Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

sábado, 10 de octubre de 2020

Vigesimocuarta consigna en cuarentena


Otra vez en libertad 

Hace tanto tiempo que no voy que me irrita presentarme así, sin avisar, sin una vestimenta apropiada. No sé con quién voy a encontrarme… ¿seguirán allí mis amigos de antaño? Y si están, ¿aún se considerarán mis amigos? Lo dudo, hace tiempo que no los veo. 
¿Cómo se explica, después de tantos años, un regreso no esperado? Tal vez ya nadie se acuerde de mí, o de los detalles de mi ausencia. De lo que sí estoy seguro, es de que todos saben dónde estuve, pero pocos se preguntan por qué. En realidad, ni yo mismo lo sé. Tal vez ese fue mi error: ¡no pensar, sino actuar! 
Debo concentrarme en mí y no prejuzgar ni prejuzgarme. Soy un hombre diferente de aquel que conocieron. Ni mejor ni peor, sólo distinto. 
Es curioso, se supone que debo estar feliz, pero las preocupaciones no me dejan disfrutar lo bueno de este instante. ¿Qué otras sorpresas tendrá la vida para mí? Siento que tanta presión sobre mi futuro está enloqueciéndome. Lo único que me falta es terminar en un neuropsiquiátrico y no volver a disfrutar de mi libertad. 
¿Alguna vez, mi libertad volverá a ser absoluta? ¿O esta mochila me acompañará por siempre? ¡Tantas preguntas sin respuesta! 
Se dice que nadie es absolutamente dueño de su vida. No debo impacientarme, sólo volver a aprender a caminar más allá de las rejas. (Fabiana)


La cola de Corbata 

"El perro tiene tan larga la cola que le cuesta descifrar el pensamiento." 
Observo al Corbata, el perro callejero que todas las noches se junta en la vereda con el resto de los que no tienen dueño asignado. 
Mancha, Pulgoso y Bella. Esta, castrada, se pavonea entre ellos haciendo alarde de su coquetería canina y su castidad. 
¡Qué placer verlos juntos! ¡Son tan disciplinados! 
Cada uno tiene su lugar y característica. Mancha se acuesta en el cantero del árbol que está en el este. En el ojo derecho, una extraña aureola roja destaca el azul del iris. El izquierdo es marrón. ¡Las sorpresas de la genética! 
Pulgoso, como su nombre lo dice, se rasca continuamente. Las pulgas hacen caso omiso a la efectividad de la pipeta que le puse. ¿Será alergia? Su condominio es la entrada del portón del auto. 
De Bella, ya dije lo que la destaca. Y, como una reina en su trono, ocupa el banquito de azulejos. 
¡El Corbata! ¡Qué intriga! 
Sí. Su detalle es la corbata blanca que nace en su cuello y se extiende hasta el inicio de sus patas delanteras. Parece más una camisa. Dos botones negros y... un novio perfecto vestido de frac. 
Él se sienta en el cordón de la vereda. Lo miro, me mira... y otra vez lo miro. 
A mis vecinos les comento: "¡A estos animales solo les falta hablar!” 
Corbata me desorienta. Su larga cola que barre la calle, se agita tanto que pareciera que por ahí se van sus pensamientos. (Josefina)


¿Cómo estás hoy? 

Tengo tanto sueño que lloro como una niña. Esta es su frase preferida. Me causa gracia oírla. Yo soy capaz de llorar de risa, pero cuando tengo sueño, bostezo, estiro los brazos, me voy a dormir. 
Nos encanta exagerar lo que nos pasa usando frases rimbombantes. Si nos escucháramos, no reconoceríamos nuestra personalidad. Cuando las dicen otros nos reímos o asombramos. 
Las palabras “tan” y “tanto” que no dicen la cantidad, no dicen “cuánto es” lo que nos pasa, son muy útiles para expresar nuestra desdicha o nuestra felicidad. 
El tengo tanto sueño que… es la respuesta a mi pregunta: ¿cómo estás hoy? Pregunté por decir algo, la verdad es que no me importa su estado. ¡Es tan cargosa! Le gusta victimizarse, se queja. Desde que la conozco, vive con sueño y eso que se acuesta antes de las doce y duerme toda la mañana. Claro, ella no cocina, ni limpia como lo hago yo. En su casa hay mucama, cocinera, chofer. Yo, en cambio, hago todo eso. 
Cuando la escucho me río, pero tengo un poco de envidia. Debe ser lindo tener tanto sueño como para llorar. (Adela)


De límites y palmera 

Mi hermano es tan cargoso que parece tocar el cielo; de mi paciencia. Molesta, insiste -como dice Verónica, mi hermana mayor- “de la tierra al cielo”. No encontramos manera de hacerle entender que su actitud nos incomoda, nos perjudica, altera a toda la familia. Alan -de él se trata- es el más chico de los tres hermanos. Siempre fue el consentido de nuestros padres. Toda travesura era y es perdonada. Continuamente entrometido en nuestras cosas, no nos da tregua. Ahora, que es adolescente, no saben qué hacer con él. Mi madre propuso enviarlo a un psicólogo primero, o a un psiquiatra después. Mi papá, que ingrese a una escuela militar “para hacerse hombre”. Lo que no pudieron hacer ellos, pretende que lo hagan otros con una educación rígida y disciplinada. Mi abuela, que también opina, dice que lo ideal es un convento de curas. Yo, que he sufrido tanto por su culpa sólo quiero borrarlo de la faz de la tierra. Me espantó cada novio que tuve. Mis amigas dejaron de visitarme cansadas de los momentos tan desagradables que les hizo pasar. 
Verónica fue la que encontró la manera de neutralizarlo; mejor dicho, fue Ignacio -y ella estuvo muy de acuerdo-, con quién planea casarse dentro de poco. Hace un tiempo gritó: “¡A éste hay que ubicarlo en la palmera!”. De sorpresa le dio dos tremendas cachetadas, lo desmayó por un rato. Santo remedio. Parece que entendió “la indirecta”. Jamás volvió a molestarlos ni a inmiscuirse en sus vidas, pero en la mía sí. Acrecentó mis penurias. 
Estuve pensando… nada de conventos, ni escuelas, ni especialistas. No son soluciones aceptables, al menos, es mi parecer. Es evidente que al malcriado hay que marcarle límites. Está acostado escuchando música con auriculares. Allá voy… (Alcira)


Pergamino 

Estábamos tan distraídos que no pude dejar de leerlo. No era la primera vez que pasaba esa noche. Por alguna razón ajena al comportamiento natural, hacíamos todo lo contrario a nuestra voluntad. Debíamos liberarnos de eso, pero no podíamos. 
Un día antes, habíamos encontrado un maletín con objetos ancestrales y un pergamino. Aunque mamá aconsejó no leerlo ni usar nada, obedecimos al ferviente espíritu adolescente de desobedecer. Ahí empezó todo. 
El pergamino era tan indescifrable como atrayente. Con jeroglíficos que mostraban escenas de asesinatos y grandes orgías. 
Mientras que Pablo, Irene y yo estábamos hipnotizados, mamá miraba televisión. En el noticiero hablaban de un nuevo femicidio en la ciudad. Un hombre liberado por un juez irresponsable que descuartizó a su novia y la escondió en una valija. Mamá dijo: “Ay, pobrecita. No quisiera morir de esa forma y, menos que menos, no recibir cristiana sepultura”. 
Después de eso, Pablo la sujetó, Irene tomó un cuchillo y desprendieron sus órganos uno a uno. Yo quedé inmóvil, disfrutando con gran tristeza. Luego, mis hermanos se besaron. 
Los gritos despertaron a mi padre. Cuando lo miramos, suplicó: “¡No me maten!”. Creo que ningún forense podría contar la cantidad de veces que el cuchillo entró en su cuerpo. Pablo estuvo casi dos horas apuñalando su vientre mientras que Irene, desnuda, se masturbaba mirando la escena. 
Las sirenas tardaron en aparecer, algo extraño en un vecindario de chismosos. Mis hermanos terminaron de sacar algunos órganos de mamá y los colocaron desprolijos en el maletín. Escaparon por la puerta de atrás. Yo los seguí. 
Les pedí ¡por favor! que no escaparan. 
Pablo gritó: “¡Viene la policía, corramos!”. Irene huyó en dirección a la comisaría, con el maletín mal cerrado y vísceras colgando; la sangre marcaba el camino y dejaba pistas de su trayecto. 
Pablo se reía con ganas de llorar, pero quería que ella dejara de correr y tirara el maletín en algún terreno o contenedor de basura. “Dejá de correr y tirá el maletín”, gritó. 
Mamá no merecía eso… 
Dentro de la confusión, entendí la situación. Desde anoche, hacíamos todo lo contrario a lo que deseábamos o, tal vez, deseábamos algunas cosas, pero no las restringíamos. 
“Entreguémonos”, grité. 
En ese momento, Irene y Pablo cambiaron de dirección y corrieron hacia el bosque. 
Después de encontrarnos, les dije: “Por ninguna razón se hagan daño”. Casi en automático comenzaron a pelearse de tal forma que a los pocos minutos ambos quedaron desangrados en el piso. 
Aunque el juez me haya sentenciado y las cámaras de seguridad y testigos me acusen, seguiré insistiendo que fue el pergamino. ¡El maldito pergamino! (Martín)


Tiempos eran los de antes 

La niebla es tan espesa que me iría a la cama ya. ¿Quién me vería si salgo? Tendría que ser fluorescente para ser visible. Así, transparente como soy, pasaría desapercibido en la densa oscuridad. Aparte, ningún ser humano se aventuraría al descampado con este frío. ¿Para qué? A menos que huyera de la justicia o tuviera algún otro motivo urgente o misterioso. 
¡Cómo me divertía cuando este castillo formaba parte del itinerario turístico! Solía producir sonidos de cadenas, o esos agudos quejidos lastimeros que tanto asustaban a los visitantes. ¡Era famoso! Sin embargo, todo fue en decadencia. Ya no hay circuitos que pasen por aquí. No hay gente para asustar. 
Estoy aburrido y me siento viejo. Me pesan los cientos de años desde que me convertí en esto. Soy realmente un alma en pena errante. Vago por cada rincón de estas ruinas. Por las noches, las corrientes de aire o los pájaros nocturnos me molestan un poco, pero me acurruco y logro dormir un rato. 
¡Si por lo menos tuviera algún colega para conversar de tiempos idos! 
No es tan sencillo ser un fantasma. ¡Es muy solitario! (Liliana)


Invitación al amor 

El pino es tan alto, que al final aceptó. Dudó bastante antes de acceder a su pedido. Es que ese árbol no sólo es muy muy alto, sino que sus hojas -agujas en punta-, asustan a Cleo. Pero la propuesta es tentadora: ¡Una casa allí, en la cima! No puede resistirse. 
“Es como tocar el cielo con las manos”, piensa. Un nido tibio con pompones suaves, capullos de algodón, plumas de colores robadas al viento, colchón de granos y flores de estación. 
Echa un vistazo hacia arriba. Aquella mirada acaricia su plumaje y las alas, abanicos multicolores, la invitan a subir. Canto dulce arrulla sus oídos. 
No lo piensa más. Su pecho se agita. Cierra los ojos y despliega sus aletas, remos temblorosos, y sube de un tirón. El corazón palpita y su pequeño cuerpo tiembla, anhelante. Espera a encontrarse con Dido, Jilguero de brillantes matices, que la aguarda para iniciar juntos una vida de amor, en esta primavera que promete perfumes, colores y mucho amor. (Alicia G.)


Un novio caprichoso

Fue tan insistente que me ensordeció. Toda la vida fue obstinado, tan pertinaz que es imposible lograr un mínimo acuerdo si no aceptás sus condiciones al cien por ciento. También puede ser encantador y convencerte de que todo es por tu bien. Nos conocemos desde pequeños y fui yo quien le presentó a Cintia. 
Mi prima Cintia es una muchacha sensata, tranquila y muy paciente. Vino a estudiar periodismo y se alojó en mi casa. Por mí conoció a Damián. Al principio todo fue bien. Eran una hermosa pareja. Él era un poco dominante, pero ella sabía manejarlo. Justo en el último año de la carrera le ofrecieron una pasantía en una revista. Por supuesto, ella aceptó entusiasmada; pero Damián se opuso desde un principio. 
Argumentaba que no le convenía porque se retrasaría en terminar la carrera, que todo cambiaría entre ellos ya que no tendrían tiempo para dedicarse y una serie de razones, una más absurda que la otra. 
Cintia tuvo mucha paciencia, sin embargo, dejó bien en claro que aceptaría el trabajo. Así que él recurrió a mí para convencerla. Se obstinó en que lo ayudara a hacerla cambiar de opinión. Yo no tengo la paciencia de mi prima y me hartó. Le dije unas cuantas cosas: que era un egoísta y que en lugar de apoyarla le ponía obstáculos por puro capricho; que de esa manera lo único que conseguiría sería que Cintia rompiera con él y que yo le daría toda la razón. 
No sé si entró en razón, pero lo cierto es que, por una vez, dejó de ser tan insistente. Tal vez reflexione sobre su proceder y se enmiende. Sinceramente lo espero, porque de lo contrario perderá a Cintia. (Alicia M.)


Revelación 

El sonido fue tan agudo que lo arrastró. En otros mundos, los segundos se prolongaban, pero aquí, se detuvo el tiempo. Sentí un calor intenso recorrer mi cuerpo, un abrazo de sol tocó mi carne como un amor enfermo, calando hondo mis huesos. 
Volamos como aves ciegas, padeciendo la libertad de nunca haber querido. Estoy confundida, tan aturdida que el silencio me lastima, aún más que las superficiales heridas. 
Necesito sentir, pero te odio, ¿acaso no es el odio un sentimiento? Uno que no quiero sentir. Desearía arrancarlo, como amarga raíz. Y cocinarla, y quizás, también cocinarte. 
Mis ojos se visten de luto. Una caravana de lágrimas desciende de mí. 
Como en una película, se suceden incesantes las imágenes en mi memoria. 
Los recuerdos, ¡Ah, los recuerdos! Así se sentía ser feliz… y por la misma causa, hoy puedo sentir que me apago, sin remedio, estoy muriendo. 
Gritar no es suficiente, pero es ineludiblemente necesario. (Matías)



2 comentarios:

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