Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

sábado, 2 de mayo de 2020

Sexta consigna en cuarentena

"Cuestión de piel"
#yomequedoencasa 
Misterio

Habíamos vuelto de dejar a mi hermano en el  cementerio. Mis padres se encerraron en la habitación, yo preferí quedarme en la ventana. Estaba segura de que solamente los viejitos morían. Pensaba y me preguntaba una y otra vez qué  había salido mal, o si  tal vez estaba soñando y sólo debía esperar a despertarme. Ver a mi hermano inmóvil y pálido fue impactante y me generó miedo. El cura habló de algo como que el cuerpo se queda en el cajón y el alma va al cielo.
Una vez, mi abuela me dijo que el alma era como un fuego que nos mantenía vivos; cuanto más jóvenes fuésemos mayor sería el fuego, y a medida que crezcamos el fuego se irá a apagando hasta desvanecerse, y cuando se apaga se va al cielo, donde se enciende de nuevo y no se apaga más. Ahora que lo pienso, eso no es posible ¿por qué se apaga y se prende el fuego?
Creo que quería decirme algo para que no tenga miedo a la muerte o bien para que la vea como algo de la naturaleza. Una vez se murió mi perra y lloré yo sola. Mi papá la enterró en el patio y después escuchó chistes de los hombrecitos que están adentro de la radio. La hija de mi perra corría en el patio y jugaba como si nada hubiese pasado. ¿Los perros saben que mueren, o son más inteligentes? Porque si mi hermano va a estar mejor, deberíamos estar festejando. No lloramos cuando pasan cosas buenas.
Al final, los grandes siempre dicen una cosa y hacen otra. Son un misterio, como los hombrecitos adentro de la radio… o  como la muerte. (Martín)


Vuelvo


La plaza. Mi banco. ¡Cuánto tiempo sin verlos! Mi vida viajera me llevó a muchos lugares pero siempre vuelvo a ellos. El marco otoñal de los árboles me acuna; algún trino me arrulla; las campanas de la iglesia me despiertan.
No me importa estar sola. Mis recuerdos, mi sombra me acompañan. En la vereda de los juegos hay silencio. No hay niños, no hay padres, no hay mascotas, no está el pochoclero. Pasa un auto, un señor que debe venir del trabajo, lo conduce a la velocidad correspondiente. El semáforo se pone en rojo; el conductor se detiene, se saca los lentes y los limpia. Un bostezo antes del verde y retoma la marcha.
Imagino voces, las de quienes otras veces inundan la plaza. Las abuelas babosas paseando a los nietos en los carritos. Los enamorados ignorando a los que los rodean, a puro besos como si estuvieran en un lugar privado. Algún jubilado rengueando hasta sentarse a la mesa donde lo espera un amigo.
El chico de la batería, con su arte sin importarle el rating. Un desubicado tocando bocina porque el de adelante no se dio cuenta de que el semáforo cambió de color.
Vuelvo al silencio hasta que la sirena de los bomberos, que no entiende de aislamiento, llama a los servidores. La vida sigue. Despacito… (Adela)



Añoranzas juveniles

Después de mucho tiempo vuelve al lugar que la vio nacer. Donde pasó los mejores, extraños y difíciles años de su vida. Bella época de su niñez y adolescencia, aunque con cierto sabor amargo.
Recorre la finca. Cada árbol es un recuerdo, cada animal una sonrisa. Llega al montículo de pasto, ¡si hasta parece el mismo que recuerda! Se recuesta en él y las imágenes comienzan a aparecer, una tras otra.
Sus padres, religiosos hasta la exageración, se dedicaban a trabajar la tierra y a criar a su numerosa prole; tanta como la vida fértil de su madre lo permitió. Vestían a la vieja usanza de los primeros cultores de sus creencias, un ropaje tan antiguo como incómodo.
En secreto, sin el consentimiento de la familia tuvo sus primeros escarceos amorosos. Producto de una educación estricta y culposa, sin experiencia y plenamente ingenua el embarazo no tardó en llegar y con él, el repudio familiar.
No fue fácil sobrevivir, pero lo hizo con la fuerte convicción de darle a su hijo una vida digna. No se permitió caer en lamentaciones ni tristezas. Con constancia se sobrepuso al infortunio.
Trabajó, estudió, perseveró y alcanzó cada uno de sus objetivos.
Retorna renovada, con una mirada piadosa y comprensiva. Sin rencores ni reclamos.
Los hermanos están desperdigados por el mundo, creando grupos copiados de la modalidad heredada de generación tras generación. Sus padres murieron trabajando sin descanso.
Y ella, aquí, tratando de decidir qué hacer con este sitio que con nostalgia la devuelve a sentires de años que le parecen tan lejanos. (Alcira)


El destino en el pincel

A veces, la vida de las personas está llena de pinceladas que algún artista supremo esboza y en un lienzo plasma lo que se llama destino.
Así son nuestras vidas; un cúmulo de pinceladas que a veces tienen trazos gruesos y otras, trazos finos. Entre unos y otros, está el sentido de la vida.
En los trazos gruesos se pueden ver cosas que son tangibles y visibles que nos rodean, nos tocan y que hasta son superfluas (no todas). En los trazos finos hay cosas que son muy íntimas, muy de lo interior que tal vez no se vean si no se tiene un ojo entrenado. Todo es cuestión de colores también.
¿Quién no ha escuchado alguna vez  decir: “tiene una vida gris”, o “tiene un alma negra”, o “su vida es un arcoíris”?
Y vamos construyendo una vida, un destino que está lleno de trazos gruesos, trazos finos y una gama de colores que como un cuadro, depara un existir auténtico.
Esos cuadros son instantáneas de una vida; tu vida, mi vida, nuestras vidas. Y según los colores que tengan, infieren en la animosidad de cada uno.
El cuadro de mi vida es el amor, donde los tonos se confunden suavemente; no se ve dónde termina un color y empieza el otro.
La mirada de ellos no implica si mi óleo es perfecto. Correr hacia la perfección es una utopía.
Mi pintura no es perfecta, pero encaja en mi destino. (Gerónimo)



La decisión

Nélida se tendió sobre el heno. Le vendría bien un descanso después del arduo trabajo en el establo. Había llegado el día anterior para gran alegría de sus tíos. La recibieron sin preguntas, respetuosos de la incertidumbre de su mirada.
Sus tíos criaban caballos de carrera y ella siempre había disfrutado trabajar con los animales. Desde siempre sus mejores vacaciones habían sido los veranos en su casa.
Había necesitado agotarse para aquietar la agitación de su mente. Debía tomar una decisión. Repasó su vida: hija única de amorosos padres con grandes expectativas. Había seguido los pasos de su progenitor: la cirugía plástica, y la esperaban en la más que importante clínica que él dirigía. Hacía poco había celebrado su compromiso con Alejandro, su novio desde la secundaria, hijo del mejor amigo de su padre. Pero la seguridad que cimentaba su existencia se había quebrado.
Con Roberto, cirujano plástico, la unía una sólida amistad desde que estudiaban juntos en la universidad. Pero con el tiempo los sentimientos habían cambiado, Nélida comprendió que su relación con Alejandro se debía más a las expectativas familiares que a una emoción profunda. También se cuestionaba su propósito en la vida. ¿Realmente quería dedicarse a alimentar la vanidad de quienes no estaban conformes consigo mismos?
Eso le había preguntado Roberto, quien tenía otras ideas acerca de la profesión que habían elegido. Él pronto partiría con Médicos sin Fronteras y la había invitado para ir juntos. Pondrían sus conocimientos en favor de los desamparados en las zonas más necesitadas del mundo.
Nélida dudaba entre el deber familiar firmemente arraigado a lo largo de su vida, la desilusión segura de sus padres, el escándalo que seguiría a la ruptura de su compromiso y seguir sus sentimientos por Roberto y sus ideales. Tenía que tomar una decisión, la más importante de su vida.(Alicia)


Obras de la muestra de pintura "Cuestión de piel" 
Artista Plástica Claudia Furch 
Biblioteca Aberdi, 7 de marzo de 2020

3 comentarios:

  1. Qué maravilla todo lo que puede inspirar una imagen!!! El arte de ver arte y transformarlo en otra obra de arte!!! Felicitaciones!!

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