Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

sábado, 31 de octubre de 2020

Vigesimoséptima consigna en cuarentena


Sin aire 

“Golden”, de Harry Styles, sonaba en la radio del viejo Fiat 600. Viajaba ansiosa por un camino vecinal. En los clasificados del domingo del diario digital, había leído el anuncio en letras negritas: “Vendo cachorro mimoso de cuarenta días, destetado”. La noche anterior tenía todo pronto. Las copas de cristal que su familia usaba para las fiestas, las había acomodado en el fondo de la alacena porque había decidido traer en esa caja resistente al nuevo integrante. Además, llevaba la mantita de lana que usaba a diario para taparse los pies, mientras miraba televisión. 
La polvareda que se formaba en el camino la asfixiaba. Intentó cerrar la ventanilla, pero recordó que la manivela estaba rota. Era lo único que había conseguido luego de que su hermano la llamara a último momento para cancelar el compromiso de llevarla a retirar al pequeño. Solo su prima estaba disponible y accedió a prestarle la nave. Sentía ruidos por todos lados, parecía una verdadera coctelera dentro del auto. Todavía se preguntaba cómo la radio transmitía y tenía señal. 
A lo lejos alcanzó a ver la quinta. Era modesta, rodeada de muchos árboles. A medida que se acercaba, las figuras se iban definiendo. Algunos cerdos chapoteando en un corral, un par de pavos, dos cabritos y la perra. Un hombre de mediana edad salió a recibirla y luego de una breve conversación tenía a ese peludo entre sus brazos. 
Emocionada comenzó a regresar. Harry, como lo había llamado, dormía muy tranquilo en el asiento de al lado. De pronto: pfffffffffffffffffffffff… y el fitito perdió estabilidad. 
—¡Noooooooo! —chilló asustada y se aferró con todas sus fuerzas al volante. 
Luego de una maniobra peligrosa, el auto se detuvo. Harry apareció tirado en el piso. Y ella, despelucada sobre el tablero. Una rueda pinchada, sin aire o tal vez reventada había sido la causa de aquel susto. No tenía idea de cómo cambiarla. Se bajó con el perro pegado a su pecho y comenzó a caminar los doscientos metros que la separaban de la ruta. Desde allí pediría auxilio. Y efectivamente el celular comenzó a funcionar al llegar a la intersección. A la media hora, luego de una charla muy productiva con su nueva mascota, el mecánico apareció y pudo volver a casa. Más tarde coordinó con él el arreglo de la rueda que, a su criterio, pudo provocar un desastre debido al mal estado del sendero. 
Esa noche, luego de cenar preparó la mantita y, tirada en el sillón de la sala con Harry a su lado, no pudo más que decir como en el Ho´oponopono: ¡te amo, gracias! (Silvia)


Las historietas y mi vida 

Pelopincho y Cachirula acompañaron las siestas de mi niñez. La historieta creada por Geoffrey Edward Foladón, dibujante uruguayo más conocido por Fola, me cautivaba. 
Dos niños amigos me hacían soñar con sus aventuras y disparates. Él, con su cabello erizado, un nene tan ingenioso como torpe, dueño de una mascota que era su cómplice. Ella, con su enorme moño en la cabeza y sus cachetes inflados cada vez que se enojaba. 
Mamá me compraba el Billiken y esperarlos cada semana era un gozo. Años después, resucitaron en el Anteojito y nuevamente despertaron mi sonrisa. 
Las historietas sembraron las semillas de mi “yo lectora”. ¡Las amo! Aún las extraño, sobre todo a Patoruzú. (Adela)


Sumisión 

Oscura está la noche en el camino abandonado de la ruta doscientos veintinueve, kilómetro veintiséis. Don Heraldo arrea ganado al establo, en un atardecer naranja pálido que apaga eucaliptus y molinos en el horizonte. 
Las vacas se mueven con alarmante nerviosismo. El viejo debe sacrificar una porque su patrón se lo pidió. El corral está cerca y la manga conserva sangre del último sacrificio. 
Rebenque en mano, asustado y con poca visión, se muestra agresivo ante las mansas y nobles reses, que parecen no estar dispuestas a dejarse asesinar. 
En pocos segundos, el viejo Heraldo está rodeado. Doce vacas se enciman, tres terneros caminan detrás de sus progenitoras, asustados, pero con ánimo de ayudar. 
El viejo grita, llama a los perros que ladran, gruñen, pero no se acercan. Se muestran temerosos. 
En pocos segundos, vacas y terneros devoran las carnes de un hombre de campo. Enojados, con cada mordisco vengan a cada uno de ellos. Su menú excepcionalmente cárnico retuerce tripas de estómagos acostumbrados a pasturas, pero lo resisten. 
El corral y la manga, alegoría de muerte, ya no serán un tormento para estos animales. 
Del pobre tipo ya no queda nada, ni sus prendas, ni el rebenque. Solamente el brillo de la cuchilla justiciera que destrozaba pescuezos sin piedad. 
Campo adentro corren libres. Jamás volverán a ser obedientes. (Martín)


Sin retorno 

─¿Cuándo volvés? ─me preguntó ansiosa, expectante. Le respondí que pronto, que necesitaba tiempo para aclarar mis ideas. Le pedí que me esperara. Yo estaba seguro de que no volvería. Por miedoso no pude decirle la verdad. Evité mirarla a los ojos, no podía enfrentar su desilusión. 
Me llamaban las rutas, los senderos. Buscando algo que todavía no sé qué es, siempre solo, recorrí selvas, desiertos, poblaciones. Fui fotógrafo de hermosos paisajes, dibujante de retratos en ferias artesanales, pintor de payasos tristes, peón rural si la necesidad apremiaba, maestro de niños y hasta profesor de grupos de analfabetos. 
Siempre en movimiento. Hubo muchas mujeres, tal vez algún hijo. Nunca me detuve a averiguarlo, ni siquiera pensé en hacerlo. Lo mío era el marchar errante; a pie, en auto, tranvía o tren. Lo esencial siempre fue trasladarme de un lado a otro. 
Hace años me dijeron que se quedó esperando. Su vida fue una prolongada y resignada ilusión de que yo llegaría de un momento a otro. Todas las mañanas renovaba su esperanza. 
No regresé, y jamás lo haré. No vuelvo donde ya estuve, mi existencia se basa en el andar. 
Le envié un mail pidiéndole que haga lo que tenga ganas, que viva su propia vida, que no dependa de nadie, que deje de esperar. Así lo hice yo siempre y no me arrepiento. Que olvide mis promesas falsas, me sinceré ante ella. Le expliqué sobre mis sentimientos nómades, de mi espíritu libre y sin ataduras. 
Pasaron muchos años, los rigores de las temperaturas ambientales maltrataron mi apariencia. Poco queda de aquel joven vigoroso que abandonó todo por seguir sus impulsos aventureros. Los sueños de libertad los pagué con mi salud. Mi físico ya no acompaña a los enormes deseos de desplazarme que no me abandonan, pero seguiré andando hasta el final de mi camino. (Alcira)


Amor trunco 

¡Mentiras! ¿¡Cómo explicarte que todo fue producto de un plan fríamente calculado!? Ya sé. No vas a creerme. Pero igual trato de aclarar la situación. Roberto no acepta perder. Concertó una cita en el bar para devolverme algunas cosas, sabiendo que vos pasarías por allí. Y así fue. El resto ya lo sabemos. Ridícula escena. Por parte de él, no es cuestión de amor, sino de orgullo y despecho. Pero lo tuyo es peor. Celos enfermizos. Permanentemente, pensás que puedo traicionarte. ¿Todavía no podés creer que te amo, que soy sincera? Siento una tristeza infinita. Ni tengo ganas de seguir justificando ante vos todo lo que haga. No quiero verte. Por eso te envío este whatsapp. No hace falta que contestes. Prefiero cortar de raíz en lugar de sufrir después. Este amor no puede seguir así. Antes de crecer, recién nacido, ya está muerto. (Liliana)


La pesca

Ella, con paso lento, va hasta la orilla del mar bravío. Se sienta y piensa.
Tanta soledad y trabajo agota las fuerzas.
Los pescadores recogen las redes y cuentan los peces. Cada vez son menos.
La tormenta se descarga sobre la vieja barca. Las olas la cubren.
Otra jornada más de lucha.
Los niños cansados, sin alimento, dejan de jugar.
Se acomodan. Un sueño reparador los acuna.
La sirena de peligro no deja de sonar.
Las luces mueren de a una. Las ventanas se oscurecen.
Los primeros rayos solean la salobre calma.
A lo lejos, un pájaro detiene su vuelo.
La quietud abre la puerta de la esperanza. (Josefina)



¡Cuidado con la T! 

—Taller de Leticia. Sí, allí pasó. La cosa venía bien, como digo, amiga: entusiasmo, palabras, muchas: largas, cortas, con rima consonante, asonante… 
—¿Cuentos? 
—Sí, interesantes y variados. Relatos, poesías… Muy buenos los encuentros. 
—¿Y qué pasó? 
—¡Enloqueció la profe! Nos impidió utilizar expresiones que empiecen con determinada letra. 
—¿Nooo? ¿Verdad? 
—Sííí. A mí me… ¡Uy! casi la digo… Si la menciono… PIERDO 
—Pero ¿Es un castigo? ¿Hicieron algo que la enojara? ¿O de puro mala? 
—Nooo, para nada… Ella es re buena. Me parece que quiere sacarnos bien el jugo, como quien dice. 
—¿Y para qué? 
—Supongo que para hacernos pensar, buscar sinónimos, otras posibilidades de decir, aprender a no utilizar palabras de más, a… qué sé yo… será para entretenernos en estos difíciles momentos. 
—¿Y lograste escribir algo? 
—Ando en eso. Pero cuesta, varias palabras a las que quiero recurrir empiezan con la letra prohibida. 
—Como ocurre en la vida. Cuando prohíben… ¡Zas!, es lo que querés. 
—Y, sí. Veré como sigo. 
—Yo diría que coloques alguna. Por allí no se da cuenta. 
—¡Noo, si es re viva! Está atenta siempre. No se le escapa nada de nada. 
—Dale igual. No es presencial. Lo envías por escrito. 
—¿Mmm…? 
—Pero sí. ¿Qué puede pasar si no cumplís con la consigna? 
—¿Qué pasa? ¿Sabés qué pasa? Pone un TACHÓN. (Alicia G.)


Sombras en el paraíso 

Babieca trotó suavemente por el prado, mientras movía la cola expresando su fastidio. Laila y Lulu, esas molestas yeguas criadas por una tal Lady Stanhope la habían hecho objeto de sus chanzas desde hacía un tiempo. No dejaban de destacar el ser dos ejemplos de la más pura raza árabe. Mimadas durante toda su vida por su legendaria dueña, una inglesa llamada Reina de Palmira por los árabes de Siria, se creían las reinas del lugar. 
Ella había sido la cabalgadura del gran Cid Campeador. Rodrigo era apenas un niño cuando, a instancias de su padrastro, la había elegido de entre todos los que poblaban la caballeriza y no cambió de idea aún cuando recibió todas las críticas por su elección. Era fea, humilde, sin ningún atributo que la señalara digna de un gran conquistador. Y, sin embargo, pasó a la historia junto a su legendario dueño. 
Un rápido galope la alejó de las dos presumidas. Adoraba correr por los paradisíacos prados, el Edén de los equinos. Vivían en completa libertad; la naturaleza generosa les ofrecía abundante alimento. Pero no faltaban nubes oscuras en ese sitio perfecto. 
Observó a lo lejos cómo un grupo de machos rodeaban a sus dos acosadoras como un séquito de obsecuentes. Allí estaba Secretariat, considerado el más veloz en el mundo de las carreras; los tres Tornados, como llamaban a esos actores que habían personificado a la montura del héroe televisivo, Zorro; Marengo y Palomo buscaban imponerse emulando el porte de sus dueños guerreros. 
Con un resoplido apartó la vista del grupo, pero no se sintió mejor. Vio pasar a Katie y Cincinnati, ella había pertenecido a Jesse James y él, a Ulysses S. Grant. Iban totalmente concentrados el uno con el otro. Él la mimaba con una manzana que ella masticaba deleitada. No pudo evitar sentir un dejo de envidia. 
La pena secreta que ocultaba en su corazón humedeció sus ojos, para el objeto de su amor ella no contaba. Era apenas una más de las que poblaba el prado celestial. Silenciosa se acercó donde él pasaba su tiempo, a la orilla del lago. Escondida tras unos arbustos, llenó sus ojos con la maravillosa figura de quien había sido jineteado por uno de los guerreros más grandes de la historia: Bucéfalo. (Alicia M.)



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