Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Trigésima consigna en cuarentena

 

Con ternura y desolación trepó la pacífica enredadera 

Hace años, durante una primavera, planté una enredadera. Era sólo un tronquito de diez centímetros. El objetivo era que, con su bello follaje, cubriera una pared que aún no estaba revocada y que para el verano, el patio luciera un sector verde y fresco a un precio económico. 
Llegó enero, la pared seguía igual. Yo sin dinero y la enredadera tenía seis o siete hojas, no más. A simple vista, era un fracaso, pero pensando mejor, era la única que había evolucionado. Lentamente, muy lejos de mis expectativas, era mucho más que el pequeño tronco de meses atrás. 
Ya en otoño, cuando empezó a perder su escaso follaje, conversando con una persona que sabía del tema me explicó que las enredaderas no crecen rápido y desmedidamente. Primero enraízan. El primer año se fijan firmemente al suelo, para después crecer sin riesgo de morir frente a las tormentas. 
Y así fue. Un año después, pude disfrutar al verla trepar briosa por los ladrillos de la pared aún sin terminar. 
Desde su sombra verde, y sin quererlo, me enseñó botánica, paciencia, amor, constancia, firmeza. Nunca pensé que podía esconderse tanta ternura y sabiduría en un simple palito de pocos centímetros. (Fabiana)


Nubes de flores, campanas de agua 

“A veces la vida te sorprende. ¿Quién se hubiera imaginado que, a mis 75 años, iba a estar sentada en la cornisa de la azotea vacilando entre el abismo de mis pensamientos y aquellas nubes de flores y campanas de agua?”, piensa Flora mientras balbucea algo inentendible. Al rato canta como loca y luego grita con frenesí… y, de pronto, silencio mortal. 
El día había transcurrido con normalidad. Estaba apurada y tenía que preparar el bolso. Iba a visitar a su hermana menor; quería disfrutar de la playa con ella. Después de un año de tratamiento oncológico, el médico le había dado el alta. Ya tenía pasaje, recetas, medicación... 
Su nieta adolescente se había comprometido a cuidar la casa, regar sus plantitas, alimentar a su pez Horacio y ventilar una vez por día. Luego de un riguroso recorrido identificando qué plantas regar, qué ventanas abrir y dónde dejaba el alimento para su mascota, le entregó las llaves. Esa muchacha llevaba una vida un tanto desordenada y no le proporcionaba ninguna tranquilidad. 
La malla, un par de ojotas y el vestido playero fueron lo último que guardó. “La maleta está lista”, pensó, y se tiró en la cama agotada. Miró el reloj de la mesita de luz. Descubrió que aún era temprano y salió a preparar su tecito verde como todas las noches. Buscando en la alacena, encontró una bolsita verde de nylon con algunas galletas. Recordó que su nieta algo le había dicho sobre dejar un paquete de no sé qué, y como ella estaba en el baño no la había escuchado bien. 
Luego de tomar el té y comer dos galletas subió a la terraza a mirar el tendal. No sería la primera vez que olvidaba ropa colgada antes de viajar y luego la vecina chusma del edificio le contaba que sus calzones andaban volando por el barrio. 
La noche estaba apacible y las estrellas se veían más lindas que de costumbre. Las luces de la ciudad comenzaron a parpadear y el cartel luminoso de enfrente le sonreía. A su alrededor, bailaban tres Papá Noel que cantaban villancicos. El cielo se tiñó de verde pradera y ella sintió que flotaba entre sus flores. Como una niña comenzó a correr entre las campanas de agua. 
La médica forense confirma a la policía: “otro caso de intoxicación con opio”. (Silvia)


La angustia se cura con amor, la solidaridad nos llena de dicha 

Entró en ese café con ganas de llorar. Un torrente de lágrimas corría por todo su cuerpo. 
Pero... no brotaban al exterior. El recuerdo de su amiga que partió, no de este mundo, ¡se fue de viaje! 
¡No lo podía comprender! ¿Cómo la había dejado? ¿No era más su compinche? ¿A quién le iba a contar sus desdichas, sus alegrías? 
Entre sorbo y sorbo, reflexionaba, analizaba la situación. 
Un perro vagabundo se acercó a ella. La miró ¿con ternura? Parecía hacerse eco de su vacío. 
Él también buscaba algo. Quizás compañía. 
Lo entendió. 
Cortó un trozo del tostadito que había pedido. Se lo acercó a la boca. Con delicadeza, el animal sacó la lengua y de un bocado se lo comió. Se relamía. Parecía sonreír. 
En los labios de la mujer, una mueca dulce se dibujó. 
Algo se transformó. El ahogo había desaparecido. 
Se levantó, le hizo un gesto al perro para que la siguiera. 
Caminaron como viejos amigos. 
El amor y la solidaridad son recíprocos. Tomados de la mano curan todos los males. (Josefina)


Frente al fuego las personas celebran su ocio compartiendo chocolate 

Nerea Gálvez llegó al hotel del sur del país para disfrutar las tan merecidas vacaciones. Varios años de trabajo, algunas privaciones y mucho ahorro le habían permitido reservar una habitación en un lugar cinco estrellas. 
La recepción fue más impactante que lo esperado. El lujo, inimaginable. Caminó con sus botas recién estrenadas, con un taco que estilizaba su figura; un abrigo acorde con las temperaturas y unas maletas haciendo juego con su cartera. Ahorrar había dado sus frutos y los gustos, decía, hay que dárselos mientras se puede. 
Los ventanales de su habitación, enormes como el paisaje que se veía a través de ellos. Una cama grande, un baño con sauna y un escritorio artesanal en el que depositó su celular. 
Sonrió ante el espejo que le devolvía su imagen feliz. Se sentó en la cama y saltó como hacía cuando era chica y sus padres la llevaban de vacaciones. 
Un golpe en la puerta le indicó que la merienda estaba lista. Un joven con un uniforme de película le dejó una mesa redonda con un mantel bordado sobre el que se pavoneaban las masas que iban a acompañar su café con leche. Le dio una propina y el empleado solo sonrió. 
Mientras se duchaba, el baño de inmersión quedaría para la noche, hizo mentalmente la agenda para esos días soñados. 
Primero una cena, luego la excursión nocturna pautada con la empresa vendedora del viaje. Al día siguiente, visita a alguna chocolatería. Pensó que venir al sur y no comer chocolate era como ir a Punta Alta y no visitar la Base Naval Puerto Belgrano. 
Durmió sin pastillas, hacía rato que no lo hacía y cuando la alarma del celular la despertó se sintió una reina. Chocolatería, almuerzo en una parrilla especializada en cordero patagónico. Otras excursiones y a la noche, la invitación de uno de sus nuevos conocidos. 
Un vehículo de alquiler los acercó a un paraje rodeado de montañas, luces tenues iluminaban el predio. Algunos autos y en el centro risas y cantos. El chocolate como invitado principal; el fuego templando almas y cuerpos; el ocio, sonriente ante los que lo habían encontrado. (Adela)


Ahora la jugada fatiga mis huesos en medio del silencio 

Joaquín era el habitante más antiguo del vecindario. Al pasar por su casa, siempre lo veía trabajando en su jardín. El aroma de las fresias amarillentas impregnaba dulcemente el aire, los rojos rosales trepaban por el paredón entremezclándose con las verdes hiedras. En el centro, un jazmín con su blanca pureza engalanaba como si fuera el rey de ese espacio y esparcía su perfume. 
A veces, con sus guantes puestos, tijera en mano, las retocaba para emparejar las ramas. 
En un rincón, oculto a la vista de los transeúntes, una llanta empotrada pintada de azul servía para enroscar la manguera. Todos los días regaba y las plantas quedaban relucientes. 
En primavera y verano era placentero pasar y conversar un rato con Joaquín. Por su edad, se había ganado el vocablo “don” que precedía su nombre. 
Al volver de un largo viaje que hice por razones laborales, salí a hacer compras y al pasar por su casa, noté ese espacio algo abandonado. Me detuve y cuando iba a llamar, su tenue voz me saludó. Allí estaba, en un rincón, a la sombra, en su vieja reposera. 
En un breve diálogo me dijo que ya le costaba seguir con su labor. Había contratado a un joven jardinero y él se dedicaría a disfrutar del espectáculo. 
Antes de despedirme, me llamó y sus palabras quedaron flotando: —Ahora la jugada fatiga mis huesos. En medio del silencio gozo de mi obra. (Susana)


La brisa en el mar recibió el Alma del enano 

Nacho es distinto de sus hermanos. Resalta entre su familia, ellos son altos, elegantes, rubios. Él, todo lo contrario. Nació “peke”, como le dice su mamá Elena con extrema dulzura. Siempre le preguntó el porqué de su condición. Mirándolo con amor le contestaba: “algo pasó”. Sólo esas palabras seguidas de un hondo silencio. 
Su vida fue complicada, desigual. Siente que todo está preparado para personas como sus hermanos. Él es distinto; dentro de su casa más que caminar, trepa. En la calle se ayuda con un bastón para alcanzar timbres, botones de ascensores o porteros eléctricos. Fue muy difícil estudiar. La crueldad infantil y adolescente de sus compañeros se ensañó con su aspecto. 
Su lugar de pertenencia es la playa de la ciudad, extensa, limpia, tranquila. Allí va cuando necesita meditar, como ahora. 
Su madre está muy enferma. Anoche lo llamó para hablarle a solas. Con mucha serenidad y alegría le contó que el gran amor de su vida fue su padre, que se llamaba como él. Nacho escuchó con asombro la historia. Le dijo que lo conoció cuando llegó con una feria ambulante que instalaron durante el verano. Fueron meses de pasión clandestina, se juraron amor eterno, aun sabiendo que ella se quedaría con su familia y él seguiría viajando. Antes de despedirse recibieron la mejor noticia: estaba embarazada. 
Cuando el niño nació, a su esposo Héctor le comentó sobre su edad, que después de tantos embarazos puede suceder algo así. Héctor, un hombre sencillo, sin grandes conocimientos creyó las explicaciones que, con astucia, elaboró Elena. Así fue como pasó a ser parte de la numerosa prole. 
Luego del conmovedor relato comprendió porqué siempre fue su preferido, el más mimado. 
Su padre no volvió, ella no lo esperó, así lo habían acordado. Guardó en su corazón y mente ese recuerdo amoroso, viéndolo reflejado en su hijo. 
Nacho está frente al mar. Se siente tranquilo. Las dudas que lo acosaban fueron disipadas. Sabe quién es y por qué es así. Es feliz por su mamá que supo vivir su pasión como quiso. 
Está en paz con la brisa que llega y recibe su Alma, como si fuera el abrazo apretadito de su mamá. (Alcira)


La niñez, un camino de alegría y juego

Estoy en la plaza de mi barrio. Me gusta ir cada tanto, sentarme en un banco a la sombra y leer un buen libro. Pero hoy no puedo concentrarme. Unas cuantas madres han tenido la misma idea que yo para disfrutar esta hermosa tarde de primavera. La algarabía de los niños gozando de los juegos placeros no permite que me concentre en mi lectura. 
Resignada guardo mi libro y me dedico a observar a mi alrededor. La plaza es un hermoso muestrario de alegría e inocencia en pleno juego. Hay niños por todas partes bajo la mirada atenta de sus madres. Pero al prestar más atención a lo que pasa a mi alrededor noto que el paisaje no es tan bucólico como parece. 
Lejos de semejar un coro de ángeles, en medio del vocerío se distinguen palabras como "boludo", "choto" y otras que no me atrevo a mencionar, sin que a nadie se le mueva un pelo. 
Un pequeño de no más de nueve años se acerca sigiloso a una niña, de improviso da un fuerte tirón a una de sus trenzas; ella grita y va llorando hacia su madre quien lanza una furibunda mirada al agresor. La adulta ¿responsable? del susodicho acude conciliadora con el manido argumento "son cosas de chicos" y "lo hacen por jugar". 
Un par de chiquitines discuten por una hamaca tironeando de sus cadenas. El asiento de madera oscila peligrosamente entre uno y otro; un golpe es inminente. Nadie, excepto yo, los observa. De repente, un berrido me sobresalta; parece que están carneando un chancho, como decía mi tía Flora. Una niñita rubia como un angelito acompaña su grito interminable con patadas en el suelo, mientras señala un carrito de venta de golosinas a la voz de "quiero, quiero". Y, por supuesto, se sale con la suya. 
Un bebé de unos dos años persigue con paso vacilantes una pelota, se acerca riesgosamente a la calle. La que creo que es su madre está concentrada en su celular; por suerte, un hermanito mayor toma al aprendiz de futbolista de la mano y lo lleva junto con su pelota a un lugar más seguro. 
Decido poner fin a mi hora feliz, ya me duele la cabeza. A mis espaldas dejo la plaza con sus pequeños ocupantes sanos, alegres y juguetones bajo la "alerta" mirada de sus vigilantes padres. (Alicia M)





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, nos gustaría que nos dejasen su opinión. Así seguimos aprendiendo y compartiendo con ustedes. Gracias.