Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 10 de octubre de 2021

Un día en la vida de...


No es fácil vivir así

¡Aquí estamos! Colgadas de una baranda de escalera. Aunque no lo crean ¡nos colgaron!
NOSOTRAS, boleadoras de piedra y cuero ¡ENGANCHADAS! Pero no de la cintura de un gaucho, sino de un tramo de escalinata.
NOSOTRAS, que recorrimos la pampa junto a paisanos.
NOSOTRAS, que ayer fuimos el símbolo gauchesco de valentía.
Hoy, sin poder movernos, humilladas, colgando como badajo de campana, como piolín de barrilete, como bretel de corpiño descosido.
Y hay una sola persona responsable de lo que nos está sucediendo: ELLA. Calladita, bonita, con su pelo rubio, sonriente, suavecita… pero no se imaginan el diablo que lleva adentro. Ella, sí, la misma, la que ustedes conocen: FABIANA. La que va a la peluquería, la que asiste a taller literario. Ella, que va y viene de aquí para allá, nos tiene humilladas, estancadas, suspendidas de un mísero palo lustrado.
Cuando nos vio la primera vez, se emocionó hasta las lágrimas: —Hermosas —dijo—. Me gusta lo autóctono, recuerdos de otra época —y bla, bla, bla.
Puro cuento, si te gusta lo originario, lo aborigen, poné un palenque en el patio y atanos allí, quisimos gritarle. Nos callamos por educación.
Esa mañana, cuando llegaron los albañiles (porque estaba haciendo algunos arreglos en la vivienda), al vernos exclamaron: —¡Qué lindas las tres marías!
Puso cara de asombro y los corrigió, diciendo que no vivía ninguna María en su casa y que se llamaba Fabiana.
¡Dios mío!, pensamos nosotras, no sabe que así nos llaman; y allí nomás nos agarramos la cabeza, perdón… digo, “las bolas”
Y eso no es nada, el momento aterrador fue cuando nos tuvo entre sus manos. Quería convertirnos en una gargantilla.
—Será un collar original, bien nativo —dijo, y cuando casi estaba por cortar nuestros tientos de cuero, alguien le gritó (no se si su esposo, amante o amigo; todavía no la conocemos bien): —Pará, loca, ¿qué vas a hacer?
Entonces desistió.
Y allí no terminaron nuestros padecimientos en la casa. A la tarde llegaron amigas con tres varones, no sé si hijos, sobrinos o nietos, para el caso da igual.
Ellas, cafecito, tecito, charla va, charla viene y los pibes revoloteando de un lado a otro.
—Queremos una pelota —dijo uno.
—¿No hay una pelotaaaa? —preguntó más fuerte el segundo.
—QUEREMOS JUGAR —insistió el tercero.
No se dieron por enteradas. Siguieron con sus bebidas, bocaditos dulces, risas y anécdotas.
Nosotras tres nos consideramos de “buena madera”, según el dicho popular, aunque estamos fabricadas con piedra y cuero; y para uso de adultos. De ninguna manera hubiéramos accedido a que nos manipularan niños, y mucho menos esos tres demonios que nos descubrieron. Pero no pudimos evitarlo.
—Acá tenemos tres —señaló uno de ellos.
—Pero están atadas —expresó el más pequeño.
—No seas tonto —le retrucó el tercero—, las cortamos y ya está.
No fue nuestro día de suerte. En uno de los escalones descansaba la tijera que Fabiana había olvidado cuando partió el hilo con el cual nos aprisionó.
—Listo —exclamaron los tres juntos.
¡Pobres nuestras bolas! Gritamos de dolor cuando nos arrancaron las sogas. Comenzamos a rodar por todo el comedor. Se nos pegaron pelusas, migas de las confituras que estaban comiendo y otros materiales que no vale la pena detallar. De pronto uno de ellos, el más corpulento, le dio tal patada a una de nosotras que salió disparada por el aire y cayó adentro de la vitrina donde estaba la cristalería.
Lo que pasó después, no se lo podemos contar. Lo que sí les decimos es que nuestras bolas terminaron bajo el agua caliente donde nos lavaron con detergente para sacarnos los pegotes. Acto seguido nos remendaron con un pegamento, ese que pega en un minuto y que “nada nada lo despega”. Quedamos torcidas como anzuelo de pesca.
Resignadas, seguimos adornando este lugar (misión para la que no nacimos). Pero antes de que volvieran a colgarnos, le dimos un consejo a Fabiana: —Menos taller literario y más Martín Fierro.
Le recitamos, para entusiasmarla en su lectura, algunos de los conocidos versos:

“…Sabe manejar las bolas
como naides las maneja
cuando el contrario se aleja
manda una bola perdida…”

"...Desaté las tres marías
y lo engatusé a cabriolas…
Pucha… si no traigo bolas
me achura el indio ese día.”

(Alicia G.)


El único

Soy un privilegiado. En realidad, debería decir que lo somos. Desde hace miles de años la humanidad ha hecho todo lo posible por ubicarnos en el centro. Quizás por una cuestión de equilibrio, de orden o preferencia, nos han colocado en un lugar medular, a tal punto que hoy en día muy pocos se animan a romper con esa convención.
En mi caso, como dije al comienzo, soy un privilegiado. No sólo por el lugar que ocupo sino por cuestiones relacionadas con lo afectivo. Podría decirse que soy feliz.
Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que los vi. Aquel día pude descifrar sus rostros e imaginar todo lo que pasaba por esas cabecitas. Noté de inmediato que habían decidido compartir sus vidas y también que querían tenerme en su hogar.
Supongo que me eligieron como yo los elegí. Porque me imaginé viviendo en su casa y minutos después, efectivamente, alguien me estaba envolviendo en papel madera. Sí, me iba con ellos.
No puedo quejarme. Mi vida con ellos es bella. Aunque debo confesar que hemos tenido altibajos. Por ejemplo, cuando me han bajado. La primera vez que sucedió pensé que me querían descartar hasta que comprendí los verdaderos motivos. Me bajaban por una necesidad, para protegerme, sólo por unos días y muy de vez en cuando. Para ser específico, lo hacían cuando pintaban las paredes de la casa. Me costó entenderlo, pero con el tiempo lo logré.
Hoy puedo decir que me han hecho sentir importante porque soy el único cuadro de la casa. Somos familia y, después de tanto tiempo, me cuesta imaginar la vida sin ellos. (Analía)


Yo fui testigo

He tenido una vida por demás interesante, mucho más que la de cualquiera de mis congéneres. Desde que nací en una fábrica de trofeos fui un poco diferente. Me fabricaron con forma de copa, con resina epoxi y me pintaron de dorado, sin embargo mi peana es de mármol ónix de un verde intenso. Me labraron un palo de golf en el frente y la cabeza de este tiene una piedra transparente engarzada. No es un diamante (eso hubiese sido demasiado) sino algo llamado circón que, por su transparencia, puede pasar por él.
Me encargó un conocido club de golf, sus socios son gente de mucho dinero que se divierte compitiendo entre ellos y con otras instituciones parecidas. Yo fui un trofeo challenger y me ganó Rafael Olivera Martínez de Oca, un poderoso industrial muy amante de este deporte.
Me colocó en una vitrina en su biblioteca, ahí me muestra a sus amigos y no tanto. Le gusta que lo alaben y lo envidien. Ustedes dirán que mi vida es aburrida, siempre en un mismo lugar, pero les aseguro que he sido testigo de las cosas más interesantes.
Una vez el hijo mayor, Fabián, entró subrepticiamente a la biblioteca y escondió unos cilindros de papel que envolvían algo con un olor peculiar. Al parecer no quería que sus padres encontraran esos objetos mientras revisaban su habitación. Hubo reproches, protestas de inocencia, llantos. Todo eso lo escuché como en medio de una nube, el olor era muy fuerte y creo que me afectó. También he sido testigo de la visita de señoras que se encierran con Rafael, siempre en ausencia de Carola, su esposa.
Una de esas visitas marcó mi último día en la casa y me trajo aquí, con ustedes. En la mañana, Carola decidió visitar a una hermana y llevar a sus hijos con ella. Los chicos protestaban sin cesar que no querían ir, pero ella los silenció con severidad. La casa quedó silenciosa. Entró Marisa, la criada, una mujer mayor (Carola no permite que jovencitas trabajen en la casa) quien hizo la limpieza. Una de sus tareas es dejarme brillante y me lustra con una franela que me hace cosquillas. Por mi peana de mármol soy bastante pesado, aunque ella es muy cuidadosa. Su antecesora me dejó caer una vez y a mi dueño casi le da un ataque. La despidió de inmediato.
Pasado el mediodía, llegó Rafael acompañado de una mujer que ya había estado en otras oportunidades. Tomaron una bebida y la conversación terminó pronto ya que empezaron a acariciarse, él pasó sus manos por debajo de la blusa de ella y de repente entró Carola. Por los gritos me enteré de que ella había fingido ir a visitar a su hermana ya que sospechaba de su esposo y de la visitante que, al parecer, era su mejor amiga.
Su esposo trató de calmarla diciendo que solo estaban admirando el trofeo (o sea, a mí) y ya que estaban, la había invitado a tomar una copa. Pero nada calma la furia de una mujer que se sabe engañada. Me tomó con ambas manos y me arrojó contra su esposo. Un vuelo breve y choqué contra la cabeza de Rafael. Ambos caímos al suelo, por eso tengo esta fea grieta. La otra mujer salió corriendo y gritando por su vida.
Carola quedó parada al lado de su yacente marido, llorando. Entraron varias personas: Marisa, Carlos, el chofer, el jardinero. Después llegaron unos hombres de azul y otras personas. Se llevaron a Carola, interrogaron a los demás y me envolvieron en un plástico. A Rafael se lo llevaron en una camilla todo cubierto por una sábana.
Y así terminé aquí, en esta ¿sala de evidencias? Creo que así la llaman. No sé cuánto tiempo estaré acá; extraño la biblioteca, mi hogar, aunque ahora le dicen "escena del crimen" y yo ya no soy una copa trofeo, me denominan "el arma homicida". (Alicia M.)


Y sus hijos lectores

Ufff… Estoy engordando mucho ¡y eso me gusta pese a que es verano!
A mi amo le encanta que yo engorde. Siempre me dice que le gusto bien rellenita y se encarga de que así sea. Últimamente no solo él, sino que las personas que vienen a casa también colaboran para que aumente mi peso y mi espacio. Hace poco fue el cumpleaños de Germán (mi amo), también fue Navidad, y escuché algo de una cantidad de dinero extra. Ellos festejaron comiendo y engordándome.
Hoy temprano, aún no se escuchaba el tránsito intenso en la calle, se sintió el olor a café inundando la casa; los dedos de Germán me rozaron con sutileza y sacaron una partecita de mí. Al rato volvió, dejó mi partecita y sacó otra. Esta última le hacía reír, sus carcajadas retumbaban en la casa a pesar de que estaba solo; demoró más tiempo en guardarlo y cuando lo hizo no le agregó ese papelito duro que usa para indicar dónde debe retomar la próxima vez que, entre todas mis partecitas, elija una por segunda o tercera vez.
Al mediodía encendió el televisor, eso quiere decir que por un rato (o tal vez hasta mañana) no va a volver a acariciarme. Honestamente, prefiero la música; ella y mis partecitas se llevan muy bien y ponen de buen humor a Germán.
Al ratito llegaron los hijos. ¡Qué lindo! Son tres, hermosos; a veces también se acercan a mí y tocan unas partecitas que Germán no toca. Desde hace poco tiempo, el mayor suele acariciarme en los lugares que lo hace su papá. Trajeron más partecitas y las sumaron a las mías, ¡que felicidad!
Después de almorzar, cada uno de los chicos sacó su mochila y empezaron a escribir. Se reían, discutían, pero de una u otra manera me incluían. Al rato se cambiaron la ropa y salieron, no sé adónde, cuando visten así nunca llevan a mis partecitas; sí llevan a la pelota y a los patines.
Acá, en casa, aprovechamos a descansar o a intercambiar ideas entre nosotros. Ya van varias veces que las partes de Alfonsina Storni se cambian de lugar y van juntitas a las de Horacio Quiroga, o al revés. Finjo no darme cuenta y Germán también, sin embargo él ya los separó tres veces.
Ya casi de noche regresaron. Creí que alguno iba a acercarse a mí y quitarme algunas de partes. Me equivoqué. Trajeron algo nuevo, me miraron y sonrieron, no era una partecita más. Hablaban de regalo de cumpleaños atrasado y Germán estaba feliz y emocionado. El mayor buscó clavos y martillo, el menor daba indicaciones. Sentí miedo, aunque la felicidad de ellos me tranquilizaba.
El hijo del medio se subió a una silla y me golpeó muy fuerte; me dolió, pero me gustó. Contagiaban alegría. En el reflejo del espejo vi que al cartel que decía LA BIBLIOTECA DE GERMÁN le agregaban otro más chiquito que dice: Y SUS HIJOS LECTORES.
(Fabiana)


Cinco hermanas

Éramos cinco, cuatro hermanas y yo. Nuestro fabricante nos hizo con amor. Cuatro patas resistentes, un respaldo cómodo y livianitas. A mis cuatro hermanas las ubicaron alrededor de la mesa de la cocina y a mí, en el dormitorio.
No les conté, pero nuestro asiento es mullido, de cuerina y lo que más me gustaba era cuando la dueña de casa decía: “estas sillas son fuertes y livianitas” y nos subía a la mesa para limpiar el piso.
No me sentía sola porque cuando la familia dormía, yo iba a la cocina y charlaba con mis hermanas. ¡Cómo nos divertíamos!
Un día, sentí un ruido en la ventana, rompieron la reja y vi cómo entraban unos hombres malos. Revolvieron la casa, se llevaron colchones, ollas, todo lo que encontraron y hasta a mis cuatro hermanas. Yo me quedé calladita y no sé si no me vieron o, como tengo el asiento medio cuarteado, no les gusté.
Vuelvo a lo que les decía, ¡se llevaron a mis hermanas! Ahora me siento triste, sola. Sigo en la habitación, pero no voy a hablar con las sillas nuevas que pusieron para reemplazar a las otras. No sé, me da cosa. Tal vez sean simpáticas, mas no son de mi familia. Tal vez, algún día me anime… o ellas vengan a buscarme.
(Adela)



Un día en la vida de un destornillador

Me levanto temprano, mejor dicho, me levantan. Si fuera por mí me quedaría instalado con mucha comodidad en mi pequeña sección del tablero, donde vivo con mis hermanas herramientas.
La mayoría de ellas son de alta alcurnia: “Stilson”, “Inglesa”-creo que se relacionan con la realeza europea-.
En cambio, yo pertenezco a una antigua dinastía de destornilladores trabajadores. Mi árbol genealógico se remonta hasta los años 1.700 -plena edad media-. Soy de punta plana, manual; el más humilde de nuestra familia. Algunos de mis hermanos se llaman Phillips, Estrella, Torx, Robertson.
Mi tarea es aburrida, me encargo de aflojar y apretar tornillos. Los dorados me parecen atractivos, lucen ranuras de ángulos finos, tan lisitas y sensuales.
Como decía, comienzo a trabajar a primera hora de la mañana en un taller que personaliza autos. Entre todos, logramos grandes maravillas creando diseños novedosos en las carrocerías y súper potencia en motores antiguos.
Música fuerte, todos ocupados, los trabajadores me manipulan de un lado a otro.
—¡Cacho, alcánzame el plano de mango rojo!
—¡¡Agarralo!!...
Y Cacho que nunca acierta a las manos de su compañero.
Pego contra el piso de baldosones, reboto y mi estilizado cuerpo se astilla cada vez más. Así día a día, de las manos al suelo, bastante seguido caigo debajo de un auto. Allí aprovecho para relajarme después de tamaño ajetreo.
Cada noche “el Pibe” me limpia y pega una cinta adhesiva con la intensión de reparar mi maltrecho cuerpo. Me coloca en mi lugarcito y al día siguiente la monotonía vuelve a comenzar. (Alcira Elena)



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