El primer objeto que empacó
El calor se resistía
a quedarse, casi con la misma intensidad que Sara se oponía a dejar la casa de
la playa. Iba a extrañar esos atardeceres que amaba, coloreados de rosa y
amarillo.
Faltaban
veinte días para su viaje. Era su primera experiencia laboral del otro lado del
océano. A medida que se acercaba el momento sus fantasías comenzaban a darle
temor. El idioma, los seres amados (incluido el malcriado caniche), la dieta,
el clima, el gimnasio, la casa, la cama… ¡cuántas cosas para cambiar!, ¡qué
difícil parecía todo!
Una tarde, mientras
tomaba un café pensaba en la cantidad de cosas por venir. Sonrió; este año no
iba a pasar frio. El otoño se convertiría en primavera y otra vez el verano. “A
Sabina le robaron el mes de abril y a mí, el invierno”, le dijo a Ciro. Él
respondió con un simple meneo de rabo y un lengüetazo, para ella fue como el más
apasionado de sus besos. Los miedos y la nostalgia empezaron a entrar en su
mente, y con cada sorbo de café la melancolía crecía; tanto, que la congoja no
tardó en envolverla.
Mientras
lavaba la taza, sus manos húmedas hicieron con su cabello una trenza y pensó en
hacer unos cambios. El cabello hasta la cintura sería reemplazado por una “melenita
más europea”, de esta manera estaría más cómoda y dejaría en casa el secador, y
la cantidad de productos que usaba para el cuidado capilar. En el lugar
disponible llevaría tres cosas que para ella fueran importantes. Al igual que su cabello suelto no le permitía
pensar, tampoco lo podía hacer con la casa desordenada. Empezó a acomodar el
baño y a tomar nota de lo que tendría que empacar. Ciro iba y volvía
atravesándose en el camino. Casi sin pensarlo, se encontró googleando qué
trámites debería hacer para trasladarlo. Con la información clara, supo que no
viajaría sola y la felicidad la envolvió.
Esa noche le
costó dormir. La idea de pasear con su perro por la orilla del Támesis le
generaba alegría y ansiedad. No sería fácil para él adaptarse, pero tampoco lo
sería quedándose con otra familia. Dio mil giros en la cama y rotó la almohada
decenas de veces. La abrazaba, la acomodaba, la dejaba de lado, la volvía a
acomodar … y decidió que ese rectángulo de vellón también se iría con ella. Su
“objeto confidente”, su testigo de lágrimas, gozos y sueños lo seguiría siendo
a miles de kilómetros.
Al levantarse
pensó que aún tenía otro objeto por elegir, un tercer mimo. Miró hacia el
costado y lo vio encima de la mesa de luz. No dudó ni esperó, lo puso en el
bolso de mano y fue el primer objeto que empacó. La ayudaría a acortar el viaje
y podría volver a disfrutarlo tantas veces como quisiera.
Aún no había amanecido en Londres. Sus pies pisaron la escalinata del avión. Envolvió la goma de mascar, para tirarla apenas encontrara un lugar. Su nariz aspiró un aire con olor desconocido. Sus oídos escucharon palabras en diferentes idiomas. Sus ojos buscaron la famosa niebla. Su boca dibujó una sonrisa. Sus manos acomodaron la melenita y abrazaban a su otro compañero de viaje: un ejemplar encontrado de EL OJO DEL PAISAJE de M. B. G. Flaggpord. (Fabiana)
Las estaciones de
la vida
Lo primero que piensa
al despertarse, aún antes de abrir los ojos, es que tiene todo el fin de semana
para ella sola. La entusiasma esa perspectiva. Juan, su esposo, viajó el día
anterior para visitar a un hermano ya mayor, y no volverá hasta el domingo a la
tarde. La luz que se cuela por las persianas le indica que son más de las
nueve. A propósito, anoche dejó el celular sin alarma.
Disfruta su casa y
estar consigo misma. Lentamente se levanta, pone agua en la pava eléctrica y se
dirige al baño. Como todos los días, se lava la cara, los dientes y, luego de
peinarse, se pone crema. A medida que la esparce se pregunta: “¿Cuándo salieron
estas arrugas?, ¿estas líneas bordeando ojos y labios?, ¿y estas manchitas en
la piel?”. Mientras se examina en el espejo se acuerda del agua para el mate,
no es cosa que se hierva. Regresa a la cocina y se sienta a desayunar.
Por la puerta
ventana mira al patio, donde el inmenso y añoso almendro domina el lugar.
¡Cuántos recuerdos vienen a su mente! De niña, ella jugó en ese jardín que se
llenaba de flores y perfumes cada primavera. Entonces rememora su propia primavera,
cuando fue joven, llena de sueños por alcanzar. Luego vinieron los logros:
estudios, trabajo, amor, familia, hijos… Sus pequeños jugaron en las mismas
ramas donde ella había trepado. Ese fue su verano, la plenitud, la felicidad de
sentirse realizada, a pesar de los desafíos y las ausencias que se presentaron.
No puede quejarse.
Ahora transita su otoño. Los hijos han partido a perseguir sus propios ideales.
Al principio confirmó lo dicho sobre el “nido vacío”, pero de a poco lo fue
llenando al hacer cosas que le gustan y que no pudo realizar anteriormente por
falta de tiempo. Es feliz sabiendo que los suyos lo son, con eso le basta. Mira
sin prisa y sin miedo lo que pueda sucederle en su muy próximo invierno. Al fin
y al cabo, así es la vida; una sucesión de momentos, un instante tras otro.
Alguien dijo que nuestra existencia es un regalo, por eso el “hoy” se llama
“presente”, y ella lo siente así y desea disfrutarlo al máximo.
Este fin de semana
será suyo, un tesoro lleno de paz y remembranzas. Sonriendo, comienza a
preparar una torta para cuando Juan vuelva mañana. (Liliana)