Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 23 de mayo de 2021

Frase inicial... y un plus


Desencanto

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron a su compañera de estudios. Habían compartido cinco años mientras cursaban en la universidad. Era aplicada y le gustaba cocinar. Se habían dividido las tareas: una, cocinaba; otra, limpiaba. La armonía iluminaba el ambiente común.
Salían y volvían juntas. En los ratos libres, algún café o un espectáculo las entretenía.
La carrera elegida las había unido. Se conocieron por un amigo en común, cuando buscaban departamento. La amistad duró hasta que un hombre se les cruzó en el camino.
El tener los mismos gustos de los amigos, esta vez no fue positivo. Enamorarse de la misma persona no es beneficioso para mantener una amistad… y si el enamorado especula, lo romántico se transforma en trágico.
Ninguna cedió, él no las ayudó. La historia fraterna entre las jóvenes, la que les dio felicidad y complicidad, se volvió opaca.
Cuando los hombres de la mudanza sacaron el último mueble del departamento, ella colocó la llave en la cerradura y apagó la luz. (Adela)


¿Cuánto más?

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron que estaba sola. Esa mañana se había dormido y el resto del grupo se encontraba ya en las colinas. A diario, como soldaditos de teflón, partían en fila india en busca de alimento para acopiar.
Tenía que idear alguna estrategia. El mandato de la colonia era trabajar, trabajar, trabajar, pero reconocía que en sus fibras más profundas la holgazanería le ganaba. Algo distrajo su atención. Se detuvo un segundo y quedó sorprendida. ¡Desde allí podía ver el mundo! A lo lejos, la silueta de la Torre Eiffel parecía enana.
Primero intentó montar la punta de la tostada, medio quemada, sobre su pequeña espalda. Pero la mantequilla pomada, a causa de los 32° a la sombra de las 11 de la mañana, hizo que resbalara. Con dificultad se limpió y continuó intentando la complicada faena. Al cabo de un rato, sus patas se acalambraron y su cuerpo se entumeció por la fuerza que demandó la tarea. En la mesa contigua, una taza de café con leche sobrante era levantada por el mozo.
De repente, se escuchó: — ¡Cuidado, Lucca! 
Un monopatín a la deriva golpeó la mesa de hierro y ella voló por el aire sin destino certero. Terminó dentro del café aún tibio. Todo sucedió muy rápido; enseguida se encontró en un piletón de lata lleno de trastos sucios. Un cabo de apio flotaba a su lado e intentó sujetarse de él. Pero el agua arremolinada la succionó y terminó en una tubería fría y mohosa, avanzando a la velocidad de la luz. Al fin la locura se detuvo y se descubrió en un mar de aceite, o eso parecía. Daba bocanadas de aire para reponerse del susto y dejar de temblar.
—¿Y ahora?, ¿dónde estoy? —se preguntó totalmente desconcertada. Por más que miraba y miraba no reconocía el lugar. Como pudo, con sus diminutas patitas negras, logró ascender por la pared de piedra del túnel oscuro donde había terminado. Arriba, la última frontera: una tapa de hierro fundido con agujeritos.
—¡Al fin! —gritó cuando su cuerpo recibió los cálidos rayos del sol de la siesta parisina. Rodó como una gran acróbata hasta el cantero de la vereda de enfrente, esquivando autos y transeúntes. Los lirios, jacintos, begonias y prímulas inundaban el aire con sus aromas, recordándole que estaba viva.
Una perla colorada la hipnotizó y sus antenas del tamaño de un cabello la percibieron. Se sintió atraída y comprendió que era su destino. Un caramelo gomita cubierto por cristales de azúcar sería su aporte. Fácil fue la empresa de colocar la golosina sobre el lomo y empezar a caminar buscando a sus amigas. Su cuerpo liberó feromonas para comunicarse con ellas. ¡Había sido un día de locos! El alboroto se escuchó cerca. Pronto las vio y se sumó, sin perder tiempo, al ejército de hormigas que marchaban alegremente bajo el sol. (Silvia)


Raíces

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron que faltaban pocas horas para el esperado encuentro. ¿Esperado? Para ella, sí ¡sin duda! Y para su invitada, ¿también lo era?
El mes próximo se cumplirán veinte años de búsqueda. El día que cumplió quince, decidió que su propio regalo sería encontrar a su madre biológica y lo logró.
Muchas dudas, intrigas… no sabía si tenía cosas para reprocharle. ¿Y su papá?, ¿podría llegar a él a través de ella? Había mucho por saber y su cabeza y su corazón parecían estallar.
Faltaban tres horas para las diecisiete. Calentó agua para un té. Ese sería su almuerzo. Así tendría más tiempo para prepararse. Estaba decidido, su primera pregunta sería: ¿por qué? (Fabiana)


¡Vaya recuerdo!

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron un día especial durante el viaje a España con su amiga Juliana.
Una sonrisa esbozó Mary al rememorar ese momento: Paseaban por Granada. Después de recorrer la costa tropical, donde la fresca brisa del mar suavizaba las altas temperaturas de ese verano, y visitar las ruinas de un castillo árabe, comenzaron a sentir deseos de comer algunas especialidades del lugar. Y casi al unísono gritaron: “¡Nos vamos de tapas!”
Las opciones que veían anunciadas en los distintos bodegones eran tentadoras: carteles donde brillaban en letras gigantes nombres de bocados con calamares, ostras, langostinos, tortillas, gambas al ajillo, baguettes con jamón ibérico de bellota. Comían con los ojos y no decidían.
En un momento, Juliana dijo:
—Entramos en este, Mary. No recorramos más.
—Dale, Juli.
“EL BURLADERO DE MANOLO” anunciaba el cartel en letras coloridas que titilaban, y una mano invitaba a entrar.
Les causó gracia el nombre y se preguntaban cómo sería Manolo.
Riendo, y con ganas de devorar sabrosos bocados, pidieron para comenzar una baguette con queso manchego de oveja y truchas negras, jamón serrano y, coronando ese delicioso pan, un huevo estrellado.
El mozo, atento. El pedido llegó rápido.
El problema se presentó cuando quisieron cortar la baguette: ¡IMPOSIBLE! El huevo saltó al piso haciendo honor a su título de “huevo estrellado”. El jamón estiró sus fibras y el queso se desparramó, con trufas incluidas, sobre el mantel.
A todo esto, el pan seguía tieso, rígido, inflexible, sin mover miga alguna.
Enojadas, pidieron explicación.
El mozo, algo ruborizado, terminó confesando que el pan había quedado del desayuno del día anterior. Inconvenientes con el panadero... y otras excusas. Terminó su explicación con una frase contundente: “Pues, niñas, no está pa’desperdiciá las harinas, con el precio que tienen, ¡que va!”
Ofreció traer un gazpacho para mojar allí la baguette y ablandarla.
Furiosas, Juliana y Mary volvieron a gritar juntas: ¿GAS- PA- CHO? ¿Sopa de tomates fría y con ajo? NOS ESTÁN CACHANDO.
El mozo no entendió que significaba esa palabra y sonrió. Pensaba que el grito y la euforia eran de alegría ante tan brillante idea.
—Ahora entiendo por qué se llama EL BURLADERO; eso hacen, se burlan de los turistas.
—Sí, tal cual. Yo quisiera que ese tal Manolo diera la cara.
El mozo, atendiendo el pedido, corrió a buscarlo para complacerlas.
Juliana y Mary se incorporaron muy enojadas y con sus barrigas chirriando, no precisamente de emoción, se dirigieron a la salida. Antes de retirarse del lugar, giraron su cabeza; un llamado del supuesto Manolo las invitaba a acercarse.
Ellas, nuevamente unidas en pensamiento y acción, mostraron el pulgar hacia abajo y lo despidieron con un fuerte “¡OLÉ!”. (Alicia G.)


Tiranía familiar

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron su lejana mesa familiar cargada de migas. La familia era tan grande que siempre alguien dejaba de merendar o estaba por hacerlo.
Mesa de madera, larga, antigua, de campo. Siempre ocupada por la numerosa prole: hijos, tíos, primos, hermanos. Un lugar habitual y bullicioso para discutir diversos temas que concernían a unos o a otros. Quién había perdido su trabajo; qué haría a continuación; otro que compró o vendió un bien; voces, gritos que se mezclaban con la compostura de los más chicos que sabían que era el momento de los adultos. Los niños callaban y escuchaban. De tan silenciosos que estaban nadie advertía sus presencias. Así se enteraban de los secretos familiares, a veces no muy agradables; de los “misterios” - para ellos- de la vida y de la muerte.
Una mujer era la voz dominante, la que daba las órdenes que nadie discutía.
Autoritaria, inquieta, caprichosa, independiente. Apegada a pocas personas. La mayoría no contaba con su simpatía, mucho menos con su amor. Le permitían –por temor- que fuera la dueña de sus vidas y resoluciones.
Nadie tomaba una iniciativa sin contar con su aprobación. Tal poder perjudicó a varios de ellos.
Obligó a su hija mayor a abandonar a su enamorado, condenándola a la soltería. Se decía en el pueblo, que había llegado a asesinar a una de las muchachas por desobedecerla. Otra fue forzada a vivir en la calle por involucrarse con un hombre que, de acuerdo a lo impuesto, no le convenía.
Esta mujer era la ley en su pequeño reino. Vivió bajo sus propias normas. Una aventurera adelantada a la época que nadie pudo doblegar.
Los hombres llegaban a su vida, dejaban hijos y seguían su rumbo. Ella se quedaba criando hijos propios y ajenos.
Hubo gente que la amó más de lo que merecía; otros, no tanto. A todos les cambió la vida, para bien o para mal, con sus determinaciones desmesuradas y antojadizas.
Dejó huellas indelebles en la existencia del gran núcleo familiar. Sobretodo en la de su nieto mayor, que observaba las migajas sobre la mesa.
Las quejas y críticas aparecieron cuando ella dejó este mundo, cuando los temores se disiparon. 
Todavía la recuerdan con contenida ira. (Alcira Elena)


Vida descarriada

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron la última vez que estuvieron juntos. Eufóricos y triunfantes, después de una noche de sexo exultante, compartieron café con tostadas y su mermelada de frambuesas favorita. El golpe había resultado tal y como lo habían planeado. El botín descansaba debajo de la cama. Solo tenían que esperar un tiempo prudencial para disfrutarlo.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Una semana apenas? Ahora estaba sola, huyendo por su vida. Se ubicó en una mesa junto a la ventana. Las gotas de lluvia se deslizaban por el vidrio dejando líquidos surcos que se cruzaban y entrecruzaban. "Como la vida", pensó.
Tres años atrás era una estudiante universitaria corriendo apurada porque llegaba tarde a su clase; al doblar una esquina se dio de bruces contra un joven, quien la sostuvo antes de que cayera sentada. Sus papeles volaron llevados por una fuerte brisa. Él, galante, la ayudó. La chispa surgió de inmediato. Olvidada de su clase, aceptó la invitación a un café.
Repasó el tiempo que estuvieron juntos. Él era ambicioso, siempre tras el negocio fácil. Vivía en un submundo que ella jamás había imaginado que existiera. Y, poco a poco, fue sumergiéndose en él hasta dejar de lado por completo su vida anterior.
No dudó cuando él le contó su plan. Tenía dos cómplices con los que asaltaría un búnker narco en una villa del Conurbano. Les había llegado la noticia de que una gran cantidad de dinero, producto de la droga, estaba escondida ahí y que pronto la trasladarían. El atraco salió perfecto. Antes de separarse se repartieron el botín, con el acuerdo de esperar a que todo se calmara para gastarlo.
Planeaban viajar a Córdoba, recorrerían las sierras, ¿quién sospecharía de una pareja de mochileros? Pero algo salió mal. Uno de los cómplices se fue de boca. Alardeó frente a quien no debía y tuvieron que huir inmediatamente. Decidieron viajar por separado, se reunirían en ese hotel, camino a las sierras. Ella llevaría el dinero; despertaría menos sospechas.
Controló la hora, él ya llevaba mucho retraso. Decidió pedir un sándwich, solo por hacer tiempo. A duras penas pudo comer la mitad; los nervios le anudaban el estómago. En eso sonó el celular, cuando leyó el texto, palideció.
No perdió el tiempo, fue a buscar su equipaje y se dirigió hacia la terminal de ómnibus. Sacaría un pasaje a donde fuera, esa sería su vida desde ahora: correr. Las palabras del mensaje repercutían en su cerebro: "Estoy acorralado. Huye. Te amo". (Alicia M.)


Recuerdo ahumado

Aún no había almorzado. Sobre la mesa, las tostadas que habían servido para otro desayuno le recordaron aquella mañana fría y escalofriante: 
Eran las diez de la mañana, estaba en su departamento lavando los platos de la cena, cuando comenzó a sentir un intenso aroma a tostadas. De repente, oyó un fuerte estruendo. Se sorprendió, pero lo dejó pasar. Al instante, el aroma se transformó en un horrible olor a quemado que invadió la habitación. Como no provenía de su departamento, no se preocupó; sin embargo, el aroma se volvía cada vez más fuerte. Pensó en la posibilidad de que se esté incendiando el edificio. Tenía una sensación de malas vibras. Por eso, abrió la puerta de entrada y se encontró en aquel pasillo con la puerta del departamento de enfrente entreabierta. La tocó y preguntó si había alguien. Pero nadie respondió. Se animó a entrar y se encontró con lo peor: su vecino, un médico de más o menos 50 años a quien apreciaba mucho, tirado en el suelo. Ella sabía que tenía dos hijos ya mayores de edad y que era viudo. Observó que una bala había atravesado su pecho. Dentro de la habitación, la gran cantidad de humo le recordó el olor a quemado que la había llevado hasta allí. Se dirigió a la cocina y ahí estaban las tostadas al fuego. Lo apagó de inmediato. Llamó a la policía. Mientras esperaba que llegaran, encontró una carta sobre la mesa. Decidió leerla: “¡Por favor, ayúdenme! Hice cosas malas en el pasado y ahora me están buscando por eso. ¡Tengo que salir del país o me asesinarán! Ellos son muy poderosos”.
No decía más, no tenía destinatario y se notaba que estaba escrita rápidamente. Se guardó la carta; no sabía por qué, pero lo hizo.
El caso nunca fue resuelto. Cada mañana, las tostadas le recordaban ese día. (Julieta)




2 comentarios:

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