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Lenguaje universal
Lo descubrió una tarde de
domingo al caminar por el parque. Una suave y melancólica melodía guio sus
pasos hasta donde se encontraba él, junto a un banco de madera de varillas
blancas. Un grupo de personas lo escuchaban, respetuosas, mientras arrancaba
dulces notas de su violín. Al terminar, colocaban dinero dentro del estuche del
instrumento, enfrente del artista. Era un fresco atardecer de verano.
A partir de ese día, cada
domingo se dirigió a ese mágico lugar. Las ejecuciones eran variadas: a veces
tristes, otras alegres, la mayoría soñadoras. Y ella, allí; le gustaba
escucharlo. Le parecía como una caricia, una conversación sin palabras entre
ambos, sólo con el lenguaje de la música y el corazón.
Pasaron las semanas y llegó el
otoño. Como siempre, se encaminó hacia "su" rincón preferido, en un
recodo del camino, rodeado por frondosos árboles que perdían poco a poco sus
hojas. No encontró al violinista, ni a la gente. Tampoco había música. Eso la
desorientó y la confundió. ¿Qué había pasado? El violín apoyado sobre el banco,
mudo. Sólo el tibio sol entre las ramas casi desnudas y el canto de algún
pájaro.
De pronto, tras un árbol,
apareció él: una flor en la mano, una sonrisa en los labios y el amor en los
ojos. Le indicó sentarse en su banco, que a partir de ese momento sería de los
dos. Y del violín, empezaron a surgir sones de amor. Sólo para ella. (Liliana)
La esencia del abuelo
Salvador es un apasionado de las Bellas Artes. Algunos
amigos lo llaman Dalí, otros Quinque por su lugar de nacimiento.
Su padre, el último de una larga estirpe de pescadores,
jamás volvió después de una tormenta recordada por su crueldad.
La madre lo crio y educó con su trabajo de diseñadora de
vestidos para novias. En lo suyo, una artista.
Él llevó el arte de su mamá a un nivel más elevado. Se
dedica a pintar cuadros personalizados. Los clientes le comentan sus deseos,
recuerdos, sueños y los plasma en la tela.
El hijo de su novia le pidió una pintura muy especial
para homenajear a su abuelo. Le contó que suelen ir al Parque de la Música.
Sentados en un banco de madera, el nono hace sonar las cuerdas de su violín con
melodías que acompañan los relatos de su pueblo natal.
Entre pinceladas y anécdotas, surgió un atardecer apacible
con el encanto que solo la naturaleza puede prodigar. Una imagen serena, de
luminosos claroscuros. El jovencito quedó satisfecho. Es un reflejo de la
esencia del abuelo. Los árboles, el banco, el violín… casi puede escuchar su
voz suave, armoniosa, siguiendo la cadencia de la música.
Corre con el cuadro bajo el brazo. Quiere llegar a tiempo
para ayudar al nono a soplar las velitas, que no son pocas. (Alcira)
A la hora justa
Hace rato que espera. No sabe
si volver a llamar, si regresar a casa, si seguir aguardando…
Se citaron a las 18, una hora
antes de que caiga el sol. Acordaron que 18:30 sería el horario ideal, con la
luz indicada para hacer las fotografías.
Esta mañana, estuvieron los
empleados municipales limpiando las hojas caídas. Ella llegó a las 17, a
repasar el barrido, a elegir el mejor lugar para el violín y a esperarlo.
Todo está impecable, de
acuerdo como lo habían planeado. Es la primera vez que él se demora a una cita,
hace más de 10 años que ella es su fotógrafa. Varias tomas, una delicada
selección de las imágenes y elegir dónde va impreso el nombre de él, se
conocían bien y disfrutaban trabajar juntos, las ideas fluían rápido y siempre
resultaban exitosas.
18:30 en punto. Las campanadas
breves de la iglesia se confunden con el ruido de los autos y las sirenas que
se escuchan a lo lejos. Los nervios no le permiten reparar en eso. Decide
llamarlo. Si no llega pronto, deberán suspender la tarea, ¡con todo el esfuerzo
que hicieron para organizarla! No responde, nunca nadie más volvería a
responder a ese número.
18:40 lentamente comienza a
guardar el violín en su estuche. No volverá a salir de allí en mucho tiempo,
pero ella aun no lo sabe.
Justo un año después, logra
tomar la fotografía para la tapa de la producción. El escenario es casi el
mismo: árboles de otoño en un atardecer soleado. Esta vez no habrá que elegir
en qué lugar imprimir el nombre. Se lee en la lápida que reemplaza al banco.
(Fabiana)
Plaza
La brisa
encanta con su música y el asiento vacío llora la espera de quien no vendrá. El
mortecino rayo de sol penetra el ámbar del follaje intentado iluminar el lugar.
Solía
sentarse allí todas las tardes de los miércoles y desgranaba notas en fa, en
re, en sol y algunos bemoles. A veces, fluían corcheas y silencios angustiantes
en medio de una fusa y semifusa.
Ya no
vendrá; quién sabe cuándo lo hará. En la radio, primero, y después en la
televisión escuchó el anuncio: ¡Quedate en casa!
Ahora el
viento ulula melodías tristes, vacías. (Gerónimo)
Alucinando
Tantos días de encierro me
hacen alucinar. Estoy merendando y desde
la ventana de mi cocina miro hacia la plaza de enfrente, como siempre.
¡No! ¿Qué hace un violín
apoyado en el banco? Estoy tomando café no whisky. Y los que vienen a la plaza,
de violines, nada. Cumbia, bachata, algo de folklore puede ser, pero sin violines.
En ese banco, el día de la
siembra dejé un libro pero no era de música. En el secundario la profe nos
hacía solfear: doooo, reeee, sin embargo mucho no aprendí. Me gusta cantar sin
pentagramas delante. Total, no me importa ser famosa.
¿Qué hace ahí un violín? Los
pájaros no lo necesitan, ellos tienen sus propios instrumentos. Los perros que
usan la plaza como baño, no cantan. ¡Y en cuarentena!
Están pasando cosas raras. Un
bicho chiquito que puede con un mundo grande. La gente que había empezado a
entender que caminar es saludable, ahora no debe caminar. El amor al prójimo
que tanto nos inculcaron, debe ser a distancia. Los que tenemos algunos años
aprendimos con Roberto Galán que “hay que besarse más” y ahora no nos dejan.
Hasta el mate debemos tomar solos, nada de compartir la bombilla.
Una de las veces que fui a la
podóloga, me regalo un frasquito de alcohol en gel. Me dijo: “lleválo en el
auto, nunca sabés cuándo podés necesitarlo”. Una visionaria la podóloga.
El baño de casa nunca estuvo
tan limpio ni mis manos tan contentas por tanto lavado, el problema es que ya
estoy como Juan y Juan y ahora canto: “Qué lindo el olor a lavandina /a
lavandina, a lavandina/ qué lindo el olor a lavandina/ a lavandina, que siento
yo.
Olor a lavandina me despierta/
también me duerme, también me duerme/ qué lindo el olor a lavandina/ a veces
mezclo con a jabón.” Ellos le cantaban en Mar del Plata; yo, en Punta
Alta.
¡¿Qué hace un violín en la
plaza?! (Adela)
Paseo
Me he cansado de caminar bajo esta persistente llovizna y
busco refugio. Entro en una biblioteca. Hay una exposición de fotografías, el
escaso público circula observándolas. Me sumo a ellos mientras espero que el
clima mejore.
Recorro el lugar, realmente hay muy buenos trabajos. Uno
en especial atrae mi atención. Es la foto de un parque en medio del bosque.
Es frondoso, el sol del atardecer tiñe los árboles de una
múltiple gama de marrones, desde el dorado hasta el ocre; los árboles, rectos
como vigilantes centinelas, rodean un banco de plaza. La luz solar se filtra
entre las ramas concentrándose en el violín apoyado en el asiento, igual que la
iluminación en un escenario.
Me concentro en la naturaleza, imagino la brisa
enfriándose a medida de que el sol se retira. El aroma a otoño, las aves
silenciándose de a poco, a medida de que la oscuridad gana terreno.
Miro el banco con el violín apoyado, la presencia humana.
El músico se acaba de retirar; quizá estuvo tocando su instrumento en medio de
la soledad. ¿Por qué lo dejó ahí? ¿Lo tentó el bosque con su paz?
Trato de imaginar qué melodías habrá invocado en esas
cuerdas ahora mudas: algo romántico, tal vez, recordando un amor pasado; o
quizás pretendió recrear los sonidos del bosque en un intento por acercarse a
lo divino.
Como fotógrafa aficionada no puedo evitar sentir un poco
de envidia ante esta imagen perfecta, que invita al espectador a sumergirse en
ella. Suspiro… ¡Ay! Cómo deseo caminar por esos senderos… Pero están avisando
que es la hora de cierre y me dirijo hacia un paisaje muy diferente.
El gris plomizo de la lluvia fue sustituido por la oscuridad nocturna; el cemento húmedo está iluminado por los carteles publicitarios y yo camino por veredas mojadas cuyas baldosas tienden barrosas trampas a mis zapatos. (Alicia)
El gris plomizo de la lluvia fue sustituido por la oscuridad nocturna; el cemento húmedo está iluminado por los carteles publicitarios y yo camino por veredas mojadas cuyas baldosas tienden barrosas trampas a mis zapatos.
¡¡¡Un placer leer los textos y participar!!!
ResponderEliminarBravo por el nuevo participante!. Gracias Leticia por las consignas, por el blog, por hacernos pensar.
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