Una anciana despistada (Susana, Nicolás y Adela)
La nube de mis ojos empezó a condensar sin rebalsar en
las montañas sonrientes de mi cara. Mi corazón dio tumbos como si estuviera
siendo atropellado.
La vi disponiéndose a bajar del ómnibus y mis
extremidades se prepararon para el abrazo contenido durante el año de ausencia.
Un portazo, el ruido seco, violento de la puerta al
chocar contra el marco hizo tintinear las ventanillas.
Nuestras miradas se engancharon como notas y el aire de
mi pecho no me alcanzó.
Vos adentro y yo afuera. Dolor, corazón palpitante,
estupor, desolación.
¡No eras mi nieta!
¡Yo siempre tan despistada!
Una peluquera con un ataque de nervios (Viviana, Norma y Alicia)
Cerró apurada la puerta de su peluquería. Se sumergió en
el río de gente que atestaba la vereda. El inconformismo de la última clienta
hizo que se retrasara y las personas que entorpecían su camino aumentaban su
nerviosismo. Le parecía que la parada de colectivo se alejaba cada vez más. Ese
día le tocaba recoger a sus hijos de la escuela y volver con ellos a la
peluquería donde su esposo los iría a buscar. En su camino ciego, chocó con un
hombre; apenas se miraron mientras un “disculpe” susurrado cumplió con la cortesía
obligada.
Llegó a la parada. Su nerviosismo creció al ver la
cantidad de gente que la precedía. Tomó la tarjeta pero los segundos se le hacían
eternos ante la aparente lentitud del pasaje al abordar el micro.
Cuando se apeó del vehículo, sus hijos estaban esperando.
Resuelta esta situación, tomó conciencia de que no había pasado por el baño
antes de salir. La urgencia se acentuaba y el nerviosismo también.
Llegó a la peluquería y la llave sumergida en las profundidades de su cartera se negaba a ser hallada.
En el momento que pudo abrir la puerta, un hijo sorprendido dijo: —¡Mamá, ¿qué le pasa a tu pantalón?!
Llegó a la peluquería y la llave sumergida en las profundidades de su cartera se negaba a ser hallada.
En el momento que pudo abrir la puerta, un hijo sorprendido dijo: —¡Mamá, ¿qué le pasa a tu pantalón?!