Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

sábado, 31 de octubre de 2020

Vigesimoséptima consigna en cuarentena


Sin aire 

“Golden”, de Harry Styles, sonaba en la radio del viejo Fiat 600. Viajaba ansiosa por un camino vecinal. En los clasificados del domingo del diario digital, había leído el anuncio en letras negritas: “Vendo cachorro mimoso de cuarenta días, destetado”. La noche anterior tenía todo pronto. Las copas de cristal que su familia usaba para las fiestas, las había acomodado en el fondo de la alacena porque había decidido traer en esa caja resistente al nuevo integrante. Además, llevaba la mantita de lana que usaba a diario para taparse los pies, mientras miraba televisión. 
La polvareda que se formaba en el camino la asfixiaba. Intentó cerrar la ventanilla, pero recordó que la manivela estaba rota. Era lo único que había conseguido luego de que su hermano la llamara a último momento para cancelar el compromiso de llevarla a retirar al pequeño. Solo su prima estaba disponible y accedió a prestarle la nave. Sentía ruidos por todos lados, parecía una verdadera coctelera dentro del auto. Todavía se preguntaba cómo la radio transmitía y tenía señal. 
A lo lejos alcanzó a ver la quinta. Era modesta, rodeada de muchos árboles. A medida que se acercaba, las figuras se iban definiendo. Algunos cerdos chapoteando en un corral, un par de pavos, dos cabritos y la perra. Un hombre de mediana edad salió a recibirla y luego de una breve conversación tenía a ese peludo entre sus brazos. 
Emocionada comenzó a regresar. Harry, como lo había llamado, dormía muy tranquilo en el asiento de al lado. De pronto: pfffffffffffffffffffffff… y el fitito perdió estabilidad. 
—¡Noooooooo! —chilló asustada y se aferró con todas sus fuerzas al volante. 
Luego de una maniobra peligrosa, el auto se detuvo. Harry apareció tirado en el piso. Y ella, despelucada sobre el tablero. Una rueda pinchada, sin aire o tal vez reventada había sido la causa de aquel susto. No tenía idea de cómo cambiarla. Se bajó con el perro pegado a su pecho y comenzó a caminar los doscientos metros que la separaban de la ruta. Desde allí pediría auxilio. Y efectivamente el celular comenzó a funcionar al llegar a la intersección. A la media hora, luego de una charla muy productiva con su nueva mascota, el mecánico apareció y pudo volver a casa. Más tarde coordinó con él el arreglo de la rueda que, a su criterio, pudo provocar un desastre debido al mal estado del sendero. 
Esa noche, luego de cenar preparó la mantita y, tirada en el sillón de la sala con Harry a su lado, no pudo más que decir como en el Ho´oponopono: ¡te amo, gracias! (Silvia)


Las historietas y mi vida 

Pelopincho y Cachirula acompañaron las siestas de mi niñez. La historieta creada por Geoffrey Edward Foladón, dibujante uruguayo más conocido por Fola, me cautivaba. 
Dos niños amigos me hacían soñar con sus aventuras y disparates. Él, con su cabello erizado, un nene tan ingenioso como torpe, dueño de una mascota que era su cómplice. Ella, con su enorme moño en la cabeza y sus cachetes inflados cada vez que se enojaba. 
Mamá me compraba el Billiken y esperarlos cada semana era un gozo. Años después, resucitaron en el Anteojito y nuevamente despertaron mi sonrisa. 
Las historietas sembraron las semillas de mi “yo lectora”. ¡Las amo! Aún las extraño, sobre todo a Patoruzú. (Adela)


Sumisión 

Oscura está la noche en el camino abandonado de la ruta doscientos veintinueve, kilómetro veintiséis. Don Heraldo arrea ganado al establo, en un atardecer naranja pálido que apaga eucaliptus y molinos en el horizonte. 
Las vacas se mueven con alarmante nerviosismo. El viejo debe sacrificar una porque su patrón se lo pidió. El corral está cerca y la manga conserva sangre del último sacrificio. 
Rebenque en mano, asustado y con poca visión, se muestra agresivo ante las mansas y nobles reses, que parecen no estar dispuestas a dejarse asesinar. 
En pocos segundos, el viejo Heraldo está rodeado. Doce vacas se enciman, tres terneros caminan detrás de sus progenitoras, asustados, pero con ánimo de ayudar. 
El viejo grita, llama a los perros que ladran, gruñen, pero no se acercan. Se muestran temerosos. 
En pocos segundos, vacas y terneros devoran las carnes de un hombre de campo. Enojados, con cada mordisco vengan a cada uno de ellos. Su menú excepcionalmente cárnico retuerce tripas de estómagos acostumbrados a pasturas, pero lo resisten. 
El corral y la manga, alegoría de muerte, ya no serán un tormento para estos animales. 
Del pobre tipo ya no queda nada, ni sus prendas, ni el rebenque. Solamente el brillo de la cuchilla justiciera que destrozaba pescuezos sin piedad. 
Campo adentro corren libres. Jamás volverán a ser obedientes. (Martín)


Sin retorno 

─¿Cuándo volvés? ─me preguntó ansiosa, expectante. Le respondí que pronto, que necesitaba tiempo para aclarar mis ideas. Le pedí que me esperara. Yo estaba seguro de que no volvería. Por miedoso no pude decirle la verdad. Evité mirarla a los ojos, no podía enfrentar su desilusión. 
Me llamaban las rutas, los senderos. Buscando algo que todavía no sé qué es, siempre solo, recorrí selvas, desiertos, poblaciones. Fui fotógrafo de hermosos paisajes, dibujante de retratos en ferias artesanales, pintor de payasos tristes, peón rural si la necesidad apremiaba, maestro de niños y hasta profesor de grupos de analfabetos. 
Siempre en movimiento. Hubo muchas mujeres, tal vez algún hijo. Nunca me detuve a averiguarlo, ni siquiera pensé en hacerlo. Lo mío era el marchar errante; a pie, en auto, tranvía o tren. Lo esencial siempre fue trasladarme de un lado a otro. 
Hace años me dijeron que se quedó esperando. Su vida fue una prolongada y resignada ilusión de que yo llegaría de un momento a otro. Todas las mañanas renovaba su esperanza. 
No regresé, y jamás lo haré. No vuelvo donde ya estuve, mi existencia se basa en el andar. 
Le envié un mail pidiéndole que haga lo que tenga ganas, que viva su propia vida, que no dependa de nadie, que deje de esperar. Así lo hice yo siempre y no me arrepiento. Que olvide mis promesas falsas, me sinceré ante ella. Le expliqué sobre mis sentimientos nómades, de mi espíritu libre y sin ataduras. 
Pasaron muchos años, los rigores de las temperaturas ambientales maltrataron mi apariencia. Poco queda de aquel joven vigoroso que abandonó todo por seguir sus impulsos aventureros. Los sueños de libertad los pagué con mi salud. Mi físico ya no acompaña a los enormes deseos de desplazarme que no me abandonan, pero seguiré andando hasta el final de mi camino. (Alcira)


Amor trunco 

¡Mentiras! ¿¡Cómo explicarte que todo fue producto de un plan fríamente calculado!? Ya sé. No vas a creerme. Pero igual trato de aclarar la situación. Roberto no acepta perder. Concertó una cita en el bar para devolverme algunas cosas, sabiendo que vos pasarías por allí. Y así fue. El resto ya lo sabemos. Ridícula escena. Por parte de él, no es cuestión de amor, sino de orgullo y despecho. Pero lo tuyo es peor. Celos enfermizos. Permanentemente, pensás que puedo traicionarte. ¿Todavía no podés creer que te amo, que soy sincera? Siento una tristeza infinita. Ni tengo ganas de seguir justificando ante vos todo lo que haga. No quiero verte. Por eso te envío este whatsapp. No hace falta que contestes. Prefiero cortar de raíz en lugar de sufrir después. Este amor no puede seguir así. Antes de crecer, recién nacido, ya está muerto. (Liliana)


La pesca

Ella, con paso lento, va hasta la orilla del mar bravío. Se sienta y piensa.
Tanta soledad y trabajo agota las fuerzas.
Los pescadores recogen las redes y cuentan los peces. Cada vez son menos.
La tormenta se descarga sobre la vieja barca. Las olas la cubren.
Otra jornada más de lucha.
Los niños cansados, sin alimento, dejan de jugar.
Se acomodan. Un sueño reparador los acuna.
La sirena de peligro no deja de sonar.
Las luces mueren de a una. Las ventanas se oscurecen.
Los primeros rayos solean la salobre calma.
A lo lejos, un pájaro detiene su vuelo.
La quietud abre la puerta de la esperanza. (Josefina)



¡Cuidado con la T! 

—Taller de Leticia. Sí, allí pasó. La cosa venía bien, como digo, amiga: entusiasmo, palabras, muchas: largas, cortas, con rima consonante, asonante… 
—¿Cuentos? 
—Sí, interesantes y variados. Relatos, poesías… Muy buenos los encuentros. 
—¿Y qué pasó? 
—¡Enloqueció la profe! Nos impidió utilizar expresiones que empiecen con determinada letra. 
—¿Nooo? ¿Verdad? 
—Sííí. A mí me… ¡Uy! casi la digo… Si la menciono… PIERDO 
—Pero ¿Es un castigo? ¿Hicieron algo que la enojara? ¿O de puro mala? 
—Nooo, para nada… Ella es re buena. Me parece que quiere sacarnos bien el jugo, como quien dice. 
—¿Y para qué? 
—Supongo que para hacernos pensar, buscar sinónimos, otras posibilidades de decir, aprender a no utilizar palabras de más, a… qué sé yo… será para entretenernos en estos difíciles momentos. 
—¿Y lograste escribir algo? 
—Ando en eso. Pero cuesta, varias palabras a las que quiero recurrir empiezan con la letra prohibida. 
—Como ocurre en la vida. Cuando prohíben… ¡Zas!, es lo que querés. 
—Y, sí. Veré como sigo. 
—Yo diría que coloques alguna. Por allí no se da cuenta. 
—¡Noo, si es re viva! Está atenta siempre. No se le escapa nada de nada. 
—Dale igual. No es presencial. Lo envías por escrito. 
—¿Mmm…? 
—Pero sí. ¿Qué puede pasar si no cumplís con la consigna? 
—¿Qué pasa? ¿Sabés qué pasa? Pone un TACHÓN. (Alicia G.)


Sombras en el paraíso 

Babieca trotó suavemente por el prado, mientras movía la cola expresando su fastidio. Laila y Lulu, esas molestas yeguas criadas por una tal Lady Stanhope la habían hecho objeto de sus chanzas desde hacía un tiempo. No dejaban de destacar el ser dos ejemplos de la más pura raza árabe. Mimadas durante toda su vida por su legendaria dueña, una inglesa llamada Reina de Palmira por los árabes de Siria, se creían las reinas del lugar. 
Ella había sido la cabalgadura del gran Cid Campeador. Rodrigo era apenas un niño cuando, a instancias de su padrastro, la había elegido de entre todos los que poblaban la caballeriza y no cambió de idea aún cuando recibió todas las críticas por su elección. Era fea, humilde, sin ningún atributo que la señalara digna de un gran conquistador. Y, sin embargo, pasó a la historia junto a su legendario dueño. 
Un rápido galope la alejó de las dos presumidas. Adoraba correr por los paradisíacos prados, el Edén de los equinos. Vivían en completa libertad; la naturaleza generosa les ofrecía abundante alimento. Pero no faltaban nubes oscuras en ese sitio perfecto. 
Observó a lo lejos cómo un grupo de machos rodeaban a sus dos acosadoras como un séquito de obsecuentes. Allí estaba Secretariat, considerado el más veloz en el mundo de las carreras; los tres Tornados, como llamaban a esos actores que habían personificado a la montura del héroe televisivo, Zorro; Marengo y Palomo buscaban imponerse emulando el porte de sus dueños guerreros. 
Con un resoplido apartó la vista del grupo, pero no se sintió mejor. Vio pasar a Katie y Cincinnati, ella había pertenecido a Jesse James y él, a Ulysses S. Grant. Iban totalmente concentrados el uno con el otro. Él la mimaba con una manzana que ella masticaba deleitada. No pudo evitar sentir un dejo de envidia. 
La pena secreta que ocultaba en su corazón humedeció sus ojos, para el objeto de su amor ella no contaba. Era apenas una más de las que poblaba el prado celestial. Silenciosa se acercó donde él pasaba su tiempo, a la orilla del lago. Escondida tras unos arbustos, llenó sus ojos con la maravillosa figura de quien había sido jineteado por uno de los guerreros más grandes de la historia: Bucéfalo. (Alicia M.)



miércoles, 28 de octubre de 2020

El abrazo


 El abrazo

 

Sangre y savia al unísono

inocente confianza en la naturaleza

su mirada irradia ternura

en lo profundo del umbroso bosque

sus garras se impregnan de esencia

dos especies se saludan amorosamente

los fluidos rayan su traje

árboles milenarios que asisten su vida

abrazada al verde universo.

 

Creación colectiva (variante de cadáver exquisito)
Colaboraron: Liliana, Susana, Adela, Alicia M., Matías, Alcira, Josefina, Silvia, Alicia G.




sábado, 24 de octubre de 2020

Vigesimosexta consigna en cuarentena


Resurrección 

A diario, para el desayuno me usan. A veces yogurt, ensalada de frutas o el mismo café con leche, depende de quién me elija. En la mesa se celebra un festín: pan casero, mermelada, galletas, frutos secos y exprimidos; al mejor estilo americano. El ritual se realiza en medio de corridas y carcajadas, cada cual preparándose para salir al mundo. Y esta mañana no fue diferente. 
Cada vez que estoy en el fregadero siento pánico. El apuro, el detergente, y un par de dedos torpes convierten un acto simple en un posible homicidio. 
—¡Nooooooo! —grito aterrado. Ese giro inesperado en el aire no resultó. El borde de la mesada no tuvo compasión y acá estoy, en el piso de la cocina, hecho añicos. Ya decía mi prima lejana: “no te entusiasmes, Javier, nosotros solemos tener vida corta”, y yo me enojaba horrores con ella. Siempre la tildé de mala onda, negativa y oscura. 
Pude ver mi vida entera pasar en segundos. Recuerdo aquellas manos cálidas que me acariciaron lentamente, cuando aún no era nada…. El calor de sus palmas, la tersura de su piel, la lentitud de sus movimientos en sincronía con mi necesidad de ser. El taller era pequeño, y la iluminación parecida a los primeros minutos del alba, tenue, sin fuerza. Esa tarde fuimos uno. Nos fundimos en una misma energía. Esa tarde me llené de ella, de su esencia, de su aroma a mujer. Y después de ese momento, la magia se acabó. Nunca más la volví a sentir. 
Ahora, mi cuerpo yace inerte amontonado en un rincón junto a la escoba. El tiempo se detiene, y el silencio se profundiza. Y de pronto, otra vez. Unas manos cálidas que reconozco. Una explosión de emociones. Poco a poco regreso a mi forma original, mis trozos se van uniendo. Vuelvo a sentir, vuelvo a ser, pero esta vez no seré el mismo. 
Mi cuerpo profundo y redondo, vestido de muchos colores y rayas es perfecto como maceta. Mis días de incertidumbre terminaron. En la comodidad del estante del jardín de invierno, como un centinela recibo el día rodeado de mis nuevos amigos: la cala, la begonia, la palmera. Y allá afuera, en el patio, saludo a las yerberas y al rayito de sol. Sonrío satisfecho y en paz mientras observo y me pierdo en el aleteo de una mariposa nocturna. (Silvia)


De arena 

Divertido y entusiasmado, colocaste algas en lo que sería mi cabello y mi pollera. Pusiste caracolas a modo de collar en mi escote. Dibujaste grandes mis ojos y generosa mi boca. Ya estoy terminada. Soy tu creación. Tu mujer en la arena. 
Tus amigos se ríen. “¡Miren lo que fue a hacer!”, exclaman jocosos. Te hacen bromas. Pero te aceptan así. Sos el romántico del grupo. Yo te observo, quieta, sonriente, tal como me imaginaste. 
¡Es tan límpido el cielo este mediodía! ¡Cómo me gustaría, de un salto, salir de este encierro silíceo y correr con vos, a la par, por la orilla del agua! ¡O, tal vez, internarnos al mar, jugar con las olas! Pero estoy acá, inmóvil. Oigo tu risa adolescente. Observo tus rizos morenos, quisiera acariciarlos. Tu piel, dorada por el sol, está perlada con minúsculas gotitas, ya que recién volviste de darte un chapuzón. Me cuidás. Te preocupás por mí. Pusiste alrededor mío los trastos de tus compañeros: ojotas, termos, mochilas, toallas. Todo cuanto sea un obstáculo sirve para impedir que cualquier niño travieso pueda pisotearme y arruinarme. Eso me gusta. Muestra que te importo. Y soy feliz. Así, con este pequeño regalo de amor que me has brindado al dibujarme. 
Escucho las gaviotas en la lejanía. El aroma salobre llega hasta mí. Atesoro cada momento y cada nueva sensación. 
Para vos, este será un día más de playa compartido. Para mí, mi vida. Porque cuando se ponga el sol, junten sus cosas y vuelvan a sus casas, yo aún estaré acá, muda, resignada... 
Sé que, con la crecida de la marea, desapareceré ni bien las olas comiencen a besar mis pies. (Liliana)


Pandy 

Un ovillo blanco, grandecito y un ovillo negro. Compra eso. Vuelve a la casa, se sienta en su sillón preferido y comienza: seis medio punto en anillo deslizado; dos medio punto en cada punto… 
Ya está, la cabeza me quedó hermosa, ahora cierro con seis puntos y mañana sigo. 
Me está gestando, tiene paciencia. Me doy cuenta porque dice que mañana sigue y… ¡tengo cabeza!, ¡puedo pensar! 
Estoy ansioso, quiero ver lo que continúa. 
Sigo con el color blanco, seis medio punto en anillo deslizado, dos medio punto en cada punto…cierro con seis puntos y el cuerpo me quedó hermoso. 
Ahora cambio de color, le toca al negro. ¡A ver! Cuatro partes iguales de seis medio punto en anillo deslizado… Dos partes iguales de seis medio punto en anillo deslizado… Me parece que me olvido de algo. ¿Qué dice el tutorial? 
Antes de cerrar, rellene. ¡Qué despistada! 
Y yo sigo sin saber qué soy, ¡hasta que no me termine! …La estoy queriendo, me acaricia, me habla. 
Dos partes iguales en color negro de seis puntos en un anillo deslizado y en… ¡no, me equivoqué de color! Esto va con blanco. 
¿Qué me falta? ¡Ya sé! Con blanco: seis medio punto en anillo deslizado… y a ¡armar! 
¡Me quedó hermoso! Y eso que es el primero que hago.
Me dijo hermoso y casi lloro. Habla de mí, ella me creó. Estoy e-mo-cio-na-do. 
¿Les dije mi nombre? Soy Pandy, un amigurumi. (Adela)


Pirucho, el vigilante del fondo. 

Recuerdo cuando estaba tirado en el fondo del patio. Porque hasta ser quien soy hoy, pasé por muchos estadios. 
Yo era una escoba desvencijada de tanto barrer. Un día, Irene dijo: “Mejor compro una nueva”, y así, sin jubilarme, me tiró entre los escombros. 
Soporté lluvias, frío, viento, y llegó la primavera. 
José comenzó a preparar la huerta. Este año con la ayuda de Tina, su nietita. 
Con esmero cavaron los surcos. Dividieron en sectores con carteles de acuerdo a lo sembrado: lechuga, achicoria, rabanitos, tomates, zapallos. 
A la mañana siguiente se encontraron con una bandada de pajaritos disfrutando de las semillas. Y ahí comenzó el proyecto de mi construcción. 
El abuelo me levantó y me manguereó para sacarme la tierra. Irene buscó un blusón viejo, unos pantalones y un sombrero de paja. Tina me puso una corbata roja a lunares. Todo vestido, me plantaron en el medio del cantero. Alrededor clavaron estacas con tiras de tela y plumas para ahuyentar a los intrusos. 
Me bautizaron “Pirucho”. Todos los chicos del barrio vinieron a conocerme. Juancito trajo un paraguas que su mamá no usa más para que no me moje cuando llueve. 
¡Qué lindo! Es una pena que no puedo mirarme en un espejo, aunque de reojo veo mi imagen reflejada en la “Pelopincho”. 
Como los patios del barrio están separados con alambrados, desde mi sitio de honor conozco a todos los vecinos y también a sus mascotas, que al principio me ladraban, pero ya se acostumbraron a mi presencia. 
Puedo ver el sol, el cielo y escuchar el canto de las aves, que me observan con miedo desde los árboles frutales. Ninguna se atreve a comer las semillitas. 
El otro día escuché que en el patio de al lado iban a hacer otro espantapájaros. Me siento feliz, podré tener un amiguito. 
Esa será la dicha completa. (Susana)


Eisenhower 

Primavera, época ideal para renacer. Me gusta dormir durante los meses fríos, aunque tengo fortaleza para soportar los más crudos inviernos. Me causa placer tomarme tiempo para desperezarme. En estos días me emborracho de sol, alegría y color. Llegué a este jardín cuando la niña de la casa se enamoró de las flores de la vecina. Su madre -para que dejara de molestar- pidió “un gajito”. Primero lo plantó en una lata de durazno, vacía, por supuesto. Lo cuidó hasta que comenzó a reponerse luego del corte. Ya crecidito, lo pasó al cantero en el que antes esparció hierro en polvo para dar vigor a mi desarrollo. Podría decir que esa fue mi “gestación”. 
Ahora, mis pimpollos están floreciendo. Tiernos, delicados, color rosa pálido. De aroma exquisito pero suave, se brindan con generosidad. Mi nombre es famoso: Eisenhower. De buena estirpe, descendiente directa de la mejor amiga del Principito. Soy el regalo perfecto para demostrar amor, respeto, decorar mesas festivas y adornar el ojal del caballero. 
A mi actual familia no le gusta cortar flores. Dicen que existimos para decorar el jardín y alegrar la vista mientras dure nuestra vida. Nos riegan cada mañana, nos hablan mientras quitan las malezas cercanas. 
Tanta belleza también tiene su pequeña cuota de maldad. Mis espinas se hacen notar, es mi manera de defenderme. El que me pretenda deberá sortear mis aguijones que, son bastantes dolorosos. A pesar de que a la enredadera le veo intenciones poco claras, estoy orgullosa de pertenecer a esta casa. Encontrarme entre tantas hermosas hermanas. Magníficas y espléndidas por la mañana, luciendo muy ufanas sus gotas de rocío, como perlitas relucientes. Algunas, trepando por finos alambres que cubren las paredes. Otras demuestran sus años mostrando troncos deslucidos y nudosos, pero llenos de vida. Los árboles que nos circundan brindan su sombra reparadora cuando el calor aprieta. Las abejas nos visitan haciendo su trabajo con alegría y un tenue sonido que es una delicia. 
Mi existencia es fascinante, nada aburrida como la de mi vecino, el cactus. (Alcira)


¡Qué destino! 

—¿Viste? Me tienen aquí, sentada en el sillón de la sala. ¿Tanto trabajo para qué? Nadie juega conmigo. 
—No te quejes. Por lo menos a vos te pusieron nombre… 
—Sí: Carolina… ¿Y de qué sirve? Nadie me llama, ni me visita, ni… 
—Bueno, Carolina, tranquila. Yo todavía no tengo identidad. Dicen que la sobrina de Florencia, nuestra creadora, va a elegir cómo llamarme. ¿No es preferible regalarme ya con nombre? 
—Sí. Me parece mejor. A mí me lo pusieron porque voy a casa de la nieta de Florencia. Seguramente debe ser menos complicada. 
—Claro. 
—¿Querés que juguemos a elegir un nombre para vos? A ver… ¿Te gusta Agustina? 
—¡No! Tendría que llamarme AGUJITA no Agustina, con tantas agujas que me pincharon mientras cosían mi cuerpo. 
—¿Y a mí? No sabés lo que dolió cuando me rellenaban. Meta vellón. Meta vellón. Y dale, dale, empujaba, empujaba: dedos, tijera, palitos, hasta con la aguja de tejer, la metía en las partes más chiquitas, pies, orejas. ¡Ay, todavía me duele! Tuve ganas de gritarle: ¿Cuánto relleno querés poner? ¡Pará loca! ¿Para qué una muñeca tan rechoncha? 
¿Sabés qué me decía?: “¡Qué linda con estos cachetitos gordos!”, y metía y metía relleno… Luego continuaba: “Bien panzona te quiero”. ¡Qué fastidio! Claro, total ella es flaca como un espárrago. 
—Bueno Carolina, no te enojes tanto que estás muy bonita, con esas puntillas y tu pelo pelirrojo. 
—¡Horrible! A mi no me gusta tener el pelo colorado. ¿No podía ponerme un color más común? 
—Seguro no le alcanzó la lana, porque cuando estaba cosiendo los míos comentaba: “Muñequita, estas son las últimas hebras de lana tostada que me quedan”. ¿Sabés? Hablaba conmigo. Debe estar medio chiflada. 
—Puede ser porque a mí me puso vestido de seda, calzones largos con cintas. Y como si fuera poco siguió agregando moños, piedras, bordado… ¡Qué antigüedad! ¿No es más práctico yin y camisa? 
—Quizá es un deseo no cumplido porque a mí también me vistió con estilo rococó, ¿Ves? Y mientras agregaba y agregaba cachivaches, decía: “Qué linda estás quedando”. “Parecés una princesa de cuentos”. “Debe ser tan lindo sentirse princesa” 
—Claro. Tenés razón. Deposita su frustración en nosotras. Ojalá las nenas con las que vayamos a jugar nos saquen todos estos accesorios inútiles. ¡Adiós puntillas, piedras y voladitos! 
—Bueno, parece que tan mal no quedamos porque todos los que entran aquí nos halagan. 
—Sí. Y también nos toquetean. Vamos a llegar arrugadas y con los vestidos manchados. 
—Tenés razón. El otro día, cuando entró la amiga de Florencia comiendo chocolate, pensaba: ¡Qué no me toque! ¡Qué no me toque!... 
—Bueno, amiga, ¿Cómo puedo llamarte? ¿Te gusta Guillermina? 
—Mmm… Sí, está lindo. Carolina y Guillermina, dos muñecas parlanchinas. 
—Podríamos agregarle música para jugar con las nenas. ¿Te parece Guillermina? 
—Dale, Caro… ¡Qué destino nos espera! Por suerte viven en casas contiguas. Vamos a vernos todos los días. 
—Allí viene Florencia a buscarnos. Callémonos, acomodemos nuestros vestidos y pongamos nuestra mejor sonrisa. 
—¡Chau, amiga! 
—Nos vemos pronto. (Alicia G.)


Las mellizas 

Las miro y recuerdo cuando las hizo. 
Sí bien está mi granito de arena en ellas con la ayuda de algunas hileras, con la compra del material y la búsqueda de las herramientas de trabajo, es la Sera, con sus manos pequeñas, sin arrugas, finas, quien les da forma. 
Con sus casi noventa y cuatro años, para mi último cumpleaños con ella, las confeccionó. 
“Somos un par de inquietas calentadoras de pies”. 
Adivinan mi pensamiento, se meten en mi conversación interna. 
“Todas las noches mientras vos dormís, hablamos”. 
“No somos gemelas porque hay un punto o dos vueltas más de diferencia en cada una. Nos tejieron de a una por vez. Y... se escapa algún detalle”. 
“Pero... más o menos ¿¡nos parecemos!? Digamos... ¡No se nota!” 
“Yo calzo el pie derecho, soy la más callada. Mi hermana, la del pie izquierdo, ¡es una parlanchina! Me cuenta que desde hace muchos años, hoy también algunas artesanas, sacan la lana de las ovejas que crían. Cardan los vellones, los mezclan, tiñen y combinan colores. Sacan una hebra, con el huso la retuercen y luego en la rueca la terminan de hilar. Forman así los carreteles de la fibra. La Sera aprendió todo ese oficio allá en su pueblo natal. ¡Yo la vi hacerlo!" 
“Nuestras 'ancestras' ¡son puras! Nosotras estamos contaminadas por los acrílicos y texturas químicas. Eso sí, tejidas con cinco agujas. Los puntos repartidos en cuatro agujas y la quinta los va pasando. Somos tubulares. ¡Ni una sola costura tenemos! Al final un punto rematado con un nudo y...¡ya está!” 
Debajo de las sábanas y las mantas, escucho un cuchicheo. ¡Me sorprende la curiosidad! 
Las veo en el final de la cama observándome. 
“Esperemos que esta deje de hacernos remiendos y bordados. ¡Que se ponga las pilas y aprenda a hacernos!"
"¡Ya no nos queda mucho tiempo!”
Es la mañana. Debo levantarme para ir al trabajo. 
Me las saco. Las doblo y las coloco en la mesita de luz en el rincón de las medias. 
Cuando en las noches frías ellas están en mis pies, una energía tejida me acompaña. (Josefina)


Transformación

Nací como botella para licor. Tengo pocos y confusos recuerdos del inicio de mi vida. Sí tengo presente cuando llegué a la fábrica de licores, pasé por la envasadora y, de allí, al supermercado. Me pusieron en una góndola donde estaban las bebidas espirituosas. Conocí a muchas colegas de distintas formas y colores. 
No peco de falsa modestia, considero que soy una de las botellas más atractivas; de color caramelo oscuro, mis etiquetas combinan el negro con el rojo y letras doradas. Mi base pequeña se va ensanchando hacia arriba, dándome una suave forma de cono truncado, rematado con un largo cuello que me otorga clase y elegancia. 
No estuve mucho tiempo ahí, mi contenido es uno de los licores más populares, de un suave sabor a café con un toque de alcohol que lo hace ideal para acompañar un ídem caliente en una noche de invierno. 
Una vez vacía, me pusieron en una caja de cartón junto con otras compañeras para trasladarnos a "un punto limpio", lo que eso sea. Pero antes de que nos llevaran, el ama de casa eligió a varias de nosotras y nos puso en una caja aparte. 
Estuve ahí durante un tiempo hasta que llegó mi turno. Primero, ella me puso bajo el chorro de agua caliente y me despojó de mis hermosas etiquetas. Tuve que soportar que me fregara con algo muy áspero hasta que quedé desnuda. Luego me paró sobre el extremo de mi cuello y me dejó hasta el día siguiente. Pasé la noche sin dormir por miedo a perder el precario equilibrio en que me había colocado. Sabía que si me caía me haría trizas. Al día siguiente, me untó con algo frío y viscoso y me envolvió con un papel blanco. Fue una experiencia muy desagradable, me sentía pringosa y sucia. Y otra vez me dejó por veinticuatro horas. 
Sobre el papel seco de mi cuerpo, dibujó unas líneas con un lápiz que me hizo cosquillas. Sobre esas líneas pegó pequeñas semillas llamadas lentejas y en los huecos hizo lo mismo con recortecitos de algo mencionado como goma eva. Otra vez tuve que esperar hasta el día siguiente para saber qué pasaría conmigo. Mi aspecto me daba tristeza, sentía que mi elegancia ya no existía. 
Cuando se aseguró de que nada de lo que me había puesto se despegaba me pintó de negro, y después me hizo como manchones en azul y verde metalizados. En ese momento empecé a mirarme con otros ojos. Por último me puso algo que ella llamaba pátina dorada destacando las lentejas y los pedacitos de goma eva. 
Una vez satisfecha con el resultado que había obtenido conmigo, me trasladó a una mesa donde me encontré con mis compañeras antecesoras en el proceso de transformación. Estaba la flaca larga de vino blanco, pintada de rosa acorde a la figura de flores que le habían adherido y líneas doradas que simulaban ramitas con hojas. La petisa rechoncha de vino tinto, también con flores pegadas pero sobre un fondo verde con una gran franja dorada. Y la pesada de vino espumante decorada con un estilo parecido al mío, pero, por supuesto, a mí me queda mucho mejor. 
Ya aclaré que no peco de falsa modestia. (Alicia M.)





sábado, 17 de octubre de 2020

Vigesimoquinta consigna en cuarentena


De cómo el viento provocó un encuentro

Jack O’Malley, hijo de la famosa Grace de homónimo apellido, amaba al viento. Como buen pirata que era, desde la cuna aprendió que las velas se hinchan cuando Eolo sopla. Por eso, antes de embarcarse en alguna travesía, observaba pequeños detalles que solo él conocía que podían darle un pronóstico favorable: el vuelo de las aves, el rizo del agua, el color del cielo, o las nubes en la lejanía. También amaba los momentos de calma chicha, cuando el sol brillaba sobre la superficie del mar, reflejado como en un espejo. Aprovechaba entonces a zambullirse, nadar un rato y, si se daba la ocasión, juguetear con los amistosos delfines. El aroma que traía la brisa le avisaba la cercanía de alguna tierra, con los olores característicos de las playas. Prestaba atención a esos pormenores, cuando, con su catalejo, oteaba el horizonte desde la cubierta de su embarcación. 
Una mañana soleada, cuando hacía buen rato que había divisado una isla, el viento le trajo una fragancia exquisita, desconocida para él. Parecía provenir de la mezcla de miles de flores. A medida que se acercaba a la costa, se hacía más y más intensa. Lo cautivaba y extrañaba. Al acercarse, echó anclas, desembarcó en un bote junto con algunos de la tripulación y atracó cerca del pequeño muelle. A pocos metros se divisaba una hostería cuya fachada los invitó a aproximarse. Un cartel de madera pintada promocionaba buena comida y hospedaje. Todo el edificio estaba rodeado por un sencillo pero prolijo y amplio jardín, el cual denotaba la cuidadosa atención de su dueño. Fresias, jazmines, madreselvas. Infinidad de especies y colores eran los causantes de esa esencia fascinante que llegó hasta el mar. Al entrar en la posada, Jack percibió otro aroma, esta vez apetitoso, y recordó que tenía hambre. Cuál no sería su sorpresa cuando vio a una bella joven, afanada en dar los últimos toques al plato del día. Fue amor a primera vista para ambos. Él, embelesado por la gracia y las habilidades de la muchacha. Ella, enamorada de la figura aguerrida del navegante. 
A partir de allí, nunca se separaron. Si él debía zarpar, ella le preparaba platillos favoritos para que llevara. Cuando volvía, el viento de nuevo acercaba al pirata los aromas tan especiales que le anunciaban la proximidad de las flores de su amada. En esas ocasiones, pasaban largas temporadas de paz y felicidad en la isla. 
Jack cambió su actividad por otra menos peligrosa. De corsario pasó a ser marino comercial. Arrió la bandera negra con la calavera y los dos huesos, e izó una nueva, con un escudo donde resaltaban sus iniciales en vivos colores. 
El espíritu de Grace O’Malley lo continuó protegiendo maternalmente, desde cada rincón de su amada embarcación. (Liliana)


Com pasión 

Para el barrio, Gina era una mina rara. Hablaba poco con la gente. Vivía en una casita pequeña, a mitad de cuadra, ubicada justo entre la panadería y la carnicería. La particularidad del terreno es que era muy largo y formaba parte de lo que se conoce como el pulmón de manzana. Allí, daba cobijo a más de cincuenta gatos y gatas que había recogido de la calle. Lo que había comenzado como una acción solidaria, se había convertido con el tiempo, en una costumbre e incluso un compromiso del que no podía escapar. 
Todo había comenzado cuando ella apenas tenía seis años. Un acontecimiento desafortunado la había marcado de por vida. Esa noche, regresaba con su madre de la casa de sus abuelos en el viejo Chevrolet, cuando el auto dio un salto. Ella viajaba dormida en la parte trasera, acostada a lo largo de los asientos. Un aullido penoso la sobresaltó y escuchó gritos de puteadas a algo que se movía en zig zig sobre la calle. Más tarde había descubierto que era un gato callejero al que habían pasado por encima con la rueda del auto. Y que, gracias a la generosidad de los vecinos de enfrente de su casa, había sobrevivido. Casi no tenía relación con ellos. Solo conocía a Tomás, el niño de su misma edad. Nunca les pudo agradecer. 
A partir de entonces, cada vez que veía un gato en la calle quería llevarlo a su casa, pero su madre era inquebrantable en su decisión. “¡No!”, había dicho la primera vez. “¡No!”, la segunda. Y así sucesivamente. Nunca más volvió a mencionarlo. 
Un día, ya siendo adulta, cuando regresaba de hacer los mandados caminando, un pequeño peludo color negro la siguió hasta su casa. “¡Son tan lindo!”, pensó. No lo dudó y se quedó con él. Ese fue el primero de muchos. La siguiente vez, encontró una caja con una bolsa de consorcio que se movía insistentemente. Su sorpresa fue enorme al encontrar a cuatro gatitos abandonados, dos hembritas y dos machitos. No tuvo que pensarlo siquiera. En otra ocasión, durante sus caminatas, había levantado una gata preñada que estaba abandonada en un descampado a unas pocas cuadras de su casa. Siete gatitos habían nacido y ¡todos vivos! O también, cuando aparecieron en la puerta de su casa dos gatos hermanitos que no se separaban para nada; iban a todos lados juntos, se movían en pareja. Resultó que uno era ciego y el otro su lazarillo. Ella los cuidaba y alimentaba. 
Al costado de su humilde casa se extendía una galería enorme, hasta casi mitad de terreno. Allí iba armando las cuchas con colchones viejos, que la gente le donaba. Incluso traía cajas de cartón duro y los transformaba en camitas calentitas para sus mascotas. Las forraba con cinta de embalar para resguardarlas de la humedad y de los días de lluvia. También con retazos que podía obtener de sus clientas cosía mantas de abrigo. Todos se habían ganado un lugar en su corazón. Por las mañanas esperaban con paciencia que abriera la puerta de la casa para entrar a saludarla. Era común verlos tomar sol desparramados en la galería. 
A diario, se podía ver a Gina caminar por la ciudad, con una varita en la mano hecha con la rama de un árbol. Hacía varios años que repetía esas caminatas sumida en su mundo, como aquel que busca algo y no encuentra. Siempre iba acompañada de sus amigos, la seguían reconociéndola como al flautista de Hamelin. Las personas la miraban extrañadas y solían pensar: “qué loca”. Incluso, los más pibes, le gritaban cosas por la calle. Se había convertido en un personaje conocido, pero a la vez controversial. Algunos no soportaban la cantidad de animales dando vueltas por el barrio y habían asentado denuncias en el municipio, que no habían prosperado. Otros lograban tener empatía con ella. Era el caso del Héctor, el carnicero, que le preparaba los bolsones de huesos con carne cada semana. O Alicia, del almacén de la vuelta, que le donaba los paquetes de arroz, fideos o polenta que estaban próximos a vencer y que sacaba de la venta. Hasta la protectora de animales se había acercado y esterilizado a las hembritas de manera gratuita. 
En la casa de Gina, había un corazón generoso. Ella había salvado de un fatídico destino a los que ahora eran sus mascotas y compañeros. Algunos habían recibido un nombre como: Bobi, China, Porota, Magguie, Minie, Mosho, Daisy, Chicho, Manchita, Negro. Cuando se le acabaron esos nombres, siguieron Primero, Segundo, Tercero, Cuarto, Quinto… Revoltoso, Gruñón, Temeroso y otros tantos. Ellos se habían convertido en su familia por elección. Por eso no le molestaba escuchar cuando le decían “la vieja de los gatos”. 
Un día, todo cambió. El anuncio de remate judicial de la propiedad la sorprendió. Le daban cinco días para dejar su casa. "¿A dónde iría?, ¿qué sería de sus amigos?, ¿qué pasaría con su búsqueda?". 
Apenas podía sobrevivir con el salario de costurera. Su mundo se estaba derrumbando. Los vecinos, al enterarse se consternaron. No podían permitir que Gina fuera desalojada de esa manera. Ella era importante en el barrio; así, con esa forma de ser extravagante, le daba vida. Era un personaje singular que se había hecho querer y todos colaboraron. 
En tiempo récord, hicieron una campaña denominada Salvemos el hogar de Gina. Fue sorprendente la respuesta de la gente. Aun así, lo recaudado no alcanzaba. La tristeza la había embargado. 
A último momento, una donación anónima completó la cifra que necesitaban. El revuelo fue tan grande, que los medios locales y nacionales se hicieron eco de la noticia develando el misterio: un empresario de la construcción había pagado. Tomás Eliseo Conrad, su vecino de la infancia al que ella tanto buscaba. (Silvia) 


Novato 

Roque es el único médico de un pueblo rural muy cerca de la frontera. Hace años que pasa su vida entre el consultorio y las recorridas por chacras y tambos de los alrededores. A estos últimos dedica sus fines de semana, cada domingo lo encuentra almorzando en una casa distinta. Es bien recibido en todas. Más de una vez, es la única manera de cobrar a sus pacientes. Lo mismo un parto, que dolencias de todo tipo, consejos cuando surgen amores contrariados o encuentros clandestinos. Con frecuencia algún infiel ha recibido con atención las palabras justas y sinceras del médico amigo. 
Siempre amable, famoso por su solidaridad. Su antiguo coche va cargado de medicamentos que él se encarga de pedir a laboratorios, visitadores médicos y hasta a los farmacéuticos. Sabe que la gente del lugar vive con menos de lo justo. Siempre estuvo tan abocado a esta tarea que no le quedó espacio para su vida personal. En sus años jóvenes comenzó una relación con Ramona, partera del pueblo vecino. Amorío que no prosperó. Ella no tenía paciencia para esperarlo después de sus recorridas sanitarias. Tampoco quería acompañarlo, mucho menos atender a domicilio. Decía que los bebés debían nacer en “la maternidad”, así llamaba al cuartito acondicionado para tal fin que tenía en su casa. 
Roque se siente cansado, quiere jubilarse, tener tiempo para sí mismo. Hace varios meses inició trámites para que la gobernación envíe su relevo. Pero, la burocracia -que siempre se enreda entre formularios y escritorios- tardó más de lo previsto. La semana pasada llegó el anuncio: el nuevo médico llegaría al comenzar el próximo mes. 
Va a buscarlo a la terminal de ómnibus. Le basta una mirada para darse cuenta de que la jubilación está lejos, primero deberá capacitar al recién llegado. ¿Qué podría hacer este muchachito recién egresado, cuando se le presentaran los mil y un problemas que él estaba tan acostumbrado a resolver? Poco y nada. Con un gesto significativo le señala el auto. A la vez que conduce le comenta sobre sus tareas y enumera pacientes, sus achaques y situaciones difíciles. El muchacho, sorprendido, le pide que regrese a la terminal, qué está seguro que en estos parajes no encontrará su futuro. Quiere tomar el próximo autobús que lo devuelva a “la civilización”. Roque resopla entre resignado y molesto. Le espera la burocracia y sus laberintos de papeles, firmas y sellados. No ve la jubilación, y muchísimo menos su descanso, en el horizonte. (Alcira)

Chanteando 

Hoy leí un cartel: “Si yo fuera perro barrería a los chantas”. 
Guau, guau, guau. ¡Cómo me reí! ¡Soy perro! Y la verdad es que me encantaría, no sé si barrerlos, pero verlos lejos, seguro. 
No los soporto. ¡Con lo fácil que es hacer bien las cosas! ¡Con lo lindo que es hacer lo correcto! Hasta nosotros, los cuatro patas, entendemos eso. Si te portás bien, todos te quieren. Si no molestás, nadie te molesta. 
Los chantas pululan –esa palabra se la oí a mi dueña-, son como el perejil. Crecen, se multiplican. Lo peor es que a algunas personas las engatusan (¿esta vendrá de gato?) y cuando las pobres se avivan, ya es tarde. 
En la radio, todos los días hablan de esas cosas. Hay chantas que llaman por teléfono a los viejitos y les dicen que les van a dar plata, que vayan al cajero y no sé qué más. Lo escuché en la radio, pero yo no entiendo. También están los que parecen buenitos, pero son más malos que la sarna. Y yo sé lo que es la sarna, antes de que me adoptaran, tuve. Me picaba todo, y no me alcanzaban las patas para rascarme. Menos mal que una señora se dio cuenta y me puso un polvito para curarme. Después, cuando me adoptaron, ya no tuve más problema porque me bañan y me llevan a la veterinaria. La veterinaria es la médica de los cuatro patas. 
Otros chantas son los que nos tienen cuando somos cachorros y los entretenemos. Cuando nos ponemos viejos y tenemos problemas nos abandonan. 
El grupo chanta siempre es humano. Los animales somos nobles, jamás chantearíamos a un animal. Ni se nos ocurriría. Por eso me gustaría barrerlos. 
¿Me enseñan a usar la escoba? (Adela)


Contradicciones

Miro Arquitectura y Estilo. Construcciones en el mundo. 
Quiero hacerme una casa modesta y cómoda. El terreno no es mi problema, ya lo tengo. 
Es el lugar que a mí me gusta. Un valle... el arroyo que baja de las sierras y una frondosa vegetación. 
Hasta aquí, no llega en masa el mayor depredador: ¡el hombre! 
Queda muy lejos de la supuesta civilización. Los pulmones reciben aire sin smog. Los oídos no se contaminan con los ruidos de las ciudades. 
Los ojos reciben, ahora que es primavera, los diferentes colores. Las sensaciones se alimentan de la frescura y los aromas del paisaje. 
Los animales tienen su espacio. Algunos más domésticos se acercan. Otros, mantienen distancia. Intuyen sus límites. 
¡No! No es una isla, hay vecinos. Tenemos el mismo interés: vivir lejos de lo que daña y nos daña. 
Sigo en mi tarea. Paso cinco páginas consecutivas. Me detengo. 
Reflexiono. ¡Cuántos castillos! ¡Sólo en una pequeña región de ese país del Norte! ¡Lujos! ¡Innecesarios! 
Muchas dependencias. Piscinas, parques para variados deportes, muebles y enseres innumerables... 
Leo su costo. ¡Un precio exorbitante! ¿Cuántas personas pueden tener acceso a esas viviendas? 
Viene a mi mente mi cuenta bancaria. ¡Con un poco de suerte, ¿una habitación?! 
¡Cuántos desamparados podrían tener su techo simple, con lo básico! ¡Sí! Si en el mundo respiráramos equilibrio, empatía... ¡y algo más! 
El olor de la tinta pasa por mi nariz, baja hasta mi garganta. Dejo de hojear y de un golpe cierro la revista. 
Pienso en mi nuevo hogar. Las ventanas que miran al sol que nace en la mañana. Varios acordes naturales que me despiertan. El olor a pasto húmedo. Y, cuando la buena estación del año tome su descanso, un humeante guiso de lentejas y un vaso de Malbec sacien mis contradicciones junto a la chimenea. (Josefina)


Peripecias de Halloween

Halloween es un evento extranjero. Su origen está en Europa, pero lo que más conocemos es el de Estados Unidos. Su significado se pierde en la historia humana. Hoy se lo asocia a brujas, calabazas y cuentos de miedo. El cine hizo conocida esta fiesta en el mundo y hoy, en nuestro país, vemos algunos niños disfrazados pidiendo golosinas los 31 de octubre. 
¿A qué viene esta perorata? A que la penetración cultural invadió mi familia. Los chicos son chicos, se entiende que quieran imitar esa celebración que conocen a través de las películas. Pero que un adulto, hecho y derecho, como Roberto reviva su infancia disfrazado, recorra las calles acompañando a sus sobrinos casa por casa, es demasiado. 
A eso agreguémosle que decora el frente de su morada con adornos afines al tema: esqueletos de papel maché, zapallos calados con caras, fantasmas y, como guinda del postre, la jaulita de Pepote, su tarántula mascota. 
El año pasado se disfrazó de tío Patilludo o tío Rico, como más les guste. Tiene mucha habilidad como artesano, eso hay que reconocerlo. Esa vez se fabricó una máscara de papel maché igual a la de este personaje de Disney y también se hizo la ropa adecuada. En lugar de bastón llevaba una escoba y simulaba amenazas para que los niños consiguieran más golosinas. En el barrio todos lo conocen y, por eso, se prestaban al juego. Además, es muy capaz de estallar un petardo en el jardín de los remisos a regalar. 
Sin embargo, no contó con Doña Chola. Se había mudado hacía muy poco tiempo y no le gustaban demasiado los niños. Encima tenía un perro, Ripper, de un aspecto acorde a su nombre. No contestó la puerta cuando los chicos tocaron el timbre; ante su decepción, él encendió un petardo, pero la puerta se abrió de golpe y salió el pichicho como un torpedo. 
Roberto tiró el petardo y salió corriendo con el perro detrás, los niños gritaban, los vecinos reían al ver el pato gigante tratando de eludir al can que alcanzó a morder el almohadón que simulaba la cola. Él no se detuvo y corrió varias cuadras con el perro enganchado en su trasero, hasta que se soltó. Aparte del susto que se llevó, Doña Chola lo denunció por maltrato animal. 
¿Ustedes creen que Roberto aprendió la lección? Nada de eso, ya está planeando el próximo Halloween. La familia tiembla. (Alicia M.) 


Maruja la bruja 

Maruja la bruja se mira al espejo y ante la pregunta ¿Quién es la bruja más bruja de todas las brujas?, el espejo le responde como siempre: —¡Vos Maruja! 
—¿Y la más fea? —vuelve a preguntar la bruja. 
—La más fea ya no sos vos. Ahora es Clodomira. Acaba de llegar al barrio. 
—¡No! ¡Noooo! —grita como loca Maruja. 
—Así es —le contesta el espejo serenamente—. Tiene la nariz más puntiaguda, con arrugas asquerosamente negras, ojos lagañosos, orejas de sapo, piel áspera como cartón corrugado y un pelo negro negro enredado y lleno de piojos. Ese pelo largo le llega hasta sus pies y cuando pasa nos barre las veredas a todos los vecinos. 
Maruja se pone furiosa. ¿Cómo puede ser que una nueva bruja le saque el título de reina de las brujas a ella? Ella, que siempre había estado primera en la lista del barrio Brujeril. 
Como buena especialista en embrujos se pone a preparar una pócima para embellecerse, perdón, quiero decir para afearse más. Busca su caldero y coloca dentro: quince pelos de gato, siete uñas de murciélagos, piojos de arañas, mocos de caracol y una lágrima de cocodrilo. Revuelve bien y pone al fuego hasta que rompa el hervor. 
Mientras espera, va al ropero para buscar la vestimenta más raída, sucia y oscura… Pero, en un descuido, la ventana se abre y caen adentro de la olla flores del jardín y el viento arroja cantos de los más bellos pájaros del lugar. 
Cuando el brebaje está listo, la bruja lo toma. Olvida mirarse al espejo y sale a encontrarse con sus amigos. 
Cuando la ven gritan alarmados —¡¿Quién sos?! ¿Un hada? ¿Una princesa? Este es el barrio de las brujas…¡¡¡Fueraaaaa!!! 
Despavorida, corre en busca de su espejo. Se mira y casi cae desplomada en el suelo. La imagen que le devuelve es de una bella mujer: nariz respingada, ojos claros, piel aterciopelada, cabellos sedosos y una voz dulce y cantarina como el gorjeo de los pájaros. 
Maruja grita, patalea, llora… 
Al enterarse de la noticia, vienen de todos los medios para filmarla y entrevistarla. Se preguntan: “Cómo una bruja re bruja se convierte en una bella mujer”. 
Maruja espía por su ventana y la cierra con rabia. 
—¡Qué salga de la choza! —gritan unos. 
—¡Queremos filmarla! —gritan otros. 
—Vamos, Maruja, salí y desfilá. Vas a ser famosa. 
La bruja, ahora con cara de ángel y canto de pájaro, pone cien llaves a sus puertas y candados a sus ventanas. 
Todavía permanece encerrada, tratando de encontrar un nuevo brebaje que le devuelva el título de la bruja re bruja y más fea de todas las brujas del barrio Brujeril. (Alicia G)

 


 


sábado, 10 de octubre de 2020

Vigesimocuarta consigna en cuarentena


Otra vez en libertad 

Hace tanto tiempo que no voy que me irrita presentarme así, sin avisar, sin una vestimenta apropiada. No sé con quién voy a encontrarme… ¿seguirán allí mis amigos de antaño? Y si están, ¿aún se considerarán mis amigos? Lo dudo, hace tiempo que no los veo. 
¿Cómo se explica, después de tantos años, un regreso no esperado? Tal vez ya nadie se acuerde de mí, o de los detalles de mi ausencia. De lo que sí estoy seguro, es de que todos saben dónde estuve, pero pocos se preguntan por qué. En realidad, ni yo mismo lo sé. Tal vez ese fue mi error: ¡no pensar, sino actuar! 
Debo concentrarme en mí y no prejuzgar ni prejuzgarme. Soy un hombre diferente de aquel que conocieron. Ni mejor ni peor, sólo distinto. 
Es curioso, se supone que debo estar feliz, pero las preocupaciones no me dejan disfrutar lo bueno de este instante. ¿Qué otras sorpresas tendrá la vida para mí? Siento que tanta presión sobre mi futuro está enloqueciéndome. Lo único que me falta es terminar en un neuropsiquiátrico y no volver a disfrutar de mi libertad. 
¿Alguna vez, mi libertad volverá a ser absoluta? ¿O esta mochila me acompañará por siempre? ¡Tantas preguntas sin respuesta! 
Se dice que nadie es absolutamente dueño de su vida. No debo impacientarme, sólo volver a aprender a caminar más allá de las rejas. (Fabiana)


La cola de Corbata 

"El perro tiene tan larga la cola que le cuesta descifrar el pensamiento." 
Observo al Corbata, el perro callejero que todas las noches se junta en la vereda con el resto de los que no tienen dueño asignado. 
Mancha, Pulgoso y Bella. Esta, castrada, se pavonea entre ellos haciendo alarde de su coquetería canina y su castidad. 
¡Qué placer verlos juntos! ¡Son tan disciplinados! 
Cada uno tiene su lugar y característica. Mancha se acuesta en el cantero del árbol que está en el este. En el ojo derecho, una extraña aureola roja destaca el azul del iris. El izquierdo es marrón. ¡Las sorpresas de la genética! 
Pulgoso, como su nombre lo dice, se rasca continuamente. Las pulgas hacen caso omiso a la efectividad de la pipeta que le puse. ¿Será alergia? Su condominio es la entrada del portón del auto. 
De Bella, ya dije lo que la destaca. Y, como una reina en su trono, ocupa el banquito de azulejos. 
¡El Corbata! ¡Qué intriga! 
Sí. Su detalle es la corbata blanca que nace en su cuello y se extiende hasta el inicio de sus patas delanteras. Parece más una camisa. Dos botones negros y... un novio perfecto vestido de frac. 
Él se sienta en el cordón de la vereda. Lo miro, me mira... y otra vez lo miro. 
A mis vecinos les comento: "¡A estos animales solo les falta hablar!” 
Corbata me desorienta. Su larga cola que barre la calle, se agita tanto que pareciera que por ahí se van sus pensamientos. (Josefina)


¿Cómo estás hoy? 

Tengo tanto sueño que lloro como una niña. Esta es su frase preferida. Me causa gracia oírla. Yo soy capaz de llorar de risa, pero cuando tengo sueño, bostezo, estiro los brazos, me voy a dormir. 
Nos encanta exagerar lo que nos pasa usando frases rimbombantes. Si nos escucháramos, no reconoceríamos nuestra personalidad. Cuando las dicen otros nos reímos o asombramos. 
Las palabras “tan” y “tanto” que no dicen la cantidad, no dicen “cuánto es” lo que nos pasa, son muy útiles para expresar nuestra desdicha o nuestra felicidad. 
El tengo tanto sueño que… es la respuesta a mi pregunta: ¿cómo estás hoy? Pregunté por decir algo, la verdad es que no me importa su estado. ¡Es tan cargosa! Le gusta victimizarse, se queja. Desde que la conozco, vive con sueño y eso que se acuesta antes de las doce y duerme toda la mañana. Claro, ella no cocina, ni limpia como lo hago yo. En su casa hay mucama, cocinera, chofer. Yo, en cambio, hago todo eso. 
Cuando la escucho me río, pero tengo un poco de envidia. Debe ser lindo tener tanto sueño como para llorar. (Adela)


De límites y palmera 

Mi hermano es tan cargoso que parece tocar el cielo; de mi paciencia. Molesta, insiste -como dice Verónica, mi hermana mayor- “de la tierra al cielo”. No encontramos manera de hacerle entender que su actitud nos incomoda, nos perjudica, altera a toda la familia. Alan -de él se trata- es el más chico de los tres hermanos. Siempre fue el consentido de nuestros padres. Toda travesura era y es perdonada. Continuamente entrometido en nuestras cosas, no nos da tregua. Ahora, que es adolescente, no saben qué hacer con él. Mi madre propuso enviarlo a un psicólogo primero, o a un psiquiatra después. Mi papá, que ingrese a una escuela militar “para hacerse hombre”. Lo que no pudieron hacer ellos, pretende que lo hagan otros con una educación rígida y disciplinada. Mi abuela, que también opina, dice que lo ideal es un convento de curas. Yo, que he sufrido tanto por su culpa sólo quiero borrarlo de la faz de la tierra. Me espantó cada novio que tuve. Mis amigas dejaron de visitarme cansadas de los momentos tan desagradables que les hizo pasar. 
Verónica fue la que encontró la manera de neutralizarlo; mejor dicho, fue Ignacio -y ella estuvo muy de acuerdo-, con quién planea casarse dentro de poco. Hace un tiempo gritó: “¡A éste hay que ubicarlo en la palmera!”. De sorpresa le dio dos tremendas cachetadas, lo desmayó por un rato. Santo remedio. Parece que entendió “la indirecta”. Jamás volvió a molestarlos ni a inmiscuirse en sus vidas, pero en la mía sí. Acrecentó mis penurias. 
Estuve pensando… nada de conventos, ni escuelas, ni especialistas. No son soluciones aceptables, al menos, es mi parecer. Es evidente que al malcriado hay que marcarle límites. Está acostado escuchando música con auriculares. Allá voy… (Alcira)


Pergamino 

Estábamos tan distraídos que no pude dejar de leerlo. No era la primera vez que pasaba esa noche. Por alguna razón ajena al comportamiento natural, hacíamos todo lo contrario a nuestra voluntad. Debíamos liberarnos de eso, pero no podíamos. 
Un día antes, habíamos encontrado un maletín con objetos ancestrales y un pergamino. Aunque mamá aconsejó no leerlo ni usar nada, obedecimos al ferviente espíritu adolescente de desobedecer. Ahí empezó todo. 
El pergamino era tan indescifrable como atrayente. Con jeroglíficos que mostraban escenas de asesinatos y grandes orgías. 
Mientras que Pablo, Irene y yo estábamos hipnotizados, mamá miraba televisión. En el noticiero hablaban de un nuevo femicidio en la ciudad. Un hombre liberado por un juez irresponsable que descuartizó a su novia y la escondió en una valija. Mamá dijo: “Ay, pobrecita. No quisiera morir de esa forma y, menos que menos, no recibir cristiana sepultura”. 
Después de eso, Pablo la sujetó, Irene tomó un cuchillo y desprendieron sus órganos uno a uno. Yo quedé inmóvil, disfrutando con gran tristeza. Luego, mis hermanos se besaron. 
Los gritos despertaron a mi padre. Cuando lo miramos, suplicó: “¡No me maten!”. Creo que ningún forense podría contar la cantidad de veces que el cuchillo entró en su cuerpo. Pablo estuvo casi dos horas apuñalando su vientre mientras que Irene, desnuda, se masturbaba mirando la escena. 
Las sirenas tardaron en aparecer, algo extraño en un vecindario de chismosos. Mis hermanos terminaron de sacar algunos órganos de mamá y los colocaron desprolijos en el maletín. Escaparon por la puerta de atrás. Yo los seguí. 
Les pedí ¡por favor! que no escaparan. 
Pablo gritó: “¡Viene la policía, corramos!”. Irene huyó en dirección a la comisaría, con el maletín mal cerrado y vísceras colgando; la sangre marcaba el camino y dejaba pistas de su trayecto. 
Pablo se reía con ganas de llorar, pero quería que ella dejara de correr y tirara el maletín en algún terreno o contenedor de basura. “Dejá de correr y tirá el maletín”, gritó. 
Mamá no merecía eso… 
Dentro de la confusión, entendí la situación. Desde anoche, hacíamos todo lo contrario a lo que deseábamos o, tal vez, deseábamos algunas cosas, pero no las restringíamos. 
“Entreguémonos”, grité. 
En ese momento, Irene y Pablo cambiaron de dirección y corrieron hacia el bosque. 
Después de encontrarnos, les dije: “Por ninguna razón se hagan daño”. Casi en automático comenzaron a pelearse de tal forma que a los pocos minutos ambos quedaron desangrados en el piso. 
Aunque el juez me haya sentenciado y las cámaras de seguridad y testigos me acusen, seguiré insistiendo que fue el pergamino. ¡El maldito pergamino! (Martín)


Tiempos eran los de antes 

La niebla es tan espesa que me iría a la cama ya. ¿Quién me vería si salgo? Tendría que ser fluorescente para ser visible. Así, transparente como soy, pasaría desapercibido en la densa oscuridad. Aparte, ningún ser humano se aventuraría al descampado con este frío. ¿Para qué? A menos que huyera de la justicia o tuviera algún otro motivo urgente o misterioso. 
¡Cómo me divertía cuando este castillo formaba parte del itinerario turístico! Solía producir sonidos de cadenas, o esos agudos quejidos lastimeros que tanto asustaban a los visitantes. ¡Era famoso! Sin embargo, todo fue en decadencia. Ya no hay circuitos que pasen por aquí. No hay gente para asustar. 
Estoy aburrido y me siento viejo. Me pesan los cientos de años desde que me convertí en esto. Soy realmente un alma en pena errante. Vago por cada rincón de estas ruinas. Por las noches, las corrientes de aire o los pájaros nocturnos me molestan un poco, pero me acurruco y logro dormir un rato. 
¡Si por lo menos tuviera algún colega para conversar de tiempos idos! 
No es tan sencillo ser un fantasma. ¡Es muy solitario! (Liliana)


Invitación al amor 

El pino es tan alto, que al final aceptó. Dudó bastante antes de acceder a su pedido. Es que ese árbol no sólo es muy muy alto, sino que sus hojas -agujas en punta-, asustan a Cleo. Pero la propuesta es tentadora: ¡Una casa allí, en la cima! No puede resistirse. 
“Es como tocar el cielo con las manos”, piensa. Un nido tibio con pompones suaves, capullos de algodón, plumas de colores robadas al viento, colchón de granos y flores de estación. 
Echa un vistazo hacia arriba. Aquella mirada acaricia su plumaje y las alas, abanicos multicolores, la invitan a subir. Canto dulce arrulla sus oídos. 
No lo piensa más. Su pecho se agita. Cierra los ojos y despliega sus aletas, remos temblorosos, y sube de un tirón. El corazón palpita y su pequeño cuerpo tiembla, anhelante. Espera a encontrarse con Dido, Jilguero de brillantes matices, que la aguarda para iniciar juntos una vida de amor, en esta primavera que promete perfumes, colores y mucho amor. (Alicia G.)


Un novio caprichoso

Fue tan insistente que me ensordeció. Toda la vida fue obstinado, tan pertinaz que es imposible lograr un mínimo acuerdo si no aceptás sus condiciones al cien por ciento. También puede ser encantador y convencerte de que todo es por tu bien. Nos conocemos desde pequeños y fui yo quien le presentó a Cintia. 
Mi prima Cintia es una muchacha sensata, tranquila y muy paciente. Vino a estudiar periodismo y se alojó en mi casa. Por mí conoció a Damián. Al principio todo fue bien. Eran una hermosa pareja. Él era un poco dominante, pero ella sabía manejarlo. Justo en el último año de la carrera le ofrecieron una pasantía en una revista. Por supuesto, ella aceptó entusiasmada; pero Damián se opuso desde un principio. 
Argumentaba que no le convenía porque se retrasaría en terminar la carrera, que todo cambiaría entre ellos ya que no tendrían tiempo para dedicarse y una serie de razones, una más absurda que la otra. 
Cintia tuvo mucha paciencia, sin embargo, dejó bien en claro que aceptaría el trabajo. Así que él recurrió a mí para convencerla. Se obstinó en que lo ayudara a hacerla cambiar de opinión. Yo no tengo la paciencia de mi prima y me hartó. Le dije unas cuantas cosas: que era un egoísta y que en lugar de apoyarla le ponía obstáculos por puro capricho; que de esa manera lo único que conseguiría sería que Cintia rompiera con él y que yo le daría toda la razón. 
No sé si entró en razón, pero lo cierto es que, por una vez, dejó de ser tan insistente. Tal vez reflexione sobre su proceder y se enmiende. Sinceramente lo espero, porque de lo contrario perderá a Cintia. (Alicia M.)


Revelación 

El sonido fue tan agudo que lo arrastró. En otros mundos, los segundos se prolongaban, pero aquí, se detuvo el tiempo. Sentí un calor intenso recorrer mi cuerpo, un abrazo de sol tocó mi carne como un amor enfermo, calando hondo mis huesos. 
Volamos como aves ciegas, padeciendo la libertad de nunca haber querido. Estoy confundida, tan aturdida que el silencio me lastima, aún más que las superficiales heridas. 
Necesito sentir, pero te odio, ¿acaso no es el odio un sentimiento? Uno que no quiero sentir. Desearía arrancarlo, como amarga raíz. Y cocinarla, y quizás, también cocinarte. 
Mis ojos se visten de luto. Una caravana de lágrimas desciende de mí. 
Como en una película, se suceden incesantes las imágenes en mi memoria. 
Los recuerdos, ¡Ah, los recuerdos! Así se sentía ser feliz… y por la misma causa, hoy puedo sentir que me apago, sin remedio, estoy muriendo. 
Gritar no es suficiente, pero es ineludiblemente necesario. (Matías)