Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 3 de octubre de 2021

Ensayos

Los eternos paseadores de libros: ¿cómo identificarlos? 


Por Alicia G.

Reconozco al compartir esta investigación que hay distintas miradas sobre el tema.
Aunque este trabajo no pretende tener valor científico, propongo una reflexión sobre la cuestión que me concierne: “Cómo identificar a los paseadores de libros”.
Trataré de exponer, de manera clara y precisa, una realidad que cada día está más vigente.
Cuando hablamos de pasear o caminar, hablamos de “un modo de habitar en la tierra”, como expresa en su tesis el antropólogo francés Terricoule d’ Habitaculous.
Hay paseadores que recorren calles rescatando la memoria de lugares, leyendas o por simple distracción. Otros caminan sin prisa ni rumbo fijo, por el placer único de disfrutar de paisajes y aromas.
Pero nuestros paseadores de libros ¿pasean con algún propósito? Es esto justamente lo que quiero revelar, antes de dar las pautas para identificarlos.
Teniendo en cuenta que ellos pasean libros... sí, sí, pasean LIBROS, me pregunté, me pregunto y seguiré preguntando: ¿qué imán tienen los textos, o de qué dolencia sufren aquellos que los portan, simplemente para pasearlos por calles, parques, grandes ciudades o pequeñas poblaciones?
Ellos reconocen que “los libros dan sabiduría”, como leyeron cierta vez en alguna servilleta olvidada de escritor anónimo, en el grafiti de un baño e incluso en algún pequeño papel de rico chocolate.
Pero para eso, es necesario LEERLOS, cosa que no hacen los paseadores. Por eso precisamente son caminadores de bellos ejemplares, a los que ni siquiera se animan a leerles el índice.
Es interesante recordar pensamientos magistrales como los del inglés Tumbleree o el colombiano Pititi, y tantos otros que ponen hincapié en libros que son “probados y devorados como exquisiteces culinarias”, cosa que no pasa con los integrantes de esta comunidad de “Vagando por las calles con libros al pedo”. Jamás de los jamases abren páginas de aquellos ejemplares que llevan en su recorrido.
A continuación, y uniendo estos dos conceptos: paseador y libro, y después de años de investigación, observación de diferentes comunidades, culturas y costumbres, expongo aquí la manera de identificarlos y no caer en el equívoco de atribuirles calificativos como “grandes intelectuales”, “excéntricos come libros” o “ratones de biblioteca”:

1) Llevan los libros en sus brazos como trofeos conquistados.

2) Sus libros están impecables, sin mácula alguna. No hay manchas de café, ni mate, ni ningún líquido que el descuido -y ante arduas horas de lectura- haya hecho que se derramase.

3) Las páginas nunca fueron abiertas, esto es comprobado porque algunas de ellas se presentan todavía unidas por algún error de encuadernación.

4) Cuando asisten a una cita teñida de romance, lo hacen portando los mejores de ellos, con títulos rimbombantes y de actualidad.

5) Si colocan alguno sobre mesa, mostrador u otro mueble, y se les pregunta sobre el tema, si gustó o lo recomienda, contestan con evasivas: y no sé… depende… me falta…

6) Ante una nueva cita amorosa, transportan varios y los colocan bien a la vista.

7) Pueden llevar anteojos de lectura, aunque no necesariamente, para dar una imagen de mayor “INTELECTUALIDAD”.

8) Algunos concurren a clases de teatro para aprender posturas de pensadores, lectores empedernidos y palabras adecuadas a la situación.

9) En plazas, sitios de encuentro y recreación, ellos llevan su cargamento de obas literarias, las cuales depositan en un banco, esperando la ocasión oportuna de un diálogo y acercamiento interesante. Abrevio: “para conseguir un levante atractivo”.

10) Última identificación y muy importante: recuerden que son miembros de una comunidad peligrosa de “Vagando por las calles con libros al pedo”, y sus astucias intentan atrapar y confundir.

Conclusión: Si se sienten atraídos por un sujeto de aspecto intelectual, síganlo, obsérvenlo, investiguen. Si cumple con varios de los ítems mencionados salgan corriendo, disparen como si vieran la luz mala, enciérrense en sus casas.
Si la investigación les lleva el tiempo suficiente para caer en sus garras y se enamoran, soporten las consecuencias o enséñenles a disfrutar de un buen libro.



Por Analía

Ciertos rasgos definen a los paseadores de libros. Sin dudas, son seres especiales, pero los define el amor por la lectura.
Ahora bien, usted se preguntará por qué los llamamos así. En primer lugar, porque siempre llevan consigo un par de libros. Y lo hacen porque no pueden vivir sin ellos. Por eso, disfrutan recorriendo librerías y, sin culpa, usan el dinero que tienen para comprarlos.
Ilustran el espacio urbano y con solo afilar la mirada uno puede identificarlos en plazas, confiterías, en el colectivo, en el subte, o en lugares insólitos. En todos los casos, sumergidos en la lectura.
Tienen a mano libros, novelas, cuentos, antologías o poemarios. Todo depende de las preferencias literarias de cada uno. En lo posible, más de un ejemplar. Por las dudas. No vaya a ser cosa que terminen el libro y no tengan otro para leer. Si descuidan este tema, pueden llegar a sufrir abstinencia.
Sus cuerpos están adaptados y entrenados para la lectura: el tren superior inclinado levemente hacia adelante; la mano izquierda preparada para sostener el ejemplar con destreza mientras el dedo índice de la mano derecha da vuelta las páginas o sujeta otro objeto; las piernas firmes para apoyar sobre ellas el lomo del libro.
Los paseadores acondicionan un sector del hogar con estantes o destinan un mueble para disponer los ejemplares. Cuando el número es importante, los libros invaden otros espacios de la casa. Si esto sucede, los paseadores se convierten en los seres más felices del universo. A tal punto que llegan a presumir la abundancia.
Para decidir cuáles comprar, leen publicaciones, visitan blogs, páginas literarias o buscan en redes sociales y arman listas.
Entrar a una librería es para ellos una experiencia intransferible. Implica internarse en un mundo mágico, repleto de estímulos visuales y texturas. Allí buscan los ejemplares de las listas de preferencia, recorren desde la primera hasta la última mesa y se detienen frente a cada estante, porque generalmente encuentran algo más.
Con la pandemia y las restricciones de la circulación, los paseadores descubrieron las páginas web de librerías. El encierro los obligó a buscar otra forma de acceder a los libros y comenzaron a comprarlos así, después de mirar las fotos de portadas, leer reseñas, novedades y comentarios.
Por este motivo, comenzaron a hacer largas caminatas, pero ahora en el interior de las casas. Fueron y vinieron por los pasillos, ansiosos, esperando los libros. Seguramente, abrir las cajas y descubrir los textos les permitió transitar un poco mejor las circunstancias.
El mundo puede cambiar, así como los hábitos y las prácticas de consumo. Lo que no cambia es el amor por los libros y la sensación de tener uno nuevo en la mano.
Porque, en definitiva, los paseadores son eso: amantes de los libros que disfrutan al comprarlos.



¿Fotos digitales o analógicas?


Por Alicia M.

Es increíble todo lo que uno encuentra cuando se decide a hacer una limpieza general en su hogar. En rincones olvidados aparecen cajas con ropas de bebés (y los hijos ya van por los treinta), cuadernos de escuela primaria (ídem anterior), regalos que archivamos porque nunca nos gustaron, fotos que han llegado a nosotros por herencia, y no tenemos idea de quiénes son esas personas vestidas de negro, de gesto adusto que miran a la cámara con cara seria por decirlo elegantemente.
Justo tengo en mis manos una caja con fotos que guardaba mi madre. Las hay de todos los tamaños, en blanco y negro y en colores. Cumpleaños, fiestas de fin de año, reuniones sociales. A algunas personas las recuerdo vagamente, de otras deduzco que son parientes por el parecido.
Esta es especial, aparecemos papá, mamá y yo. Mi madre me está retando y quedó congelada justo en ese momento. Era el casamiento de tío Tito y tía Marta, y todos teníamos que estar en la foto. Recuerdo un flash que me asustó muchísimo y me escondí tras un sofá (aclaro que tendría unos tres añitos cuando mucho).
Tecnología mediante, pasamos del fotógrafo contratado a tener una cámara al alcance del bolsillo del caballero y la cartera de la dama. Las máquinas fotográficas evolucionaron de tremendos y caros armatostes a pequeños aparatitos que cualquier familia podía guardar en un cajón. Eso sí, para entrar en la posteridad había que hacer toda una previa: que la luz, que el grupo se vea completo, y la espontaneidad brillaba por su ausencia pues, mientras uno se preparaba, el momento había pasado. Parte de esas fotos, las más logradas, iban a un coqueto álbum que se mostraba a las visitas, el resto se guardaba en sobres, cajas, cajones... donde dormían el sueño de los justos hasta la llegada de la limpieza general.
En cambio, ahora vivimos la época de las fotos digitales. Con una cámara adosada al multipropósito celular podemos ir por la vida inmortalizando cuanta imagen nos llame la atención. Hasta hay unos palitos que permiten que el portador se autofotografíe, con muecas o sin ellas. Con las redes sociales, el ser humano puede dar rienda suelta a su vanidad innata publicando su imagen que, gracias a la tecnología, puede corregir en aquello que considere necesario. Algo que las fotos analógicas no permitían ni por asomo.
En los momentos más íntimos las parejas hallan tiempo para fotografiarse, y si la relación termina mal esos momentos aparecen ante los ojos de todos para bochorno de las víctimas, generalmente mujeres, las más vulnerables ante la sociedad. Con las analógicas era muy difícil que esto ocurriera.
Guardar las digitales no es problema, permanecen en la memoria del celu o la computadora hasta que esta jadea: "basta". Por suerte existe "la nube", aunque también tiene sus límites. Eso sí, debemos ser ordenados, porque encontrar una imagen precisa en un determinado momento puede ser problemático. Ni hablar de mostrarlas a las visitas. No sea que en la mezcla aparezcan las non santas.
¿Cuáles prefiero? Yo no estoy de acuerdo con aquello de que "todo tiempo pasado fue mejor", según un poeta intemporal; me gustan los adelantos tecnológicos que ponen en manos de todos lo que alguna vez fue un lujo. Y no hace falta ser un profesional para obtener un buen trabajo y atesorar esos momentos que no queremos olvidar. Pero sentir la foto en las manos, poder acariciar esos rostros que ya no están es una sensación que ninguna pantalla puede otorgar.



Matrimonio: de la teoría a la práctica


Por Adela 

Cuando uno no sabe por dónde empezar, empieza por el principio. Y eso voy a hacer.
Veamos. La palabra matrimonio proviene del latín: matrem, que significa “madre” y monium, cuyo significado es “calidad de”. Esto nos dice poco, por lo tanto vamos al diccionario y leemos que es la unión legítima y jurídica de una pareja.
Ahora que las cosas están más claras podemos seguir.
Hasta hace unos años creíamos que la pareja que formaba el matrimonio debía ser de un hombre y una mujer, o viceversa, pero siempre estaban los dos sexos. Y cuando esos dos sexos no habían pasado por el registro civil para legitimar la unión, eran concubinos, amantes o acoyarados -como decían algunos.
En un programa de televisión, Matrimonios y algo más, presentaban los distintos modelos de parejas matrimoniadas: el groncho y la dama, el celoso y la ingenua, el futbolero y la mujer “no atendida” por culpa del fútbol.
Ahora las cosas cambiaron. El progreso no duerme y ya no pensamos en uniones entre dos de distintos sexos solamente. La modernidad nos enseña que cuando hay amor, lo que importa debajo de las sábanas es privado y nadie debe opinar. A esto se suman las leyes que permiten que se casen dos del mismo sexo, aunque a algunos se les abra la boca grande como una “o” gritada.
Lo que no cambió es lo de la unión legítima y jurídica. Si decís que formás parte de un matrimonio tuviste que sacar un turno, hacerte análisis, buscar testigos y firmar delante de un juez para que te den la libreta que certifica que ya son dos. Después, de ustedes dependerá “el hasta que la muerte los separe”. Eso lo decían los curas. No sé si se sigue usando.


Por Fabiana

Estoy cansada de escuchar que ya nadie se casa. También, hay mucha gente que dice: ¡qué ganas de ir a un casamiento! Aunque muchos de estos últimos, nunca se casaron. ¿Miedo al compromiso?, ¿moda?, ¿rebeldía?, ¿desvalorización de la formalidad?, ¿desear más la fiesta que el matrimonio? A veces creo que los únicos que valoran al matrimonio son los homosexuales. No por el matrimonio en sí, sino por considerarlo como un importante y merecido logro obtenido después de años de lucha por el reconocimiento de sus derechos.
Hasta la propia definición de matrimonio parece antigua y fuera de la realidad: “Unión de dos personas mediante determinados ritos o formalidades legales y que es reconocida por la ley como familia”. Según ella pareciera que los hijos extramatrimoniales no son familia, o que una pareja que convivió durante cuarenta años tampoco lo es.
¡Convivencia! ¡Qué palabrita!¡Como si fuera fácil convivir! No solo hay que compartir la cama, ¡sino el baño!, ¡los ronquidos!, ¡los olores!, ¡los problemas!, ¡el malhumor!, ¡la familia y los amigos del conviviente!, ¡la música horrible!... y un largo etcétera.
La tolerancia suele ser un gran ausente, junto con la falta de empatía. En cuestiones de a dos, no es: uno hace y el otro tolera. Los dos hacen; los dos acompañan (o deberían); los dos toleran (o deberían); los dos hablan, opinan, discuten, acuerdan (o deberían). Siempre los dos. Omito conscientemente las relaciones de poliamor, donde el número de los integrantes puede ser desde uno al infinito, precisamente porque al ser una relación abierta y desestructurada cada situación es particular y supera mi capacidad de imaginar.
Papeles ¿sí o no?, iglesia ¿sí o no?, ¿una o dos iglesias?, ¿fiesta?, ¿sencilla?, ¿grande?… cada pareja puede elegir cómo quiere vivir su relación. Siempre y cuando no haya suegros, padres, hermanos o cuñados que sepan vivir superfelices y ofrezcan sus consejos a cambio de nada.
Creo que una pareja que lleva años junta es un matrimonio, aun sin papeles y sin dioses. Los nietos, los bisnietos, las alegrías, las tristezas, la fortuna, las deudas se comparten con o sin firma. Si Dios me acompaña en mi vida es importante hacerlo parte del proyecto, pero si no me acompaña, no tiene sentido involucrarlo en esto.
La fiesta, la ropa y los invitados no merecen un párrafo. ¡Necesitan una enciclopedia! Si una pareja se toma el trabajo de organizar el evento (por más pequeño que sea) sin ayuda de terceros, y aun así continúa con ganas de casarse, ya superó muchos de los obstáculos que se le presentarán en futuro. La preparación de las ocho o diez horas que durará el evento pondrá a prueba el respeto, la tolerancia, la empatía, la adecuación al presupuesto, y la valoración de lo importante, lo social y lo urgente. Ese acontecimiento será una excelente práctica de acuerdos y desacuerdos para los cincuenta próximos años de vida en común.
¿Por qué hago hincapié en esto? Porque del camino del amor, los mimos, los regalos y las caricias hablan todos, pero del lado del revés se habla poco. La felicidad no es lo mismo que la perdurabilidad, y para ser feliz tiene que haber calidad en la relación. Y la calidad tiene un buen derecho y un buen revés.
Matrimonio ¿sí o no? Como cada pareja quiera. Fiesta ¿sí o no? Como cada pareja quiera. ¿Amor? Sí. ¿Felicidad? Sí, pero a no esperarla con los brazos cruzados, a trabajar mucho para recibirla y, sobre todo, para otorgarla.

               

 




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