Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

viernes, 17 de marzo de 2023

Antología "Uno por mes", ciclo 2022

El jueves 16 de marzo, en un encuentro íntimo, cálido y sencillo, en uno de los tantos espacios que sirvieron de inspiración para elaborar textos, los integrantes del taller recibieron los ejemplares de "Uno por mes".

Los talleristas compartieron este especial momento saboreando helados, cafés, licuados y una amena charla entre compañeros y amigos.

Presentes: Josefina Blanco Rodríguez, Maite Ubierna, Adela Gutiérrez Rubio, Alicia Muñoz, Gerónimo López Vázquez

Ausentes (con aviso): Liliana Peters, Marta Beano, Alcira Elena Dondo.


viernes, 4 de noviembre de 2022

Poemas colaborativos


 


Bajo la luna - I

 

La lluvia caía a raudales en la noche oscura

las estrellas jugaban a las escondidas con la luna

aparecían y desaparecían al compás de su luz blanca.

Ojos nocturnos de guiños alegres,

soñadores, cómplices

les daban a los rostros

la blancura de los dioses

y la ferocidad de los animales.

Noche larga, triste, solitaria

pero pronto amaneció

y con el amanecer llegó la luz y la tranquilidad

que apaciguó los ánimos y arrulló el alma.


 

Bajo la luna - II

 

En la casa del capataz

la luna no alumbraba

solo estaba presente, frío y cruel

con el látigo del domador.

El animal se acurrucaba y obedecía

los niños gritaban, reían, disfrutaban

como solo los niños podían hacerlo

mientras las madres vigilaban atentas

mientras los días seguían a las noches

mientras la rutina invadía todo.

La ansiedad curaba el dolor

pero la muerte no descansaba.


Autores: Alcira Elena, Adela, Gerónimo, Maite, Alicia M.

Imagen de internet: créditos a quien corresponda. 




sábado, 8 de octubre de 2022

Rumores

 

De eso no se habla

Era una niña tímida, de cabellos oscuros. ¡Tan distinta a sus hermanas rubias, altas de ojos verdes!
“¿Será hija de los Álvares?”, preguntó doña Matilda, la lengua afilada del barrio, al verla jugar con sus hermanas.
“Tal vez, no”, respondió la señora de Ledesma y guardando una sonrisa irónica agregó, “será fruto de un amor prohibido o, tal vez, adoptada…”
La incógnita seguía y el rumor se esparció por todos lados. Ella se enteró sin querer de que los vecinos comentaban su origen; se enteró por una amiguita, que en forma cruel le repetía: “¡adoptada!, ¡adoptada”.
Se sintió triste, lastimada y en su mente apareció la sombra de una duda; sufría en silencio con el corazón roto en pedazos.
Pasó mucho tiempo antes de saber la verdad. Se lo preguntó a su madre.
Sí, en efecto, era hija natural.
Enterarse de esa forma fue una penosa y dura manera de comenzar su joven vida.
Decepcionada, herida, una tarde de verano decidió alejarse por siempre y para siempre de su familia, de su barrio. Tomó su cartera y se marchó rumbo a lo desconocido.
Nunca volvió a sentirse parte de una familia feliz.
(Maite)


Elisa y sus investigaciones

El rumor partió de la boca de Elisa. Vivía en el barrio desde el momento de su fundación, como el resto de sus vecinos.
Un martes, luego de un fin de semana largo, Elisa mandó el primer Whatsapp al grupo: Deben deshacerse de todos los anillos que tengan y en especial de las alianzas. Los que no lo hagan corren el riesgo de perder la vida.
Los habitantes del consorcio no entendieron a qué se refería y llamaron a una asamblea con carácter de urgente.
Cuando hubo quorum, Elisa comenzó a explicar: “Todos saben que desde que enviudé, mi actividad es la investigación sobre temas que pueden prevenir enfermedades. Según un descubrimiento de la prestigiosa Universidad de Nikep, los anillos son los causantes de muchos decesos. La vena amoris puede sufrir un ‘ahorcamiento’ -así dice la nota- por el uso prolongado del anillo de compromiso y los digitales palmares se atrofian por la moda de usar anillos en los otros dedos. Los pacientes comienzan a sentir dolor en sus dedos, luego se les forman coágulos que impiden el flujo sanguíneo y cuando concurren a la consulta médica, en muchos casos, ya es tarde.”
Algunos de los concurrentes sonrieron, otros se miraron las manos y no faltó quien empezara a sacarse los anillos.
Alguien preguntó: “¿esto está chequeado?” y Elisa respondió: “la universidad es prestigiosa y a la brevedad va a publicar lo descubierto”.
El vicepresidente del consorcio dijo: “¿y qué hacemos con los anillos que poseemos?”
Comenzaron a levantar las manos para hacer diversas propuestas, pero debían desocupar la sala de reuniones porque era la hora de la misa y el sacerdote se aproximaba con su diácono para preparar el altar.
La moción de decidir los pasos a seguir en una próxima reunión fue votada por unanimidad. (Adela)




lunes, 12 de septiembre de 2022

Las emociones de Irene

 

La tarde estaba hermosa. Algo distinto pasaba en el local donde trabajo: vinieron los chicos de un taller literario.
Me dijeron lo que iban a tomar, les saqué una foto y cuando volví al mostrador entró una pareja con un retoño gritón.
La paz que reinaba hasta ese momento, fue destruida por una garganta aulladora.
Calma, Irene, dejá la ansiedad de lado. ¡Ya se fueron! (Adela)



Soy Irene; trabajo en este local desde hace cuatro años. Acá siempre vienen familias, grupos de amigos, algunos estudiantes, pero…
El día se presentaba muy tranquilo hasta que apareció este grupo “literato”. La reserva anotada decía eso: grupo literato.
Son personas distintas que, al parecer, los une las letras. ¿Son escritores?, ¿lectores?
Cada uno consume lo que elige de la carta.
La verdad, se ven arrogantes, altivos. Calculo que debe ser por lo de “literatos”.
Y yo tengo que estar con esta sonrisa “dibujada” cada vez que llaman para ordenar. Estoy tan acostumbrada que, aunque tenga un montón de cosas en mi cabeza, debo estar bien para atender a los clientes, y este grupo parece algo especial. Escucho al pasar que alguien lee sobre una investigación o algo así.
Y ahora escriben. No sé qué, pero imagino historias que jamás viviré.
La pucha; me da un poco de envidia verlos inventar, pensar y escribir.
¿Y si escribo yo también? (Gerónimo)



Desde que trabajo en esta cafetería no volví a sentir aburrimiento. Añoro los días en mi casa paterna cuando, a causa del tedio que sentía, le pedí a mi abuela que me enseñara a tejer.
En cambio, ahora, esta numerosa clientela no me permite sentir el dulce placer del ocio.
Algunos son muy molestos: "Traeme un café y no olvides el postre de la señora"; "A mí un helado, para ella un té muy caliente"; "Te olvidaste la chocolatada para mi hija", ¡y un largo etcétera!
Otro tema son las propinas. ¿Qué les pasa a las personas que se creen que una camarera puede ser tratada como una esclava del siglo XIX? Son arrogantes, exigentes y no dejan nada de propina para compensar -en parte- el destrato. (Alcira Elena)



Irene es pequeña, de cabellos cortos, gentil. Trabaja en una confitería.
Una tarde, atendiendo clientes encontró uno especial. Era un turista, aparentemente europeo; de Alemania, tal vez. Luego de tomar varios cafés, el señor se dispuso a abonar la consumición, pero solo tenía euros. Ella, al ver su desconcierto, le ofreció pasar a pagar otro día. El turista se retiró sonriendo.
Cuál no sería la sorpresa de Irene, al encontrar bajo el platito de café, ¡un billete de cien euros! acompañado de una notita que, simplemente, decía: “¡Gracias!”. (Maite)



El local estaba lleno, la primavera invitaba a pasear y el helado era un placer adicional para disfrutar el día espléndido.
Irene estaba sola para atender a tantos clientes; su compañera, víctima de una fuerte alergia primaveral, había “pegado el faltazo”.
Una madre con tres niños revoltosos solicitó helado para sus retoños. Por supuesto, era demasiado pedir que los pequeños eligieran los mismo. En medio de tanto ajetreo, la pobre Irene confundió los sabores; los niños protestaron, intentaron arrebatarse los helados entre ellos y armaron un verdadero alboroto entre los clientes.
La madre desesperada tomó a los tres berreantes infantes y salió rápidamente del lugar.
—¡Señora, espere; ese chico que se lleva es el mío! (Alicia)



domingo, 4 de septiembre de 2022

Perdidos

 

Rojo es el rescoldo que producen las llamas chisporroteantes de las fogatas que iluminan la costa.

Es una isla pequeña, pocos kilómetros rodeados de un mar de aguas tranquilas, tan calmas que asustan.

Soy propenso a tener ideas fantásticas, alocadas, mi imaginación no conoce límites. Fantaseo que este percance nos unirá a través del tiempo. Mi temor es que desde el bosque que nos rodea aparezca un animal prehistórico o un habitante de otras épocas.

Junto a mis amigos viajábamos en un yate. Jóvenes despreocupados consumiendo los excesos que le arrebatábamos a la vida. Sin notarlo, cambiamos de rumbo y encallamos en este islote. Pasaron horas hasta que tomamos dimensión de lo sucedido.

Nuestros escasos conocimientos sobre náutica nos alcanzan para entender que esta isla no figura en las rutas marítimas actuales. Ninguno está preparado para enfrentar esta situación.

Marcos quiere internarse en la floresta.

Sebastián enciende hogueras con la esperanza de que las vean desde altamar.

Juancito “el religioso” se aleja para rezar arrodillado sobre la arena.

Yo continuo en una nebulosa de alcohol pensando en animales extinguidos y seres extraños.

Pasa una semana; los víveres se agotan, tampoco quedan bebidas. Decidimos explorar, caminamos entre los árboles pisando abundante hojarasca. Nuestras fuerzas se consumen, caigo encima de un cúmulo de hojas secas. De repente, noto que mis manos se aferran a un objeto que me es desconocido. Opaco, frío, con pequeñas luces intermitentes. Parece una manija, tiro de ella. Ante mí se abre un hueco brillante con un dulce aroma que me atrae. Me dejo arrastrar y me abandono al hechizo del extraño hexágono. 

Alcira Elena



sábado, 6 de agosto de 2022

El viejo Gregorio


Todo pueblo tiene su personaje-leyenda y el de Bajo Hondo era Gregorio. En una mini localidad como la nuestra, todos nos conocíamos y el que era un poco peculiar, sobresalía como un faro en la oscuridad.
Era alto y delgado, erguido a pesar de sus ochenta años. Protegía su calvicie con una boina de la que asomaba un cabello canoso, otrora rubio. Sus ojos claros conservaban una vista privilegiada, su puntería era impecable.
Siempre servicial, era muy habilidoso en arreglos hogareños. Le gustaba estar con los niños. Era muy frecuente verlo rodeado de chiquillos, les contaba historias, les enseñaba a trenzar cueros.
Trabajó toda su vida en tareas agrícolas; recaló en Bajo Hondo junto con su esposa Luisa. Solo tuvieron un hijo que ahora vive en Punta Alta y quiso llevarlo consigo cuando su padre enviudó. Pero él se negó a abandonar el hogar, colmado de recuerdos, donde había sido feliz.
El viejo Gregorio, como lo llamaban los adultos, solía recorrer el campo a caballo. Un matungo viejo y manso que se dejaba acariciar por los chicos y aceptaba gustoso las golosinas que ellos le daban.
Le gustaba cazar, solía traer vizcachas, perdices, liebres. Preparaba verdaderos manjares. Una vez me hizo probar cola de iguana, antes de decirme lo que era. Yo tenía nueve años y le pregunté por qué comía esas cosas. Era una forma de recordar su niñez. Me contó que se había criado en el campo en una época en que el supermercado estaba muy lejos y había que arreglarse con lo que se consiguiera. Su padre les había enseñado a él y sus hermanos que “todo bicho que camina va a parar al asador”.
Se contaba en el pueblo que había sido muy buen mozo de joven y que no había chica que se le resistiera. Pero no pudo con Luisa; él decía que había ido por lana y había salido trasquilado. En suma, ella lo llevó al altar.
Tuvo tres nietos; Luciano, el menor, según decían, era el más parecido a él cuando era joven. De hecho, tenía la misma fama de seductor que su abuelo. Fue mi profesor de matemática en primer año. En el pueblo les llamaba la atención que un ingeniero civil se dedicara a la docencia, sobre todo en Bajo Hondo.
Ante los comentarios de los vecinos, el viejo Gregorio respondía socarronamente sobre la reciente vocación de maestro de su nieto. Él sabía que la razón detrás de ese afán educativo era la nueva profesora de Ciencias Biológicas.
Ana era una joven muy bonita, alta, morena, un cabello liso y oscuro que llegaba hasta su cintura, sonrisa fácil y fuerte carácter. Luciano y ella se conocían desde pequeños ya que eran vecinos del barrio. Cuando él llegó de La Plata con su título bajo el brazo y la arrogancia de quien se sabe atractivo para las mujeres, reparó en que aquella chiquilla de rodillas sucias con la que se trepaba a los árboles cuando eran niños, se había convertido en una hermosa mujer.
Todas sus estrategias de seductor se estrellaron ante la indiferencia de Ana que lo trataba como un amigo más. Él lo tomó como un desafío. Y en el proceso terminó dando clases en Bajo Hondo por el solo hecho de poder viajar con ella desde Punta alta.
Siempre pasaban a saludar al abuelo, y este los miraba irse con una sonrisa pícara de viejo sabedor del final de esa historia; después de todo, veía repetirse la suya y murmuraba socarrón: “Todo bicho que camina…”.

Alicia M.






viernes, 8 de julio de 2022

Pensamientos


Por las callecitas angostas de la capital lusitana, se cuelan las tristes y suaves melodías de un fado.
Me siento en la terraza de un pintoresco café portugués.
A mi izquierda, la imagen de la fundación que lleva el nombre del Nobel José Saramago. En la misma vereda, el Museo de la Cerveza donde Pessoa -lleno de borrachera- escribía sus poemas por y para su amada. Luego tomaba el tranvía que lo llevaba a su frío refugio.
La gente que pasa me mira asombrada. No me veo. No hay espejos.
Observo mis largas piernas, mis largos brazos. Huesudos mis miembros como el espectro que recorre mi espíritu.
Me doy cuenta de los años que camino por este mundo.
Mi ropa roja desteñida se enciende de fuego. Tal vez presiento que va a quemar mi esqueleto cuando llegue la Parca.
Me toco la cabeza, mis manos temblorosas la cubren. Los finos dedos, de uñas largas y amarillas, ya no acarician la sedosidad de mi pelo escaso. Ahora está falto de hormonas.
Solo este bigote negro tapa mi boca que esconde los pocos dientes que mastican con dificultad.
Recuerdo los manjares sustanciosos llenos de aromas y texturas. Sólidas, apetecibles que devoraba con prisa. Los besos de mi boca en las bocas de parejas circunstanciales. Besos apasionados que recorrían los cuerpos y vibraban el mío.
Amores enloquecedores.
¿Mi edad? No importa. Los ojos los siento vivos. No dejo pasar cada detalle de las personas presurosas; divertidas algunas, otras con el ceño fruncido inmiscuidas en vaya a saber qué.
¡Pensamientos! Difíciles de discriminar en esta sociedad corrupta llena de soledades.
Mis pies, de medida fuera de lo común de la gente, están en armonía con mi desgarbada estructura.
Al lado de mi banqueta está la bicicleta de ruedas grandes, manubrios pequeños y asiento alto.
Se acerca el camarero. Me ofrece un chupito de Ginjina. El licor de cerezas encerrado en una copa de chocolate se desliza por mi garganta y la endulza.
Descubro que los transeúntes vuelven a correr en su loca carrera. Por trabajo unos, otros disfrutan la llovizna de la tarde de su último día de vacaciones.
Desde aquí veo el mar que se pliega en traviesas olas. Una lengua ígnea se esconde y juega el juego de ellas.
Parte de mí desaparece en esa inmensidad.

                       Josefina