Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 9 de agosto de 2020

Decimoquinta consigna en cuarentena


Sinsentido

Sentada muy tranquila en mi sillón mecedor, miro por la ventana de la cocina, fascinada, la perfección del universo. Mi universo. Ese que se presenta ante mis ojos. Aletean alrededor del jazmín, una docena de mariposas de colores vívidos, naranjas, rojos, negros, violetas, blancos, azulinos. En una coreografía singular demuestran sus destrezas, y ofrecen un hermoso espectáculo. De pronto voltean y solo veo muchas caras desconocidas y fantasmales. Me sobresalto.
Abro los ojos e inmediatamente descubro que fue un sueño; uno cargado de temor. Corre por mis brazos una electricidad que eriza mi piel. En los oídos siento cómo bombea el corazón al galope, y la respiración agitada confirma que el miedo perdura. 
Casi sin poder mirar hacia la puerta del dormitorio, me levanto muy despacio. La colección de libros de lomo ancho que guardo en el estante del mueble empotrado, se encuentra desordenada. Como si hubieran sido azotados por un gran viento o, tal vez, por el palo de hockey de al lado. Están desparramados por el piso de madera encerado y algunos caídos entre los cajones abiertos de la cómoda. Parada, absorta, observo sus páginas amarillentas y gastadas que denotan el paso del tiempo. Y ese aroma característico a viejo… no, a imprenta, o a tinta, inunda mis sentidos y me transporta a la casa de mi abuelo. Específicamente a su oscura biblioteca: la claridad apenas podía filtrarse como hilos de luz a través de las rendijas del ventanal del entrepiso, y la humedad impregnaba todo el ambiente.
Me acerco con cautela y los voy recogiendo con lentitud uno por uno. Siento la rugosidad del cuero envejecido en las yemas de los dedos. El tacto del polvo que pesa en sus solapas despierta nostalgia de un tiempo pasado. Un tiempo de risas, complicidad, y tristezas con mi abuelo. Un silencio absoluto en la casa, acompaña esta escena. Por la ventana apenas abierta, ingresa una mínima brisa nocturna que ondea el cortinado. Solo se pueden oír mis pensamientos.
Miro hacia atrás y veo mi enorme cama King. Con sus sábanas de seda color marfil arrugadas y los almohadones de pluma caídos sobre un costado. Y en el medio, yo. ¿Cómo es posible?, me pregunto.
Entonces, comprendo que aún sigo soñando. (Silvia)


Chucuchucu

Uuuuuuuh... uuuuuuuh…
El sonido grave y penetrante retumba en mi almohada. Hace varias madrugadas que se repite sistemáticamente. ¡Son los buques del puerto militar!, ¡es un buque en particular que por las noches draga el canal!, ¡es un cielomoto!, ¡son lanchas que cometen delitos en la playa!… Todas teorías de los vecinos. En verdad no sé de dónde viene. Si tengo que emitir una opinión, creo que son buques, y no uno, sino varios. Y me pregunto: ¿Por qué de día casi no se siente?
Ya me desvelé, sigo sintiéndolo y recuerdo mi niñez. En ese entonces, el ruido desconcertaba a las visitas, pero no a los dueños de casa. A pesar de mi corta edad (unos 3 o 4 años), yo tenía muy claro que a las 19 y a las 3 se escuchaba perfecto el glam glam glam chucuchucuchucuchucu de los trenes, que a 100 metros se detenían en la estación para luego seguir su camino. ¡Que emoción era ir al andén a recibir o despedir familiares! ¡Subir un ratito al vagón y ver dónde iban a sentarse!, acomodar las valijas y esperar que el guarda diga: los que no viajan… por favor, bájense; las campanadas, el silbato y acompañar corriendo a los vagones durante los primeros metros del trayecto.
Vuelvo a dormirme con ese sonido que me envuelve. Sueño que algún día, en nuestra ciudad y en tantas otras de este país, vuelva a escucharse el silbato del guarda y el chucuchucu.
(Fabiana)


¡Vivir!

El lunes tres de agosto, después de un pequeño receso, retomamos el taller literario.
Todo fue novedoso. Nos encontramos por medio de las nuevas tecnologías.
Videoconferencia a través del teléfono, la computadora, la tablet o lo que cada una tenía a su alcance.
Todas las integrantes, porque el todo estaba ausente con aviso: el grupo cuenta con un compañero.
Nos presentamos, ya que nos vimos las caras por primera vez después de tanto aislamiento. Algunos nombres y personas eran conocidos. Era la segunda etapa. La primera la hicimos en casa. Así lo determinaba la cuarentena. Ahora también estamos aisladas físicamente, pero al vernos parece que nos cambió la actitud.
Hasta pensé: ¡hay que aggiornarse un poco!
Nuestra coordinadora del taller, Leticia, dio la consigna: Cerrar los ojos y prestar atención a nuestros sentidos, emociones.
Cada una expresó su experiencia.
Un ahogo atravesó mi garganta.
En medio de la penumbra de mi habitación, donde pude conectarme con mi Tablet, solo me salieron tres palabras: vacío, tristeza, paz.
Ahí me di cuenta de mi desconexión con el mundo real.
Vacío. ¡Qué palabra! Encierra un sin fin de emociones: caer por un túnel sin retorno; desmoronarse al borde de una montaña cuando falla en su frenada.
No. Mi vacío era otro.
Quizás expresado en la tristeza. ¿No reír? ¿Estar seria? O simplemente sin estímulos.
Por fin la paz. Creo que es lo más deseado. A partir de ella está la posibilidad de reinventarse.
Después de ciento treinta y nueve días de quedarme en casa, lucho para que mis sentidos no se adormezcan.
Deseo poder oler el perfume de las flores, escuchar el canto de los pájaros. Caminar hacia la playa. Que la arena y el agua del mar cosquilleen mis pies y que el sol me queme.
¡Volver a sentirme viva!
(Josefina)


Testigo fiel

Abro la ventana de mi habitación en esta mañana de lluvia, y el almendro en el medio del jardín, me regala un paisaje nevado: miles de pétalos blancos diseminados por el césped, las plantas y el caminito que llega hasta el fondo. Lo contemplo, erguido, dominante sobre los otros árboles del patio. ¡Vienen tantos sentimientos y recuerdos con su imagen! Según me contó mi padre, él, aún soltero, lo plantó con mi abuelo en este terreno donde construiría su casa. O sea, aproximadamente ochenta años.
Miro su tronco gris, retorcido, rugoso. Sus ramas desnudas de hojas, pero abundantes de florcitas blancas, simples, anticipan otros tantos frutos deliciosos, crujientes, apetecidos también por las bandadas de loros bulliciosos que en el verano se posan sobre el follaje para picotearlos y robármelos… ¡atrevidos!
Seguro tantas tardes habrá visto a mi padre, a la salida del trabajo, preparar los infinitos bloques de cemento con los que luego levantó las medianeras. Posteriormente, presenció cómo el camino de tierra se cubrió de baldosas rojas y amarillas que aún hoy perduran.
Si traigo a la memoria escenas lejanas en el tiempo, él siempre está allí: los juegos en el patio con mi hermana o mis amigos de la infancia; los días de sol con mis padres entre las plantas. Años más tarde, mis hijos embocando al aro de básquet bajo su sombra, trepándose a sus ramas; escondite de gatos perseguidos por mi perro Pity; abrigo de pájaros, abejas zumbonas en primavera; pequeños diamantes las gotitas de rocío congeladas en invierno.
Lo veo cada vez más inclinado. El año pasado tuvimos que cortarle algunas ramas para equilibrar el peso que lo lleva hacia un costado. Espero no tener que sacarlo. Por las dudas, él, cómplice y prevenido, nos ha regalado un retoño que crece derechito a su costado.
(Liliana)


Observaciones Caseras

Agosto despide al invierno y espera a setiembre para darle la bienvenida a la primavera. Las plantas presentan incipientes brotes como preanunciando la floración. El nogal sigue dando energía y sombra bienhechora a la mujer que, en silencio, contempla a las aves. Algunas se bañan, otras sacian su sed en la improvisada bañera a la que se le renueva el agua cada mañana. Un viejo árbol brinda su tronco seco para que su vecina trepe, la enredadera siempre verde no deja de avanzar. Los días transcurren apacibles mientras en el afuera reina la incertidumbre. Cada día es un regalo, en la noche llega el recuento de las vidas que se apagaron. Tal vez por desidia, desinterés o descuido.
La Pachamama gana espacio mientras mantiene a raya a su principal enemigo: el Ser Humano. Ella aprovecha este tiempo para renacer, respira aire limpio y bebe aguas claras. Sus hijos dilectos, los que llamamos animales, viven con tranquilidad; transitan sin temores. La Pacha no tiene apuro. Ya llegará el momento en que las hordas depredadoras inventarán nuevos métodos para lastimarla.
Nuestro hogar está descansando, necesita este recreo. No tiene otra manera de detener, aunque sea por un tiempo, tanta agresión en nombre de lo que muchos llaman progreso, y otros, un desgarro silencioso y lento de la Madre Tierra. Es imprescindible asimilar esta lección. Debemos aprender a vivir en armonía con los seres vivos que nos acompañan en la travesía por la casa que es de todos. 
O, la próxima vez, será mucho más trágico: perderemos ante el embate de la Naturaleza. (Alcira)


Invasión

La cuarentena invadió la casa: anegó los pocos espacios libres, se sentó en los sillones, se apoyó en la mesa y, corriendo el cubrecamas, se acostó en la cama.
El aroma a jazmín que me despertaba cada mañana ahora es olor a esas flores amarillas silvestres, me tapa la nariz, me hace fruncir las cejas.
Las puertas de los muebles, antes silenciosas, se convirtieron en crujientes piqueteras.
Los almohadones suaves raspan cuando los abrazo.
Tengo sed, mi vaso me espera para mimarme. Tomo un sorbo de agua fresca y un amargor azota mi garganta. Comienzo a sentir los efectos de la incoherencia, del no entender cómo cuarenta días se convirtieron en cien; del sentir que aunque me levanto a las diez para que el día sea más corto, las catorce horas que me faltan para volver a acostarme se convierten en un tiempo infinito.
Mis manos inútiles ya no se acarician cuando intento suavizarlas con la crema restauradora. Mis ojos tratan de adivinar a través del cristal de los lentes, qué fue lo que cambio para que mi casa esté tan distinta.
No encuentro la respuesta, y no pienso irme como los habitantes de la Casa tomada.
(Adela)


Despertar de sensaciones 

He visto pasar la vida desde este rincón de mi casa,
cosas bellas y sentidas latiendo en mi corazón.
Seres que vinieron, sumando a la familia.
Otros que se fueron, dolorosas despedidas.

Año tras año mirando, a los retoños crecer,
cumplir sueños y añorando los que no pudieron ser.
Muchos calendarios el tiempo fue devorando
y ahora, en el escenario, la soledad va ganando.

Soñamos por nuestros hijos, soñamos por nuestros nietos.
En este tramo final, Vida te pido PAZ.
Que las ramas de mi árbol sigan firmes y creciendo,
que las fuerzas se renueven con ese amor floreciendo.

Y cuando cierro los ojos, cuando enciendo mis oídos,
los aromas, los perfumes, los colores y los ruidos,
vuelven a llenar mi mente despertando mis sentidos
mi alma se regocija con la vida que he vivido.

El pasado que se funde en sabores y recuerdos,
amalgamados sin orden, se entrelazan en el alma,
vuelven para recordarnos que estamos muy despiertos,
que nuestro corazón sigue latiendo por ellos.

Nada parte del todo, nada parte para siempre.
Transformados, nos transforman, en los sueños
todas las cosas vividas vuelven a nuestro presente,
se esconden para surgir de pronto, en nuestra mente.

Porque de eso se trata la vida, los recuerdos con amor,
los felices y los otros, forjaron nuestro destino,
nos dan sabiduría, tristeza, alegría y vigor.
felicidad y compañía en este largo camino. 
 
(Susana)


Desilusión

La brisa helada pone en mi rostro miles de alfileres mientras diluye la tibieza del sol; el invierno ha sido inclemente, pero no proviene de él el frío que anega mi alma.
Ayer yo era feliz, con esa felicidad plena del amor correspondido y el futuro luminoso en compañía. Hoy, contemplo anonadada los restos de las ilusiones hechas trizas.
Escucho un ladrido, agudo, insistente: el perro del vecino que reclama a su dueño. Ese sonido familiar me rescata de las nubes negras en que me estaba hundiendo. El ladrido suena contento, seguro que ya le pusieron la correa y se dirigen a la puerta.
Aspiro profundamente, el aire fresco ensancha mis pulmones pero no diluye el peso que aplasta mi pecho. Me hago mil preguntas: ¿por qué?, ¿fallé en algo?… Pero me detengo, un atisbo de rabia penetra el frío, ¿cómo puede mentirme de ese modo?
El ruido de una moto me sobresalta; no, no es él. El sonido se aleja por la calle. Él vendrá más tarde, como todos los domingos. Desde hace meses nos vemos solo los fines de semana; yo estoy preparando los últimos exámenes, él tiene un trabajo extra, para juntar dinero que nos permita llevar adelante el casamiento.
Eso me ha dicho, al menos; ahora dudo de todo. Pequeños incidentes me revuelan en la mente, algunos desencuentros, excusas vagas por no atender el celular, algunas citas suspendidas sin un motivo claro, cuando antes aprovechábamos todo el tiempo disponible para vernos.
Ayer comprobé el engaño. Bastó un pequeño cambio de rutina para destruir mi mundo perfecto. Cansada de los libros, salí a hacer un mandado. El día era soleado y tibio, decidí disfrutarlo con una caminata. Me alejé del barrio, andando al azar. En una cuadra solitaria, una pareja en la puerta de una casa. A él lo reconocí en el acto, a ella nunca la había visto. La tomaba de la cintura y la besaba en los labios mientras ella se abandonaba a sus caricias. No sé cuánto tiempo estuve paralizada, incapaz de emitir siquiera un sonido. Tal vez unos segundos, tal vez una eternidad. Solo sé que volví a mi casa como una autómata, envuelta en una nube de confusión e incredulidad.
Esa noche me llamó (como siempre), reiterando cuánto me extrañaba, cuánto me quería, que no veía la hora de unir nuestras vidas. Me tragué la rabia y los deseos de gritarle que había descubierto su mentira.
Una bandada de trinos se posa en el árbol desnudo de la calle, a través del tapial veo a los gorriones picotear su alimento invisible. Sus gorjeos ponen música a la tarde moribunda. Es curioso, ese sonido alivia mi opresión, es un mensaje de optimismo. El frío pasará, la primavera está cercana.
Otro sonido espanta a los gorriones, una moto se detiene en mi puerta. Con el anillo de compromiso en mi mano, salgo a recibirlo. (Alicia)


-Imagen obtenida de internet-



1 comentario:

  1. A mí musa le gustó la Primera entrada de la Segunda etapa. Me dijo que sigamos con esperanza porque ya falta menos para encontrarnos como en la vieja normalidad

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