acá siempre vienen familias, grupos de amigos, algunos estudiantes, pero…
El día se presentaba muy tranquilo hasta que apareció este grupo “literato”. La reserva anotada decía eso: grupo literato.
Son personas distintas que, al parecer, los une las letras. ¿Son escritores?, ¿lectores?
Cada uno consume lo que elige de la carta.
La verdad, se ven arrogantes, altivos. Calculo que debe ser por lo de “literatos”.
Y yo tengo que estar con esta sonrisa “dibujada” cada vez que llaman para ordenar. Estoy tan acostumbrada que, aunque tenga un montón de cosas en mi cabeza, debo estar bien para atender a los clientes, y este grupo parece algo especial. Escucho al pasar que alguien lee sobre una investigación o algo así.
Y ahora escriben. No sé qué, pero imagino historias que jamás viviré.
La pucha; me da un poco de envidia verlos inventar, pensar y escribir.
¿Y si escribo yo también? (Gerónimo)



Desde que trabajo en esta cafetería no volví a sentir aburrimiento. Añoro los días en mi casa paterna cuando, a causa del tedio que sentía, le pedí a mi abuela que me enseñara a tejer.
En cambio, ahora, esta numerosa clientela no me permite sentir el dulce placer del ocio.
Algunos son muy molestos: "Traeme un café y no olvides el postre de la señora"; "A mí un helado, para ella un té muy caliente"; "Te olvidaste la chocolatada para mi hija", ¡y un largo etcétera!
Otro tema son las propinas. ¿Qué les pasa a las personas que se creen que una camarera puede ser tratada como una esclava del siglo XIX? Son arrogantes, exigentes y no dejan nada de propina para compensar -en parte- el destrato. (Alcira Elena)



Irene es pequeña, de cabellos cortos, gentil. Trabaja en una confitería.
Una tarde, atendiendo clientes encontró uno especial. Era un turista, aparentemente europeo; de Alemania, tal vez. Luego de tomar varios cafés, el señor se dispuso a abonar la consumición, pero solo tenía euros. Ella, al ver su desconcierto, le ofreció pasar a pagar otro día. El turista se retiró sonriendo.
Cuál no sería la sorpresa de Irene, al encontrar bajo el platito de café, ¡un billete de cien euros! acompañado de una notita que, simplemente, decía: “¡Gracias!”. (Maite)



El local estaba lleno, la primavera invitaba a pasear y el helado era un placer adicional para disfrutar el día espléndido.
Irene estaba sola para atender a tantos clientes; su compañera, víctima de una fuerte alergia primaveral, había “pegado el faltazo”.
Una madre con tres niños revoltosos solicitó helado para sus retoños. Por supuesto, era demasiado pedir que los pequeños eligieran los mismo. En medio de tanto ajetreo, la pobre Irene confundió los sabores; los niños protestaron, intentaron arrebatarse los helados entre ellos y armaron un verdadero alboroto entre los clientes.
La madre desesperada tomó a los tres berreantes infantes y salió rápidamente del lugar.
—¡Señora, espere; ese chico que se lleva es el mío! (Alicia)



domingo, 4 de septiembre de 2022

Perdidos

 

Rojo es el rescoldo que producen las llamas chisporroteantes de las fogatas que iluminan la costa.

Es una isla pequeña, pocos kilómetros rodeados de un mar de aguas tranquilas, tan calmas que asustan.

Soy propenso a tener ideas fantásticas, alocadas, mi imaginación no conoce límites. Fantaseo que este percance nos unirá a través del tiempo. Mi temor es que desde el bosque que nos rodea aparezca un animal prehistórico o un habitante de otras épocas.

Junto a mis amigos viajábamos en un yate. Jóvenes despreocupados consumiendo los excesos que le arrebatábamos a la vida. Sin notarlo, cambiamos de rumbo y encallamos en este islote. Pasaron horas hasta que tomamos dimensión de lo sucedido.

Nuestros escasos conocimientos sobre náutica nos alcanzan para entender que esta isla no figura en las rutas marítimas actuales. Ninguno está preparado para enfrentar esta situación.

Marcos quiere internarse en la floresta.

Sebastián enciende hogueras con la esperanza de que las vean desde altamar.

Juancito “el religioso” se aleja para rezar arrodillado sobre la arena.

Yo continuo en una nebulosa de alcohol pensando en animales extinguidos y seres extraños.

Pasa una semana; los víveres se agotan, tampoco quedan bebidas. Decidimos explorar, caminamos entre los árboles pisando abundante hojarasca. Nuestras fuerzas se consumen, caigo encima de un cúmulo de hojas secas. De repente, noto que mis manos se aferran a un objeto que me es desconocido. Opaco, frío, con pequeñas luces intermitentes. Parece una manija, tiro de ella. Ante mí se abre un hueco brillante con un dulce aroma que me atrae. Me dejo arrastrar y me abandono al hechizo del extraño hexágono. 

Alcira Elena