Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 29 de agosto de 2021

Información solapada


Decidida y soñadora

Camina por aquellas calles que tanto recorrió en otras épocas de su vida; cuando dio sus primeros pasos, durante la niñez y la adolescencia.
No se siente una persona mayor, aunque hace ya tres años que cumplió los veinte.
Llega a la casa, la de su infancia. El frente permanece igual, un poco deslucida la pintura por el paso del tiempo.
Entra sabiendo que a partir de ese momento es su vivienda. Pero ya no están aquellos seres amorosos que acunaron sus sueños y guiaron su andar.
Da unos pasos en el interior, titubeando, como cuando era pequeña y se estaba iniciando en avanzar hacia el nuevo camino de la vida.
Le parece escuchar aún, el eco de las voces de sus padres llamándola: “Ely, Ely… ¿dónde estás chiquita?”
Ya nadie la llama así. Ahora, sin diminutivo, simplemente Eleonora. Algunas veces, su novio le susurra al oído aquellas tiernas palabras, mientras que -con un pincel- le mancha la nariz con un toque de óleo. De esta manera la hace sonreír y evita que las nostalgias de los recuerdos se hagan presente.
Han pasado tres meses desde que se instaló en el lugar. A veces la soledad la atrapa en un pasillo oscuro, pero entonces escucha las melodías que tanto bien le hacen a su alma. Claro, el entusiasmo hace que se exceda en el volumen, entonces los vecinos golpean su puerta para pedir que lo baje.
¡Cómo le molestan aquellas actitudes! y más cuando son de personas que viven a pasos de su casa.
Ella necesita las canciones. Necesita cantar en todas partes, no solamente en su casa. Necesita oír su voz en calles, plazas… Las recorre tarareando música, mientras busca ese trabajo que no llega.
Canta sola y también en grupo. Canta para acallar las tristezas pasadas y la actual: encontrar una ocupación estable.
Su novio le alegra las tardes. Él es más despreocupado y la alienta con sus palabras:
—Mi amor, sos fuerte y tenaz como un lobo. Hacés honor a tu apellido.
Allí lo siente llegar. La acompañará a la entrevista que tiene en unas horas.
Inician el camino, cantando y conversando. Él, con sus pinturas y papeles pues cada vez que la espera, aprovecha para preparar bocetos.
Recorren algunas cuadras cuando, de pronto, un grito hace que dirijan su atención hacia la vereda de enfrente.
Una mujer grita y defiende su bolso. Un hombre encapuchado, apuntándola con una pistola, tironea con fuerza para sacárselo.
—Te callás o disparo —vocifera y, sin esperar más, le tira a quema ropa, toma el bolso y sale disparando en la moto conducida por su cómplice. La gente se amontona, la policía llega, la ambulancia…
Eleonora apenas puede sostenerse en pie. Él, su novio, alcanza a sostenerla mientras repite en su oído: “Ely… Ely… chiquita… mi amor…”. (Alicia G.)


Solicitud de amistad “on line”

Noche de invierno en Punta Alta. Un café y un trocito de queso acompañan a María mientras revisa sus redes sociales. Encuentra algo que le llama la atención y es la excusa para llamar a su amiga por teléfono:
—Hola Pao. ¿Cómo estás? ¿Qué haces? Yo estoy mirando el Facebook. Hay una solicitud de amistad de RATON ROJAIJU. Vos sos amiga en común. ¿Quién es?
—¿Ratón Rojaiju? El único Rojaiju que se me ocurre es Arnaldo André, ¡siempre le dice eso a Susana Giménez! No sé quién puede ser, tengo más de mil amigos en face. Stalkeá su perfil y chusmeame. Yo no puedo entrar ahora, estoy cocinando.
—La foto de perfil no se ve bien, es un hombre con bufanda, lentes y gorra. Es de noche, está en el Centro Cívico de Punta Alta con Carmen Barbieri.
—¿Eh? ¿La "vedette"?
—Sí, hay más fotos de ella. También de Ranni, Rolón, Brandoni, Betiana Blum, todas en el teatro de acá.
—¡Puntaltense el Ratón!, ¡tirame más datos!
—No veo bien la cara, usa anteojos, a veces tiene barba, cambia su fisonomía. Es un tipo grande, medio siglo… y hasta un diez por ciento más que medio siglo.
—Y, sí… si le gustan esos actores, muy niño no es ja, ja, ja.
—¿Fotos de familia?
—No sé, se ve una señora mayor, pero siempre comentarios feos. Una dice “que alguien le avise que ya soy mayor de edad”, otra “me gusta la música… ¿y qué?”
—¿La pelea por face? ¡Actor reprimido! Ja, ja, ja.
—Fotos de comida… ¡Hoy, como todos los viernes, come ese pescadito preparado con arroz en bocaditos que te gusta a vos!
—¡Aprendé los nombres de la comida! ¡Así no puedo llevarte a pasear por el mundo!
—El Ratón también tiene fotos de distintos lugares turísticos. Pero son fotos de la web, debe ser su sueño. No hay muchas fotos de él. La anterior del perfil es del Ratón de los dientes.
—¡El Ratón Pérez! Ja, ja, ja. ¡Ya sé quién es!, ¡muy creativo su nombre! Te doy veinticuatro horas para que adivines.
—No sé.
—¡Lo conoces!, qué raro que no lo reconociste. Trabaja en un lugar que nombraste y siempre habla de viajar.
—Confirmame que la señora de las fotos es la PP “progenitora pesada”.
—¡Ganaste el acertijo de hoy!
—Ja, ja, ja. Tendré que aprender los nombres de las comidas, y… ¡vamos a viajar con Rojaiju! (Fabiana)


Tormenta

“Naldo” o “Arni” le dicen en el barrio, hijo de don Arnaldo Pérez. Lleva sobre su espalda cinco décadas y media. El día de su último cumpleaños jugó al doble cinco. Sin suerte, por supuesto; no podría ser de otra manera.
Divorciado, padre de tres adolescentes. Endeudado, según sus cálculos, por el resto de su existencia. Obligado a habitar la casa materna, donde la vida se hace cada vez más ardua de sobrellevar por falta de comunicación e independencia económica.
Trabaja en atención al cliente en una entidad social. Allí los problemas abundan, las soluciones viajan en tortuga y él atiende con una apatía permanente.
En la oficina tiene un antiguo globo terráqueo que su antecesor olvidó sobre un mueble descascarado. Cada día lo hace girar y clava una chincheta al azar. Es su modo de viajar por el mundo, aún dentro de esas paredes descoloridas. Imagina ciudades luminosas, amaneceres brumosos, mares misteriosos, playas cálidas.
Lo invade una sensación de soledad, siente que su vida se arrastra lentamente a través de los nervios destrozados por las malas decisiones. “Si hubiese seguido mi vocación artística estaría viajando por el mundo en continuas y exitosas giras teatrales”, piensa… y sufre, añora lo que pudo ser.
Decide comprar comida asiática para imaginar que está representando funciones en Japón.
La cara de fastidio de su madre lo devuelve a la realidad. Se sientan frente a frente a saborear la comida con gusto a frustraciones viejas, rencillas nuevas. Saben que se necesitan para subsistir, los antiguos rencores los alejan cada día. Incapaces de expresar con palabra sus sentimientos, aunque los gestos son más que elocuentes. Pasado y presente fluyen como río inagotable que va a dar a un muro silencioso y difícil de derribar. El futuro promete una tragedia que se está incubando con la serenidad que precede a una tempestad. (Alcira Elena)


Un par de zapatillas

Me bautizaron con el nombre de una famosa bailarina y mi apellido se refiere a un animal que causa miedo con sus aullidos. Este no es un buen comienzo para una vida próspera porque bailando soy de madera y no sé aullar.
Cantar me encanta y lo hago, mas no me gusta hacerlo sola. El protagonismo no es lo mío.
Hasta el mes pasado viví con mi tía, pero debí mudarme a un monoambiente porque la tía se cansó de este mundo y se fue. Ahora comparto el desayuno con el diario y los clasificados para ver si consigo trabajo.
No sé si les dije, pero amo la música. La radio en casa no descansa y mis vecinos no son condescendientes con mi gusto por eso ni los saludo.
En el amor me va bien. Mi novio es artista, no vende sus obras, sin embargo es bueno en lo que hace. Nos encanta ir a un barcito a tomar café con tostados.
Ayer a la tarde fuimos. Nos sentamos en la mesa que está junto a la ventana que da a la calle y cuando hablábamos, entraron tres jóvenes con capucha y mochilas. Se acercaron al mostrador y hablaron con el chico de la caja.
Nos parecieron raros, pero como no nos gusta meternos en vidas ajenas no les prestamos atención. Seguimos charlando hasta que escuchamos un “¡Aaay!” y vimos que salían corriendo.
Del otro lado del mostrador sólo sobresalían un par de zapatillas. (Adela)


Una vida anodina

—Arnaldo, necesito esos documentos ahora.
La chillona voz de su jefa lo sacó de sus pensamientos. Acababa de llegar de almorzar y no se sentía muy bien. La señora Gutiérrez, directora de esa sucursal de la ANSES, siempre le provocaba ese efecto, el de arruinarle la digestión, y los sushis con los que se había encaprichado no ayudaban demasiado.
—Los dejé en su escritorio hace una hora, señora.
El tono de Arnaldo le hizo fruncir la nariz, aunque no dijo nada.
Él entró en su pequeña oficina y se sentó cansinamente. Hoy más que nunca sentía el peso de su edad. Ese día había llegado un pasante, un joven de unos veinticinco, muy simpático y entusiasta. Le recordó al que había sido en el pasado con esos años: apasionado, enérgico y con expectativas. Después de treinta años, se sentía viejo y cansado.
Siempre había sido un trabajador eficiente, cumplidor, pero los ascensos no llegaron. Más de una vez tuvo el impulso de renunciar, irse, conocer el mundo, pero no podía dejar atrás la responsabilidad por una madre postrada. En cambio, guardaba una carpeta con recortes de revistas de viajes, miraba las fotos de esos lugares exóticos que deseaba conocer "algún día" como se decía a sí mismo.
Terminó sus labores con desgano, en ese negro estado de ánimo en que se hallaba no podía concentrarse. Guardó expedientes en sus respectivos archiveros, vidas resumidas en papel. En unos años, él también sería un manojo de hojas y eso sintetizaría una existencia anodina y gris.
Llegó a su casa con las compras del día; su madre estaba mirando una novela por televisión y apenas registró su presencia. María Azucena Martínez Figueroa había sido una hermosa mujer, nacida en el seno de una familia adinerada, orgullosa de su prosapia. Malas inversiones motivaron que perdieran su fortuna y prestigio social. Casada con un joven ingeniero, Miguel Pérez, nunca se adaptó a su nueva condición. La prematura muerte de su marido y una enfermedad que la postró, la convirtieron en una mujer amargada e incorforme.
Arnaldo despidió a la acompañante de su madre y le preparó la cena. Apenas le dirigió la palabra, no quería discutir como todas las noches. Estaba harto de sus continuos reproches acerca de lo poco que había logrado en su vida.
Por suerte era viernes, al día siguiente disfrutaría de uno de sus pocos placeres: el teatro. Tenía guardada la entrada en su billetera. La había comprado con varias semanas de anticipación. Recordó cómo disfrutaban de las obras con Micaela. Tres años de novios que se diluyeron por la juventud de ambos por un lado, y por la mala actitud de su madre por otro.
La función había estado sensacional, realmente la había disfrutado, como estaba disfrutando la caminata nocturna de regreso. Sintió la brisa fresca en su piel, aspiró profundo y oyó el grito. Unos metros más adelante dos bultos forcejeaban, una mujer pedía ayuda mientras que un hombre la arrastraba tratando de arrebatarle la cartera. Arnaldo quedó clavado en su sitio, sin saber qué hacer. Al ver al delincuente correr hacia él, actuó por puro instinto: se hizo a un lado y con un pie trabó la huida. El individuo cayó, se le echó encima y lo inmovilizó. Atraídos por los gritos, varios vecinos salieron y lo ayudaron, alguno llamó a la policía que, por suerte, llegó rápido.
El resto fue puro vértigo, la declaración en la estación, la atención médica de la mujer a quien acompañó al hospital, los periodistas asediándolo con pedidos de entrevistas. Se había convertido en el héroe del día. Sus amigos y conocidos lo felicitaban por su valentía, hasta la señora Gutiérrez lo miraba con respeto. Pero otros ojos, llenos de admiración, persistían en su memoria. La mujer rescatada le había dejado su teléfono y, quién sabe, tal vez se abría una nueva promesa en su vida. (Alicia M.)



Un viernes de locos

—Hola, ¿hablo con la casa de Arnaldo Pérez?
—Sí, ¿quién habla?
—Hola, soy Rogelio, amigo de Arnaldo. Dígame, ¿cuándo lo puedo encontrar? Tengo un sobre para él con dos entradas para esta noche y no lo puedo localizar.
—Mi hijo no se encuentra en este momento… ¿Un sobre con entradas?
—Sí, para una obra de teatro a las veintiuna horas. Me preguntó si se las podía alcanzar… esta semana no pudo pasar a retirarlas. Estuve llamando a su teléfono celular pero no atiende.
—Ah, no te atiende porque está en el ministerio.
—Bueno, después del mediodía paso entonces. Muchas gracias, señora. Hasta luego.
Arnaldo llegó a la casa y María Luisa, su madre, no estaba.
Como el viernes pasado con su novia habían comido sushi -su comida preferida-, esta vez había reservado una mesa en un restaurante italiano para ir después del teatro. A ella le encantaba la pasta y él trataba de darle todos los gustos. Esa noche, le confiaría que tenía intenciones de hacer un viaje por el mundo con ella y que pensaba invertir todos sus ahorros en él.
Hubiera querido viajar hace cinco años, para celebrar las cinco décadas; pero, como siempre, lo había postergado (el viaje y un montón de otras cosas en su vida). Lo que no estaba dispuesto a perderse eran los estrenos de cada semana. Los viernes disfrutaba de la cartelera teatral porteña. Precavido, compraba el bono con descuento para asistir durante todo el año.
El teatro para él era un cable a tierra. Necesitaba un poco de aire. En el último tiempo su madre sólo le daba dolores de cabeza.
A las seis de la tarde decidió llamar a su amigo, porque se acercaba la hora del estreno y todavía no le había traído las entradas. Rogelio le explicó entonces que se las había dejado a su madre.
Arnaldo, indignado, tomó el teléfono y trató de localizar a María Luisa. Desafortunadamente, no se pudo comunicar. Llamó a sus amigas para ver si la habían visto y tampoco tuvo suerte. ¡Se había esfumado!
Las horas pasaban y su madre no regresaba. Arnaldo empezó a sospechar que le había sucedido algo. Molesto, le avisó a su novia que esa noche no irían al teatro y tampoco a cenar porque su madre no aparecía. No era la primera vez que le daba esos sustos.
Cuando estaba a punto de llamar a la policía, Arnaldo recibió la llamada de María Luisa. Eran las nueve en punto.
—¿Qué pasa que no venís? Te estoy esperando en la puerta del teatro. ¡Tengo las entradas!
(Analía)



Distraída y sin memoria

Caminando por las calles lluviosas de la ciudad, muy distraída y apurada, me encontré con mi hermana, la que es siete años mayor que yo. No me había percatado de que era ella hasta que levanté la cabeza y me quité los auriculares que, usualmente, llevo a todo volumen.
—¡Hola, Eleonora! —me dijo.
Parecía contenta de verme, pues no lo hacía desde mi mudanza, unos meses atrás.
—¡Hola, me alegra verte!
Me preguntó cómo me iba en mi nuevo departamento, yo le comenté que era agotador hacer las tareas de la casa sola, sin ayuda. Con frecuencia, mi novio me visitaba y acompañaba. Aunque estaba ocupado con el trabajo, haciendo las pinturas que le encargaban. Ella, con treinta años, compartía el sentimiento ya que había pasado por esa etapa.
Le pregunté si por fin habían aceptado darme un cargo pequeño en su oficina, pero me dijo que no y que lo sentía mucho, sabía cuánto lo necesitaba. Para consolarme, me prometió que haría lo posible para ayudarme a conseguir un empleo. Asentí.
Me despedí y me fui rápido porque estaba retrasada. Llegué corriendo y mojada por la lluvia, esperando mi regaño. El director me miró enojado y me llevó a un lugar apartado.
—Señorita Lobos, como director de este coro no puedo permitir que llegue tarde una vez más, ¡ya está avisada!
Su voz sonaba decepcionante. Me dirigí a la sala principal y me uní al ensayo con todos los demás.
Al salir, mi novio estaba esperándome en la puerta; había quedado que me pasaría a buscar. Lo abracé y caminamos hacia el auto mientras me contaba sobre las obras que estaba elaborando. Me maravillaba su trabajo y estilo de vida… yo era muy estructurada, pero todo se estaba desmoronando.
Cuando estábamos por subir al auto escuchamos un sonido muy fuerte, como de balas. Nos escondimos detrás del vehículo al darnos cuenta de que, en la vereda de enfrente, una mujer encapuchada le había disparado a un hombre. La criminal huyó. Me sentía confundida, mareada y desde allí, no recuerdo nada.
Me levanté en el hospital. ¿Qué había pasado?
(Julieta)


Sesión perdida


La irritante alarma vuelve a sonar por tercera vez consecutiva y yo extiendo mi brazo para apagarla. Observo la hora y me levanto de un salto exaltada: —¡LA SESIÓN!
Tomo el celular, entro al chat de mi psiquiatra y me excuso por mi ausencia. Después de cinco minutos me manda un audio:
—Qué tal, Eleonora. No tengo más turnos por el momento, entro de vacaciones en dos días; si te interesa retomar la terapia volveremos a hablar en dos meses.
Qué error, por quedarme divirtiendo con Alan hasta tarde perdí la última oportunidad de hablar de mis problemas. Mientras tanto, los vecinos martillan la pared quién sabe para qué. Le marco a Alan para contarle.
—Hola, amor, ¿cómo estás? —contesta del otro lado.
—Mal, perdí la sesión con Andrea por todo lo que hicimos anoche. Y los vecinos haciendo ruido como es usual, ¡no los tolero!
—Uuuh, bueno, eso pasa en la vida sin responsabilidades. Me tenés a mí para hacerte una limpieza de piedras energéticas, masajes linfáticos.
—Vos y tus delirios… ja, ja. Tengo que admitir que, a veces, me siento sola en este departamento sin tu compañía.
—En tu cumpleaños voy a estar ahí sin falta; lamentablemente en la tienda solo tenían el número dos, y no el tres, para tu torta.
—Vamos a fingir que cumplo veinte, ¿OK?
—Estoy mirando el canal del puerto, me ayuda a relajarme mientras pinto. Pero comencé a ver algo raro. Prendé la tele.
—Estoy ocupada, dejate de esas cosas.
—No, ponelo, es importante.
—Está bien, ahí voy —respondo resoplando.
Me dirijo hacia el control para sintonizarlo. Llego al canal tres y veo una pareja forcejeando en la orilla, con el clima nublado. El hombre aparente comienza a tomarla con fuerza antes de tirarla sobre la arena para golpearla.
—¡NO! Tenemos que llamar a la policía, parece estar agarrándola con violencia.
—No sé quién es quién, pero hay que llamar a la policía ¡definitivamente! (Amparo)





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