Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

sábado, 11 de abril de 2020

Tercera consigna en cuarentena

#yomequedoencasa
Lenguaje universal

Lo descubrió una tarde de domingo al caminar por el parque. Una suave y melancólica melodía guio sus pasos hasta donde se encontraba él, junto a un banco de madera de varillas blancas. Un grupo de personas lo escuchaban, respetuosas, mientras arrancaba dulces notas de su violín. Al terminar, colocaban dinero dentro del estuche del instrumento, enfrente del artista. Era un fresco atardecer de verano.
A partir de ese día, cada domingo se dirigió a ese mágico lugar. Las ejecuciones eran variadas: a veces tristes, otras alegres, la mayoría soñadoras. Y ella, allí; le gustaba escucharlo. Le parecía como una caricia, una conversación sin palabras entre ambos, sólo con el lenguaje de la música y el corazón.
Pasaron las semanas y llegó el otoño. Como siempre, se encaminó hacia "su" rincón preferido, en un recodo del camino, rodeado por frondosos árboles que perdían poco a poco sus hojas. No encontró al violinista, ni a la gente. Tampoco había música. Eso la desorientó y la confundió. ¿Qué había pasado? El violín apoyado sobre el banco, mudo. Sólo el tibio sol entre las ramas casi desnudas y el canto de algún pájaro.
De pronto, tras un árbol, apareció él: una flor en la mano, una sonrisa en los labios y el amor en los ojos. Le indicó sentarse en su banco, que a partir de ese momento sería de los dos. Y del violín, empezaron a surgir sones de amor. Sólo para ella. (Liliana)

La esencia del abuelo

Salvador es un apasionado de las Bellas Artes. Algunos amigos lo llaman Dalí, otros Quinque por su lugar de nacimiento.
Su padre, el último de una larga estirpe de pescadores, jamás volvió después de una tormenta recordada por su crueldad.
La madre lo crio y educó con su trabajo de diseñadora de vestidos para novias. En lo suyo, una artista.
Él llevó el arte de su mamá a un nivel más elevado. Se dedica a pintar cuadros personalizados. Los clientes le comentan sus deseos, recuerdos, sueños y los plasma en la tela.
El hijo de su novia le pidió una pintura muy especial para homenajear a su abuelo. Le contó que suelen ir al Parque de la Música. Sentados en un banco de madera, el nono hace sonar las cuerdas de su violín con melodías que acompañan los relatos de su pueblo natal.
Entre pinceladas y anécdotas, surgió un atardecer apacible con el encanto que solo la naturaleza puede prodigar. Una imagen serena, de luminosos claroscuros. El jovencito quedó satisfecho. Es un reflejo de la esencia del abuelo. Los árboles, el banco, el violín… casi puede escuchar su voz suave, armoniosa, siguiendo la cadencia de la música.
Corre con el cuadro bajo el brazo. Quiere llegar a tiempo para ayudar al nono a soplar las velitas, que no son pocas. (Alcira)


A la hora justa

Hace rato que espera. No sabe si volver a llamar, si regresar a casa, si seguir aguardando…
Se citaron a las 18, una hora antes de que caiga el sol. Acordaron que 18:30 sería el horario ideal, con la luz indicada para hacer las fotografías.
Esta mañana, estuvieron los empleados municipales limpiando las hojas caídas. Ella llegó a las 17, a repasar el barrido, a elegir el mejor lugar para el violín y a esperarlo.
Todo está impecable, de acuerdo como lo habían planeado. Es la primera vez que él se demora a una cita, hace más de 10 años que ella es su fotógrafa. Varias tomas, una delicada selección de las imágenes y elegir dónde va impreso el nombre de él, se conocían bien y disfrutaban trabajar juntos, las ideas fluían rápido y siempre resultaban exitosas.
18:30 en punto. Las campanadas breves de la iglesia se confunden con el ruido de los autos y las sirenas que se escuchan a lo lejos. Los nervios no le permiten reparar en eso. Decide llamarlo. Si no llega pronto, deberán suspender la tarea, ¡con todo el esfuerzo que hicieron para organizarla! No responde, nunca nadie más volvería a responder a ese número.
18:40 lentamente comienza a guardar el violín en su estuche. No volverá a salir de allí en mucho tiempo, pero ella aun no lo sabe.
Justo un año después, logra tomar la fotografía para la tapa de la producción. El escenario es casi el mismo: árboles de otoño en un atardecer soleado. Esta vez no habrá que elegir en qué lugar imprimir el nombre. Se lee en la lápida que reemplaza al banco. (Fabiana)


Plaza

La brisa encanta con su música y el asiento vacío llora la espera de quien no vendrá. El mortecino rayo de sol penetra el ámbar del follaje intentado iluminar el lugar.
Solía sentarse allí todas las tardes de los miércoles y desgranaba notas en fa, en re, en sol y algunos bemoles. A veces, fluían corcheas y silencios angustiantes en medio de una fusa y semifusa.
Ya no vendrá; quién sabe cuándo lo hará. En la radio, primero, y después en la televisión escuchó el anuncio: ¡Quedate en casa!
Ahora el viento ulula melodías tristes, vacías. (Gerónimo) 


Alucinando

Tantos días de encierro me hacen alucinar.  Estoy merendando y desde la ventana de mi cocina miro hacia la plaza de enfrente, como siempre.
¡No! ¿Qué hace un violín apoyado en el banco? Estoy tomando café no whisky. Y los que vienen a la plaza, de violines, nada. Cumbia, bachata, algo de folklore puede ser, pero  sin violines.
En ese banco, el día de la siembra dejé un libro pero no era de música. En el secundario la profe nos hacía solfear: doooo, reeee, sin embargo mucho no aprendí. Me gusta cantar sin pentagramas delante. Total, no me importa ser famosa.
¿Qué hace ahí un violín? Los pájaros no lo necesitan, ellos tienen sus propios instrumentos. Los perros que usan la plaza como baño, no cantan. ¡Y en cuarentena!
Están pasando cosas raras. Un bicho chiquito que puede con un mundo grande. La gente que había empezado a entender que caminar es saludable, ahora no debe caminar. El amor al prójimo que tanto nos inculcaron, debe ser a distancia. Los que tenemos algunos años aprendimos con Roberto Galán que “hay que besarse más” y ahora no nos dejan. Hasta el mate debemos tomar solos, nada de compartir la bombilla.
Una de las veces que fui a la podóloga, me regalo un frasquito de alcohol en gel. Me dijo: “lleválo en el auto, nunca sabés cuándo podés necesitarlo”. Una visionaria la podóloga.
El baño de casa nunca estuvo tan limpio ni mis manos tan contentas por tanto lavado, el problema es que ya estoy como Juan y Juan y ahora canto: “Qué lindo el olor a lavandina /a lavandina, a lavandina/ qué lindo el olor a lavandina/ a lavandina, que siento yo.
Olor a lavandina me despierta/ también me duerme, también me duerme/ qué lindo el olor a lavandina/ a veces mezclo con a jabón.” Ellos le cantaban en Mar del Plata; yo, en Punta Alta.
¡¿Qué hace un violín en la plaza?! (Adela)


Paseo

Me he cansado de caminar bajo esta persistente llovizna y busco refugio. Entro en una biblioteca. Hay una exposición de fotografías, el escaso público circula observándolas. Me sumo a ellos mientras espero que el clima mejore.
Recorro el lugar, realmente hay muy buenos trabajos. Uno en especial atrae mi atención. Es la foto de un parque en medio del bosque.
Es frondoso, el sol del atardecer tiñe los árboles de una múltiple gama de marrones, desde el dorado hasta el ocre; los árboles, rectos como vigilantes centinelas, rodean un banco de plaza. La luz solar se filtra entre las ramas concentrándose en el violín apoyado en el asiento, igual que la iluminación en un escenario.
Me concentro en la naturaleza, imagino la brisa enfriándose a medida de que el sol se retira. El aroma a otoño, las aves silenciándose de a poco, a medida de que la oscuridad gana terreno.
Miro el banco con el violín apoyado, la presencia humana. El músico se acaba de retirar; quizá estuvo tocando su instrumento en medio de la soledad. ¿Por qué lo dejó ahí? ¿Lo tentó el bosque con su paz?
Trato de imaginar qué melodías habrá invocado en esas cuerdas ahora mudas: algo romántico, tal vez, recordando un amor pasado; o quizás pretendió recrear los sonidos del bosque en un intento por acercarse a lo divino.
Como fotógrafa aficionada no puedo evitar sentir un poco de envidia ante esta imagen perfecta, que invita al espectador a sumergirse en ella. Suspiro… ¡Ay! Cómo deseo caminar por esos senderos… Pero están avisando que es la hora de cierre y me dirijo hacia un paisaje muy diferente.
El gris plomizo de la lluvia fue sustituido por la oscuridad nocturna; el cemento húmedo está iluminado por los carteles publicitarios y yo camino por veredas mojadas cuyas baldosas tienden barrosas trampas a mis zapatos.(Alicia)




2 comentarios:

  1. ¡¡¡Un placer leer los textos y participar!!!

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  2. Bravo por el nuevo participante!. Gracias Leticia por las consignas, por el blog, por hacernos pensar.

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