Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Texto colaborativo: técnica de improvisación oral


Lobo, ¿estás?

La lluvia es torrencial en la montaña. Habíamos alquilado una cabaña para pasar el fin de semana allí. Nos habían dicho que tenía calefacción y, en realidad, está rota. Por las ventanas se filtra viento, casi no tenemos abrigos. ¿Qué vamos a hacer?, ¿cómo lo resolveremos? ¡Nos vamos a morir de frío!
Miro a mis hijos y veo que están acurrucados en un sillón. No tenemos teléfono y las rutas están cortadas por la nieve. Hago una revisión de los víveres. Encuentro suficientes elementos para preparar una sopa; el caldo caliente ayudará a sobrellevar el fío. También noto una chimenea en una habitación y compruebo que esté funcional; no hay demasiada leña, sí algunas sillas un poco viejas. Decido usarlas como combustible. Si quien nos alquiló la cabaña protesta, la calefacción rota será mi respuesta.
Los chicos se reconfortan con la sopa. Administrando la poca leña que tenemos, más los muebles que usamos para el fuego, podemos paliar un poco la situación. De todos modos, nos reunimos alrededor de la chimenea con cobijas que traemos de las camas para dormir ahí, en el único punto de calor de toda la cabaña. Así pasamos la noche: tormenta afuera y un poco de tibieza en la sala.
Pasada la medianoche, oímos ruidos extraños en el exterior. Luego, unos rasguños en una de las ventanas. La persiana está cerrada, así que eso nos da un poco de tranquilidad; sin embargo, los golpes ahora se sienten en la puerta y cada vez más fuertes. Los chicos gritan: —¡Mamá, ¿no vas a salir?, ¿no vas a hacer nada?!
Alguien o algo intenta abrir la puerta. Corro a poner el pasador, solo habíamos cerrado con llave porque es un lugar tranquilo en la montaña. La fuerza que hacen para ingresar es tal que pensamos: esto no es humano. ¿Quién o qué estará atropellando la puerta?
Para evitar que entren, corremos un aparador frente a la puerta y… ¡los dueños nos van a matar! Entre las sillas que quemamos, el aparador que queda rengo al salírsele una pata en la corrida, la porcelana que está arriba (unas tazas bellísimas), unas copas… porque, yo no les conté, pero es una cabaña ¡de lujo! Habíamos pagado muchísimo por ella. Hay pinturas, porcelanas, cristalería y todo en ese mueble. Pero es tanta la desesperación, que al correrlo caen al piso las copas… ¡la porcelana! Entre el ruido adentro, el ruido afuera y la lluvia que no para, los chicos asustados empiezan a gritar: —“¿¡Qué hacemos, qué hacemos!?
Entonces pregunto: —¿Quién es?
Nada.
—Contesten, ¿quién es?... 
Nada.
Vuelven a golpear la ventana, la puerta, la otra ventana.
Los chicos lloran y gritan más fuerte. No sabemos cómo atajar la situación. De pronto, sentimos gruñidos del lado de atrás de la cabaña. Parece provenir de un animal salvaje. Uno de mis hijos se asoma por la ventana del piso de arriba y advierte: —¡Mamá, mamá, creo que es una especie de lobo!
—¡Oh, qué fantástico!, ¡un lobo! —exclama el otro chico—, podemos amaestrarlo y que sea nuestro amigo.
Subo para 
comprobar lo que dice.
—No, hijo, no. Este animal parece estar sediento de sangre humana —le respondo—. Ustedes quédense aquí, en este cuarto, yo bajaré a buscar un arma o algo que sirva para ahuyentarlo, para que no nos moleste más.
Bajo cuidadosamente la escalera. Me acerco a la cocina y agarro un cuchillo. Este animal no podrá enfrentársele a mis hijos ni podrá atacarnos si yo me envalentono. Camino despacio con dirección a la puerta. Observo por la mirilla. El lobo parece estar alejándose hacia el bosque como si acechara a otra presa. Mi curiosidad me lleva a abrir la puerta con precaución. ¿A dónde irá? Ya no importa, algo despierta en mí las ganas de ir tras él. Me pongo el abrigo y me adentro en el bosque para seguirlo.
Mientras yo corro peligro, mi esposo se esconde en el rellano de la escalera. Si bien es un señor muy elegante y muy amable, es muy cobarde. Un oficinista pusilánime que no se atreve a nada. Yo solita tengo que enfrentarme al mal tiempo, a los problemas con la calefacción, con los animales. Trato de pensar qué hacer con el lobo. ¿Debo ir tras él o volver con mis hijos que quedaron desamparados?, porque con este hombre no se puede contar para nada, no es capaz ni de hacerles un caldo. Quedo pensando por un momento; decido dejar que el lobo siga su rumbo y voy a ver a mis cachorros, ya que soy la única que los puede proteger. Regreso sobre mis pasos. Lo que encuentro en la cabaña me decide a pedir el divorcio: mi esposo llorando, mis hijos consolándolo y 
tratando de calmarlo, porque este hombre está histérico. En este momento dispongo que cuando volvamos a la ciudad, lo llevaré a un psiquiatra y que se arregle. Yo me quedaré con mis hijos.
Agradezco al lobo que me haya hecho recapacitar y pensar en mi matrimonio, que me haya abierto los ojos.
Hasta hace unos instantes tenía la esperanza de que, al volver sobre mis pasos, iba a encontrar al pusilánime con el arma que tiene en el baúl del auto. Imaginé que intentaría pegarle un tiro al lobo y, aunque más no sea, comeríamos carnecita asada. Pero no, él es vegetariano. O sea que un tecito de eucalipto vamos a cenar, con algunas hierbitas que encontremos por allí. Teníamos unos tomates que, entre los llantos y los nervios, se los comió todos y encima le echa la culpa a la ansiedad. Los chicos quieren los maníes que habíamos traído y que también se comió el padre. Así que, no sé, me encuentro en la disyuntiva de cargar los chicos al auto y seguir al lobo (y que el resto del fin de semana mi esposo lo pase solo tomando su tecito de eucalipto y comiendo lo que quiera), o dejar escapar al animal.
No, no mataré al lobo, ¡de ninguna manera! Lo acabo de decidir. Comeré algún asadito o choripán que me puedan vender al pie de la montaña, un vinito caliente para acompañar el frío y un chocolate con churros o alguna cosa para los chicos.
Cobarde, llorón, inútil… no, no, ¡basta! BASTA. Seguiré como pueda, no seré ni la primera ni la última en continuar sola con los chicos. Y estaré eternamente agradecida al lobo. A mi casita le pondré un cartel afuera que diga “El cubil” en su homenaje. El pusilánime tendrá que pasarme la mantención, más mi trabajo, no tendremos lujos pero hambre no pasaremos; ni esta noche con el tecito, ni nunca. Las mujeres tenemos agallas suficientes.
Confieso que yo no quería salir, esta excursión no me gustaba porque la intuición femenina me decía que algo nos iba a pasar; además, no es la primera vez que nos pasan cosas. Eso de salir con un hombre que no toma decisiones y con dos criaturas no es lo mío. Admito que cada vez estoy más renegada, prefiero quedarme en casita, cómoda y no estar peleando con las cosas, no complicarme. 
No les conté, pero cuando dudé en ir tras el lobo me dije que para qué, si en una de esas el lobo se enamora de mí me lo tengo que llevar a mi casa; otro pusilánime más no, con uno es suficiente.
Encima tuve que hacer sopita, que a mí la sopa no me gusta, y la calefacción a leña tampoco porque el olor me hace mal, aunque no tuve más remedio. Ahora estoy pensando que tendríamos que haber contratado un seguro porque a la cabaña la habíamos alquilado, y si uno no la deja en las condiciones que estaba -como cada vez que se alquila algo-, tendremos que pagar… y las cosas no están saliendo muy bien. De todas maneras, como hace tiempo tomé la decisión de preocuparme poco por lo que le pase a los demás para que me pase menos a mí también, reflexiono: “cuando vuelva a casa me separo, hago los trámites para que me pase algo de dinero, y si no quiere no me preocupa. Con todas las anécdotas que tengo de las veces que salimos de vacaciones (y esta última creo que será la frutillita del postre) me hago escritora, me vuelvo rica y mantengo a los chicos. El pusilánime que siga llorando, que siga comiendo su sopita, que siga con su tecito, y si tiene ganas de seguir siendo vegetariano, allá él; es más, le recomendaría que además se haga vegano para ser más sano”. 

 (Analía, Alicia M., Alicia G., Amparo, Alcira Elena, Fabiana, Adela)




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