Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 30 de mayo de 2021

Sucedió un 25 de mayo


No tenía que ser

Yo tenía 10 y él 12, pero eran los de antes. Ese día, él tenía puesta una camiseta celeste y blanca de la Academia. Su familia era fanática de Racing.
Nos conocimos en el jardín de infantes “La Mona Glotona”. Resultó ser el hermano mayor de mi nueva compañera. Más tarde descubrí que también éramos vecinos.
—¡Al fin la casona se ha ocupado! —le había escuchado decir a mamá. Que alguien se mudara a la casona de dos pisos le alegraba un montón, ya que las hojas que se juntaban en otoño la volvían loca. Era lo único que le interesaba. Ahora, la flamante dueña se ocuparía de los frondosos árboles del patio.
Y es allí justamente, en el patio, en esos árboles, donde todo sucedió.
La casita del árbol fue una creación de varios de los papás. Estaba equipada con los trastos necesarios e incluso nos habían prestado una conservadora para el verano. Recuerdo haberle robado una pollera larga a la abuela, para armar las cortinas. Algunos se rieron del color amarillo patito, pero festejaron cuando no entraron más los rayos del sol.
Se suponía que nos veríamos todos los chicos del barrio luego de almorzar. Era viernes 25 de mayo y se había suspendido el desfile por mal tiempo.
Espiaba por la ventana de la cocina cuando los vi: Diego y Ana ya habían llegado. Me apresuré a ponerme el tapado y salí. Mis cachetes se enrojecían, y mi corazón salía al galope cada vez que lo miraba o lo tenía cerca. No existía momento más lindo del día que ese, cuando nos encontrábamos. Aquella tarde, Pedro no pudo llevar el juego de la copa. Luego se lo agradecería con creces. Enseguida los varones improvisaron el juego de la botella. Lo conocen, ¿no?
Primer tiro… frenó lejos. Pensé: “¡Buenísimo!”
Segundo tiro… ¡No puede ser! Como una flecha la botella nos indicaba a nosotros dos. Los colores subieron a mi rostro como por arte de magia, el corazón se volvió loco en mi garganta y los orificios de la nariz aleteaban sin parar.
Diego se acercó como una pantera sin quitarme los ojos de encima. ¿Y yo? Tiesa. Intenté recordar qué hacían las mujeres de las novelas que miraba mi mamá todos los días. ¡Lo único que me salió fue cerrar los ojos y abrir la boca mostrando los dientes! Diego, en ese momento se acercó y ¡zas!, se los clave en la nariz.
Ese, señores, fue el intento de mi primer beso. Es el día de hoy, que el 25 de mayo se tiñe de vergüenza al recordar aquel ridículo episodio. (Silvia)


Cita patria

Soy profesora de historia y amante de mi Argentina. Esto sucedió hace muchos años, pero cada 25 de mayo lo recuerdo. No sólo porque él se llamaba Cornelio, como Saavedra, sino porque quiso conquistarme desde el patriotismo. Nos conocimos por las redes sociales; las fotos lo mostraban muy buen mozo y sus charlas eran entretenidas. Cuando decidimos vernos, insistió en pasar a buscarme por casa para salir a cenar. Me comentó que había alquilado un auto especial para la ocasión, pero yo no me detuve en el detalle.
Me preparé mucho para ese encuentro, los dos mostrábamos mucho interés. Me compré un vestido corto, con un lindo escote y breteles finos dorado, zapatos clásicos y abrigo negro; me sentía cómoda y sexy.
A la hora acordada, tocaron insistentemente la bocina. Por la ventana distinguí un Dodge 1500 celeste, de hace 40 años. Me acerqué y lo vi íntegramente vestido con camisa, pantalón y hasta creí ver los zapatos… ¡todo blanco! En vez de buenas noches, me dijo: “¿Qué te parece esta escarapela para el 25 de mayo? ¡No conseguí otro auto celeste!”
Sorprendida y tentada de risa, buscaba en mi cabeza algo para decirle y sólo se me ocurría: RIDICULO. Frente a mi silencio, y al ver mi vestido que asomaba desde mi abrigo desprendido, agregó: “¡Pareces el sol de mi bandera!”
Me dolía la panza de contener la risa. Fingí una descompostura por el locro del mediodía y pospuse la cita para un día no festivo, en la cafetería de la otra cuadra. (Fabiana)


Sabor a locro

El aroma empezaba a sentirlo el 24, cuando Enriqueta me lo regalaba al cocinar la carne, la panceta y el chorizo porque el remedio para que saliera rico y sano era desgrasarlo.
Mi amiga era costurera, pero las manos que hacían maravillas con las telas también realizaban milagros cuando las imponía en la cocina.
El 25 comíamos el locro con gusto a zapallo, con maíz y porotos a punto, con huesitos sabrosos. Los platos hondos gozaban cuando las cucharas los acariciaban pescando una porción de la tradicional comida.
El celeste y blanco en el mantel daba aires de fiesta patria, y a ninguno nos importaba si en 1810 existían los paraguas o si el pueblo quería saber de qué se trataba, porque cuando comemos lo que nos gusta no hay nada más importante.
La recuerdo jugando al tutti fruti con los chicos, convirtiendo retazos de tela en pantalones o polleritas para las nenas del barrio.
La evoco pintando flores en telas, con paciencia y ternura. Sonrío cuando pienso en sus reuniones con amigas.
Los 25 de mayo siguieron existiendo; ella nos dejó. Seguimos comiendo locro, pero ese sabor… ese sabor ¡ya no es el mismo! (Adela)


Inolvidable día

Esa mañana amaneció con sol y temperatura cálida. Hermoso día otoñal.
Betiana, a pesar de su vientre pesado, se levantó temprano para preparar todo. Era un día especial: “25 de mayo “, y, como todos los años, se reuniría a la tarde con sus amigas.
En esta oportunidad, debido a su avanzado embarazo, decidieron que fuera en su casa.
Dudó entre arreglar primero el comedor o empezar con la masa de los tan esperados pastelitos con dulce de membrillo.
Decidió dejar lista la mesa. Buscó el mantel celeste que le habían regalado hace tiempo y nunca había usado, pero hoy, ameritaba lucirlo. Lo acompañaría con servilletas blancas, en honor al día patrio: celeste y blanco serían los colores que distinguirían el lugar de reunión. Mientras lo desplegaba, meditaba sobre el bebé tan ansiado. La ilusionaba la idea de tener una nena, ya que era mamá de dos varones. Con Juan, su esposo, habían decidido que este sería el último hijo. Pudieron haber conocido el sexo del bebé, pero prefirieron que fuera sorpresa. Lo importante era ese nuevo hijo y que todo llegara bien. Sin embargo, si era una nena… A Betiana se le erizaba la piel al pensarlo. ¿Y a Juan? A Juan se le notaba la emoción en los ojos y en todo su ser.
Entre pensamientos y sentimientos amorosos, finalizó con la organización de la mesa: mantel, servilletas y arreglos florales.
Se dirigió a la cocina. Acomodó el delantal en su cintura, que apenas prendía, y empezó con los pasteles. Por supuesto, la masa casera, bien casera, como le había enseñado su abuela Tita.
Preparó los ingredientes. Mezcló, unió y puso a descansar en la heladera.
Aprovechó para sentarse y reponer fuerzas.
Los brazos le dolieron al preparar la mezcla. Las piernas le pesaban cada vez más. Se movía con dificultad. Se sentía muy cansada; ella, que siempre esparcía energía por doquier.
Se sonrió al reconocer que era normal. Ya estaba en fecha de parto. Faltaban apenas unos días. ¿Días u horas? Acarició su vientre con ternura, se preguntó: “¿No se le ocurrirá llegar hoy?” Volvió a sonreír al pensar en esa feliz posibilidad.
Se levantó de la silla. Prendió la hornalla de la cocina y puso a derretir la grasa.
Sacó la masa de la heladera y empezó a estirarla con el palo de amasar de madera, el heredado de su querida abuela.
Los brazos se movían al compás de un arrullo de cuna, mientras su voz lo tarareaba suavemente.
Estiró y estiró con pesado esfuerzo. De pronto, sintió que algo caía al suelo.
—¡Rompí bolsa! —exclamó. Llamó a Juan, que estaba arreglando el jardín, y allí partieron rumbo al sanatorio.
Esa tarde no hubo pastelitos, tampoco encuentro con amigas; pero, en brazos de Betiana, un amor envuelto en caricias y ternuras anunciaba su primer llanto reclamando atención. Juan, a su lado, completaba la escena.
Afuera, el sol del otoño comenzaba a declinar. Adentro de esa habitación, corazones iluminados por la tibieza de esa niña.
En la casa había quedado el delantal sobre una silla. La grasa derretida volvía a unirse en un compacto bloque, y la masa estirada sobre la mesa esperaba ser terminada; no sería en esa ocasión. Ese día, no hubo pastelitos con dulce de membrillo, ni reunión con amigas, sino un encuentro entre mamá, papá y una dulce niña que se llamaría María Celeste, en homenaje a ese 25 de mayo inolvidable. (Alicia G.)


Entrañable señora Bela

Fiesta Patria; para mí, sinónimo de chocolate con leche, quemado. Me es inevitable no enlazar estos dos hechos con mi niñez pueblerina.
La Madre Naturaleza nos regalaba los colores patrios pincelados en el cielo. No recuerdo un 25 de mayo o 9 de julio con mal tiempo. Siempre mucho frío o poca ropa, según la situación familiar.
Fiesta en la escuela: escenario donde se lucían el farolero, las vendedoras de pastelitos, las jóvenes patricias…
Los infaltables bailes folclóricos danzados por niñas vestidas con faldas de colores; los varones con bombachas batarazas, todos con camisas blancas almidonadas y pañuelos celestes. Se escuchaba el pericón –nuestro hermoso baile nacional-, el minué, el carnavalito, la chacarera….
La asistencia de los orgullosos padres y autoridades cívicas –sacando pecho- lucían sus mejores prendas.
Los abanderados se elegían entre los alumnos mejor vestidos para honrar a los símbolos argentinos. Todos contentos, festejando con amor a la Patria.
Luego de tanto despliegue de color, alegría y patriotismo llegaba el momento que menos nos gustaba; pero, a pesar de ello, lo disfrutábamos.
Una mamá voluntariosa, integrante de la asociación cooperadora, donaba y hervía -en una gran olla- el chocolate con leche que, invariablemente, le resultaba quemado; sin embargo, lo tomábamos.
¿Por qué lo bebíamos? Porque era preparado con mucho amor por una mujer rústica, de pueblo, que lo servía con un amoroso sentimiento que, aún los más chicos percibíamos.
La entrañable señora Bela. (Alcira Elena)


Inspiración

Esa mañana del 25 de mayo desperté totalmente inspirada. Decidí pintar un cuadro. Hacía mucho tiempo que no pintaba a causa de la falta de inspiración y voluntad; presentí que ese era el día. Entonces, comencé a preparar las cosas necesarias: el lienzo, la paleta, pinturas, pinceles, etc. Tenía en mente hacer un paisaje muy colorido, con personas, como si fuera un lugar turístico donde gran cantidad de gente concurriera a observar la variedad de naturaleza y plantas de diferentes tamaños, formas y colores. Pero hubo un problema: olvidé que ya se habían acabado casi todos los colores, solo quedaba un poco de amarillo y los envases llenos de celeste y blanco. Me sentí desanimada, mi idea no iba a poder ser llevada a cabo. Sin embargo, no me iba a echar atrás. Improvisé un paisaje de invierno con aves, montañas, hielo y nieve, pero también con un sol resplandeciente que iluminaba la escena. El resultado me pareció ¡espectacular! No podía creer que improvisando, y con solo tres colores, pudiera hacer una ilustración tan bonita. (Julieta)


Olvido

25 de mayo. Aprovechando el feriado, fuimos al parque a disfrutar un picnic al aire libre de esa tarde soleada con un límpido cielo celeste.
Al llegar, con mis dos amigas buscamos un lugar disponible y sobre la mesa de cemento tendí el mantel blanco (aclaro que de plástico, para simplificar el lavado).
Alicia llevó sándwiches de miga; Marta, facturas y yo una torta. Termo, mate, jugo, para los distintos gustos.
Cuando decidimos disfrutar de la merienda, nos dimos cuenta -con estupor- que nos olvidamos los vasos y las bombillas. O sea, ni mate ni jugo.
Miramos alrededor buscando una ayuda salvadora. Caminamos por allí y conseguimos que una señora nos prestara unos vasos descartables.
¡Grande fue la sorpresa al volver! Unos chicos se habían sentado en nuestro lugar. No necesitaron cuchillo para la torta, ni vasos. Sólo migas, un termo, un mate sin usar y dos botellas de jugo vacías. 
Los pillos se fueron corriendo a las risotadas.
Juntamos todo y… ¡a volver a casa! Por lo menos, alguien disfrutó la tarde. (Susana)


El sol del veinticinco...

"La reina del despiste", así me llaman todos: mi familia, mis amigos, los vecinos... en fin. Tengo que reconocer que no están muy desencaminados, mi vida está llena de percances de todo tipo cuyo origen es mi inveterada desorientación. Si no me creen, basta este botón de muestra.
Una mañana desperté sobresaltada, era jueves y había prometido a mi madre que retiraría unos estudios que se había hecho en una clínica de Bahía Blanca. Los jueves eran los días en que los entregaban. Me levanté rápido, tenía que llegar antes del mediodía y ya eran las nueve. Una ducha a las apuradas y un café como desayuno terminaron de despejarme.
Me vestí con lo primero que encontré a mano, un jean celeste y una camisa blanca. Completé mi indumentaria con un bléiser de un celeste un poco más intenso que el pantalón. Cuando me vi en el espejo me di cuenta de que parecía una bandera, pero ya no tenía tiempo para cambiarme.
Saqué mi auto del garaje y partí rauda. Concentrada como estaba en llegar a tiempo a la clínica, no noté el poco tránsito en la ruta; sí fue una agradable sorpresa que el centro de Bahía no estuviera abarrotado de autos como era lo usual.
Recién en el momento en que llegué a mi destino, me di cuenta de que algo no estaba bien. El lugar estaba cerrado y todavía faltaba como media hora para las once. Mientras volvía a mi auto, pensando qué podría haber pasado, vi que los negocios también estaban cerrados y varios balcones con banderas colgando. Un grupo de chicos con guardapolvo y escarapelas pasó a mi lado, la mujer que los acompañaba llevaba una enseña con su mástil. En ese momento recordé que ese jueves era 25 de mayo. Bueno, por lo menos, estaba vestida de patria.
Como verán, el apodo familiar es más que acertado. (Alicia M.)



domingo, 23 de mayo de 2021

Frase inicial... y un plus


Desencanto

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron a su compañera de estudios. Habían compartido cinco años mientras cursaban en la universidad. Era aplicada y le gustaba cocinar. Se habían dividido las tareas: una, cocinaba; otra, limpiaba. La armonía iluminaba el ambiente común.
Salían y volvían juntas. En los ratos libres, algún café o un espectáculo las entretenía.
La carrera elegida las había unido. Se conocieron por un amigo en común, cuando buscaban departamento. La amistad duró hasta que un hombre se les cruzó en el camino.
El tener los mismos gustos de los amigos, esta vez no fue positivo. Enamorarse de la misma persona no es beneficioso para mantener una amistad… y si el enamorado especula, lo romántico se transforma en trágico.
Ninguna cedió, él no las ayudó. La historia fraterna entre las jóvenes, la que les dio felicidad y complicidad, se volvió opaca.
Cuando los hombres de la mudanza sacaron el último mueble del departamento, ella colocó la llave en la cerradura y apagó la luz. (Adela)


¿Cuánto más?

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron que estaba sola. Esa mañana se había dormido y el resto del grupo se encontraba ya en las colinas. A diario, como soldaditos de teflón, partían en fila india en busca de alimento para acopiar.
Tenía que idear alguna estrategia. El mandato de la colonia era trabajar, trabajar, trabajar, pero reconocía que en sus fibras más profundas la holgazanería le ganaba. Algo distrajo su atención. Se detuvo un segundo y quedó sorprendida. ¡Desde allí podía ver el mundo! A lo lejos, la silueta de la Torre Eiffel parecía enana.
Primero intentó montar la punta de la tostada, medio quemada, sobre su pequeña espalda. Pero la mantequilla pomada, a causa de los 32° a la sombra de las 11 de la mañana, hizo que resbalara. Con dificultad se limpió y continuó intentando la complicada faena. Al cabo de un rato, sus patas se acalambraron y su cuerpo se entumeció por la fuerza que demandó la tarea. En la mesa contigua, una taza de café con leche sobrante era levantada por el mozo.
De repente, se escuchó: — ¡Cuidado, Lucca! 
Un monopatín a la deriva golpeó la mesa de hierro y ella voló por el aire sin destino certero. Terminó dentro del café aún tibio. Todo sucedió muy rápido; enseguida se encontró en un piletón de lata lleno de trastos sucios. Un cabo de apio flotaba a su lado e intentó sujetarse de él. Pero el agua arremolinada la succionó y terminó en una tubería fría y mohosa, avanzando a la velocidad de la luz. Al fin la locura se detuvo y se descubrió en un mar de aceite, o eso parecía. Daba bocanadas de aire para reponerse del susto y dejar de temblar.
—¿Y ahora?, ¿dónde estoy? —se preguntó totalmente desconcertada. Por más que miraba y miraba no reconocía el lugar. Como pudo, con sus diminutas patitas negras, logró ascender por la pared de piedra del túnel oscuro donde había terminado. Arriba, la última frontera: una tapa de hierro fundido con agujeritos.
—¡Al fin! —gritó cuando su cuerpo recibió los cálidos rayos del sol de la siesta parisina. Rodó como una gran acróbata hasta el cantero de la vereda de enfrente, esquivando autos y transeúntes. Los lirios, jacintos, begonias y prímulas inundaban el aire con sus aromas, recordándole que estaba viva.
Una perla colorada la hipnotizó y sus antenas del tamaño de un cabello la percibieron. Se sintió atraída y comprendió que era su destino. Un caramelo gomita cubierto por cristales de azúcar sería su aporte. Fácil fue la empresa de colocar la golosina sobre el lomo y empezar a caminar buscando a sus amigas. Su cuerpo liberó feromonas para comunicarse con ellas. ¡Había sido un día de locos! El alboroto se escuchó cerca. Pronto las vio y se sumó, sin perder tiempo, al ejército de hormigas que marchaban alegremente bajo el sol. (Silvia)


Raíces

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron que faltaban pocas horas para el esperado encuentro. ¿Esperado? Para ella, sí ¡sin duda! Y para su invitada, ¿también lo era?
El mes próximo se cumplirán veinte años de búsqueda. El día que cumplió quince, decidió que su propio regalo sería encontrar a su madre biológica y lo logró.
Muchas dudas, intrigas… no sabía si tenía cosas para reprocharle. ¿Y su papá?, ¿podría llegar a él a través de ella? Había mucho por saber y su cabeza y su corazón parecían estallar.
Faltaban tres horas para las diecisiete. Calentó agua para un té. Ese sería su almuerzo. Así tendría más tiempo para prepararse. Estaba decidido, su primera pregunta sería: ¿por qué? (Fabiana)


¡Vaya recuerdo!

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron un día especial durante el viaje a España con su amiga Juliana.
Una sonrisa esbozó Mary al rememorar ese momento: Paseaban por Granada. Después de recorrer la costa tropical, donde la fresca brisa del mar suavizaba las altas temperaturas de ese verano, y visitar las ruinas de un castillo árabe, comenzaron a sentir deseos de comer algunas especialidades del lugar. Y casi al unísono gritaron: “¡Nos vamos de tapas!”
Las opciones que veían anunciadas en los distintos bodegones eran tentadoras: carteles donde brillaban en letras gigantes nombres de bocados con calamares, ostras, langostinos, tortillas, gambas al ajillo, baguettes con jamón ibérico de bellota. Comían con los ojos y no decidían.
En un momento, Juliana dijo:
—Entramos en este, Mary. No recorramos más.
—Dale, Juli.
“EL BURLADERO DE MANOLO” anunciaba el cartel en letras coloridas que titilaban, y una mano invitaba a entrar.
Les causó gracia el nombre y se preguntaban cómo sería Manolo.
Riendo, y con ganas de devorar sabrosos bocados, pidieron para comenzar una baguette con queso manchego de oveja y truchas negras, jamón serrano y, coronando ese delicioso pan, un huevo estrellado.
El mozo, atento. El pedido llegó rápido.
El problema se presentó cuando quisieron cortar la baguette: ¡IMPOSIBLE! El huevo saltó al piso haciendo honor a su título de “huevo estrellado”. El jamón estiró sus fibras y el queso se desparramó, con trufas incluidas, sobre el mantel.
A todo esto, el pan seguía tieso, rígido, inflexible, sin mover miga alguna.
Enojadas, pidieron explicación.
El mozo, algo ruborizado, terminó confesando que el pan había quedado del desayuno del día anterior. Inconvenientes con el panadero... y otras excusas. Terminó su explicación con una frase contundente: “Pues, niñas, no está pa’desperdiciá las harinas, con el precio que tienen, ¡que va!”
Ofreció traer un gazpacho para mojar allí la baguette y ablandarla.
Furiosas, Juliana y Mary volvieron a gritar juntas: ¿GAS- PA- CHO? ¿Sopa de tomates fría y con ajo? NOS ESTÁN CACHANDO.
El mozo no entendió que significaba esa palabra y sonrió. Pensaba que el grito y la euforia eran de alegría ante tan brillante idea.
—Ahora entiendo por qué se llama EL BURLADERO; eso hacen, se burlan de los turistas.
—Sí, tal cual. Yo quisiera que ese tal Manolo diera la cara.
El mozo, atendiendo el pedido, corrió a buscarlo para complacerlas.
Juliana y Mary se incorporaron muy enojadas y con sus barrigas chirriando, no precisamente de emoción, se dirigieron a la salida. Antes de retirarse del lugar, giraron su cabeza; un llamado del supuesto Manolo las invitaba a acercarse.
Ellas, nuevamente unidas en pensamiento y acción, mostraron el pulgar hacia abajo y lo despidieron con un fuerte “¡OLÉ!”. (Alicia G.)


Tiranía familiar

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron su lejana mesa familiar cargada de migas. La familia era tan grande que siempre alguien dejaba de merendar o estaba por hacerlo.
Mesa de madera, larga, antigua, de campo. Siempre ocupada por la numerosa prole: hijos, tíos, primos, hermanos. Un lugar habitual y bullicioso para discutir diversos temas que concernían a unos o a otros. Quién había perdido su trabajo; qué haría a continuación; otro que compró o vendió un bien; voces, gritos que se mezclaban con la compostura de los más chicos que sabían que era el momento de los adultos. Los niños callaban y escuchaban. De tan silenciosos que estaban nadie advertía sus presencias. Así se enteraban de los secretos familiares, a veces no muy agradables; de los “misterios” - para ellos- de la vida y de la muerte.
Una mujer era la voz dominante, la que daba las órdenes que nadie discutía.
Autoritaria, inquieta, caprichosa, independiente. Apegada a pocas personas. La mayoría no contaba con su simpatía, mucho menos con su amor. Le permitían –por temor- que fuera la dueña de sus vidas y resoluciones.
Nadie tomaba una iniciativa sin contar con su aprobación. Tal poder perjudicó a varios de ellos.
Obligó a su hija mayor a abandonar a su enamorado, condenándola a la soltería. Se decía en el pueblo, que había llegado a asesinar a una de las muchachas por desobedecerla. Otra fue forzada a vivir en la calle por involucrarse con un hombre que, de acuerdo a lo impuesto, no le convenía.
Esta mujer era la ley en su pequeño reino. Vivió bajo sus propias normas. Una aventurera adelantada a la época que nadie pudo doblegar.
Los hombres llegaban a su vida, dejaban hijos y seguían su rumbo. Ella se quedaba criando hijos propios y ajenos.
Hubo gente que la amó más de lo que merecía; otros, no tanto. A todos les cambió la vida, para bien o para mal, con sus determinaciones desmesuradas y antojadizas.
Dejó huellas indelebles en la existencia del gran núcleo familiar. Sobretodo en la de su nieto mayor, que observaba las migajas sobre la mesa.
Las quejas y críticas aparecieron cuando ella dejó este mundo, cuando los temores se disiparon. 
Todavía la recuerdan con contenida ira. (Alcira Elena)


Vida descarriada

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron la última vez que estuvieron juntos. Eufóricos y triunfantes, después de una noche de sexo exultante, compartieron café con tostadas y su mermelada de frambuesas favorita. El golpe había resultado tal y como lo habían planeado. El botín descansaba debajo de la cama. Solo tenían que esperar un tiempo prudencial para disfrutarlo.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Una semana apenas? Ahora estaba sola, huyendo por su vida. Se ubicó en una mesa junto a la ventana. Las gotas de lluvia se deslizaban por el vidrio dejando líquidos surcos que se cruzaban y entrecruzaban. "Como la vida", pensó.
Tres años atrás era una estudiante universitaria corriendo apurada porque llegaba tarde a su clase; al doblar una esquina se dio de bruces contra un joven, quien la sostuvo antes de que cayera sentada. Sus papeles volaron llevados por una fuerte brisa. Él, galante, la ayudó. La chispa surgió de inmediato. Olvidada de su clase, aceptó la invitación a un café.
Repasó el tiempo que estuvieron juntos. Él era ambicioso, siempre tras el negocio fácil. Vivía en un submundo que ella jamás había imaginado que existiera. Y, poco a poco, fue sumergiéndose en él hasta dejar de lado por completo su vida anterior.
No dudó cuando él le contó su plan. Tenía dos cómplices con los que asaltaría un búnker narco en una villa del Conurbano. Les había llegado la noticia de que una gran cantidad de dinero, producto de la droga, estaba escondida ahí y que pronto la trasladarían. El atraco salió perfecto. Antes de separarse se repartieron el botín, con el acuerdo de esperar a que todo se calmara para gastarlo.
Planeaban viajar a Córdoba, recorrerían las sierras, ¿quién sospecharía de una pareja de mochileros? Pero algo salió mal. Uno de los cómplices se fue de boca. Alardeó frente a quien no debía y tuvieron que huir inmediatamente. Decidieron viajar por separado, se reunirían en ese hotel, camino a las sierras. Ella llevaría el dinero; despertaría menos sospechas.
Controló la hora, él ya llevaba mucho retraso. Decidió pedir un sándwich, solo por hacer tiempo. A duras penas pudo comer la mitad; los nervios le anudaban el estómago. En eso sonó el celular, cuando leyó el texto, palideció.
No perdió el tiempo, fue a buscar su equipaje y se dirigió hacia la terminal de ómnibus. Sacaría un pasaje a donde fuera, esa sería su vida desde ahora: correr. Las palabras del mensaje repercutían en su cerebro: "Estoy acorralado. Huye. Te amo". (Alicia M.)


Recuerdo ahumado

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron aquella mañana fría y escalofriante: 
Eran las diez de la mañana, estaba en su departamento lavando los platos de la cena, cuando comenzó a sentir un intenso aroma a tostadas. De repente, oyó un fuerte estruendo. Se sorprendió, pero lo dejó pasar. Al instante, el aroma se transformó en un horrible olor a quemado que invadió la habitación. Como no provenía de su departamento, no se preocupó; sin embargo, el aroma se volvía cada vez más fuerte. Pensó en la posibilidad de que se esté incendiando el edificio. Tenía una sensación de malas vibras. Por eso, abrió la puerta de entrada y se encontró en aquel pasillo con la puerta del departamento de enfrente entreabierta. La tocó y preguntó si había alguien. Pero nadie respondió. Se animó a entrar y se encontró con lo peor: su vecino, un médico de más o menos 50 años a quien apreciaba mucho, tirado en el suelo. Ella sabía que tenía dos hijos ya mayores de edad y que era viudo. Observó que una bala había atravesado su pecho. Dentro de la habitación, la gran cantidad de humo le recordó el olor a quemado que la había llevado hasta allí. Se dirigió a la cocina y ahí estaban las tostadas al fuego. Lo apagó de inmediato. Llamó a la policía. Mientras esperaba que llegaran, encontró una carta sobre la mesa. Decidió leerla: “¡Por favor, ayúdenme! Hice cosas malas en el pasado y ahora me están buscando por eso. ¡Tengo que salir del país o me asesinarán! Ellos son muy poderosos”.
No decía más, no tenía destinatario y se notaba que estaba escrita rápidamente. Se guardó la carta; no sabía por qué, pero lo hizo.
El caso nunca fue resuelto. Cada mañana, las tostadas le recordaban ese día. (Julieta)




sábado, 22 de mayo de 2021

Reconocimiento a "Testigo casual"

En la tarde del 21 de mayo, bajo estricto protocolo por la pandemia, se hizo entrega del Decreto por el cual el libro TESTIGO CASUAL es declarado de Interés Legislativo por el Honorable Concejo Deliberante de Coronel Rosales.



Integrantes del Taller Literario Punto Seguido asistieron al acto para recibir la distinción de manos de quienes impulsaron el proyecto.


Un reconocimiento que, sin dudas, reconforta e invita a continuar por el camino que comenzamos a transitar hace más de 12 años.


¡Muchas gracias!







domingo, 16 de mayo de 2021

¡Qué dilema!

Después de haber leído ¿La dama o el tigre?, de Frank R. Stockton, imaginamos varios posibles finales.



Alicia M. 👇

La bárbara y ardiente princesa no podía concebir que su voluntad se viera doblegada. Sin importar la puerta elegida, sería la mayor perdedora. Quería a su amante con ella, vivo y feliz en sus brazos, no en los de otra. Y menos que esa otra lograra, con el tiempo, adueñarse de lo que era suyo. Antes que permitirlo, el tigre se saciaría con su presa. Ella misma, feroz, haría el trabajo de la bestia.
El odio hacia esa joven inocente y ruborosa que esperaba tras la puerta, la envolvió en un paroxismo de rabia. ¿Por qué no era ella quien aguardaba, lista para arrojarse a los brazos de su amor? ¿Por qué no podía ella ser quien recitara los votos matrimoniales en medio de las campanadas y el clamor? Era hija de su padre, su voluntad era tan poderosa como la suya y ¿debía contentarse con ser una mera espectadora?
La puerta de la derecha se abrió, la multitud expectante fijó su mirada en el hueco oscuro. Suspiros (algunos gozosos, otros decepcionados) llenaron el anfiteatro. La figura de una hermosa joven atravesó el umbral. Erguida, su paso gatuno y seguro emanaba tal autoridad que la multitud permaneció en respetuoso silencio mientras se acercaba al joven quien, fascinado, cayó de rodillas. En ese momento sonaron las campanas y el público estalló en vítores de celebración.
Ella elevó sus ojos hacia el palco real. El soberano ya se retiraba, seguido por una princesa, ruborosa, con paso tembloroso, vacilante.



Alcira Elena 👇

Los asistentes al evento se mantenían expectantes, algunos deleitando de antemano un desenlace sangriento. Otros, más sentimentales, deseosos de ver una boda que contará con el beneplácito del soberano. Unos pocos rogaban por el improbable casamiento de la joven infanta y el hermoso vasallo.
Desde el palco real, la princesa le señaló a su amor –con evidente disimulo- hacia la derecha.
Hasta allí se dirigió el muchacho confiando en la señal de su amada. Corrió el cerrojo, abrió con cautela. Salió el tigre que, con pereza, dio unos pasos. Contempló al gentío con indiferencia y se echó al sol a dormir una siesta reparadora.
La princesa alborozada festejó desde su asiento real. El campesino había cumplido a la perfección su orden: regalarle a la fiera la más gorda y apetitosa de sus vacas.
“Será recompensado”, pensó para sí la joven.



Alicia G. 👇

Ella conocía el secreto de las puertas. Logró que el encargado de preparar al tigre se lo dijera. Estaba en sus manos salvar al hombre que amaba. ¿Pero lo salvaría o lo entregaría en brazos de esa mujer hermosa que ella tanto odiaba?
¿Era preferible verlo destruido y devorado por la fiera, como destruido y devorado por los celos estaba su corazón?
Estas reflexiones daban vueltas en su cabeza y decidió que ninguna de las dos opciones la convencían.
Y así como logró saber en qué puerta esconderían al feroz animal, también pudo convencer a la persona que lo ubicaría en su lugar para que le inyectara una anestesia. Calcularon el tiempo justo para que hiciera el efecto deseado al abrirse la puerta.
Cuando llegó el tan ansiado instante, la princesa hizo el gesto adecuado para que el hombre al que amaba abriera la puerta indicada.
El joven miró a su amada. Vio la indicación en su mano extendida hacia la puerta derecha, pero en sus ojos creyó descubrir una mirada de venganza y celos inoportunos. Desconfiaba, desconfiaba… y abrió la puerta contraria a la indicada.
La dama salió majestuosa, hermosa, sonriente y en un abrazo intenso, le susurró al oído: “La suerte está de mi lado”.
Mientras, allá, sentada al lado de su padre, la princesa cayó desvanecida al suelo.



Fabiana 👇

La puerta izquierda se abrió y, tras ella, la hermosa doncella dejó ver su brillante sonrisa. A metros de ahí, la princesa con su cabeza gacha, tapándose los ojos y los oídos con las manos, esperaba oír los gritos desesperados de su amado entre los rugidos.
Pocos minutos después, hermosas melodías, risas y aplausos la confundieron. Abrió lentamente los ojos mientras su conciencia le mostraba un casamiento. Su mente no creía lo que sus ojos veían, hasta que observó la puerta izquierda abierta. ¿Cómo podía ser? ¡Ella le había indicado la derecha! ¡Tenía que salir el tigre! El sufrimiento de ella por no tenerlo iba durar toda una vida, ¡el de él sólo un rato!
Con el rostro empapado de lágrimas salió del anfiteatro y corrió varios kilómetros. Cuando el cansancio la obligó a detenerse, se sentó debajo de la sombra de un árbol y quiso ordenar sus ideas: su gran amor había cometido el error de abrir la puerta equivocada. ¡Y que error! ¡Un error que cambiaba el destino de los dos para siempre! Él, que la amaba y la conocía tanto ¡no había entendido la seña!
Un instante, un suspiro y la certeza de que no había tal error. Sabiéndola tan parecida a su padre, tan autoritaria y fantástica, él intuyó que ella lo preferiría muerto y no casado con otra mujer.



Julieta 👇

Salió la dama. El hombre comenzó a llorar; hubiera preferido morir antes que desposar a otra mujer que no fuera la princesa. 
La hija del rey, también llorando, se fue corriendo para no ver la ceremonia. Fue muy difícil la decisión para ella, pero finalmente supo que no hubiera podido superar su muerte, ni tampoco la culpa que hubiera sentido. Priorizó que su amado viviera y que intentara ser feliz con otra persona, y no con ella.



Adela 👇

La espera llegaba a su fin. El pueblo ansioso se preparaba para el horror o la alegría.
El ritual no le agradaba, pero ser súbdito de un rey semibárbaro no lo dejaba elegir sus distracciones.
Al griterío de los que se ubicaban para ver el espectáculo siguió un profundo silencio. Los ojos pendulaban de la puerta izquierda a la derecha, de la derecha a la izquierda.
Un crujido y un rugido anticiparon el final. La puerta siniestra se abrió y un enfurecido tigre salió con los ojos inyectados de sangre, con la rabia provocada por días de hambre, con la impotencia de no entender por qué los humanos eran tan sanguinarios.
El enamorado no tuvo tiempo de reaccionar, no alcanzó a pensar en la traición de su amada. Un zarpazo y la arena se tiñó de rojo. El silencio volvió al escenario.



Susana 👇

El público miraba la escena con un morboso silencio.
¿Quién podría adivinar el deseo individual de cada uno de ellos?
Cuando el joven apareció en el ruedo, una exclamación surcó el aire.
Al darse vuelta y mirar a la princesa buscando una señal salvadora, ella sintió palpitar su corazón con todas sus fuerzas. Ese joven despertaba en su ser las más ardientes sensaciones mezcladas, la pasión contenida, el deseo latente. A la vez, una ternura hacia su fragilidad por tan improbable destino.
Con su mano, la princesa hizo un leve movimiento hacia la derecha y cerró sus ojos.
Él avanzó decidido y confiado, y de un brusco empujón la abrió. Todas las miradas estaban depositadas en esa puerta derecha.
Al cabo de un momento de suspenso e incertidumbre, de las sombras de su interior avanzó suavemente una etérea figura femenina engalanada con un fino atuendo de gasas y joyas brillantes. Una corona de flores multicolores adornaba sus cabellos dorados. A su paso, un delicioso aroma quedaba flotando.
Allá, sentada al lado de su padre soberano, la princesa observaba con la vista nublada por las lágrimas que corrían por su bello rostro. Su corazón palpitaba debatiéndose entre el dolor de perder a su amado y la paz que le daba saber que el amor vencía al egoísmo.
“Cuántas veces la vida nos pone entre dos alternativas. A veces se pierde, otras se gana”, pensó.
En este caso, alguien ganó… y alguien perdió.



Silvia 👇

En una milésima de segundos la puerta se abrió de par en par y el auditorio se impregnó de silencio mortuorio. Pero fue solo un momento. Dos perlas color miel brillaron en la semioscuridad de la habitación, y el gentío comenzó a balbucear y a gritar con terror. La bestia, con su magnificencia, avanzó lentamente sin quitarle la mirada al joven apuesto. Es de no creer tal belleza, aquel pelaje lustroso hacía al animal salido de un cuento. Las rayas negras que envolvían su cuerpo dorado se acentuaban bajo los rayos de sol. La tensión se palpitaba en el anfiteatro. El joven y el tigre se enfrentaron como gladiadores comiéndose con las miradas. El rey no podía entender por qué aún no había sangre y colgajos por todas partes. En el centro de la arena, ambas figuras se desvanecían detrás de un haz de luz intenso; los colores del tigre se descomponían y abrazaban al joven de melena dorada y se hacían uno. Un estruendo hizo temblar la tierra. Nuevamente, el silencio se apoderó del lugar. ¡El muchacho había desaparecido!, y era el tigre quien ahora llevaba puesto el collar de ónix que la princesa le había regalado a su amado.
Como era de esperarse, con ese carácter autoritario y su espíritu apasionado -digna hija de su padre, el rey semibárbaro-, jamás permitiría no poseer a la criatura más bella de aquel lugar lejano. 
La noche anterior, bajo la luna nueva, en un paraje alejado, había sucumbido a la hechicera del reino por amor. Jamás sería madre, pero por la eternidad tendría a su amado a su lado, acompañándola cual fiel cuidador.
Y… ¿entonces? El rey, que era un hombre de fantasía exuberante, no pudo decir nada. No le quedó más que sonreír mientras observaba con amor semibárbaro, cómo su hija adorada se alejaba con su amado.