Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

sábado, 24 de octubre de 2020

Vigesimosexta consigna en cuarentena


Resurrección 

A diario, para el desayuno me usan. A veces yogurt, ensalada de frutas o el mismo café con leche, depende de quién me elija. En la mesa se celebra un festín: pan casero, mermelada, galletas, frutos secos y exprimidos; al mejor estilo americano. El ritual se realiza en medio de corridas y carcajadas, cada cual preparándose para salir al mundo. Y esta mañana no fue diferente. 
Cada vez que estoy en el fregadero siento pánico. El apuro, el detergente, y un par de dedos torpes convierten un acto simple en un posible homicidio. 
—¡Nooooooo! —grito aterrado. Ese giro inesperado en el aire no resultó. El borde de la mesada no tuvo compasión y acá estoy, en el piso de la cocina, hecho añicos. Ya decía mi prima lejana: “no te entusiasmes, Javier, nosotros solemos tener vida corta”, y yo me enojaba horrores con ella. Siempre la tildé de mala onda, negativa y oscura. 
Pude ver mi vida entera pasar en segundos. Recuerdo aquellas manos cálidas que me acariciaron lentamente, cuando aún no era nada…. El calor de sus palmas, la tersura de su piel, la lentitud de sus movimientos en sincronía con mi necesidad de ser. El taller era pequeño, y la iluminación parecida a los primeros minutos del alba, tenue, sin fuerza. Esa tarde fuimos uno. Nos fundimos en una misma energía. Esa tarde me llené de ella, de su esencia, de su aroma a mujer. Y después de ese momento, la magia se acabó. Nunca más la volví a sentir. 
Ahora, mi cuerpo yace inerte amontonado en un rincón junto a la escoba. El tiempo se detiene, y el silencio se profundiza. Y de pronto, otra vez. Unas manos cálidas que reconozco. Una explosión de emociones. Poco a poco regreso a mi forma original, mis trozos se van uniendo. Vuelvo a sentir, vuelvo a ser, pero esta vez no seré el mismo. 
Mi cuerpo profundo y redondo, vestido de muchos colores y rayas es perfecto como maceta. Mis días de incertidumbre terminaron. En la comodidad del estante del jardín de invierno, como un centinela recibo el día rodeado de mis nuevos amigos: la cala, la begonia, la palmera. Y allá afuera, en el patio, saludo a las yerberas y al rayito de sol. Sonrío satisfecho y en paz mientras observo y me pierdo en el aleteo de una mariposa nocturna. (Silvia)


De arena 

Divertido y entusiasmado, colocaste algas en lo que sería mi cabello y mi pollera. Pusiste caracolas a modo de collar en mi escote. Dibujaste grandes mis ojos y generosa mi boca. Ya estoy terminada. Soy tu creación. Tu mujer en la arena. 
Tus amigos se ríen. “¡Miren lo que fue a hacer!”, exclaman jocosos. Te hacen bromas. Pero te aceptan así. Sos el romántico del grupo. Yo te observo, quieta, sonriente, tal como me imaginaste. 
¡Es tan límpido el cielo este mediodía! ¡Cómo me gustaría, de un salto, salir de este encierro silíceo y correr con vos, a la par, por la orilla del agua! ¡O, tal vez, internarnos al mar, jugar con las olas! Pero estoy acá, inmóvil. Oigo tu risa adolescente. Observo tus rizos morenos, quisiera acariciarlos. Tu piel, dorada por el sol, está perlada con minúsculas gotitas, ya que recién volviste de darte un chapuzón. Me cuidás. Te preocupás por mí. Pusiste alrededor mío los trastos de tus compañeros: ojotas, termos, mochilas, toallas. Todo cuanto sea un obstáculo sirve para impedir que cualquier niño travieso pueda pisotearme y arruinarme. Eso me gusta. Muestra que te importo. Y soy feliz. Así, con este pequeño regalo de amor que me has brindado al dibujarme. 
Escucho las gaviotas en la lejanía. El aroma salobre llega hasta mí. Atesoro cada momento y cada nueva sensación. 
Para vos, este será un día más de playa compartido. Para mí, mi vida. Porque cuando se ponga el sol, junten sus cosas y vuelvan a sus casas, yo aún estaré acá, muda, resignada... 
Sé que, con la crecida de la marea, desapareceré ni bien las olas comiencen a besar mis pies. (Liliana)


Pandy 

Un ovillo blanco, grandecito y un ovillo negro. Compra eso. Vuelve a la casa, se sienta en su sillón preferido y comienza: seis medio punto en anillo deslizado; dos medio punto en cada punto… 
Ya está, la cabeza me quedó hermosa, ahora cierro con seis puntos y mañana sigo. 
Me está gestando, tiene paciencia. Me doy cuenta porque dice que mañana sigue y… ¡tengo cabeza!, ¡puedo pensar! 
Estoy ansioso, quiero ver lo que continúa. 
Sigo con el color blanco, seis medio punto en anillo deslizado, dos medio punto en cada punto…cierro con seis puntos y el cuerpo me quedó hermoso. 
Ahora cambio de color, le toca al negro. ¡A ver! Cuatro partes iguales de seis medio punto en anillo deslizado… Dos partes iguales de seis medio punto en anillo deslizado… Me parece que me olvido de algo. ¿Qué dice el tutorial? 
Antes de cerrar, rellene. ¡Qué despistada! 
Y yo sigo sin saber qué soy, ¡hasta que no me termine! …La estoy queriendo, me acaricia, me habla. 
Dos partes iguales en color negro de seis puntos en un anillo deslizado y en… ¡no, me equivoqué de color! Esto va con blanco. 
¿Qué me falta? ¡Ya sé! Con blanco: seis medio punto en anillo deslizado… y a ¡armar! 
¡Me quedó hermoso! Y eso que es el primero que hago.
Me dijo hermoso y casi lloro. Habla de mí, ella me creó. Estoy e-mo-cio-na-do. 
¿Les dije mi nombre? Soy Pandy, un amigurumi. (Adela)


Pirucho, el vigilante del fondo. 

Recuerdo cuando estaba tirado en el fondo del patio. Porque hasta ser quien soy hoy, pasé por muchos estadios. 
Yo era una escoba desvencijada de tanto barrer. Un día, Irene dijo: “Mejor compro una nueva”, y así, sin jubilarme, me tiró entre los escombros. 
Soporté lluvias, frío, viento, y llegó la primavera. 
José comenzó a preparar la huerta. Este año con la ayuda de Tina, su nietita. 
Con esmero cavaron los surcos. Dividieron en sectores con carteles de acuerdo a lo sembrado: lechuga, achicoria, rabanitos, tomates, zapallos. 
A la mañana siguiente se encontraron con una bandada de pajaritos disfrutando de las semillas. Y ahí comenzó el proyecto de mi construcción. 
El abuelo me levantó y me manguereó para sacarme la tierra. Irene buscó un blusón viejo, unos pantalones y un sombrero de paja. Tina me puso una corbata roja a lunares. Todo vestido, me plantaron en el medio del cantero. Alrededor clavaron estacas con tiras de tela y plumas para ahuyentar a los intrusos. 
Me bautizaron “Pirucho”. Todos los chicos del barrio vinieron a conocerme. Juancito trajo un paraguas que su mamá no usa más para que no me moje cuando llueve. 
¡Qué lindo! Es una pena que no puedo mirarme en un espejo, aunque de reojo veo mi imagen reflejada en la “Pelopincho”. 
Como los patios del barrio están separados con alambrados, desde mi sitio de honor conozco a todos los vecinos y también a sus mascotas, que al principio me ladraban, pero ya se acostumbraron a mi presencia. 
Puedo ver el sol, el cielo y escuchar el canto de las aves, que me observan con miedo desde los árboles frutales. Ninguna se atreve a comer las semillitas. 
El otro día escuché que en el patio de al lado iban a hacer otro espantapájaros. Me siento feliz, podré tener un amiguito. 
Esa será la dicha completa. (Susana)


Eisenhower 

Primavera, época ideal para renacer. Me gusta dormir durante los meses fríos, aunque tengo fortaleza para soportar los más crudos inviernos. Me causa placer tomarme tiempo para desperezarme. En estos días me emborracho de sol, alegría y color. Llegué a este jardín cuando la niña de la casa se enamoró de las flores de la vecina. Su madre -para que dejara de molestar- pidió “un gajito”. Primero lo plantó en una lata de durazno, vacía, por supuesto. Lo cuidó hasta que comenzó a reponerse luego del corte. Ya crecidito, lo pasó al cantero en el que antes esparció hierro en polvo para dar vigor a mi desarrollo. Podría decir que esa fue mi “gestación”. 
Ahora, mis pimpollos están floreciendo. Tiernos, delicados, color rosa pálido. De aroma exquisito pero suave, se brindan con generosidad. Mi nombre es famoso: Eisenhower. De buena estirpe, descendiente directa de la mejor amiga del Principito. Soy el regalo perfecto para demostrar amor, respeto, decorar mesas festivas y adornar el ojal del caballero. 
A mi actual familia no le gusta cortar flores. Dicen que existimos para decorar el jardín y alegrar la vista mientras dure nuestra vida. Nos riegan cada mañana, nos hablan mientras quitan las malezas cercanas. 
Tanta belleza también tiene su pequeña cuota de maldad. Mis espinas se hacen notar, es mi manera de defenderme. El que me pretenda deberá sortear mis aguijones que, son bastantes dolorosos. A pesar de que a la enredadera le veo intenciones poco claras, estoy orgullosa de pertenecer a esta casa. Encontrarme entre tantas hermosas hermanas. Magníficas y espléndidas por la mañana, luciendo muy ufanas sus gotas de rocío, como perlitas relucientes. Algunas, trepando por finos alambres que cubren las paredes. Otras demuestran sus años mostrando troncos deslucidos y nudosos, pero llenos de vida. Los árboles que nos circundan brindan su sombra reparadora cuando el calor aprieta. Las abejas nos visitan haciendo su trabajo con alegría y un tenue sonido que es una delicia. 
Mi existencia es fascinante, nada aburrida como la de mi vecino, el cactus. (Alcira)


¡Qué destino! 

—¿Viste? Me tienen aquí, sentada en el sillón de la sala. ¿Tanto trabajo para qué? Nadie juega conmigo. 
—No te quejes. Por lo menos a vos te pusieron nombre… 
—Sí: Carolina… ¿Y de qué sirve? Nadie me llama, ni me visita, ni… 
—Bueno, Carolina, tranquila. Yo todavía no tengo identidad. Dicen que la sobrina de Florencia, nuestra creadora, va a elegir cómo llamarme. ¿No es preferible regalarme ya con nombre? 
—Sí. Me parece mejor. A mí me lo pusieron porque voy a casa de la nieta de Florencia. Seguramente debe ser menos complicada. 
—Claro. 
—¿Querés que juguemos a elegir un nombre para vos? A ver… ¿Te gusta Agustina? 
—¡No! Tendría que llamarme AGUJITA no Agustina, con tantas agujas que me pincharon mientras cosían mi cuerpo. 
—¿Y a mí? No sabés lo que dolió cuando me rellenaban. Meta vellón. Meta vellón. Y dale, dale, empujaba, empujaba: dedos, tijera, palitos, hasta con la aguja de tejer, la metía en las partes más chiquitas, pies, orejas. ¡Ay, todavía me duele! Tuve ganas de gritarle: ¿Cuánto relleno querés poner? ¡Pará loca! ¿Para qué una muñeca tan rechoncha? 
¿Sabés qué me decía?: “¡Qué linda con estos cachetitos gordos!”, y metía y metía relleno… Luego continuaba: “Bien panzona te quiero”. ¡Qué fastidio! Claro, total ella es flaca como un espárrago. 
—Bueno Carolina, no te enojes tanto que estás muy bonita, con esas puntillas y tu pelo pelirrojo. 
—¡Horrible! A mi no me gusta tener el pelo colorado. ¿No podía ponerme un color más común? 
—Seguro no le alcanzó la lana, porque cuando estaba cosiendo los míos comentaba: “Muñequita, estas son las últimas hebras de lana tostada que me quedan”. ¿Sabés? Hablaba conmigo. Debe estar medio chiflada. 
—Puede ser porque a mí me puso vestido de seda, calzones largos con cintas. Y como si fuera poco siguió agregando moños, piedras, bordado… ¡Qué antigüedad! ¿No es más práctico yin y camisa? 
—Quizá es un deseo no cumplido porque a mí también me vistió con estilo rococó, ¿Ves? Y mientras agregaba y agregaba cachivaches, decía: “Qué linda estás quedando”. “Parecés una princesa de cuentos”. “Debe ser tan lindo sentirse princesa” 
—Claro. Tenés razón. Deposita su frustración en nosotras. Ojalá las nenas con las que vayamos a jugar nos saquen todos estos accesorios inútiles. ¡Adiós puntillas, piedras y voladitos! 
—Bueno, parece que tan mal no quedamos porque todos los que entran aquí nos halagan. 
—Sí. Y también nos toquetean. Vamos a llegar arrugadas y con los vestidos manchados. 
—Tenés razón. El otro día, cuando entró la amiga de Florencia comiendo chocolate, pensaba: ¡Qué no me toque! ¡Qué no me toque!... 
—Bueno, amiga, ¿Cómo puedo llamarte? ¿Te gusta Guillermina? 
—Mmm… Sí, está lindo. Carolina y Guillermina, dos muñecas parlanchinas. 
—Podríamos agregarle música para jugar con las nenas. ¿Te parece Guillermina? 
—Dale, Caro… ¡Qué destino nos espera! Por suerte viven en casas contiguas. Vamos a vernos todos los días. 
—Allí viene Florencia a buscarnos. Callémonos, acomodemos nuestros vestidos y pongamos nuestra mejor sonrisa. 
—¡Chau, amiga! 
—Nos vemos pronto. (Alicia G.)


Las mellizas 

Las miro y recuerdo cuando las hizo. 
Sí bien está mi granito de arena en ellas con la ayuda de algunas hileras, con la compra del material y la búsqueda de las herramientas de trabajo, es la Sera, con sus manos pequeñas, sin arrugas, finas, quien les da forma. 
Con sus casi noventa y cuatro años, para mi último cumpleaños con ella, las confeccionó. 
“Somos un par de inquietas calentadoras de pies”. 
Adivinan mi pensamiento, se meten en mi conversación interna. 
“Todas las noches mientras vos dormís, hablamos”. 
“No somos gemelas porque hay un punto o dos vueltas más de diferencia en cada una. Nos tejieron de a una por vez. Y... se escapa algún detalle”. 
“Pero... más o menos ¿¡nos parecemos!? Digamos... ¡No se nota!” 
“Yo calzo el pie derecho, soy la más callada. Mi hermana, la del pie izquierdo, ¡es una parlanchina! Me cuenta que desde hace muchos años, hoy también algunas artesanas, sacan la lana de las ovejas que crían. Cardan los vellones, los mezclan, tiñen y combinan colores. Sacan una hebra, con el huso la retuercen y luego en la rueca la terminan de hilar. Forman así los carreteles de la fibra. La Sera aprendió todo ese oficio allá en su pueblo natal. ¡Yo la vi hacerlo!" 
“Nuestras 'ancestras' ¡son puras! Nosotras estamos contaminadas por los acrílicos y texturas químicas. Eso sí, tejidas con cinco agujas. Los puntos repartidos en cuatro agujas y la quinta los va pasando. Somos tubulares. ¡Ni una sola costura tenemos! Al final un punto rematado con un nudo y...¡ya está!” 
Debajo de las sábanas y las mantas, escucho un cuchicheo. ¡Me sorprende la curiosidad! 
Las veo en el final de la cama observándome. 
“Esperemos que esta deje de hacernos remiendos y bordados. ¡Que se ponga las pilas y aprenda a hacernos!"
"¡Ya no nos queda mucho tiempo!”
Es la mañana. Debo levantarme para ir al trabajo. 
Me las saco. Las doblo y las coloco en la mesita de luz en el rincón de las medias. 
Cuando en las noches frías ellas están en mis pies, una energía tejida me acompaña. (Josefina)


Transformación

Nací como botella para licor. Tengo pocos y confusos recuerdos del inicio de mi vida. Sí tengo presente cuando llegué a la fábrica de licores, pasé por la envasadora y, de allí, al supermercado. Me pusieron en una góndola donde estaban las bebidas espirituosas. Conocí a muchas colegas de distintas formas y colores. 
No peco de falsa modestia, considero que soy una de las botellas más atractivas; de color caramelo oscuro, mis etiquetas combinan el negro con el rojo y letras doradas. Mi base pequeña se va ensanchando hacia arriba, dándome una suave forma de cono truncado, rematado con un largo cuello que me otorga clase y elegancia. 
No estuve mucho tiempo ahí, mi contenido es uno de los licores más populares, de un suave sabor a café con un toque de alcohol que lo hace ideal para acompañar un ídem caliente en una noche de invierno. 
Una vez vacía, me pusieron en una caja de cartón junto con otras compañeras para trasladarnos a "un punto limpio", lo que eso sea. Pero antes de que nos llevaran, el ama de casa eligió a varias de nosotras y nos puso en una caja aparte. 
Estuve ahí durante un tiempo hasta que llegó mi turno. Primero, ella me puso bajo el chorro de agua caliente y me despojó de mis hermosas etiquetas. Tuve que soportar que me fregara con algo muy áspero hasta que quedé desnuda. Luego me paró sobre el extremo de mi cuello y me dejó hasta el día siguiente. Pasé la noche sin dormir por miedo a perder el precario equilibrio en que me había colocado. Sabía que si me caía me haría trizas. Al día siguiente, me untó con algo frío y viscoso y me envolvió con un papel blanco. Fue una experiencia muy desagradable, me sentía pringosa y sucia. Y otra vez me dejó por veinticuatro horas. 
Sobre el papel seco de mi cuerpo, dibujó unas líneas con un lápiz que me hizo cosquillas. Sobre esas líneas pegó pequeñas semillas llamadas lentejas y en los huecos hizo lo mismo con recortecitos de algo mencionado como goma eva. Otra vez tuve que esperar hasta el día siguiente para saber qué pasaría conmigo. Mi aspecto me daba tristeza, sentía que mi elegancia ya no existía. 
Cuando se aseguró de que nada de lo que me había puesto se despegaba me pintó de negro, y después me hizo como manchones en azul y verde metalizados. En ese momento empecé a mirarme con otros ojos. Por último me puso algo que ella llamaba pátina dorada destacando las lentejas y los pedacitos de goma eva. 
Una vez satisfecha con el resultado que había obtenido conmigo, me trasladó a una mesa donde me encontré con mis compañeras antecesoras en el proceso de transformación. Estaba la flaca larga de vino blanco, pintada de rosa acorde a la figura de flores que le habían adherido y líneas doradas que simulaban ramitas con hojas. La petisa rechoncha de vino tinto, también con flores pegadas pero sobre un fondo verde con una gran franja dorada. Y la pesada de vino espumante decorada con un estilo parecido al mío, pero, por supuesto, a mí me queda mucho mejor. 
Ya aclaré que no peco de falsa modestia. (Alicia M.)





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