Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 30 de mayo de 2021

Sucedió un 25 de mayo


No tenía que ser

Yo tenía 10 y él 12, pero eran los de antes. Ese día, él tenía puesta una camiseta celeste y blanca de la Academia. Su familia era fanática de Racing.
Nos conocimos en el jardín de infantes “La Mona Glotona”. Resultó ser el hermano mayor de mi nueva compañera. Más tarde descubrí que también éramos vecinos.
—¡Al fin la casona se ha ocupado! —le había escuchado decir a mamá. Que alguien se mudara a la casona de dos pisos le alegraba un montón, ya que las hojas que se juntaban en otoño la volvían loca. Era lo único que le interesaba. Ahora, la flamante dueña se ocuparía de los frondosos árboles del patio.
Y es allí justamente, en el patio, en esos árboles, donde todo sucedió.
La casita del árbol fue una creación de varios de los papás. Estaba equipada con los trastos necesarios e incluso nos habían prestado una conservadora para el verano. Recuerdo haberle robado una pollera larga a la abuela, para armar las cortinas. Algunos se rieron del color amarillo patito, pero festejaron cuando no entraron más los rayos del sol.
Se suponía que nos veríamos todos los chicos del barrio luego de almorzar. Era viernes 25 de mayo y se había suspendido el desfile por mal tiempo.
Espiaba por la ventana de la cocina cuando los vi: Diego y Ana ya habían llegado. Me apresuré a ponerme el tapado y salí. Mis cachetes se enrojecían, y mi corazón salía al galope cada vez que lo miraba o lo tenía cerca. No existía momento más lindo del día que ese, cuando nos encontrábamos. Aquella tarde, Pedro no pudo llevar el juego de la copa. Luego se lo agradecería con creces. Enseguida los varones improvisaron el juego de la botella. Lo conocen, ¿no?
Primer tiro… frenó lejos. Pensé: “¡Buenísimo!”
Segundo tiro… ¡No puede ser! Como una flecha la botella nos indicaba a nosotros dos. Los colores subieron a mi rostro como por arte de magia, el corazón se volvió loco en mi garganta y los orificios de la nariz aleteaban sin parar.
Diego se acercó como una pantera sin quitarme los ojos de encima. ¿Y yo? Tiesa. Intenté recordar qué hacían las mujeres de las novelas que miraba mi mamá todos los días. ¡Lo único que me salió fue cerrar los ojos y abrir la boca mostrando los dientes! Diego, en ese momento se acercó y ¡zas!, se los clave en la nariz.
Ese, señores, fue el intento de mi primer beso. Es el día de hoy, que el 25 de mayo se tiñe de vergüenza al recordar aquel ridículo episodio. (Silvia)


Cita patria

Soy profesora de historia y amante de mi Argentina. Esto sucedió hace muchos años, pero cada 25 de mayo lo recuerdo. No sólo porque él se llamaba Cornelio, como Saavedra, sino porque quiso conquistarme desde el patriotismo. Nos conocimos por las redes sociales; las fotos lo mostraban muy buen mozo y sus charlas eran entretenidas. Cuando decidimos vernos, insistió en pasar a buscarme por casa para salir a cenar. Me comentó que había alquilado un auto especial para la ocasión, pero yo no me detuve en el detalle.
Me preparé mucho para ese encuentro, los dos mostrábamos mucho interés. Me compré un vestido corto, con un lindo escote y breteles finos dorado, zapatos clásicos y abrigo negro; me sentía cómoda y sexy.
A la hora acordada, tocaron insistentemente la bocina. Por la ventana distinguí un Dodge 1500 celeste, de hace 40 años. Me acerqué y lo vi íntegramente vestido con camisa, pantalón y hasta creí ver los zapatos… ¡todo blanco! En vez de buenas noches, me dijo: “¿Qué te parece esta escarapela para el 25 de mayo? ¡No conseguí otro auto celeste!”
Sorprendida y tentada de risa, buscaba en mi cabeza algo para decirle y sólo se me ocurría: RIDICULO. Frente a mi silencio, y al ver mi vestido que asomaba desde mi abrigo desprendido, agregó: “¡Pareces el sol de mi bandera!”
Me dolía la panza de contener la risa. Fingí una descompostura por el locro del mediodía y pospuse la cita para un día no festivo, en la cafetería de la otra cuadra. (Fabiana)


Sabor a locro

El aroma empezaba a sentirlo el 24, cuando Enriqueta me lo regalaba al cocinar la carne, la panceta y el chorizo porque el remedio para que saliera rico y sano era desgrasarlo.
Mi amiga era costurera, pero las manos que hacían maravillas con las telas también realizaban milagros cuando las imponía en la cocina.
El 25 comíamos el locro con gusto a zapallo, con maíz y porotos a punto, con huesitos sabrosos. Los platos hondos gozaban cuando las cucharas los acariciaban pescando una porción de la tradicional comida.
El celeste y blanco en el mantel daba aires de fiesta patria, y a ninguno nos importaba si en 1810 existían los paraguas o si el pueblo quería saber de qué se trataba, porque cuando comemos lo que nos gusta no hay nada más importante.
La recuerdo jugando al tutti fruti con los chicos, convirtiendo retazos de tela en pantalones o polleritas para las nenas del barrio.
La evoco pintando flores en telas, con paciencia y ternura. Sonrío cuando pienso en sus reuniones con amigas.
Los 25 de mayo siguieron existiendo; ella nos dejó. Seguimos comiendo locro, pero ese sabor… ese sabor ¡ya no es el mismo! (Adela)


Inolvidable día

Esa mañana amaneció con sol y temperatura cálida. Hermoso día otoñal.
Betiana, a pesar de su vientre pesado, se levantó temprano para preparar todo. Era un día especial: “25 de mayo “, y, como todos los años, se reuniría a la tarde con sus amigas.
En esta oportunidad, debido a su avanzado embarazo, decidieron que fuera en su casa.
Dudó entre arreglar primero el comedor o empezar con la masa de los tan esperados pastelitos con dulce de membrillo.
Decidió dejar lista la mesa. Buscó el mantel celeste que le habían regalado hace tiempo y nunca había usado, pero hoy, ameritaba lucirlo. Lo acompañaría con servilletas blancas, en honor al día patrio: celeste y blanco serían los colores que distinguirían el lugar de reunión. Mientras lo desplegaba, meditaba sobre el bebé tan ansiado. La ilusionaba la idea de tener una nena, ya que era mamá de dos varones. Con Juan, su esposo, habían decidido que este sería el último hijo. Pudieron haber conocido el sexo del bebé, pero prefirieron que fuera sorpresa. Lo importante era ese nuevo hijo y que todo llegara bien. Sin embargo, si era una nena… A Betiana se le erizaba la piel al pensarlo. ¿Y a Juan? A Juan se le notaba la emoción en los ojos y en todo su ser.
Entre pensamientos y sentimientos amorosos, finalizó con la organización de la mesa: mantel, servilletas y arreglos florales.
Se dirigió a la cocina. Acomodó el delantal en su cintura, que apenas prendía, y empezó con los pasteles. Por supuesto, la masa casera, bien casera, como le había enseñado su abuela Tita.
Preparó los ingredientes. Mezcló, unió y puso a descansar en la heladera.
Aprovechó para sentarse y reponer fuerzas.
Los brazos le dolieron al preparar la mezcla. Las piernas le pesaban cada vez más. Se movía con dificultad. Se sentía muy cansada; ella, que siempre esparcía energía por doquier.
Se sonrió al reconocer que era normal. Ya estaba en fecha de parto. Faltaban apenas unos días. ¿Días u horas? Acarició su vientre con ternura, se preguntó: “¿No se le ocurrirá llegar hoy?” Volvió a sonreír al pensar en esa feliz posibilidad.
Se levantó de la silla. Prendió la hornalla de la cocina y puso a derretir la grasa.
Sacó la masa de la heladera y empezó a estirarla con el palo de amasar de madera, el heredado de su querida abuela.
Los brazos se movían al compás de un arrullo de cuna, mientras su voz lo tarareaba suavemente.
Estiró y estiró con pesado esfuerzo. De pronto, sintió que algo caía al suelo.
—¡Rompí bolsa! —exclamó. Llamó a Juan, que estaba arreglando el jardín, y allí partieron rumbo al sanatorio.
Esa tarde no hubo pastelitos, tampoco encuentro con amigas; pero, en brazos de Betiana, un amor envuelto en caricias y ternuras anunciaba su primer llanto reclamando atención. Juan, a su lado, completaba la escena.
Afuera, el sol del otoño comenzaba a declinar. Adentro de esa habitación, corazones iluminados por la tibieza de esa niña.
En la casa había quedado el delantal sobre una silla. La grasa derretida volvía a unirse en un compacto bloque, y la masa estirada sobre la mesa esperaba ser terminada; no sería en esa ocasión. Ese día, no hubo pastelitos con dulce de membrillo, ni reunión con amigas, sino un encuentro entre mamá, papá y una dulce niña que se llamaría María Celeste, en homenaje a ese 25 de mayo inolvidable. (Alicia G.)


Entrañable señora Bela

Fiesta Patria; para mí, sinónimo de chocolate con leche, quemado. Me es inevitable no enlazar estos dos hechos con mi niñez pueblerina.
La Madre Naturaleza nos regalaba los colores patrios pincelados en el cielo. No recuerdo un 25 de mayo o 9 de julio con mal tiempo. Siempre mucho frío o poca ropa, según la situación familiar.
Fiesta en la escuela: escenario donde se lucían el farolero, las vendedoras de pastelitos, las jóvenes patricias…
Los infaltables bailes folclóricos danzados por niñas vestidas con faldas de colores; los varones con bombachas batarazas, todos con camisas blancas almidonadas y pañuelos celestes. Se escuchaba el pericón –nuestro hermoso baile nacional-, el minué, el carnavalito, la chacarera….
La asistencia de los orgullosos padres y autoridades cívicas –sacando pecho- lucían sus mejores prendas.
Los abanderados se elegían entre los alumnos mejor vestidos para honrar a los símbolos argentinos. Todos contentos, festejando con amor a la Patria.
Luego de tanto despliegue de color, alegría y patriotismo llegaba el momento que menos nos gustaba; pero, a pesar de ello, lo disfrutábamos.
Una mamá voluntariosa, integrante de la asociación cooperadora, donaba y hervía -en una gran olla- el chocolate con leche que, invariablemente, le resultaba quemado; sin embargo, lo tomábamos.
¿Por qué lo bebíamos? Porque era preparado con mucho amor por una mujer rústica, de pueblo, que lo servía con un amoroso sentimiento que, aún los más chicos percibíamos.
La entrañable señora Bela. (Alcira Elena)


Inspiración

Esa mañana del 25 de mayo desperté totalmente inspirada. Decidí pintar un cuadro. Hacía mucho tiempo que no pintaba a causa de la falta de inspiración y voluntad; presentí que ese era el día. Entonces, comencé a preparar las cosas necesarias: el lienzo, la paleta, pinturas, pinceles, etc. Tenía en mente hacer un paisaje muy colorido, con personas, como si fuera un lugar turístico donde gran cantidad de gente concurriera a observar la variedad de naturaleza y plantas de diferentes tamaños, formas y colores. Pero hubo un problema: olvidé que ya se habían acabado casi todos los colores, solo quedaba un poco de amarillo y los envases llenos de celeste y blanco. Me sentí desanimada, mi idea no iba a poder ser llevada a cabo. Sin embargo, no me iba a echar atrás. Improvisé un paisaje de invierno con aves, montañas, hielo y nieve, pero también con un sol resplandeciente que iluminaba la escena. El resultado me pareció ¡espectacular! No podía creer que improvisando, y con solo tres colores, pudiera hacer una ilustración tan bonita. (Julieta)


Olvido

25 de mayo. Aprovechando el feriado, fuimos al parque a disfrutar un picnic al aire libre de esa tarde soleada con un límpido cielo celeste.
Al llegar, con mis dos amigas buscamos un lugar disponible y sobre la mesa de cemento tendí el mantel blanco (aclaro que de plástico, para simplificar el lavado).
Alicia llevó sándwiches de miga; Marta, facturas y yo una torta. Termo, mate, jugo, para los distintos gustos.
Cuando decidimos disfrutar de la merienda, nos dimos cuenta -con estupor- que nos olvidamos los vasos y las bombillas. O sea, ni mate ni jugo.
Miramos alrededor buscando una ayuda salvadora. Caminamos por allí y conseguimos que una señora nos prestara unos vasos descartables.
¡Grande fue la sorpresa al volver! Unos chicos se habían sentado en nuestro lugar. No necesitaron cuchillo para la torta, ni vasos. Sólo migas, un termo, un mate sin usar y dos botellas de jugo vacías. 
Los pillos se fueron corriendo a las risotadas.
Juntamos todo y… ¡a volver a casa! Por lo menos, alguien disfrutó la tarde. (Susana)


El sol del veinticinco...

"La reina del despiste", así me llaman todos: mi familia, mis amigos, los vecinos... en fin. Tengo que reconocer que no están muy desencaminados, mi vida está llena de percances de todo tipo cuyo origen es mi inveterada desorientación. Si no me creen, basta este botón de muestra.
Una mañana desperté sobresaltada, era jueves y había prometido a mi madre que retiraría unos estudios que se había hecho en una clínica de Bahía Blanca. Los jueves eran los días en que los entregaban. Me levanté rápido, tenía que llegar antes del mediodía y ya eran las nueve. Una ducha a las apuradas y un café como desayuno terminaron de despejarme.
Me vestí con lo primero que encontré a mano, un jean celeste y una camisa blanca. Completé mi indumentaria con un bléiser de un celeste un poco más intenso que el pantalón. Cuando me vi en el espejo me di cuenta de que parecía una bandera, pero ya no tenía tiempo para cambiarme.
Saqué mi auto del garaje y partí rauda. Concentrada como estaba en llegar a tiempo a la clínica, no noté el poco tránsito en la ruta; sí fue una agradable sorpresa que el centro de Bahía no estuviera abarrotado de autos como era lo usual.
Recién en el momento en que llegué a mi destino, me di cuenta de que algo no estaba bien. El lugar estaba cerrado y todavía faltaba como media hora para las once. Mientras volvía a mi auto, pensando qué podría haber pasado, vi que los negocios también estaban cerrados y varios balcones con banderas colgando. Un grupo de chicos con guardapolvo y escarapelas pasó a mi lado, la mujer que los acompañaba llevaba una enseña con su mástil. En ese momento recordé que ese jueves era 25 de mayo. Bueno, por lo menos, estaba vestida de patria.
Como verán, el apodo familiar es más que acertado. (Alicia M.)



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