Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

sábado, 17 de octubre de 2020

Vigesimoquinta consigna en cuarentena


De cómo el viento provocó un encuentro

Jack O’Malley, hijo de la famosa Grace de homónimo apellido, amaba al viento. Como buen pirata que era, desde la cuna aprendió que las velas se hinchan cuando Eolo sopla. Por eso, antes de embarcarse en alguna travesía, observaba pequeños detalles que solo él conocía que podían darle un pronóstico favorable: el vuelo de las aves, el rizo del agua, el color del cielo, o las nubes en la lejanía. También amaba los momentos de calma chicha, cuando el sol brillaba sobre la superficie del mar, reflejado como en un espejo. Aprovechaba entonces a zambullirse, nadar un rato y, si se daba la ocasión, juguetear con los amistosos delfines. El aroma que traía la brisa le avisaba la cercanía de alguna tierra, con los olores característicos de las playas. Prestaba atención a esos pormenores, cuando, con su catalejo, oteaba el horizonte desde la cubierta de su embarcación. 
Una mañana soleada, cuando hacía buen rato que había divisado una isla, el viento le trajo una fragancia exquisita, desconocida para él. Parecía provenir de la mezcla de miles de flores. A medida que se acercaba a la costa, se hacía más y más intensa. Lo cautivaba y extrañaba. Al acercarse, echó anclas, desembarcó en un bote junto con algunos de la tripulación y atracó cerca del pequeño muelle. A pocos metros se divisaba una hostería cuya fachada los invitó a aproximarse. Un cartel de madera pintada promocionaba buena comida y hospedaje. Todo el edificio estaba rodeado por un sencillo pero prolijo y amplio jardín, el cual denotaba la cuidadosa atención de su dueño. Fresias, jazmines, madreselvas. Infinidad de especies y colores eran los causantes de esa esencia fascinante que llegó hasta el mar. Al entrar en la posada, Jack percibió otro aroma, esta vez apetitoso, y recordó que tenía hambre. Cuál no sería su sorpresa cuando vio a una bella joven, afanada en dar los últimos toques al plato del día. Fue amor a primera vista para ambos. Él, embelesado por la gracia y las habilidades de la muchacha. Ella, enamorada de la figura aguerrida del navegante. 
A partir de allí, nunca se separaron. Si él debía zarpar, ella le preparaba platillos favoritos para que llevara. Cuando volvía, el viento de nuevo acercaba al pirata los aromas tan especiales que le anunciaban la proximidad de las flores de su amada. En esas ocasiones, pasaban largas temporadas de paz y felicidad en la isla. 
Jack cambió su actividad por otra menos peligrosa. De corsario pasó a ser marino comercial. Arrió la bandera negra con la calavera y los dos huesos, e izó una nueva, con un escudo donde resaltaban sus iniciales en vivos colores. 
El espíritu de Grace O’Malley lo continuó protegiendo maternalmente, desde cada rincón de su amada embarcación. (Liliana)


Com pasión 

Para el barrio, Gina era una mina rara. Hablaba poco con la gente. Vivía en una casita pequeña, a mitad de cuadra, ubicada justo entre la panadería y la carnicería. La particularidad del terreno es que era muy largo y formaba parte de lo que se conoce como el pulmón de manzana. Allí, daba cobijo a más de cincuenta gatos y gatas que había recogido de la calle. Lo que había comenzado como una acción solidaria, se había convertido con el tiempo, en una costumbre e incluso un compromiso del que no podía escapar. 
Todo había comenzado cuando ella apenas tenía seis años. Un acontecimiento desafortunado la había marcado de por vida. Esa noche, regresaba con su madre de la casa de sus abuelos en el viejo Chevrolet, cuando el auto dio un salto. Ella viajaba dormida en la parte trasera, acostada a lo largo de los asientos. Un aullido penoso la sobresaltó y escuchó gritos de puteadas a algo que se movía en zig zig sobre la calle. Más tarde había descubierto que era un gato callejero al que habían pasado por encima con la rueda del auto. Y que, gracias a la generosidad de los vecinos de enfrente de su casa, había sobrevivido. Casi no tenía relación con ellos. Solo conocía a Tomás, el niño de su misma edad. Nunca les pudo agradecer. 
A partir de entonces, cada vez que veía un gato en la calle quería llevarlo a su casa, pero su madre era inquebrantable en su decisión. “¡No!”, había dicho la primera vez. “¡No!”, la segunda. Y así sucesivamente. Nunca más volvió a mencionarlo. 
Un día, ya siendo adulta, cuando regresaba de hacer los mandados caminando, un pequeño peludo color negro la siguió hasta su casa. “¡Son tan lindo!”, pensó. No lo dudó y se quedó con él. Ese fue el primero de muchos. La siguiente vez, encontró una caja con una bolsa de consorcio que se movía insistentemente. Su sorpresa fue enorme al encontrar a cuatro gatitos abandonados, dos hembritas y dos machitos. No tuvo que pensarlo siquiera. En otra ocasión, durante sus caminatas, había levantado una gata preñada que estaba abandonada en un descampado a unas pocas cuadras de su casa. Siete gatitos habían nacido y ¡todos vivos! O también, cuando aparecieron en la puerta de su casa dos gatos hermanitos que no se separaban para nada; iban a todos lados juntos, se movían en pareja. Resultó que uno era ciego y el otro su lazarillo. Ella los cuidaba y alimentaba. 
Al costado de su humilde casa se extendía una galería enorme, hasta casi mitad de terreno. Allí iba armando las cuchas con colchones viejos, que la gente le donaba. Incluso traía cajas de cartón duro y los transformaba en camitas calentitas para sus mascotas. Las forraba con cinta de embalar para resguardarlas de la humedad y de los días de lluvia. También con retazos que podía obtener de sus clientas cosía mantas de abrigo. Todos se habían ganado un lugar en su corazón. Por las mañanas esperaban con paciencia que abriera la puerta de la casa para entrar a saludarla. Era común verlos tomar sol desparramados en la galería. 
A diario, se podía ver a Gina caminar por la ciudad, con una varita en la mano hecha con la rama de un árbol. Hacía varios años que repetía esas caminatas sumida en su mundo, como aquel que busca algo y no encuentra. Siempre iba acompañada de sus amigos, la seguían reconociéndola como al flautista de Hamelin. Las personas la miraban extrañadas y solían pensar: “qué loca”. Incluso, los más pibes, le gritaban cosas por la calle. Se había convertido en un personaje conocido, pero a la vez controversial. Algunos no soportaban la cantidad de animales dando vueltas por el barrio y habían asentado denuncias en el municipio, que no habían prosperado. Otros lograban tener empatía con ella. Era el caso del Héctor, el carnicero, que le preparaba los bolsones de huesos con carne cada semana. O Alicia, del almacén de la vuelta, que le donaba los paquetes de arroz, fideos o polenta que estaban próximos a vencer y que sacaba de la venta. Hasta la protectora de animales se había acercado y esterilizado a las hembritas de manera gratuita. 
En la casa de Gina, había un corazón generoso. Ella había salvado de un fatídico destino a los que ahora eran sus mascotas y compañeros. Algunos habían recibido un nombre como: Bobi, China, Porota, Magguie, Minie, Mosho, Daisy, Chicho, Manchita, Negro. Cuando se le acabaron esos nombres, siguieron Primero, Segundo, Tercero, Cuarto, Quinto… Revoltoso, Gruñón, Temeroso y otros tantos. Ellos se habían convertido en su familia por elección. Por eso no le molestaba escuchar cuando le decían “la vieja de los gatos”. 
Un día, todo cambió. El anuncio de remate judicial de la propiedad la sorprendió. Le daban cinco días para dejar su casa. "¿A dónde iría?, ¿qué sería de sus amigos?, ¿qué pasaría con su búsqueda?". 
Apenas podía sobrevivir con el salario de costurera. Su mundo se estaba derrumbando. Los vecinos, al enterarse se consternaron. No podían permitir que Gina fuera desalojada de esa manera. Ella era importante en el barrio; así, con esa forma de ser extravagante, le daba vida. Era un personaje singular que se había hecho querer y todos colaboraron. 
En tiempo récord, hicieron una campaña denominada Salvemos el hogar de Gina. Fue sorprendente la respuesta de la gente. Aun así, lo recaudado no alcanzaba. La tristeza la había embargado. 
A último momento, una donación anónima completó la cifra que necesitaban. El revuelo fue tan grande, que los medios locales y nacionales se hicieron eco de la noticia develando el misterio: un empresario de la construcción había pagado. Tomás Eliseo Conrad, su vecino de la infancia al que ella tanto buscaba. (Silvia) 


Novato 

Roque es el único médico de un pueblo rural muy cerca de la frontera. Hace años que pasa su vida entre el consultorio y las recorridas por chacras y tambos de los alrededores. A estos últimos dedica sus fines de semana, cada domingo lo encuentra almorzando en una casa distinta. Es bien recibido en todas. Más de una vez, es la única manera de cobrar a sus pacientes. Lo mismo un parto, que dolencias de todo tipo, consejos cuando surgen amores contrariados o encuentros clandestinos. Con frecuencia algún infiel ha recibido con atención las palabras justas y sinceras del médico amigo. 
Siempre amable, famoso por su solidaridad. Su antiguo coche va cargado de medicamentos que él se encarga de pedir a laboratorios, visitadores médicos y hasta a los farmacéuticos. Sabe que la gente del lugar vive con menos de lo justo. Siempre estuvo tan abocado a esta tarea que no le quedó espacio para su vida personal. En sus años jóvenes comenzó una relación con Ramona, partera del pueblo vecino. Amorío que no prosperó. Ella no tenía paciencia para esperarlo después de sus recorridas sanitarias. Tampoco quería acompañarlo, mucho menos atender a domicilio. Decía que los bebés debían nacer en “la maternidad”, así llamaba al cuartito acondicionado para tal fin que tenía en su casa. 
Roque se siente cansado, quiere jubilarse, tener tiempo para sí mismo. Hace varios meses inició trámites para que la gobernación envíe su relevo. Pero, la burocracia -que siempre se enreda entre formularios y escritorios- tardó más de lo previsto. La semana pasada llegó el anuncio: el nuevo médico llegaría al comenzar el próximo mes. 
Va a buscarlo a la terminal de ómnibus. Le basta una mirada para darse cuenta de que la jubilación está lejos, primero deberá capacitar al recién llegado. ¿Qué podría hacer este muchachito recién egresado, cuando se le presentaran los mil y un problemas que él estaba tan acostumbrado a resolver? Poco y nada. Con un gesto significativo le señala el auto. A la vez que conduce le comenta sobre sus tareas y enumera pacientes, sus achaques y situaciones difíciles. El muchacho, sorprendido, le pide que regrese a la terminal, qué está seguro que en estos parajes no encontrará su futuro. Quiere tomar el próximo autobús que lo devuelva a “la civilización”. Roque resopla entre resignado y molesto. Le espera la burocracia y sus laberintos de papeles, firmas y sellados. No ve la jubilación, y muchísimo menos su descanso, en el horizonte. (Alcira)

Chanteando 

Hoy leí un cartel: “Si yo fuera perro barrería a los chantas”. 
Guau, guau, guau. ¡Cómo me reí! ¡Soy perro! Y la verdad es que me encantaría, no sé si barrerlos, pero verlos lejos, seguro. 
No los soporto. ¡Con lo fácil que es hacer bien las cosas! ¡Con lo lindo que es hacer lo correcto! Hasta nosotros, los cuatro patas, entendemos eso. Si te portás bien, todos te quieren. Si no molestás, nadie te molesta. 
Los chantas pululan –esa palabra se la oí a mi dueña-, son como el perejil. Crecen, se multiplican. Lo peor es que a algunas personas las engatusan (¿esta vendrá de gato?) y cuando las pobres se avivan, ya es tarde. 
En la radio, todos los días hablan de esas cosas. Hay chantas que llaman por teléfono a los viejitos y les dicen que les van a dar plata, que vayan al cajero y no sé qué más. Lo escuché en la radio, pero yo no entiendo. También están los que parecen buenitos, pero son más malos que la sarna. Y yo sé lo que es la sarna, antes de que me adoptaran, tuve. Me picaba todo, y no me alcanzaban las patas para rascarme. Menos mal que una señora se dio cuenta y me puso un polvito para curarme. Después, cuando me adoptaron, ya no tuve más problema porque me bañan y me llevan a la veterinaria. La veterinaria es la médica de los cuatro patas. 
Otros chantas son los que nos tienen cuando somos cachorros y los entretenemos. Cuando nos ponemos viejos y tenemos problemas nos abandonan. 
El grupo chanta siempre es humano. Los animales somos nobles, jamás chantearíamos a un animal. Ni se nos ocurriría. Por eso me gustaría barrerlos. 
¿Me enseñan a usar la escoba? (Adela)


Contradicciones

Miro Arquitectura y Estilo. Construcciones en el mundo. 
Quiero hacerme una casa modesta y cómoda. El terreno no es mi problema, ya lo tengo. 
Es el lugar que a mí me gusta. Un valle... el arroyo que baja de las sierras y una frondosa vegetación. 
Hasta aquí, no llega en masa el mayor depredador: ¡el hombre! 
Queda muy lejos de la supuesta civilización. Los pulmones reciben aire sin smog. Los oídos no se contaminan con los ruidos de las ciudades. 
Los ojos reciben, ahora que es primavera, los diferentes colores. Las sensaciones se alimentan de la frescura y los aromas del paisaje. 
Los animales tienen su espacio. Algunos más domésticos se acercan. Otros, mantienen distancia. Intuyen sus límites. 
¡No! No es una isla, hay vecinos. Tenemos el mismo interés: vivir lejos de lo que daña y nos daña. 
Sigo en mi tarea. Paso cinco páginas consecutivas. Me detengo. 
Reflexiono. ¡Cuántos castillos! ¡Sólo en una pequeña región de ese país del Norte! ¡Lujos! ¡Innecesarios! 
Muchas dependencias. Piscinas, parques para variados deportes, muebles y enseres innumerables... 
Leo su costo. ¡Un precio exorbitante! ¿Cuántas personas pueden tener acceso a esas viviendas? 
Viene a mi mente mi cuenta bancaria. ¡Con un poco de suerte, ¿una habitación?! 
¡Cuántos desamparados podrían tener su techo simple, con lo básico! ¡Sí! Si en el mundo respiráramos equilibrio, empatía... ¡y algo más! 
El olor de la tinta pasa por mi nariz, baja hasta mi garganta. Dejo de hojear y de un golpe cierro la revista. 
Pienso en mi nuevo hogar. Las ventanas que miran al sol que nace en la mañana. Varios acordes naturales que me despiertan. El olor a pasto húmedo. Y, cuando la buena estación del año tome su descanso, un humeante guiso de lentejas y un vaso de Malbec sacien mis contradicciones junto a la chimenea. (Josefina)


Peripecias de Halloween

Halloween es un evento extranjero. Su origen está en Europa, pero lo que más conocemos es el de Estados Unidos. Su significado se pierde en la historia humana. Hoy se lo asocia a brujas, calabazas y cuentos de miedo. El cine hizo conocida esta fiesta en el mundo y hoy, en nuestro país, vemos algunos niños disfrazados pidiendo golosinas los 31 de octubre. 
¿A qué viene esta perorata? A que la penetración cultural invadió mi familia. Los chicos son chicos, se entiende que quieran imitar esa celebración que conocen a través de las películas. Pero que un adulto, hecho y derecho, como Roberto reviva su infancia disfrazado, recorra las calles acompañando a sus sobrinos casa por casa, es demasiado. 
A eso agreguémosle que decora el frente de su morada con adornos afines al tema: esqueletos de papel maché, zapallos calados con caras, fantasmas y, como guinda del postre, la jaulita de Pepote, su tarántula mascota. 
El año pasado se disfrazó de tío Patilludo o tío Rico, como más les guste. Tiene mucha habilidad como artesano, eso hay que reconocerlo. Esa vez se fabricó una máscara de papel maché igual a la de este personaje de Disney y también se hizo la ropa adecuada. En lugar de bastón llevaba una escoba y simulaba amenazas para que los niños consiguieran más golosinas. En el barrio todos lo conocen y, por eso, se prestaban al juego. Además, es muy capaz de estallar un petardo en el jardín de los remisos a regalar. 
Sin embargo, no contó con Doña Chola. Se había mudado hacía muy poco tiempo y no le gustaban demasiado los niños. Encima tenía un perro, Ripper, de un aspecto acorde a su nombre. No contestó la puerta cuando los chicos tocaron el timbre; ante su decepción, él encendió un petardo, pero la puerta se abrió de golpe y salió el pichicho como un torpedo. 
Roberto tiró el petardo y salió corriendo con el perro detrás, los niños gritaban, los vecinos reían al ver el pato gigante tratando de eludir al can que alcanzó a morder el almohadón que simulaba la cola. Él no se detuvo y corrió varias cuadras con el perro enganchado en su trasero, hasta que se soltó. Aparte del susto que se llevó, Doña Chola lo denunció por maltrato animal. 
¿Ustedes creen que Roberto aprendió la lección? Nada de eso, ya está planeando el próximo Halloween. La familia tiembla. (Alicia M.) 


Maruja la bruja 

Maruja la bruja se mira al espejo y ante la pregunta ¿Quién es la bruja más bruja de todas las brujas?, el espejo le responde como siempre: —¡Vos Maruja! 
—¿Y la más fea? —vuelve a preguntar la bruja. 
—La más fea ya no sos vos. Ahora es Clodomira. Acaba de llegar al barrio. 
—¡No! ¡Noooo! —grita como loca Maruja. 
—Así es —le contesta el espejo serenamente—. Tiene la nariz más puntiaguda, con arrugas asquerosamente negras, ojos lagañosos, orejas de sapo, piel áspera como cartón corrugado y un pelo negro negro enredado y lleno de piojos. Ese pelo largo le llega hasta sus pies y cuando pasa nos barre las veredas a todos los vecinos. 
Maruja se pone furiosa. ¿Cómo puede ser que una nueva bruja le saque el título de reina de las brujas a ella? Ella, que siempre había estado primera en la lista del barrio Brujeril. 
Como buena especialista en embrujos se pone a preparar una pócima para embellecerse, perdón, quiero decir para afearse más. Busca su caldero y coloca dentro: quince pelos de gato, siete uñas de murciélagos, piojos de arañas, mocos de caracol y una lágrima de cocodrilo. Revuelve bien y pone al fuego hasta que rompa el hervor. 
Mientras espera, va al ropero para buscar la vestimenta más raída, sucia y oscura… Pero, en un descuido, la ventana se abre y caen adentro de la olla flores del jardín y el viento arroja cantos de los más bellos pájaros del lugar. 
Cuando el brebaje está listo, la bruja lo toma. Olvida mirarse al espejo y sale a encontrarse con sus amigos. 
Cuando la ven gritan alarmados —¡¿Quién sos?! ¿Un hada? ¿Una princesa? Este es el barrio de las brujas…¡¡¡Fueraaaaa!!! 
Despavorida, corre en busca de su espejo. Se mira y casi cae desplomada en el suelo. La imagen que le devuelve es de una bella mujer: nariz respingada, ojos claros, piel aterciopelada, cabellos sedosos y una voz dulce y cantarina como el gorjeo de los pájaros. 
Maruja grita, patalea, llora… 
Al enterarse de la noticia, vienen de todos los medios para filmarla y entrevistarla. Se preguntan: “Cómo una bruja re bruja se convierte en una bella mujer”. 
Maruja espía por su ventana y la cierra con rabia. 
—¡Qué salga de la choza! —gritan unos. 
—¡Queremos filmarla! —gritan otros. 
—Vamos, Maruja, salí y desfilá. Vas a ser famosa. 
La bruja, ahora con cara de ángel y canto de pájaro, pone cien llaves a sus puertas y candados a sus ventanas. 
Todavía permanece encerrada, tratando de encontrar un nuevo brebaje que le devuelva el título de la bruja re bruja y más fea de todas las brujas del barrio Brujeril. (Alicia G)

 


 


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