Sobre el Taller Literario "Punto Seguido"

Este Taller Literario es coordinado por la escritora Leticia Marconi y tiene lugar en Punta Alta, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

domingo, 11 de julio de 2021

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Viaje corto

Madre Antonia amanece ansiosa. Su corazón late con amor de saber que está por cumplir su sueño: caminar por el playón del Vaticano a escasos metros de su Santidad. Desayuna con prisa. Se viste con la misma túnica blanca hasta la media pierna, zapatitos negros como los que usan los alumnos del colegio y la infaltable cofia, sujeta con dos invisibles muy visibles de color amarillo.
A los pocos minutos controla el pasaje, el documento, y el pasaporte. “Todo en orden”, piensa. Toma su bolsa y sale para el aeropuerto.
Al llegar vuelve a controlar: pasaje, documento y pasaporte. —¡Correcto! —grita de la emoción.
Se dirige por el pasillo hasta los mostradores y consulta por el vuelo 555 con destino a Roma. El hombre la mira con desconcierto sin comprender y continua su camino. Más adelante vuelve a preguntar a una señora con su bebe en un carrito:
—¿Cuánto falta para que salga el vuelo 555 con destino a Roma? —y de nuevo no recibe respuesta alguna. La señora hace un gesto de incomodidad y se apresura a distanciarse.
Ya cansada de esperar, Madre Antonia se sienta en uno de los bancos de madera. Se recuesta y su mirada se pierde en la copa de los árboles con el canto de las aves. El aroma a jazmines de los canteros le recuerda su infancia en la costa mediterránea.
—Dios te salve María, llena eres de gracia… —reza mientras escucha las turbinas de los aviones y piensa con anhelo en su inminente encuentro con el Papa.
La mañana transcurre rápido y ella tiene hambre. Con ilusión se acerca a la cafetería del centro comercial y pide un capuchino con canela y doble crema. En su codo, lleva colgada la bolsa de ratán que le dio Madre Superiora.
Sirenas fuertes la sorprenden. Mira hacia todos lados. A lo lejos, alcanza a distinguir al Papa que se acerca corriendo. Su sonrisa se dibuja y las mejillas con hoyuelos se pronuncian.
—¡Madre Antonia!, ¿qué hizo… por qué se escapó?, ¿qué hace en el parque Sarmiento? —le reclama Fabio, el enfermero del psiquiátrico.
(Silvia)


Un paseo por el humedal

Las linternas dibujan una línea en la noche cerrada. La temperatura es la ideal para disfrutar del paseo en Arroyo Pareja. Martita y Jimena se suman entusiasmadas a la propuesta de hacer un recorrido nocturno en absoluto silencio, agudizando los sentidos.
Mientras avanzan en fila con las linternas, observan cómo se agigantan las sombras de las espartillas que bordean el camino. Martita juega un poco con eso, y lo hace a propósito porque sabe lo que provoca en su hermana. Al mover el artefacto, la imaginación de Jimena comienza a volar.
—¿Alguien podrá esconderse detrás de las espartillas, detrás del palo azul o del matorro negro? —se pregunta Jimena. “Si así lo hiciera, nunca nos daríamos cuenta”, piensa. Los arbustos pinchudos y agrestes amplifican su ingenio. Su mente se sumerge en una historia de terror. Mira para el costado e imagina que, a lo lejos, en los salitrales, hay decenas de cuerpos enterrados y que sus almas ascienden en la oscuridad de la noche para observar con recelo a esos “vivos”, usurpadores de un territorio que les pertenece.
Una pequeña brisa acaricia los olivillos platinados y el sonido de las varas, apenas perceptible, atrae la atención de Jimena. Un escalofrío recorre todo su cuerpo al escuchar el ululato amenazante de una lechuza. Al girar la cabeza, la encuentra sobre un poste del tendido eléctrico, mirándola fijamente desde lo alto.
Las dos hermanas cruzan el puente siguiendo al resto. Los siete se desvían por el humedal con la intención de bordear la orilla izquierda de Arroyo Pareja. El terreno fangoso de la Isla Cantarelli los desestabiliza un poco. En ese momento, Martita y Jimena divisan un pequeño bulto entre sus pies. Lanzan un grito y las linternas vuelan por el aire. La mancha oscura desaparece súbitamente entre el pasto hilo y la paja vizcachera. —¡Son topos! —aclara el guía, un poco tarde.
Los últimos de la fila se resbalan e intentan aferrarse a los que caminan adelante. La línea se rompe y sobreviene el desastre cuando una señora y un señor, equipados con mochilas de exploradores, pierden el equilibrio. Al hundirse en el humedal arrastran a los demás y, en efecto dominó, hacen caer de culo en el barro perfumado con afluentes cloacales a todo el grupo. (Analía)


Anhelo

Viene de Salta, la linda, como otras mujeres provincianas casadas con los que trabajan acá.
Viven en un departamento cerca de un parque y le encanta caminar después del almuerzo.
El parque es hermoso, tiene senderos que la hacen extrañar menos a su familia y a su lugar de origen. Acá no hay cerros, pero las caras de muchos habitantes tienen el color de la suya.
Hoy decide cambiar el recorrido de vuelta a su casa y descubre, en una esquina, un monumento que la conmueve: una madre con su hijo en brazos. Recuerda una foto en un portarretrato que tiene su madre, sobre la cómoda. "¿Las madres siempre tienen a sus hijos en brazos?", piensa.
Sueña con embellecer el lugar. Ve a otras madres como la de la estatua haciendo artesanías mientras los niños juegan. Imagina un día de verano con mucha gente en el predio y puestos de comida representando a distintas culturas. Viaja mentalmente por la Argentina -que aún no conoce-, porque es mujer y las mujeres somos expertas en construir anhelos. Cuando el celular le indica que tiene un mensaje, la madre de la estatua es ella y el niño… el que tiene en su vientre. (Adela)


El monumento del reencuentro

Ana y Leo se conocen desde el secundario. Fueron algo así como inocentes noviecitos. Concluida esa etapa escolar cada uno siguió su camino. Iniciaron su vida personal y laboral en lugares muy distantes entre ellos. Sin saberlo desarrollaron similares existencias. Trabajo, casamiento, hijos. A lo largo de los años volvieron al terruño natal, pero nunca coincidieron.
Con la llegada de las redes sociales ambos tuvieron el mismo impulso: buscarse, algo había quedado inconcluso.
Fue así como entablaron una relación a distancia. Una cámara los unía y separaba a la vez.
El deseo de reencontrarse personalmente fue mutuo. Sólo necesitaban la excusa perfecta que los situara en la ciudad.
El casamiento de la prima de ella; un irrefrenable deseo de ver a sus padres por parte de él – surgido de repente y con suma urgencia-, y el plan se puso en marcha.
Acordaron verse en el monumento a las provincias; la casa de la abuela de Ana está cerca y desocupada.
Después del primer saludo, un tanto formal -dada la situación- para no llamar la atención de los ocasionales transeúntes, se abocaron a observar el lugar que no visitaban desde su época estudiantil.
Lo encuentran sin grandes cambios. Es un paseo soso, frío, casi abandonado, nada invita a quedarse mucho tiempo. Se lo ve como el día de la inauguración. A nadie se le ocurrió darle una pátina de belleza y modernidad.
De común acuerdo, caminan las pocas cuadras que los separan de la vivienda de la nonnina.
Llega la oportunidad de continuar la relación como adultos o, quizás, sea el comienzo del final. (Alcira Elena)


Fermín y el skate

Contempla la flamante pista de skate, inaugurada hace pocos días. Desde que la anunciaron ha estado pendiente de su construcción ya que vive enfrente del predio donde la levantaron. Marcos y Justino, entusiasmadísimos, renuevan sus equipos y preparan sus patinetas. Ellos practican skateboarding desde muy pequeños y son muy habilidosos con sus trucos y piruetas. Están ansiosos por practicar, ya que se dice que el Municipio organizará un campeonato local con el fin de elegir representantes para las competencias regionales. Y es que esta actividad se está volviendo muy popular.
Cada vez que insinúa que le gustaría practicarla, Marta pone el grito en el cielo. "Que cómo se le ocurre, que es peligroso, que no entiende cómo la madre de Justino y Marcos se los permite. Que en cualquier momento pueden lastimarse seriamente". Él la escucha mientras mira de reojo sus trofeos de campeonatos de patinaje. Bueno, tan mal no lo hacía, ¿verdad?
Por eso se prepara a hurtadillas, el equipo que usaba cuando competía en carreras de patines es más que adecuado para lo que se propone. Las rodilleras y las coderas están como nuevas, se ajusta el casco y toma el skate que compró a escondidas. Empezará por la parte más sencilla de la pista, para familiarizarse con ella.
Se desliza por la suave pendiente un poco inseguro; hace mucho que no realiza algo como eso, pero pronto se siente seguro para atreverse a más. Encara la pendiente pronunciada, por un momento disfruta el aire en su rostro pero, de pronto, el piso cubre el cielo y su cabeza choca con algo duro. El casco lo protege pero no impide que la pista se mueva a su alrededor.
—¡Abuelo, abuelo! —la voz de Justino le llega de lejos— ¡Marcos, llamá a la abuela!
—Pero, Fermín. ¿Cómo se te ocurre? Con vos no se gana para sustos—.El reproche de Marta se escucha tembloroso.
Entre los tres llevan al maltrecho Fermín hasta la casa, mientras Marta regaña a su esposo y le pide a los nietos que llamen al médico. (Alicia M.)


Soledad

Vuelve al lugar donde lo vio partir por última vez.
Recorre paso a paso el mismo sendero, cada sitio, cada espacio.
El aeropuerto es para ella símbolo de nostalgias, recuerdos, bienvenidas y despedidas.
Aquel día caminaron por ese sendero despacio hasta la puerta de entrada, divagando sobre la arquitectura y el paisaje del lugar, para no pensar en los próximos minutos.
Hoy, sola, contempla aquel sueño de cambios hecho realidad: en el exterior, nuevos árboles dan sombra sobre espaciosos bancos y canteros con flores de estación que alegran el lugar.
Adentro, pisos nuevos lucen en la confitería dónde los aromas a café perfuman el ambiente.
Cambios, transformaciones en el sitio como en su alma.
No salen ni llegan aviones. Silencio. Los empleados aguardan a los pasajeros. Ella espera un milagro.
Pasaron diez años desde aquel día. Nunca volvió a tener noticias de él.
Ahora, el aeropuerto cambiado despliega aromas y silencio. Ella, con sabor a tristeza, evoca recuerdos.
De regreso a su casa, se pregunta qué fue a buscar o a enterrar para siempre.
(Alicia G.)


El club de sus amores

Natalia se encuentra en la ciudad visitando a su hermano y deciden ir a ver las instalaciones de su amado club Rosario Puerto Belgrano.
Ella observa las nuevas plantas y carteles que lo dejan increíblemente lindo.
Mientras su hermano juega, ella se sienta en el banco de una de las gradas y toma muchas fotos.
El partido le resulta muy divertido y finalmente el equipo de su hermano gana. Cuando se van del club recordando viejos momentos de su infancia, Natalia encuentra a su mejor amiga de aquellos tiempos. Se sorprende de verla, y su amiga también. La saluda y charlan por un buen rato. No se hablaban desde que se mudó a otra ciudad por trabajo. Se pone al día con ella y luego parte del club muy contenta hasta la casa de su hermano Pablo.
Mientras cenan, ambos hermanos hacen una videollamada con su madre que no se encuentra allí, y aprovechan a contarle sobre los nuevos cambios de la cancha. La mamá también se alegra, pues es su amado Rosario.
(Julieta)


Tiritando

Vacaciones de invierno, tarde soleada en Pehuen-Có. Demasiado frío para ir a la playa; el bosque encantado es la opción. Árboles, senderos para caminar, sol, sombra, y más allá el mar. Ideal para una mateada con amigos y guitarras.
Todo está perfecto, hasta que al comenzar a ponerse el sol se termina el agua caliente. El frío avanza y decidimos regresar. Matías y Gimena en su moto. Jesús y Florencia en el cuatriciclo, Baltasar, Lorena y Fernanda en la camioneta, y yo en mi auto.
Cric, cric, brum… no arranca. Cric, cric, tampoco… Cric… Seguramente es la batería, los días de baja temperatura suele fallar. A mi alrededor ya no hay nadie. Toco bocina: no funciona. ¡Es la batería! Busco con la mirada y confirmo que no hay nadie.
Son las diecisiete, caminar hasta las viviendas más cercanas lleva dos horas por lo menos, y en esta época del año no hay muchas casas habitadas. Tendré que llegar hasta la mía que está en el centro. Por la playa es más cerca, pero tengo que apurarme, la luz natural comienza a mermar.
Bajo a la playa. Decido correr para ganar tiempo. Al minuto estoy agotada y con muchas ganas de hacer pis. Me escondo entre los tamariscos y me río sola. ¿Esconderme de quién? me siento más sola que el demonio en el día del amigo. Me invade la angustia. Lloro. Camino. Lloro. Corro. Me río. En el cielo ya no hay rastros del sol. Se acerca la noche y no veo luces ni a lo lejos. Me pregunto si estoy en la dirección correcta y se me acelera el corazón. Casi imperceptible, la luz del faro de Monte Hermoso me dice que sí. Respiro aliviada, aún falta mucho. Pienso en el auto: ¡que hoy duerma en el bosque!
En mi cabeza se cruza la letra de una vieja canción: Resistiré. Canto en voz alta y me siento mejor. Miro la marea que está subiendo; salvo en raras excepciones la costa no queda sin playa. Ruego que no suceda. El frío me pone mal. Sigo cantando. A lo lejos observo una construcción. Lloro, por la emoción y por el frío. Otra vez siento ganas de hacer pis. Esta vez no me escondo. Maldigo los mates.
A las veinte llego a casa. Sin pensar y sin dudar me ducho. Me hago un café fuerte. Caliento la bolsa con semillas y me acuesto. Siento calor y tirito; creo que tengo fiebre. ¿Por qué será?
(Fabiana)

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