Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 19 de septiembre de 2021

Erotismo, humor y pasión


Un domingo familiar

Abrió la ventana y el fresco aire mañanero inundó el recinto. El sol prometía un espléndido día primaveral. Se dirigió a la cocina y lavó las tazas del desayuno. A través de la ventana lo vio hachando leña para el asado dominguero. Se recreó con la vista del torso desnudo.
Mientras preparaba el comedor para los invitados, recordó cuando recién ocuparon la casa, con muebles usados, una vajilla sencilla. Ahora, la enorme mesa resplandecía con el colorido mantel, los platos blancos, las copas con bordes dorados.
Fue nuevamente a la cocina, lavó las verduras para la ensalada. Mientras la cortaba y colocaba en coquetos boles, él entró. Sin palabras se le acercó por la espalda y rodeó su cintura con sus brazos. Sus labios depositaron leves besos en el cuello femenino arrancando un profundo suspiro.
Ella se volvió hacia él y acarició su rostro acercándolo a sus labios, rozándolos con aleteos de mariposa. Él profundizó el contacto y sus lenguas empezaron un juego asaz conocido, un idioma secreto que impulsó la pasión.
Sin soltarse y casi sin darse cuenta entraron en el dormitorio y se dejaron caer en la cama. Las manos guerrearon con las ropas y, victoriosas, las arrojaron al suelo. Las caricias se intensificaron en un camino mil veces recorrido y, sin embargo, siempre nuevo. A punto de sumergirse en ese voluptuoso océano, apenas escucharon las risas que venían de la puerta principal y los pasitos apresurados al grito de: 
—¡Abuelitos, ya llegamos! (Alicia M.)


Media hora antes de volver a verte

Anochecer en el aeropuerto. Dos meses sin vernos. Mientras espero tu regreso, saboreo un helado de granizado, tu preferido. Y te imagino, y te deseo, y me anticipo a tu presencia. Con cada cucharadita, un nuevo recuerdo vuelve a mis sentidos:
Tu cabello, siempre limpio, perfumado; mis dedos jugando con su sedosidad y mi olfato inundándose de tu aroma varonil.
Tus ojos, oscuros, profundos; mi imagen se refleja en tu iris y nuestros universos fundiéndose. ¡Cómo no recordarlos si hemos llegado hasta lo más profundo con sólo mirarnos!
El calor de tus labios recorriendo mi cuerpo. El calor de los míos, recorriendo el tuyo. Mi pecho sintiendo tus caricias, tus besos…
Una cucharada de helado semi derretido cae al piso y me sonrojo, como si el resto de las personas pudiera adivinar mis pensamientos.
Tu cuello, tu punto débil. Mi cuello, mis oídos… tu respiración agitándose…
Tus brazos fuertes, donde quiero descansar por el resto de mi vida. Mis brazos frágiles, esperando ser rodeados por tu cuerpo y su calor.
Mis dedos, enredando a los tuyos. Tus dedos rozando mi dermis. Mi corazón acelerándose, mi respiración acompasando la tuya.
Besos, caricias, miradas… gotas derretidas se desplazan por mis manos. Llevo un dedo a mi boca para mitigar el enchastre. Mientras lo lamo lentamente, mis oídos escuchan una voz familiar que dice: AMOR Y HELADO, EL MEJOR RECIBIMIENTO. Le das un mordisco al granizado, tus labios rozan mis falanges, mi cuello y toda mi boca.
Hay un charco cremoso a medio consumir en el suelo, tu cuerpo y el mío deseándose en un mar de pegote y helado, lágrimas de felicidad en los ojos y nuestros corazones palpitando velozmente.
(Fabiana)


Matemáticas

Durante mi adolescencia fui expulsada de varias escuelas de nivel secundario. Los motivos fueron bastante parecidos: “conducta inapropiada”, “comportamiento obsceno” y varios más por el estilo.
Tengo veintipico de años. Por presión familiar y a regañadientes comencé a cursar en un colegio nocturno. Bastante deprimente y poco atractivo el entorno. El edificio muy deteriorado y mis compañeros con serios problemas de conducta.
Cuando lo conocí, mi vida se convirtió en una explosión de imágenes, todos mis sentidos enloquecieron, mi imaginación se desbocó.
Enrique García Rubianes es el profesor más sexy que existe en el mundo. Su materia la más detestable: matemáticas.
Jamás falto a sus clases. Me siento en el primer banco para admirarlo en toda su magnífica humanidad. Hoy luce pantalones de jeans gastados, camisa ajustada con tres botones desabrochados. La indumentaria insinúa sus músculos que lucen como si los hubiese tallado un orfebre.
Ojos negros de mirada profunda, cejas tupidas, nariz recta, mentón con hoyuelo, sienes plateadas de experiencias vividas. Una barba recortada enmarca su rostro gitano. El perfume de hombre envía descargas eléctricas a mis alborotadas hormonas.
Anuncia que hablará de números primos. Números, números… “¿el sesenta y nueve es primo?”
Nos imagino tumbados sobre un toallón rojo pasión en el caribe. La playa mucho menos ardiente que yo. El sol se oculta entre las nubes, el atardecer trae promesas reprimidas dispuestas a concretarse. Nuestras bocas de labios voluptuosos sedientos de amor, sus manos recorren mi cuerpo con ansias. Mi número favorito…
─¡¡Señorita Bermúdez, abra los ojos, deje de lamer la lapicera y conteste mi pregunta!!...
(Alcira Elena)


¡Qué noche, Teresa!

Lucy, hace tanto tiempo que no charlamos. No puedo esperar a verte. Necesito contarte mi última conquista.
Conocí un hombre. Me hizo erizar hasta el ombligo.
Alto, elegantísimo. Olía exquisito. Bien aseado. Un sobretodo gris acompañaba los pantalones claros de lanilla.
Fue en el colectivo rumbo al trabajo como todas las mañanas. Lo vi de pie, tomado del pasamano.
Estaba allí frente a mi asiento. Sus ojos me miraron y los míos apuntaron no a los suyos, sino al sobretodo.
¡Qué difícil explicártelo por email! Cómo te lo digo… mirá, era una prominencia importante que provocaba una elevación en su abrigo.
Sentí curiosidad e ilusión. Un calor suave fue aumentando de intensidad y se convirtió en llamaradas que invadieron mi rostro y se extendieron más allá de mi pecho.
Lo mejor vino al día siguiente. Cuando subí al cole, él estaba sentado y sólo quedaba un lugar a su lado. Me acomodé allí. Una frenada inesperada hizo que esa dureza que ocultaba su sobretodo, tocara mi pierna. Empecé a temblar y un sudor frío se apoderó de mí.
No te rías, Lucy. Imagino estarás diciendo: Tere, Tere, siempre soñando, pero nunca concretás como me dijiste en tu última carta.
Claro, vos casada y con hijos. Yo sola a los cuarenta y cinco años y, para colmo de males, virgen. Sííí. Yo, Teresa Pascal, aún VIRGEN.
¿Que no concreto? Vos sos testigo de mis frustraciones. ¿Te olvidás de mi primer novio? Sí, “Raulito”. Me usó para salir, divertirnos. Lo pasaba bomba con él, pero un día me dijo que era gay. Solo quería lucirse conmigo ante amigos y familia, para que no sospecharan. Tremendo pelotudo. No asumir su sexualidad. Ni que viviéramos en época de las cavernas.
¿Y después? ¡Peor! Me casé. Estuviste en mi boda. ¿No recordás lo que pasó luego?
Un fraude. No tenía nada de nada. Dinero no, lo otro… era un porotito, o un garbancito. Nunca pasó lo que tenía que pasar. Matrimonio anulado.
A partir de allí mis días pasaron sin penas ni glorias. Jamás conocí nada de lo que vos disfrutás. Solamente una tarde que me sentía bastante deprimida, fui a pasear al jardín botánico y me quedé parada frente a la estatua del David de Michel Ángelo. Todo desnudo, con GRANDES ATRIBUTOS. Quedé petrificada. ¡Estuve casi una hora! El cuidador vino a preguntarme si me sentía bien. Por poco me retiran los guardias, porque no me quería ir. Es todo lo que vi en mi vida. Pero era de mármol, nada en carne y hueso.
Por eso, cuando aquel hombre me invitó a salir, creí que había llegado mi hora de conocer algo sustancioso.
Fuimos a su departamento. Cenamos y luego me dijo: —Mirá, tengo que comentarte algo fundamental. Ya somos grandes…
¡Claro!, pensé, nada de vueltas. Este va derecho al grano. ¡Al fin!
—Dale, decime.
—Sabés, tengo un arma muy grande y…
—¡Uf! Empecé a empaparme. ¡Qué machazo! Me lo anuncia así, de una. Después de haber sentido su dureza en el cole, podía imaginar su tamaño.
—Ahora te la voy a mostrar para que no te asustes —y anunció a continuación—, vamos al dormitorio.
Y allí empezó a bajarse los pantalones.
A esta altura, yo veía nublado y el calor deshacía mis ropas.
Quedó en calzoncillos con su armamento al aire.
Era un arma importante, pero no la que yo creía. Era de metal, las que hacen ¡PUM! ¡PUM!
Me comunicó que siempre hacía el amor con ella colgada de su cintura y bien cargada, para estar a salvo ante cualquier imprevisto.
Caí desmayada. Cuando desperté me encontré sola y todavía VIRGEN.
(Alicia G.)


Encendidos

Veinte grados, la temperatura ideal para una fiesta privada al aire libre. Si alguno de los presentes hubiera querido entablar una conversación, habría sido inútil por el volumen de la música. Ninguno de los invitados quería hablar y menos si de fondo sonaba el tema de Cyndi Lauper, Girls just wanna have fun.
Cora llevaba un vestido de seda negro con un escote profundo en la espalda, sandalias bajas y el cabello suelto. Resumían la simpleza de una mujer que no necesitaba nada más. Destilaba sensualidad cuando el vestido corto de seda se adhería a su cuerpo y descubría la perfección. Para Gonzalo, ella era un fuego. Así, a cara lavada y descontracturada. Habían bailado en grupo toda la noche, pero ellos dos parecían imantados. Sus cuerpos y sus miradas se buscaban todo el tiempo e inevitablemente.
Cora y Gonzalo coincidieron en un pasillo y él aprovechó la oportunidad para abordarla. Sin decir una palabra, la tomó por la cintura y se pegó a su cuerpo. El contacto aceleró las palpitaciones de ambos.
Tranquila —le susurró al oído. Y mirándola a los ojos, la acercó un poco más hacia sí. Ella pudo sentirlo completamente y se ruborizó, pero no dijo nada. Él apoyó suavemente los labios en el borde del cuello de la mujer y comenzó a saborear cada milímetro de su piel. Acarició la parte de la espalda expuesta por el escote y provocó en ella un temblor casi imperceptible, suficiente como para revelar su excitación. Cora apoyó las manos en los hombros de él y ascendió hasta enterrar los dedos en su cabello negro. Los labios de Gonzalo, desbordados y lujuriosos se encontraron con los de ella para fundirse en un beso eterno.
Desde el primer momento había podido interpretar cada gesto, cada mirada de Gonzalo, aunque no habían tenido la oportunidad de estar a solas. Ahora, Cora sentía que algo explotaba en su interior.  Renunció a la intención primaria de traducir y procesar cada estímulo. Se dejó arrastrar y perdió la noción del tiempo y el espacio.
Las sensaciones embriagadoras los arrojaron a la marea de placer, donde no había lugar para el pudor. Cora desabrochó unos botones e introdujo las manos en la camisa de Gonzalo para acariciar y besar su torso. Él decodificó el mensaje y deslizó ambas manos suavemente por su espalda, bordeando el escote y rozando la piel con la yema de los dedos hasta detenerse en la parte baja. Devorándola con los besos, tiró delicadamente hacia arriba la tela del vestido para colocar las manos entre la piel y la ropa interior. Mientras él avanzaba, ella intuitivamente comenzó a bajarle el cierre del pantalón.
Extasiados, descubrieron sus cuerpos para amarse con locura y estallaron de placer. El fuego generado por ellos mismos los envolvió. Encendidos los dos, incendiaron todo a su alrededor.
(Analía)


Amor en azul

Le gustaban las sábanas de colores oscuros, pero todas las que tenían eran con fondo claro y florcitas o dibujitos. Cuando fueron a vivir a otra ciudad, su sueño se cumplió.
Estaba paseando y mirando vidrieras. En un local de una firma extranjera, una vidriera con cajas exponía un juego de sábanas con fondo azul y guardas rojas y negras. Sin pensarlo, las compró. No se lamentó por el costo. Pensó: “Lo bueno cuesta caro, mas los gustos hay que dárselos en vida”.
Las guardó para estrenarlas el día de su aniversario de casada. Era una tradición que mantenía desde siempre.
Llegó la fecha esperada. Renovaron los votos matrimoniales -como siempre-, fueron a cenar -como siempre- y al volver a la casa…
Les dejo a ustedes, amigos lectores, la respuesta. Sí, pasó lo que imaginan. Aunque para festejar no hacen falta los aniversarios, esos días uno se esmera un poco más.
A la mañana siguiente, se despertaron. Se besaron, como cada día, y su copiloto le preguntó: “¿Te sentís bien?”. Lo miró. Antes de responder pensó: “¿Qué me pregunta?, anoche estuvo bárbaro, pero tampoco la pavada” y le dijo: “Sí”.
Él explicó: “Estás cianótica”. “Vos también”, le dijo ella. Las carcajadas despertaron a los que dormían en los otros dormitorios. Los amantes tenían las caras y el cuerpo con hermosas rayas azules producidas por el antojo de una soñadora que no pensó que la ropa, antes de usarla, había que lavarla.
Pasó el tiempo, las sábanas están gastaditas y aún conservan la mala costumbre de desteñir. Ahora las usan los cuatro patas de la familia, cuando se suben a la cama.
(Adela)


Cena de trabajo

Sentada en mi sofá, observaba las pequeñas gotas de lluvia caer con paciencia. No había elegido la mejor noche para invitar a cenar a Pablo. Mi intención era tratar de convencerlo de que me ascendiera.
Ya estaba oscureciendo y comencé a dudar de su llegada. Por lo general, no me ponía nerviosa por las reuniones acerca del trabajo, si se le puede llamar así, pero últimamente me sentía extraña al encontrarnos en la cafetería o en el pasillo del edificio. Él me resultaba misterioso, como si no deseara que las personas leyeran su pensamiento; sin embargo, yo podía leer que su esposa no ocupaba un lugar importante en su mente.
Me levanté del sofá, lo ordené un poco y fui hasta el baño a retocar mi vestido hasta las rodillas y mi maquillaje. Estaba ansiosa, pero no dejaría que fuera obvio.
El timbre sonó y mi corazón se aceleró. Por las dudas, observé mi reflejo una vez más, y corrí hasta la puerta. Me detuve frente a ella un instante e hice la pregunta usual: —¿Quién es?
Se hizo una pausa y su voz apareció en el vacío.
—¿Pensás dejarme en la helada, solo?
Su tono parecía seductor, aunque quizás fuese solo mis ganas de que así fuera. Abrí la puerta y me encontré con su firme presencia. Tenía un abrigo elegante. Lo dejé pasar en silencio y él se dio media vuelta.
—Linda lluvia ¿no? Como para descorchar un vino cerca del hogar.
—Si tan solo tuviera un hogar...
—El hogar es donde uno está cómodo —comentó dejando el abrigo en el perchero.
Comenzó a rondar alrededor de la mesa donde yo tenía preparado un humilde despliegue y luego pidió permiso para sentarse. Tragué saliva y repetí sus pasos.
—Qué ocupada estuviste, parece que no estás tan concentrada en tus archivos —comentó con una sonrisa sarcástica.
—Esto también cuenta como importante —le dije tratando de mantenerme seria, y advertí—Voy a servir la comida.
Tomé las pastas que había cocinado con cuidado, mientras seguía esforzando mi indudable atracción. El retomó la conversación sin importancia.
—Tuve que avisarle a mi esposa que hoy me iba a la casa de Juan a discutir negocios, si hubiera sido honesto no hubiera sido agradable —agachó la cabeza con seriedad.
—Se pueden malinterpretar las cosas —respondí. Coloqué la fuente sobre el mantel, enredé mi tenedor en los fideos y empecé a servirle.
—Qué rica se ve la cena, ¡te luciste!
Estiré mi pie y empecé a acariciarle sus piernas con suavidad. Su expresión cambió notablemente.
—No deberíamos —susurró sorprendido, mientras yo me levantaba y tomaba su rostro para besarlo efusivamente. Me aferró de las caderas con intensidad, empujándome con su cuerpo al sillón donde una vez reflexioné, y posicionándome para unificarnos. Descolocaba cada centímetro de mi ser con su tacto impecable. Con precisión rasgó un delicado tramo de dulzura en lo que solía ser mi cuerpo, que ya no era mío, era su posesión. Aunque fuera vergonzoso decirlo, volqué toda mi confianza en su obra. Lienzando cada rincón, cada extremo, con sumo cuidado liberaba humedad de mis partes íntimas. Parecía que los dos habíamos perdido la cordura y estábamos entregados al momento. Era curioso cómo con tanta sabiduría movía mis piernas a su ritmo, y mis muslos quedaban desprendidos a su merced. La vorágine de deseo había nublado su conciencia, porque ahora yo no dejaba de escuchar sonidos viriles que también me transportaban a mí.
Cuando todo terminó, me miró a los ojos y dijo: —Debo irme ya.
(Amparo)


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